Aviso a la población
Oscar A. Bottinelli 

  

Hace 45 años salió a luz un libro de gran impacto en el debate social del Uruguay: “Aviso a la población”, de la escritora Clara Silva. Es una novela basada en la vida del “Mincho” Martincorena (seudónimo producto de la deformación de las crónicas policiales; en realidad le decían “Mishio”, por mishiadura, según relata Guillermo Reiman en “Brecha”), un pistolero acribillado a balazos en 1961, integrante de una banda pesada junto al “Negro” Viñas, que de asaltante devino en tupamaro. El “Mincho” fue catalogado de “Robin Hood”, llevado al canto popular y exaltado como víctima de la sociedad. El discurso de la nueva izquierda radical de los sesenta (la ultra izquierda en el lenguaje de la época, los “ultras” en la terminología comunista) ponía fuerte acento en el papel de los marginados, eliminaba fronteras entre el delito político y el delito común y tendía a presentar a los delincuentes comunes - o a algunos, como el caso del “Mincho” - como luchadores sociales, o como expresiones de lucha contra el sistema, o de rebeldía frente al sistema, o al menos como víctimas de un sistema social intrínseco injusto. Sin duda el caso paradigmático y justificativo del discurso fue el del “Negro” Viñas, porque hizo el tránsito desde la delincuencia común pesada a la guerrilla política.

En el enfoque sobre el segmento marginal de la población (“el lumprenproletariado” en lenguaje marxista, los “lumpen” en la jerga comunista) y sobre la delincuencia común es donde aparece una de las líneas divisorias infranqueables entre la cultura “ultra” - más específicamente la cultura tupamara - y la cultura comunista. El Uruguay de entonces, de los sesenta, vivía muchos problemas de violencia; hubo muertos productos de confusas situaciones callejeras, muertos a consecuencia de la represión policial a manifestaciones populares, muertos por la guerrilla, guerrilleros muertos por la policía, alguna que otra bomba, enfrentamientos violentos en locales de enseñanza, también se amplía la tortura en dependencias policiales (así lo determinó una investigación parlamentaria). Pero no existía inseguridad pública en el concepto que se aplica hoy el término, es decir, temor a los efectos de la delincuencia común, desde el arrebato al homicidio conexo a la rapiña, pasando por el copamiento. No era un país pacífico, pero lo que afectaba la paz estaba delimitado a lo político. En ese contexto y en una visión maniquea, era perfectamente aceptable para un segmento considerable de la sociedad la asimilación del delincuente a la categoría de los explotados o víctimas de la sociedad. Tampoco desde los sectores proclamados como defensores del orden se ponía mucho énfasis en atacar a la ultraizquierda, y en particular a los tupamaros, por esta defensa o simpatía con los delincuentes comunes; la condena política surgía más fuerte que la otra. La acusación de subversivo o de comunista sonaba para este segmento más contundente que la de simpatizante de los delincuentes comunes.

La relectura de “Aviso a la población” o de las crónicas de la época, hace ver con claridad la formidable distancia que en este tema hay entre el Uruguay de los sesenta y el Uruguay del siglo XXI. Pero si además de “Aviso a la población” se lee el folleto “Un gobierno honrado, un país de primera” lanzado hace un par de semanas por el Frente Amplio, si además se escucha en particular el discurso de José Mujica sobre seguridad pública, se observa con absoluta claridad la enorme distancia entre un país y otro, y la enorme distancia entre la percepción de la izquierda combativa de los sesenta y la izquierda gobernante de medio siglo después. Así como en 2004 el Frente Amplio sintió la necesidad de exhibir su futuro ministro de Economía en el arranque de la campaña electoral, ahora sintió la necesidad de exhibir su futuro ministro del Interior.

Ello no quiere decir que haya cambiado la percepción de la izquierda sobre la delincuencia como fenómeno social y del delincuente como víctima de la sociedad, lo que ha cambiado es la percepción sobre las urgencias y las prioridades. Pero también la visión de que no toda delincuencia es igual, ni justificable ni explicable por la injusticia de la sociedad, porque hay delincuencia - como el tráfico de pasta base - que está más allá de toda interpretación benigna.

También ha cambiado buena parte de la percepción del otro lado, al ver que no es solamente con penas y con cárceles que se soluciona el problema. Buena paradoja es la discusión entre un José Mujica que proclama la necesidad de equiparar la venta de pasta base al homicidio y la réplica de Luis Alberto Lacalle en que las cosas no se solucionan con mayores penas. Cualquier observador extranjero recién llegado no logra distinguir en este intercambio cuál es el candidato del centro a la derecha y cuál es el candidato del centro a la izquierda. Porque en definitiva es el intercambio entre dos posibles presidentes de la República, preocupados por el mismo tema y convencidos de la necesidad de encararlo con firmeza.

La seguridad pública se ha transformado en la primer demanda de la población (por lejos, mucho más que la demanda de empleo o mejores ingresos, muchísimo más que la demanda de vivienda, mejor educación o mejor atención de la salud). Se ha transformado también en el punto más débil del oficialismo en esta campaña electoral, más debilitado aún por la tensión entre quienes ponen el acento en la necesidad de plantarse firme y presentarse en una postura dura ante la población - en una aceptación tácita de lo poco exitoso de la gestión en este periodo - y quienes reclaman que ante todo se exhiba la defensa de lo actuado en el quinquenio. El punto más fuerte del oficialismo y más débil de la oposición, que el oficialismo no ha sabido explotar, es que la inseguridad pública es la acumulación del fracaso acumulado de todos y cada uno de los gobiernos de este cuarto de siglo, de colorados, blancos y frenteamplistas. La distancia de los sesenta hasta ahora marca también que si hay un punto en que se impone una política de Estado, y es también fácil acordar una política de Estado, es en seguridad pública. En verdad las diferencias están en la discusión de las culpas y en verdaderos detalles de las propuestas, no en su objetivo.

 

ERRATA. El domingo pasado, en el artículo “El desafío existencial del coloradismo”, se produjo cierto trastrocamiento en la enunciación de años electorales. El párrafo correcto es: “(...) el Partido Colorado obtuvo las siete décimas del electorado en 1938, las seis décimas en 1942, cinco en 1946, 50 y 54 - y como única excepción en el permanente declive - nuevamente en 1966, cuatro en 1958 y 62 y de nuevo en 1971, 82 y 84, tres en 1989, 94 y 99, uno en 2004”.

 

Publicado en diario El Observador
agosto 30  - 2009