En
medio siglo Uruguay pasó de la deliberada búsqueda
de la despersonalización del poder – y
consecuentemente, a la mayor estructuración
partidaria de la competencia político - a la
hiperpersonalización del poder y de la competencia.
En realidad algunos elementos estructurales de la
ingeniería electoral pero sustancialmente elementos
culturales de fondo, ponen límites a esa
hiperpersonalización: las competencias se dan en el
marco de los partidos políticos.
Sin embargo, no se ha dejado pieza sin tocar que
fuese hacia el desdibujamiento del alto matizamiento
histórico tanto de la oferta política como de la
selección por parte de los ciudadanos. Por un lado
la candidatura única por partido, luego la elección
de esas candidaturas en comicios únicos. Pero lo que
determina un efecto devastador en los partidos es la
fusión de las candidaturas a la convención nacional
con las precandidaturas presidenciales. Dicho de
otra manera, todas las corrientes y agrupaciones
internas deben necesariamente alinearse detrás de un
único precandidato presidencial, y si la agrupación
como tal no logra alinearse detrás de uno solo, pues
que esa agrupación se divida. Los partidos son
cortados de arriba abajo por la competencia
presidencial.
Lo más grave es que se llegó a este sistema por una
sucesión de pasos que en conjunto demuestran: graves
errores de diagnóstico sobre las fallas que
presentaban tanto el sistema electoral como el
sistema de partidos, desconocimiento de la historia
o creencia de que los procesos históricos nada
tienen que ver con la arquitectura política y la
ingeniería electoral, visión simplificada de la
forma de procesar la decisión por parte de los
electores, desconocimiento de la ingeniería
electoral que se iba a modificar, erróneo análisis
de los efectos y en particular una visión harto
simplificada del juego político, al que se le vio
como producto de un conflicto de pocas
personalidades omnipotentes. Hombres formados en
partidos políticos y que desarrollaron su vida a
través de los partidos, terminaron por ver la lucha
política como una exclusiva confrontación personal.
El resultado es que un sistema que fue moldeado con
la pretensión de fortalecer a los partidos
tradicionales e impedir o limitar la llegada al
poder de la izquierda, logró todo lo contrario:
difirió la llegada del Frente Amplio al gobierno el
tiempo suficiente para que cuando lo hubo alcanzado,
lo hiciese sin cortapisas y en toda plenitud;
coadyuvó a destrozar al Partido Colorado. Pocos
casos hay en el mundo de una cuasi desaparición de
un partido que haya tenido la titularidad del
gobierno durante 135 años en los últimos 180, hasta
el momento mismo de la caída. Obviamente que cayó
por errores y asintonías profundas, pero en esa
fenomenal caída algo ayudó, significó un empujón
importante, la nueva ingeniería constitucional.
Pero lo que se ha observado es el duro impacto sobre
los partidos que producen las mal llamadas
elecciones internas, es decir, estas elecciones
generales para elegir fórmula presidencial, medir
los pesos relativos hacia la competencia
parlamentaria y dirimir conflictos hacia la
competencia departamental. Como no se había
observado con tanta claridad en los sistemas
anteriores, cada elección (la de 1999, la de 2004,
ahora previsiblemente la de 2009) producen
terremotos al interior de alguno, varios o todos los
partidos. Cambia la estructuración de sus corrientes
internas, se modifica el peso relativo de las
mismas, se debilitan liderazgos y se fortalecen
otros, en ambos casos de manera relevante. Los
partidos salen golpeados de estas elecciones. Todos
ellos.
El mayor golpe no lo producen las urnas – que sí
producen golpes – sino la competencia previa. Este
tipo de campaña electoral, con la confrontación
interna como escenario principal, saca a relucir la
peor faceta de los individuos y se acrecientan los
juegos sucios. Quizás no todos participan en ello,
pero sí muchos, ya fuere en el plano nacional, en el
departamental o en el local. Los que pierdan la
línea serán dirigentes o candidatos de más peso o
serán dirigentes de menor peso Necesariamente
provoca heridas de difícil cicatrización, porque es
entre compañeros de partido que se hacen los juegos
sucios, las confrontaciones fuertes o las salida de
tono.
Para el futuro parece llegada la hora de que, una
vez que se calmen las aguas de todas las elecciones,
hacia mediados de 2010, cuando todavía hay muchos
años por delante hacia el siguiente ciclo electoral,
las elites políticas se sienten a pensar y a
dialogar para buscar suavizar este sistema. Algo de
ello puede requerir reforma constitucional, pero lo
más relevante, lo que le quite estas aristas
ríspidas, se puede hacer mediante cambios en la ley.
Para el presente, lo que sirve a los partidos es
poner paños fríos lo antes posible, si es posible en
la semana final que resta de campaña electoral. A
veces cuesta que se entienda que el mundo no deja de
girar el 28 de junio, que la vida sigue, y que como
todo en la vida los éxitos y los fracasos son
siempre relativos y no absolutos. Los éxitos dejan
de serlo cuando no se les toma con moderación, y un
éxito puede convertirse en fracaso si el que triunfa
se ve invadido por la euforia y la soberbia; y los
fracasos son tales si no se sabe perder, y se
mitigan y hasta se neutralizan si se sabe cómo
reaccionar a un resultado adverso. Y además de poner
paños fríos, dar inmediatamente los pasos necesarios
para recomponer la unidad partidaria, y extraer del
resultado de las elecciones los mayores frutos, que
en general se logran cuando todos reconocen el
resultado apenas hay datos fiables (no
necesariamente oficiales) y dar los pasos inmediatos
para componer la fórmula presidencial. Hasta ahora
el Partido Colorado en abril de 1999 fue el que
cumplió íntegramente los pasos del buen estratega,
cuando esa misma noche selló la fórmula presidencial
entre el primero y el segundo en la contienda.
Más allá de resultados, los pasos que cada candidato
de esa misma noche, lo que tarde o no en dar esos
pasos, los gestos que realice, todo ello contribuirá
a que el respectivo partido arranque esta segunda
etapa bien posicionado o mal posicionado. Coadyuva a
que se cierren las grietas abiertas en la campaña o
que las mismas se mantengan abiertas y tarden en
cicatrizar. De que suceda lo uno o lo otro, depende
también que el respectivo partido se posicione bien
o se posicione mal hacia la instancia del 25 de
octubre.