
El 24 de noviembre de 1946 Julio Ma. Sanguinetti contaba
con 10 años de edad y Jorge Batlle acaba de cumplir los 19.
El Partido Colorado registraba ese día su segunda caída
consecutiva, cada una de un décimo del electorado; es decir,
en dos elecciones pasó de los siete décimos a los cinco
décimos del país. El 30 de noviembre de 1958 los futuros
primeros mandatarios contaban con 22 y 31 años
respectivamente y ese día el coloradismo recibía otra caída
de un décimo y además por primera vez en 93 años perdía la
representación del Estado. Después perdió otro décimo ya en
1989, con don Julio presidente de la República y don Jorge
como candidato presidencial por tercera vez. Quince años más
tarde, ahora con Jorge Batlle como presidente, recibiría el
más duro golpe con la caída de otros dos décimos.
Entonces, medido en décimas del electorado (técnicamente,
en deciles), el Partido Colorado se ubicó en seis escalones
a lo largo de 70 años. Con una sola excepción (1966), nunca
subió ningún peldaño. Es pues una larga historia de descenso
escalón tras escalón, hasta alcanzar el penúltimo decil. Las
dos primeras caídas, el bajar de los deciles siete y seis,
es fácilmente explicable, pues en un sistema político
competitivo y plural, ningún partido se sostiene mucho más
allá del 50%, pues si no pasa a ser un partido de tipo
hegemónico, que solo es posible en sistemas de competencia
limitada, en semipoliarquías o no poliarquías. La caída de
1958 es la consecuencia del cambio de país, del fin de aquél
país poderoso, autosatisfecho, en la cúspide del mundo, de
permanente ascenso, de incorporación masiva de inmigrantes,
de los campeonatos mundiales de fútbol. La de 1989 se
explicó en su momento por la aparición de un cuarto actor,
desprendido del Frente Amplio pero originado en el Partido
Colorado, que captó votos de esa colectividad tras el duro
enfrentamiento entre Batlle y Sanguinetti. Y el descenso de
2004 se explica ahora como la continuidad de ese
enfrentamiento, el no retiro de ambos líderes, la mala
candidatura presidencial y la mala forma de elegir ese
candidato único. La excepción de 1966 (la única vez que el
coloradismo sube un peldaño para luego volver al anterior)
puede entenderse como el fracaso de las expectativas
depositadas en el Partido Nacional, quien pasó a gobernar
por sí solo por primera vez en casi un siglo, cuyos dos
gobiernos colegiados no satisficieron a la mayoría del país;
y como excepción, no duró.
Como ocurre siempre, cada explicación coyuntural puede
ser válida, total o parcialmente válida. Pero una caída
sistemática, casi sin excepciones, sin subas y bajas, a lo
largo de 70 años, requiere la búsqueda de explicaciones
mucho más profundas que la rivalidad de dos líderes (que
eran niños o adolescentes cuando comenzó el fenómeno, y
jóvenes sin responsabilidad política cuando el mismo se
agudizó). Y un analista debe confesar que no le es fácil
encontrar esas causas profundas. Lo que sí hay que hacer es
llamar la atención para no caer en la anécdota menor, porque
no sirve para entender lo que pasó y mucho menos para que
los actores políticos colorados puedan buscar el camino para
reverdecer.
El coloradismo fue fundamental en la construcción del
Uruguay, en lo bueno y en lo malo, para bien o para mal,
tanto como el blanquismo y las izquierdas (marxistas,
anarquista, socialcristiana), y algunos piensan que aún más
que todos ellos. Tuvo una parte relevante en la
consolidación del país educado, moderado, políticamente
liberal, filosóficamente liberal, igualitarista, de espaldas
a la región, con la mirada en Europa, económicamente cerrado
y con un endiosamiento del Estado. Y tuvo una parte
relevante en la caída del país, en ese país que primero no
encontró el rumbo, luego fue hacia formas bonapartistas, más
tarde hacia una apertura de la economía, una tibia
desregulación de la economía y una más bien frustrada
reforma del Estado. Tuvo que ver con las grandes alzas de la
economía y el consumo, y con las grandes caídas de lo uno y
de lo otro. Habrá que rastrear el cuánto de cada cosa, y de
qué cosas, fue lo que le hizo perder la sintonía con los
grandes deciles de la sociedad.
Por ello también resulta pueril el creer que todo el
problema del Partido Colorado es encontrar un buen candidato
presidencial, o dos o tres aspirantes a la candidatura
presidencial. Es pueril porque no cayó una sola vez por una
única mala candidatura; y es pueril porque solo el 3% de los
uruguayos cree que un candidato colorado es realmente
candidato a disputar la Presidencia de la República.
En cambio, lo que el Partido Colorado necesita son cuatro
cosas fuertes. Una es un programa, que no es un libro bien
encuadernado de cientos de páginas que no leen ni los
propios dirigentes, y a veces ni siquiera los analistas
políticos, sino una forma de ver al país y a la gente, una
manera de decir cómo es que uno quiere que sea el lugar
donde se vive; es a la vez un conjunto de ideas y valores
donde se reflejan los individuos. Hoy el coloradismo es un
partido demasiado catch-all para su tamaño, con un abanico
de ideas que van desde la derecha autoritaria y desde el
liberalismo económico fundamentalista, pasan por el
liberalismo político y llegan hasta la frontera de la
socialdemocracia; van desde el fundamentalismo religioso
católico hasta el fundamentalismo laico antirreligioso y
ateo. En sus planteos presentes no hay casi nada que los
diferencie del Partido Nacional, excepto ese segmento cada
vez más reducido en el coloradismo de gente que profesa la
adhesión a la laicidad en lo religioso. Ese es el primer
deber de un partido cuya identidad – lo que no es nada menor
– es solamente la referencia al pasado, pero que es una
forma de no comunicarse con el presente. La segunda cosa
fuerte que necesita es construir un liderazgo, que no es lo
mismo que tener un buen candidato presidencial y que es una
tarea que lleva su largo tiempo; los líderes no se fabrican
ni surgen de un día para otro. Los liderazgos se edifican
paso a paso, y luego el tiempo los consolida. La tercera es
construir una dirigencia estable, porque no basta con un
líder, es necesario una dirigencia sólida y estable; el
coloradismo tiene muchos dirigentes que han durado muy poco
en sus funciones. Y en cuarto lugar debe buscar sintonía con
los jóvenes, a donde ha llegado tradicionalmente el Frente
Amplio y a donde está llegando con gran fuerza el Partido
Nacional; y esa sintonía pasa por exhibir formas de actuar
(no solo de comunicar, sino de hacer) más modernas.