
Es muy difícil hacer
definiciones que marquen la diferencia entre caudillo y
líder. Para empezar, esta última palabra es un anglicismo.
Los diccionarios no distinguen demasiado. En los bilingües
al inglés traducen caudillo como “leader” o “chief”; al
francés como “chef”, al italiano como “capo” o
“condottiere”; y la palabra líder se traduce a los mismos
idiomas como “leader”. Como quien dice, menuda confusión. La
Real Academia Española de la Lengua define caudillo como “hombre
que dirige algún gremio, comunidad o cuerpo” y líder como
“persona a la que un grupo sigue reconociéndola como jefe u
orientadora”. Hasta ahora, difícil.
Sin embargo,
una y otra palabra se discrimina por la sonoridad. Líder
suena a algo intelectual, racional, a alguien que conduce en
el sentido de ofrecer un camino y una forma de transitar por
él. Caudillo suena como una fuerza de la naturaleza.
Visualmente puede decirse que al líder se lo espera en la
cabecera de una mesa, o a lo sumo en un atril de orador de
sala; al caudillo se lo espera en el podio, a lo alto de una
pronunciada escalinata. El líder se mueve en el plano de lo
terrenal, el caudillo en el de lo místico. Un líder puede
ser más o menos autoritario, un caudillo es en esencia
autoritario, no en el sentido de dictatorial (ya que no son
sinónimos) sino en “que ejerce el poder sin limitaciones” y
que su lugar y su accionar se fundan en el principio de
autoridad. La ausencia de limitaciones puede ser producto
del jure, es decir, que la estructura que acaudilla parte
del principio de la autoridad sin límites del caudillo, o
puede ser producto del facto (en realidad en mayor o menor
medida casi siempre es producto de los hechos), vale decir,
en que el principio de autoridad se asienta en la sagacidad
del caudillo, en saber cuándo y en qué momento jugar su
poder y cuándo retraerse.
El Frente
Amplio nace con una concepción de liderazgo colectivo, de un
primum interpares en la figura de Liber Seregni junto a los
líderes sectoriales: Arismendi, Cardoso, Michelini, Terra al
principio; Batalla, Gargano, Lescano, Jaime Pérez en una
etapa posterior. Luego de procesada la restauración
institucional se elabora una reestructura que incorpora la
participación de las bases en los órganos de conducción, la
cual pasa a ser cuasi paritaria en el máximo órgano: el
Plenario Nacional. Pero tanto en los tres periodos
anteriores en el gobierno departamental de Montevideo como
hogaño en el gobierno nacional, las bases se enteraron por
los medios de comunicación de los nombramientos en la
administración y el gobierno, como también por los medios de
comunicación tuvieron noticia de las pequeñas y de las
grandes iniciativas del gobierno. Fueron llamadas siempre
para salir a defender las decisiones ya tomadas cuando éstas
encontrasen escollos o malestares de la ciudadanía.
Una gran
interrogante suponía la sucesión presidencial. Primero,
porque ninguno de los cuatro presidentes anteriores, figuras
todas ellas de formidable peso y capacidad política,
acertaron con la sucesión; siempre y en todos los casos les
salió mal, fueron derrotados. Segundo, porque el Frente
Amplio encaraba la perspectiva de tener a su líder fuera del
gobierno y a quien no es hoy el líder al frente del Estado y
del gobierno; se venía la rivalidad explosiva entre un
presidente de la República y un jefe de partido, historia
que el país conoció bastante en el coloradismo.
Parecía que el
tema se iba a resolver por la forma más abierta de todas en
las casi cuatro décadas de vida del Frente Amplio: mediante
elecciones internas abiertas, previa selección de dos
candidatos por el Congreso (integrado en su casi totalidad
por los delegados de base). Y que antes de ese Congreso se
generaría un acuerdo entre todas las fuerzas políticas y
candidatos que en definitiva significase que iban a competir
los dos que la propia opinión pública viene señalando como
los dos favoritos, y que además cree que junto con Larrañaga
y Lacalle don dos de los cuatro posibles próximos
presidentes de la República. Y ningún otro.
El definir en
elecciones abiertas significa la renuncia a todo principio
de autoridad, individual o colectivo. Porque supone que cada
postulante, los que apoyan a cada postulante, todos y cada
uno debe ejercer el poder que tuviesen para convencer a la
gente. Es un ejercicio de seducción y convencimiento, no de
imposición de autoridad.
Todo esto
comenzó a tambalear hace un par de semanas, cuando el
presidente de la República demostró que en su futuro hay
muchos planes, inclusive el dedicarse buena parte de su
tiempo a pescar, como además lo hace actualmente, pero no
está en esos planes retirarse solamente a pescar, jugar con
los nietos y solazarse con la medicina. Demostró que tiene
previsto conservar el poder, aferrarse al mismo con sus
grandes habilidades, entre las cuales está el jugar siempre
al desconcierto de propios y extraños. Deja en claro que el
impulso a Danilo Astori fue una forma de pretender conservar
ese poder supremo, no el poder de mandar a diario sobre los
asuntos de rutina – cosa que nunca le gustó, ni como
presidente ni como intendente – sino el tener la máxima
autoridad para dar el dictat en el momento que considerase
oportuno y en el tema que le pareciese. Cuando llegó a la
conclusión que la solución no era tal, cuando percibió que
arriesgaba la sucesión, el poder y el liderazgo, terminó
definitivamente de aparecer otro Tabaré Vázquez, primero por
interpósitas personas y finalmente por sí mismo.
El otro día en Trinidad Tabaré Vázquez abandonó
definitivamente su calidad de líder del Frente Amplio. Para
bien o para mal, para gusto de unos y disgusto de otros,
allí y entonces nació un caudillo, el primer caudillo
oriental del tercer milenio.