
Existe una idea, alimentada por publicitarios y expertos
en marketing político, según la cual el mercado electoral es
un mercado cuasi virgen, donde el electorado elige las
propuestas electorales como consecuencia del marketing y la
publicidad en las campañas electorales. Para otra tesis con
cada vez más adeptos, las campañas electorales
(especialmente la publicidad) son un perdedero de tiempo y
dinero, pues nadie elige su voto al compás de los spots.
Hablar del impacto o no de las campañas electorales exige
dos cosas. Primero definir de qué se habla cuando se habla
de “campaña electoral”. Y segundo, situar la campaña
electoral en un contexto de un lugar y tiempo determinados,
de un país con su cultura política, su historia, su sistema
político y su electorado. A efectos operacionales
corresponde definir campaña electoral al periodo en que se
concentra el esfuerzo de captación directa del voto, en
forma intensiva, mediante la realización casi diaria de
reuniones y actos, a lo que se suma fuertes campañas
publicitarias en los medios de comunicación. Como contexto
cabe tomar el Uruguay de 2009, o al menos el Uruguay con la
cultura política y las costumbres prevalecientes en el
cuarto de siglo desde la restauración institucional. Es
decir, en un país con un sistema institucional estable,
basado en una poliarquía plena (una democracia clásica
plena) de casi un siglo de vida (con una interrupción fuerte
hace un cuarto de siglo por un término de algo más de una
década), un sistema de partidos viejo y sólido (de los más
viejos y estables del mundo, con cambios ordenados y
lentos), elevada politización de la población, fuertes
pertenencias partidarias y, a partir de allí, una creciente
personalización del poder y de las elecciones.
En primer lugar es necesario tener en cuenta que la gente
se forma imágenes sobre los partidos y los dirigentes
políticos a lo largo de todo el tiempo: de toda la vida
adulta de la persona, de toda la vida pública de los
dirigentes; se puede decir en forma más resumida que las
decisiones sobre partidos y dirigentes políticos se forman
como mínimo a lo largo de los cinco años interlectorales.
En segundo lugar debe tenerse presente que, al cierre del
ciclo electoral 2004-2005, se registra un 90% de adhesión
firme a cada uno de los dos grandes bloques políticos del
país, es decir, de un lado la izquierda (Frente Amplio
fundamentalmente) y del otro lado el bloque constituido por
los partidos tradicionales y menores (Nacional, Colorado,
Independiente, Unión Cívica y otros). Si se analiza más en
profundidad surgen dos datos con sentidos opuestos: hay al
menos un 2% de voto en blanco y deliberadamente anulado
consistente, lo que lleva el voto básico firme al 92%; y por
otro que si se analiza el impacto de los nuevos votantes y
su nivel de decisión electoral se agrega otro 2% de voto
lábil. Entonces, se puede afirmar sin duda alguna que el
electorado no decidido en firme en la macro decisión por
bloque político, al comienzo del año civil de las
elecciones, es del orden de un mínimo del 8% a un máximo
del 12% de electorado total. Ese es el máximo nivel de
incidencia de la campaña electoral en la mayor de todas las
decisiones, la que vuelca el voto hacia un lado o hacia el
otro del espectro político.
Dentro del bloque tradicional hay otro espacio de
volatilidad, que es el que oscila entre el voto al Partido
Nacional y el voto al Partido Colorado, o de un partido
tradicional hacia los partidos no tradicionales de este
bloque. En principio, este espacio no va más allá del 5% de
todo el electorado (en realidad, lo que las tendencias
permiten sugerir es que no irá más allá del 3%). Este es un
segundo espacio para la campaña electoral, que afecta no la
decisión macro, sino la de segundo nivel. A lo que hay que
agregar sí un espacio mucho más elevado de volatilidad al
interior del Frente Amplio entre candidatos y sectores (el
FA demuestra una muy alta volatilidad elección tras
elección) y la volatilidad entre candidatos y corrientes al
interior del Partido Nacional y del Partido Colorado.
Seguramente éste sí es el espacio de mayor incidencia de la
campaña electoral y del marketing político, particularmente
de aquí a los comicios de junio. Entonces, hay cinco
espacios adicionales de disputa, de incidencia de la campaña
electoral: entre blancos y colorados, entre tradicionales e
independientes, entre candidatos y sectores frenteamplistas,
entre candidatos y corrientes blancas, y entre candidatos y
corrientes coloradas. La suma de todos esos espacios arroja
un total máximo del 20% del electorado. Este porcentaje baja
considerablemente a partir de la primera de las tres
elecciones, la de junio, como efecto de la misma, por lo que
el espacio de incidencia de la campaña electoral al interior
de los bloques y los lemas se reduce a la mitad. Es decir, a
circa un 10%. En total, pues, la incidencia de la campaña
electoral en el periodo julio-octubre puede estimarse en
torno al 20% del electorado total: 10-12% entre bloques,
8-10% al interior de los bloques.
A su vez hacia junio hay otro factor donde la campaña
electoral puede incidir, al ser la concurrencia voluntaria:
el motivar o no a la gente para ir a las urnas. Aunque en
realidad, los efectos se neutralizan. Como máximo es un 10%
(máximo absoluto) el porcentaje de quienes pueden dudar de
concurrir o no (aunque en realidad lo detectado no sobrepasa
la mitad de dicha cifra). A su vez, si bien se mantiene ese
entre 8% y 12% de indecisos macro (entre bloques), solo la
mitad de ellos concurriría en octubre, por lo que a nivel de
todo el electorado el porcentaje de captación por la campaña
electoral baja a entre un 4% y un 6%. Por otro lado hay un
20% de indecisos intra bloque, la mitad el cual no
concurriría a votar en junio, por lo que ese porcentaje baja
al 10%. En total, pues, puede estimarse que el efecto
combinado del impacto de la campaña electoral en el periodo
febrero-junio, restados los efectos que se anulan
mutuamente, es del entorno del 14-16%
Como resultado final, las campañas electorales en conjunto
impactan en cada fase como máximo a uno de cada cinco
electores, y con más probabilidades a uno de cada seis o
siete. Pero en la decisión más fundamental de todas, la de a
qué bloque se le otorga el gobierno y las mayorías
parlamentarias, la campaña impacta tan solo sobre uno de
cada diez electores.