
En Uruguay se discute
esporádicamente y mal en relación con el Servicio
Exterior, existe la impresión de que hay un
despilfarro (imagen que ha trasmitido algún ex
presidente de la República) y que sirve de poco o
nada. Más aún, no hay una discusión seria sobre con
cuántos y cuáles países Uruguay debe tener
representaciones diplomáticas, en dónde tener
consulados y cómo hacer con los consulados
honorarios. Va de suyo que hay otra discusión sobre
el nivel de profesionalidad que debe tener el
Servicio Exterior, vale decir, el escalafón del
Ministerio de Relaciones Exteriores en que revistan
los de profesión diplomático.
Ocurre que antes de discutir lo
anterior es necesario primero tener un diagnóstico
claro (información clara), cosa que en general no lo
tiene la abrumadora mayoría de los políticos,
periodistas, empresarios y demás miembros de las
elites: saber si efectivamente hay despilfarro o a
la inversa hay escasez, cuál es el tamaño del
presupuesto de Relaciones Exteriores, cuál es el
nivel de profesionalidad del Servicio (cuál nivel
hay y cuál hubo de ingresos, ascensos y destinos
discrecionales), dónde están y de qué tamaño son las
diferentes misiones, qué imágenes del país
trasmiten. Este es todo un gran tema, que merece un
análisis en sí mismo. Otro gran tema, de previo y
especial pronunciamiento, es cuáles son los
objetivos que el país se traza en materia de
política exterior, cuál es la estrategia, cuáles son
los caminos y, como producto de todo ello, cuál es
la dimensión que debe tener el Servicio Exterior:
dónde tener embajadas y consulados, de qué tamaño y
fundamentalmente para hacer qué.
En un análisis lego y
simplificado como éste, con manejo elemental de
definiciones y categorías, cabe verificar la
existencia de tres grandes concepciones sobre el
sentido del Servicio exterior o de la función real y
principal de las embajadas, que se pueden denominar
de servicio, comerciales y político-estratégicas;
funciones no necesariamente contradictorias, más
bien todas ellas complementarias, pero donde lo
fundamental a los efectos analíticos es cuál de
estas funciones es la principal, cuál adquiere el
protagonismo de la misión.
La primera función, la que se
puede denominar “de Servicios” es la que dicho en
lenguaje computacional ocurre “by default” (por
defecto), es decir, a falta de otra definición o de
otra prioridad, o sencillamente marcada por las
urgencias y la necesidad de atender lo inmediato. ¿A
qué se refiere lo “de Servicios”? Se puede
simplificar en varios aspectos: atender todo el
tramiterío requerido en las relaciones entre
estados, desarrollar las relaciones públicas (que
muchas veces el imaginario lego exagera y cree que
la única función de los diplomáticos es andar de
cóctel en cóctel y alimentarse a saladitos), atender
a las personalidades uruguayas que visitan el país
sede de la misión (lo que lleva a la queja de muchos
diplomáticos de ser tomados como chóferes y guías
turísticos). Estas funciones sin duda deben
cumplirse siempre; el problema radica es si es lo
único que se hace (porque no se sabe hacer otra
cosa, porque l Cancillería no fija otros objetivos o
porque la falta de personal y recursos impide hacer
otras cosas), es lo principal o es lo rutinario
accesorio.
En el último decenio ha revivido
la tesis de que la función principal del Servicio
Exterior es ser un gran mostrador de venta de
productos y de captación de inversiones. Esta tesis,
particularmente en el comentario entre empresarios
(en conversaciones informales, no hay documentos ni
pronunciamientos corporativos), se ha llevado al
extremo de sostener que los diplomáticos deberían
ganar de acuerdo a lo que vendan, es decir, tener la
retribución normal de cualquier vendedor; quizás
también llevar un porcentaje de las inversiones que
capten. De donde va de suyo la necesidad de cerrar
las misiones ante el sistema de Naciones Unidas
(Nueva York, Ginebra, la parte correspondiente de
Viena y Roma), Unión Europea y sin duda ante la
Santa Sede. La simpleza con que muchas veces se
analiza la función comercial, entendida como
mostrador de ventas, hace perder de vista algo
sustancial: no hay empresa que se precie que se le
ocurra salir a vender sin tener una marca
reconocida, hacer el marketing adecuado y tener un
posicionamiento básico. En otras palabras, si lo
comercial se entiende como venta, no hay función
comercial del Servicio Exterior si no hay marca
país, posicionamiento del país e imagen del país. De
ello surge un elemento sustancial: el marketing en
la relación entre los países pasa por, se
interrelaciona con, la política y la diplomacia. Es
muy difícil en el largo tiempo sostener buenas
corrientes vendedoras si no hay firmes relaciones
políticas y diplomáticas entre los países. No hay
captación de inversiones si no hay una buena marca
país. Y la marca país es producto de lo que hace el
país en lo interior (seguridad jurídica, estabilidad
política, social y económica, seriedad,
previsibilidad) pero también otras dos cosas: que se
conozca lo que hace o es en el interior (no es lo
mismo lograr serlo que lograr que se sepa lo que uno
es) y además tener las bases políticas (o político
diplomáticas) sólidas que sirvan de basamento al
comercio.
Y aquí viene un elemento central.
Las relaciones internacionales propiamente políticas
no son accesorias ni son el adorno de la torta,
porque los países juegan intereses estratégicos en
el largo plazo. Esos intereses suponen además la
búsqueda de conformación no sólo de bloques, sino de
alianzas y de redes. En unos casos esas proximidades
tienen que ver con la contigüidad o cercanía
geográfica, en otros casos con la proximidad socio
cultural o las raíces culturales, en otros con la
existencia de objetivos estratégicos comunes por un
largo tiempo histórico. Esas alianzas y redes se
tejen más allá de lo económico y de lo comercial,
tienen que ver con la empatía entre estados, países
y sociedades, o tienen que ver con las conveniencias
estratégicas mutuas, y es una función trascendental
de la diplomacia, es la tercera función del Servicio
Exterior (de las enumeradas en este análisis) que en
muchos casos y generalmente en relación a los países
más importantes para Uruguay, pasa a ser la misión
prioritaria, aunque normalmente se olvide. Además,
un país pequeño y lejano es el que más necesita
tener amigos poderosos, que no sean competitivos con
uno mismo, amigos en los que se pueda confiar, en
los que se puede recostar y a los que se pueda pedir
que intercedan cuando fuere necesario. Hay que tener
presente que las relaciones internacionales no
empiezan ni terminan necesariamente en contratos de
compraventa, y que por tanto es necesario atender
con mucho detenimiento el posicionamiento
internacional del país y fijar con mucha claridad
objetivos y estrategias.