
Los sucesos en torno a la
aprobación y veto de la ley de despenalización del aborto –
porque en esencia lo que se trata es de eso y
secundariamente de otros temas vinculados a la salud sexual
y reproductiva – son acontecimientos que admiten varios
ángulos de análisis: el de fondo, el del aborto en sí y su
penalización; el de la creciente personalización del poder y
presidencialización del gobierno; y el de los impactos
políticos de la decisión del presidente, de los
alineamientos políticos y sobre todo de la forma de arribar
a esa decisión.
El tema del aborto enfrenta
dos grandes concepciones sobre la vida, la sexualidad, el
mundo y la sociedad. No son diferencias políticas en el
sentido cotidiano del término, son diferencias políticos en
el sentido más profundo del mismo, en cuanto es una división
en función de valores muy hondos. En grandes líneas una
escala de valores y un conjunto de concepciones ha quedado
representado por el actual oficialismo y otra escala de
valores y otro conjunto de concepciones quedó representado
por la actual oposición. Para buscar vocablos operativos que
resulten lo más neutro posible, parece conveniente llamar a
un bando “partidarios de la despenalización del aborto” y al
otro bando “partidarios de la penalización del aborto”.
Con esa clasificación
operativa, y tomando como sujetos de análisis los miembros
del Poder Ejecutivo y del Poder Legislativo, la oposición se
situó casi monolíticamente en la tesitura “penalizadora del
aborto”, con solo tres excepciones: el senador colorado
Sanguinetti (que en la segunda votación de la primera
instancia en el Senado votó afirmativamente la ley y en la
segunda instancia se abstuvo), el senador-diputado colorado
Abdala (que se abstuvo tanto en la primera votación de la
primera instancia en el Senado y también en Diputados) y el
senador blanco Lara (que en la segunda votación de la
primera instancia senatorial voto afirmativamente). Puede
también decirse que el oficialismo a nivel parlamentario se
comportó también casi monolíticamente en la tesitura
“despenalizadora del aborto”, con una actitud dual del
senador Cid (votó por la negativa en la primera votación de
la primera instancia y luego afirmativamente en la segunda
votación y de nuevo en la segunda instancia) y dos votos
negativos en la rama baja - de los diputados Roballo y
Semproni – y una abstención (diputado Maseda). Si se valora
como un tercio de voto cada votación en el Senado, el
comportamiento de los dos bloques resulta así: oficialismo
tuvo un comportamiento homogéneo del 98% en el Senado y del
94% en Diputados, mientras la oposición registró un
comportamiento homogéneo del 90% en el Senado y del 98% en
Diputados. Si la oposición se divide por partidos la
homogeneidad fue del 97% y 100% (Senado y Cámara) en el
nacionalismo, 67% y 90% en el coloradismo (el Partido
Independiente cuenta con un solo diputado, con lo cual la
homogeneidad es connatural).
A nivel del Poder Ejecutivo
la posición actualmente dominante y además tradicional en la
izquierda contó con el apoyo inequívoco de 9 ministros
(Interior, Economía, Defensa, Educación, Industria, Trabajo,
Ganadería, Vivienda y Desarrollo Social), tuvo la
disidencia inequívoca de 3 ministros (Transporte, Salud
Pública y Turismo) y posiblemente una cuarta (Relaciones
Exteriores). Para un análisis político exacto, en realidad
fueron 8 los ministros coherentes con la posición
tradicional de la izquierda y 5 los disidentes, en tanto el
titular de Vivienda se encontraba en el exterior y comunicó
la firma del veto, pero el viceministro se alineó con la
mayoría. Aquí hay un dato inequívoco: si se hubiese jugado
el partido en la lógica formal de la Constitución de 1967
(lógica jamás aplicada), con la presencia de los 14
titulares del Consejo de Ministros, el presidente de la
República hubiese sido derrotado en el máximo órgano del
Poder Ejecutivo por 8 votos contra 6 (incluido el propio).
Esto en sí marca la gran importancia de lo sucedido, pues no
se conoce que un presidente haya quedado en minoría
combatiente frente a la mayoría del Poder Ejecutivo. También
marca una jugada extremadamente arriesgada, equivalente a
cantar “contraflor al resto” en el juego del truco, como dar
un paso para quedar con las ruedas para arriba. Comunicar a
los ministros, sin consulta previa ni discusión alguna, que
enviaba a recoger las firmas, fue un gesto extremo de
autoridad y una jugada límite de caudillo. Pero a esa jugada
le faltó el aplicar el sabio aforismo militar: nunca se da
una orden si no se tiene la certeza de que será cumplida.
Algo así como el coronel portugués que, al comienzo de la
“Revolución de los Claves”, dio la orden a los tanquistas de
disparar contra las tropas sublevadas, para lograr con esa
orden terminante que uno a uno los tanquistas se plegasen a
la sublevación.
Pero no solo el presidente
quedó en minoría en el Poder Ejecutivo, sino que tampoco se
conoce que un presidente hubiese quedado enfrentado al 95%
de los parlamentarios de su propio partido, y respaldado por
el 96% de los legisladores de la oposición. Jorge Pacheco
Areco, el presidente constitucional más controvertido de los
últimos 65 años, en temas sustantivos quedó en minoría en el
Parlamento tan solo una vez y ello no fue en ninguna de las
cámaras ni en la Asamblea General, sino en la Comisión
Permanente. No hay ejemplos en la historia del país de un
presidente de la República alineado con la oposición y
enfrentado a su partido. Esto, por sí solo,
independientemente que alguien se alinee con la penalización
y otro con la despenalización del aborto, y más allá del
aborto y sin tener para nada en cuenta el aborto, es un
hecho histórico. Y desde el punto de vista del sistema de
partidos y de una democracia asentada en un sistema de
partidos, es un hecho altamente debilitante de la democracia
basada en partidos, o al menos un hecho patológico para una
democracia de partidos. Sin duda esto le costará verlo a los
partidarios de la penalización del aborto, porque se van a
fijar más – como lo han demostrado las primeras figuras – en
el tema de fondo de la ley que en el tema de fondo del
funcionamiento político.
Pero lo que estos
hechos demuestran es algo sospechado por muchos: Tabaré
Vázquez es un cuerpo extraño en la izquierda uruguaya, cuyos
valores más profundos no comparte. En la hora final, cuando
no cabe otra opción que estar de un lado o del otro, se
sintió más cerca de blancos y colorados que de los
frenteamplistas, y los blancos y colorados se sintieron
representados por Tabaré Vázquez, mientras que los
frenteamplistas se sintieron abandonados por su padre.