
Las elecciones pueden verse como un espectáculo en
que todos los competidores comienzan con el mismo
puntaje y, de acuerdo con lo que hagan en el correr
del show, acumulan puntos a favor y en contra. O
puede tenerse una visión más de fondo, en donde se
considera que las elecciones son etapas en largos
procesos históricos y lo significativo es ver la
evolución en el largo plazo. Las campañas
electorales impactan a partir de las definiciones
estructurales y no rompen las mismas; sus efectos se
producen en la franja del electorado que carece de
definiciones estructurales y, por tanto, más volátil
en su decisión y sujetos a mayor incidencia de los
elementos coyunturales.
La historia moderna del Uruguay marca dos grandes
etapas: la del bipartidismo tradicional y la de la
larga y persistente caída de los partidos
tradicionales. La primera etapa se corresponde - en
grandes rasgos - con la etapa protopartidaria y de
protoestado del siglo XIX, con una sociedad
conformada a partir de la adhesión a dos grandes
divisas, la blanca y la colorada. Parece más exacto
decir que la sociedad se estructura en dos grandes
bandos que decir que se divide en ellos, máxime - si
se acepta la tesis de muchos historiadores y
politólogos - que primero se produjo la
identificación con lo blanco y lo colorado y luego
se construyó la identidad nacional. Un elemento
central en ese largo periodo premoderno y moderno
fue la reproducción intrafamiliar de las
pertenencias políticas y, por tanto, del voto. Si se
descartan pequeñas oscilaciones y se mide en deciles
(en décimas de la ciudadanía), blancos y colorados
como conjunto representaron más de las nueve décimas
desde que las elecciones son medibles de manera
confiable (elecciones legítimas y legitimadas,
trasparentes, con voto secreto, padrón cierto) hasta
el fin de los años treinta (1916-1938). Y a partir
de allí son las nueve décimas entre 1942 y 1966, con
una sola variación significativa al final de la II
Guerra Mundial (1946) cuando se situaron en un
redondeo de 8 décimas y media.
En el interludio electoral 1966-1971 se genera el
cambio, se pasa de la larga estabilidad a la línea
de constante declive, o también puede leerse a la
inversa como el comienzo del largo e ininterrumpido
ascenso de la izquierda, basado esencialmente en el
Frente Amplio y complementado por un cuarto espacio.
Este último es en esencia un espacio consolidado en
tanto tal (ya van cuatro para cinco elecciones con
un lema de estas características) pero no
consolidado en su arquitectura (todavía no se ha
llegado a tres elecciones consecutivas con la misma
presentación electoral). En el medio siglo que va de
1966 a 2004, los partidos tradicionales como
conjunto perdieron la mitad de sus adhesiones y
pasaron de esas 9 décimas a 4 décimas y medio.
En todo proceso se correlaciona la caída de uno y el
crecimiento del otro, por lo que siempre importa en
el análisis el por qué uno pierde adhesiones y el
por qué el otro las capta. Pero cuando se parte de
una muy larga estabilidad, un panorama consolidado
de medio siglo en lo electoral y de siglo y medio en
la identificación política, lo importante es
analizar primero por qué se rompe esta estabilidad y
se da un nuevo fenómeno. Que además no es
coyuntural, no obedece a un hecho puntual y
reversible, sino que 1966-1971 marca el comienzo de
un proceso que hasta ahora no se ha interrumpido en
medio siglo. Las elecciones de 2009 pueden marcar el
detenimiento de la caída, la reversión del fenómeno
o la continuidad del proceso (y para saber eso basta
esperar tan solo 35 días).
Decir que los partidos tradicionales perdieron
sintonía con la mitad de sus seguidores no explica
nada, sino que describe el fenómeno. La pérdida de
sintonía se da o con los propios electores (que
dejan de votarlos) o con sus hijos, porque se rompe
la reproducción intrafamiliar de las adhesiones
partidarias y consecuentemente del voto. Lo que no
se conocen reflexiones profundas ni de ambos
partidos en conjunto ni de ninguno por separado,
sobre qué es lo que ha motivado el fenómeno. Un
hecho claro e inequívoco es el que el coloradismo
registra una larga y casi ininterrumpida caída desde
1938, pero presenta una caída más fuerte y esa sí
ininterrumpida desde 1966. El nacionalismo, en
cambio, registra un comportamiento electoral que se
presta al autoengaño: en forma sistemática cae y
sube, aunque vuelve a caer y vuelve a subir. Cada
vez que sube se interpreta la caída como un hecho
circunstancial y se valora la recuperación. Pero no
se observa un dato fundamental: cada vez que
revierte el fenómeno su techo es inferior al
anterior, al previo a la caída. Tendencialmente el
nacionalismo está en caída. Si se toman los datos de
una década móvil (la semisuma de dos elecciones) se
observa que se construye una línea persistentemente
descendente, aunque de menor intensidad que la del
coloradismo.
Para explicar el devenir electoral conviene observar
las líneas de larga duración, los procesos
históricos, buscar explicaciones a los mismos, y no
sobrevalorar los hechos puntuales de las campañas
electorales, que son mucho más accesorios de lo que
en plena campaña electoral parecen. De todos los
elementos accesorios, sean de este mes, del mes
pasado o del otro.