
El sistema político y la sociedad uruguaya quedaron
conformada por dos grandes bloques desde la
formalización de un Estado independiente hasta la
culminación del sétimo decenio del siglo XX, es
decir, por aproximadamente 140 años. Cuando se
institucionaliza el Estado de Montevideo como sujeto
del derecho de gentes en diciembre de 1828 ya se
reconocen dos bandos nítidos, que cristalizan en el
Partido Blanco y el Partido Colorado al promediar
1836. Primero fueron protopartidos, más bien bandos
destinados a dirimir sus diferencias por medio de la
fuerza, luego partidos políticos en pos de programas
e ideas, finalmente partidos modernos adaptados a la
contienda en la arena cívica, El ser blanco o el ser
colorado pasó a ser algo más que una definición
política, para constituir una pertenencia social en
el sentido más omnicomprensivo. La pertenencia tenía
un sentido más clánico que de adhesión política, más
de pertenencia a un clan que a una institución
cívica. Esta pertenencia atravesaba todos los
órdenes de la vida, desde la vestimenta (una mujer
blanca jamás podía usar una prenda colorada y una
mujer colorada jamás usaría un vestido azul; un
hombre blanco no osaba utilizar corbata colorada, un
hombre colorada evitaba la corbata azul) hasta la
creencia familiar. Las familias eran blancas o
coloradas, en este país se nacía blanco o se nacía
colorado, salvo excepciones muy minoritarias, como
que tan cerca en los años sesenta del siglo pasado
era tan solo el 10% de la sociedad. Aunque no hay
estudios profundos, puede inferirse de los datos
históricos que el matrimonio entre vástagos de una
familia blanca y de una familia colorada adquirían
las características de un matrimonio mixto, como si
fuere entre religiones o etnias diferentes. Y la
literatura oral y también la escrita registran
muchos casos, quizás dominantes, especialmente en el
siglo XIX y primera mitad del XX, en que una mujer
que contrajese matrimonio con un hombre del clan
rival, tal cual ocurría en la Roma Imperial con el
cambio de gens, pasaba a cambiar de clan: si era
blanca, devenía en colorada; si era colorada,
devenía en blanca. Hay un dicho -que se empleó hasta
fines del siglo XX- de que en Uruguay la pertenencia
política se podía escribir en la cédula de
identidad, como uno de los elementos invariables de
la personalidad.
A
lo largo del casi siglo y medio de vigencia de este
bibloquismo, raros fueron los casos de figuras
políticas o intelectuales que cambiasen de clan. Los
casos más notorios se dieron entre el crepúsculo del
siglo XIX y el amanecer del siglo XX, de dos
familias relevantes: los Ramírez, colorados, que
previo pasaje por el Partido Constitucional
aterrizaron en el Partido Nacional, y los Muniz
blancos, que terminaron en el Partido Colorado
(quizás haya que hablar de algunos Ramírez y algunos
Muniz). También el cambio de bando de lo colorado a
lo blanco del célebre Martín C. Martínez, que fuera
ministro de Batlle y senador por el Partido Nacional
Independiente. En cambio, fue más aceptado, menos
traumatizante, que personas nacidas en una familia
tradicional (generalmente colorados) abandonasen el
clan matriz para fundar o adherir a terceros
partidos, como los colorados católicos que inician
la Unión Cívica del Uruguay o los marxistas de
origen colorado que fundan el Partido Socialista del
Uruguay; también se da el caso de alguna
personalidad colorada que abandona la familia
histórica para adherir al Partido Comunista. Todo
ello, en el primer tercio del siglo pasado.
Un caso especial lo constituyó el de los colorados
ruralistas que votaron bajo el lema Partido
Nacional, tras el acuerdo entre Luis Alberto de
Herrera y Benito Nardone, alias “Chicotazo”, líder
de la Liga Federal de Acción Ruralista (un grupo de
origen gremial que devino en político). En el
ruralismo había figuras de notorio origen blanco
(como Zabalza o Harrison) y otras de origen colorado
(el propio Nardone, Juan María Bordaberry). Muerto
Nardone, terminado el ciclo político del ruralismo,
unos como Bordaberry se retiran del lema Partido
Nacional (partido al que no habían adherido sino con
el que se habían coaligado) y vuelven al Partido
Colorado. Otros, en cambio, completan el pasaje y
continúan en el nacionalismo, como Planchón en
Colonia o Rapetti Cabrera en San José.
El surgimiento primero y el luego crecimiento
sostenido del Frente Amplio comienza a erosionar
este bibloquismo tradicional. Pero es recién a
partir de la consolidación primero del tripartidismo
y luego de un nuevo bibloquismo (lo tradicional de
un lado, la izquierda del otro) en que comienzan a
debilitarse las fronteras entre el clan blanco y el
clan colorado, donde primero la sociedad comienza a
mirar a ambos como un solo bloque a la hora de
decidir el voto y desplazarse entre uno y otro lema
tradicional, y luego – fenómeno más reciente – a
migrar dirigentes desde un partido tradicional hacia
el otro.
La reforma constitucional de 1996 fue un gran
acelerador en este sentido, a través de dos
instrumentos. Uno fue la introducción del balotaje,
que supuso la creación en Uruguay de un tipo de
elección en que por primera vez en la historia uno
de los partidos tradicionales iba necesariamente a
estar fuera de la contienda, y podía obligar a
dirigentes de un partido tradicional a apoyar al
otro partido. El estreno se dio cuando el Partido
Nacional como tal y Lacalle como líder y presidente
hicieron en 1999 campaña en favor de la fórmula
colorada y de la candidatura de un Batlle en
particular. El otro instrumento lo fueron las
elecciones departamentales separadas con régimen de
decisión por mayoría relativa, que supuso que en
muchos departamentos figuras coloradas apoyasen
públicamente a candidatos blancos (como Zunino en
San José, a favor de Chiruchi) o figuras blancas
apoyasen a candidatos colorados (como medio Partido
Nacional en Canelones, a favor de Hackembruch y en
menor medida de Chiesa). A ello debe agregarse la
otra visión, la del electorado, cuando se comprueba
un formidable traspaso de votos, de octubre a mayo,
tanto en 2000 como en 2005 y probablemente también
en 2010, del voto a un partido al voto al otro.
Figuras que ocuparon cargos importantes por el
Partido Colorado el año pasado dieron su apoyo
público al Partido Nacional o a una candidatura
blanca (como Federico Bouza, Ruben Díaz o Julio
Aguiar). Y otras figuras coloradas notorias (como el
ex ministro y candidato presidencial único colorado
Guillermo Stirling) que se ha pronunciado a favor de
un candidato blanco para la Intendencia de su
departamento. En vía contraria, no como dirigente
político sino como estirpe política, un hijo de
Wilson Ferreira Aldunate, Gonzalo Ferreira Sienra,
ha otorgado su apoyo a una candidatura colorada para
la Intendencia de otro departamento.
Lo uno y lo otro son síntomas de la dilución de las
fronteras tradicionales, constituidas antaño como
muros de piedra. Queda por ver la receptividad y
rechazo a este fenómeno en las dirigencias de ambos
partidos.