Pedro
Bordaberry - él como persona o quizás mejor él como
expresión de una postura de la gente - ha logrado
evitar la desaparición del Partido Colorado y quizás
hasta llegase a obtener una leve recuperación. Pero
al menos para esta instancia lo previsible es que el
histórico partido se mantenga en el nivel de un
partido de porte menor, alejado de un bipartidismo
dominante al que ya no pertenece. Entonces, lo que
tiene por delante es un desafío existencial, en
cuanto está en juego su propia existencia y también
la definición o redefinición de su propia esencia.
No es un tema meramente de liderazgos personales o
colectivos, de campañas electorales o atractivos de
marketing, sino la necesidad de un repensar profundo
de para qué existe, cuál es su sentido, cuál es su
lugar, qué ideas sostiene, a quiénes representa.
Porque un partido político, en un país de sistema
sólido de partidos, no es meramente una maquinaria
electoral, y si deviene en eso, es de corta vida.
El partido Colorado, el fundado por Fructuosos
Rivera, identificado con el Gobierno de la Defensa
durante la Guerra Grande, reformulado por José
Batlle y Ordóñez, tuvo la titularidad de la
representación del Estado (los símbolos del
gobierno) durante 135 de los 179 años de existencia
de la República Oriental como estado independiente
reconocido y constituido. En tres de cada cuatro
años el presidente de la República o del Consejo
Nacional de Gobierno fue un colorado. Y mucha gente
nació, vivió y murió sin ver personas de otro color
político al frente del Estado, durante los 93 años
continuos de presencia superior colorada
(1865-1958). Contra la creencia de mucha gente,
inclusive de buena parte de la dirigencia colorada,
la caída del coloradismo no fue producto de un hecho
puntual, de una mala gestión en uno o dos periodos
recientes, o la consecuencia de alguna candidatura
no atractiva, sino el producto de un muy largo y
paulatino proceso
Cabe recordar: el Partido Colorado obtuvo las siete
décimas del electorado en 1938, las seis décimas en
1942, cinco en 1946, 50 y 54 - y como única
excepción en el permanente declive - nuevamente en
1966, cuatro en 1958 y 62 y de nuevo en 1971, 82 y
84, tres en 1989, 94 y 99, uno en 2004.
Todavía no se ha visto que haya habido estudios o
reflexiones que explicasen algo tan difícil de
explicar como lo es esta pronunciada, paulatina,
constante y a estas alturas parece que inexorable
caída. Si no se explican las causas de ello, es muy
difícil encontrar los remedios.
La observación de la situación presente permite
detectar un panorama complicado. El Partido Colorado
se ha transformado en una entidad política de
personas atadas a una pertenencia gloriosa en el
pasado, que los une el pasado, la pertenencia a una
vieja divisa, y convoca a jóvenes reciclados en esas
pertenencias. Sociológicamente, el electorado
colorado se siente parte de un mismo bloque que el
electorado nacionalista; y un segmento significativo
de la población tiene un sentido de pertenencia a
los partidos tradicionales como un conjunto, y
oscila entre el Nacional y el Colorado con absoluta
comodidad, como quien oscila dentro del Frente
Amplio entre sus respectivas fracciones. El caso
paradigmático es el de los comicios de 2004-2005 en
Montevideo, donde casi 140 mil electores sufragaron
por el Partido Nacional en las elecciones nacionales
(Larrañaga presidente) y por el Partido Colorado en
las elecciones de gobierno departamental (Bordaberry
intendente). El coloradismo demostró entonces tener
un nivel básico de 183 mil votos a escala de todo
el país; ese es su nivel sólido.
Queda asfixiado por varios elementos: a) el nuevo
bipartidismo Frente Amplio-Partido Nacional que
domina la escena nacional; b) la
hiperpresidencialización en que ha devenido el
sistema político uruguayo; c) la consecuente
minusvaloración del parlamento y el papel secundario
que presenta en la campaña electoral las elecciones
para las cámaras de Senadores y de Representantes;
d) la falta de internalización de la cultura de un
sistema de balotaje y, consecuentemente, el
surgimiento de una opción dicotómica para el
electorado entre las fórmulas presidenciales con más
probabilidades de éxito. Este es el primer desafío
de tipo institucional, en que es socio del Partido
Independiente en la necesidad de revertir esas
visiones, entre otras cosas porque el uruguayo no es
un sistema no solo hiperpresidencial sino siquiera
presidencial puro, porque el instituto del balotaje
cambia las reglas de juego en relación a las
fórmulas dominantes y porque el Parlamento cumple un
rol sustantivo.
Pero el otro problema es cuál es la respuesta que
le da al indeciso (sobretodo al indeciso intrabloque
tradicional) a la pregunta: “... y por qué debo
votar al Partido Colorado y no al Partido Nacional”.
Respuesta no en términos sobre las mayores virtudes
de Bordaberry sobre las menores virtudes de Lacalle
o de Larrañaga, porque con eso no se construye un
camino de largo tiempo. Sino cuál es la visión de
país y de sociedad que presenta el Partido Colorado
que por un lado lo asemeja al Partido Nacional como
componente de un mismo bloque en la bipolaridad
dominante (así lo ve la sociedad) y por otro debe
diferenciarse lo suficiente para justificar ser un
partido distinto, y no una fracción de un mismo
partido. La historia no es algo menor e importa
mucho, pero cuando ello significa expresión de
valores y visión del hombre, la sociedad y el mundo;
no importa en el devenir político cuando la historia
deviene exclusivamente un ritual recordatorio de
glorias pasadas y perimidas. Importa la historia del
Gobierno de la Defensa para quienes creen en los
ideales que el mismo encarnó, la figura de José
Batlle y Ordóñez en quienes se identifican con los
valores de liberalismo político y filosófico que
representó el batllismo, importan los Batlle para
quienes se identifican con el modelo del welfare
state. Entonces, es muy importante saber cuánto de
esa historia refleja el coloradismo de hoy o
reflejará el coloradismo de mañana. Pero además
cuanto incorporará de nuevo y de distinto a su rica
historia.
El desafío sigue siendo el mismo que hace cuatro
años. Estudiar las causas de la caída sigue siendo
la asignatura pendiente desde hace cuatro años de
manera urgente, pero que en realidad está pendiente
desde 1959 primero, luego desde 1972, y más tarde -
si el momento no era el adecuado, porque Uruguay
vivía otras urgencias - y más aún desde las
elecciones generales para autoridades partidarias de
1982. No solo es larga y paulatino el declive, sino
prolongado y reiterada la omisión de buscar las
causas.