Sobrevuelan preguntas de duda o preocupación sobre qué
van a hacer en el gobierno los candidatos presidenciales
si son electos ¿Por dónde va a ir Mujica? ¿Astori va a
continuar la política que llevó adelante o va a hacer
cambios y concesiones? ¿Lacalle es el mismo de 1989 o como
él lo proclama ha ajustado su pensamiento con el paso de
un veintenio? ¿Se sabe hacia dónde y cómo va a caminar
Larrañaga? Estas preguntas se complementan con otras:
cuánto pierde de votos el Frente Amplio si el candidato es
Mujica y pierde Astori; a la inversa, el Frente gana o
pierde con Astori y sin Mujica; Larrañaga o Lacalle, el
uno o el otro en forma excluyente, ¿cuál es mejor
candidato para destronar a la izquierda?
Todas estas preguntas conducen a una visión de
unipersonalización de todo el poder político del país.
Sugiere por un lado que las elecciones llamadas internas
son con formato de knock-out. El que gana gana y el otro
se va para la casa, salvo que el primero le ofrezca y el
segundo acepte acompañarlo en la fórmula como
vicepresidente. Los dos tipos de preguntas combinados
sugieren que se elige a una única persona, para un único
cargo electivo: el presidente de la República; se elige a
una segunda persona como suplente del primero; y ese
primero concentra todo el poder, de manera absoluta e
incondicional, cual el funcionario romano que recibía
poderes de dictador. En Roma limitado a seis meses, en
Uruguay por cinco años.
Hace siete años, al completarse el segundo año de
gobierno de Batlle, se contabilizaron seis abandonos
(renuncias o ceses) a cargos políticos: un
ministro, dos presidentes de entes autónomos, un
subsecretario, dos directores de servicio, todas muy
cercanas a Jorge Batlle. Tuvieron en común que ninguno era
propiamente un político, sino personas que llegaron a la
política desde afuera de la misma. Al abandonar el cargo
en general expresaron decepción con el sistema político al
que acusaron de “trabar todo”, de ser una “máquina de
impedir”. El esquema básico del pensamiento de los
renunciantes o cesantes, compartido en buena medida por
opinantes calificados que coinciden con las ideas de
Batlle, es que en Uruguay hay un sistema político que por
debilidad o apetencias menores impide gobernar, frena al
presidente de la República, no le permite llevar adelante
el programa que motivó su elección. Resumen que el país
hizo un único pronunciamiento al elegir al presidente de
la República.
Lo significativo es que no se ve a los partidos
políticos (salvo como vehículos para elegir a ese monarca
absoluto o dictador romano), tampoco a las corrientes de
los partidos, mucho menos al Parlamento (se conoce la
existencia del Palacio Legislativo, pero muchos en
sustancia no tienen idea para qué está).
No se ve la alta complejidad y
sofisticación del sistema político uruguayo, bastante
similar en su estructura y su funcionamiento a sistemas
europeos como los de Bélgica, Dinamarca, Luxemburgo,
Noruega, Países Bajos, Suecia y especialmente Italia, por
lo menos hasta hace tres años, cuando todavía era el
sistema más parecido al de estas latitudes.
Como no se ve al Parlamento,
ahora, en esta instancia hacia el 28 de junio, no se ven
las listas parlamentarias (se van a ver luego, hacia el 25
de octubre). Entonces no se ve que Astori o Mujica, el que
pierda, si no integra la fórmula presidencial, va a
encabezar una lista senatorial. Y la encabecen o no, cada
uno es el referente máximo de cada uno de los dos grandes
agrupamientos frenteamplistas. Tampoco se ve que, ganen o
pierdan, tanto Lacalle como Larrañaga va a encabezar sí o
sí sus respectivas listas senatoriales. El 28 de junio va
a haber ganadores, pero nadie quedará knock-out, sino
vivito, coleando y en plena salud como para ser necesario
en el juego político del próximo gobierno.
Al no verse al Parlamento, no se
ve que sin él el presidente no puede designar a los
directores de entes autónomos, servicios descentralizados
y unidades reguladoras, ni tampoco aprobar el presupuesto.
El Parlamento por sí es quien aprueba las leyes y elige
las cabezas de los tres poderes judiciales (la Suprema
Corte de Justicia, el Tribunal de lo Contencioso
Administrativo y la Corte Electoral). Y si los ministros
que el presidente designe no cuentan con mayoría
parlamentaria, deberán hacer pininos para sostenerse en el
cargo.
Ocurre que en el lustro que
termina (más exactamente en el cuatrienio inicial del
gobierno), el Frente Amplio contó con una mayoría absoluta
en ambas cámaras, aplicó esas mayorías maquinalmente, casi
sin negociación ni diálogo con la oposición, el
oficialismo negoció solo dentro de sí, y cuando el
presidente hubo emitido un dictat obtuvo la obediencia
(excepto en el caso del aborto). Todo ello hizo pensar que
el Parlamento no existía y que lo único relevante es lo
que dice, piensa y hace esa única persona a la que se cree
con potestades de monarca absoluto. Ayuda esto la mala
comunicación periodística, cuando se informa: “desde tal
fecha quedará prohibido tal cosa”, cuando a poco de andar
se descubre que la noticia es que el Poder Ejecutivo (que
es el presidente con los ministros) envía un proyecto de
ley, el que si se aprueba con modificaciones, produciría
ese efecto; es decir, debió comunicarse “el gobierno
impulsa que desde tal fecha …” (y luego se sabrá si eso se
aprueba o no, es ley o no). Ni hablar cuando se oye o lee
en los medios de comunicación que “el presidente aprobó
tal ley”, con olvido de la separación de poderes y de los
poderes específicos del Ejecutivo. Sin entrar ya a la
confusión entre presidente de la República y Poder
Ejecutivo, cuando se cree que el Presidente “es” el
Ejecutivo, y se ignora que ese poder lo componen el
presidente y los ministros, y se ignora que el presidente
tiene como única potestad nombrar al secretario de la
Presidencia, y que todo lo demás debe contar con el
asentamiento del o de los ministros respectivos, o del
Consejo de Ministros. Esto no funcionó así en este
gobierno, por el poder que tuvo hasta hace poco Tabaré
Vázquez y la ciega obediencia a sus decisiones. Pero el
próximo gobierno funcionará como los anteriores, se verá
al presidente (el que fuere, del partido que fuere)
dialogar, negociar, transar, acordar, a veces imponer o
tratar de imponer. Y el gobierno será no lo que piense el
presidente, sino la resultante del conjunto de fuerzas que
componen la mayoría parlamentaria, y en algunos casos
relevantes, la resultante del pensamiento de los dos
tercios de los parlamentarios.
Lo que importa en estas elecciones, entonces, es la
combinación de lo que piensan las distintas corrientes
políticas, y el peso relativo que adquirirán todas ellas,
ahora en junio, y fundamentalmente en octubre.