
El mantenimiento o derribo de
los m uros de piedra que conformaron la gran
división clánica entre blancos y colorados, y el
probable surgimiento de otra pertenencia clánica con
su respectivo muro de piedra, la frenteamplista,
amerita la necesidad de cuantificar el fenómeno.
Una forma de analizarlo es tomar
el voto obtenido por cada partido en las pasadas
elecciones nacionales, la autodeclaración de a qué
partido votaron los uruguayos en dichos comicios y
la simultánea autodeclaración de pertenencia
política (estos últimos datos resultantes de la
Encuesta Nacional Factum de abril de 2010)
De allí surge la siguiente tabla
en votos sobre el total del electorado en cada
celda:
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VOTO EN ELECCIONES
NACIONALES 2009 |
|
PERTENENCIA |
TOTAL |
FA |
PN |
PC |
OTROS* |
|
Frenteamplista |
39 |
37 |
0 |
1 |
1 |
|
Blanco/nacionalista |
24 |
1 |
21 |
2 |
0 |
|
Colorado/batllista |
11 |
1 |
2 |
8 |
0 |
|
Ninguna** |
26 |
9 |
6 |
6 |
5 |
|
TOTAL |
100 |
48 |
29 |
17 |
6 |
* Partido Independiente, Asamblea Popular, en
blanco, anulado
** No se consideran pertenencias, por carecer de
antigüedad para configurarlas, la adhesión al
Partido Independiente o a Asamblea Popular.
Como se observa con claridad, de
los votantes del Frente Amplio (48%), 37 se definen
a sí mismos como frenteamplistas, 1 se declara
blanco, 1 se declara colorado y 9 carece de
pertenencia. De los votantes del Partido Nacional
(29%), 21 se consideran blancos, 2 colorados y 6
carecen de pertenencia. A su vez, de los votantes
del Partido Colorado (17%), 8 se declaran colorados,
2 blancos, 1 frenteamplista y 6 sin pertenencia.
Dicho de otra manera, 11 de 48
votantes del Frente Amplio no son frenteamplistas, 5
de 29 votantes del Partido Nacional no son blancos,
9 de 17 votantes del Partido Colorado no son
colorados. Por otro lado se observa que el 8% del
electorado uruguayo vota a un partido diferente al
de su pertenencia y que el 26% de los uruguayos
carece de pertenencia; en total, hay un 34% de los
votantes cuyo voto no se relaciona con identidades
partidarias. Como contario, el 66% de los electores
vota al partido de su pertenencia, lo cual es
considerablemente alto en el mundo.
Cabe observar por otro lado, si
se toma a los partidos tradicionales como un
conjunto, que la pertenencia blanca más la colorada,
sumadas, son el 35% del país, de los cuales votan a
un partido histórico el 33%, pero a su propio
partido el 29. Los votantes de ambos partidos son el
46%. Entonces, más de un tercio de los votantes de
los partidos tradicionales no votan de acuerdo a su
pertenencia política o carecen de pertenencia. Dicho
de otra manera: el Frente Amplio tiene algo menos de
la cuarta parte del electorado sin identificarse con
él mismo y los partidos históricos cuentan con que
más de la tercera parte de sus votantes no
pertenecen al partido que votan (fenómeno más
acentuado en el Partido Colorado y menos en el
Partido Nacional). Cabe resaltar que por alta que
sean las pertenencias, es un hecho importante en la
búsqueda del voto, y en la traslación del voto, el
que uno de cada tres electores sea de libre
disponibilidad, al menos en cuanto a pertenencia
partidaria y a que esa pertenencia le condicione el
sufragio. Pero más fuerte aún es que cuatro de cada
diez votantes de los partidos tradicionales sean de
libre disponibilidad.
Este fenómeno, que acentúa la
volatilidad del voto, particularmente entre los dos
partidos históricos, es al que este autor denomina
el derribo de los muros de piedra. Fenómeno
importante si se observa que medio siglo atrás la
volatilidad interpartidaria promediada el 7% del
electorado de ambas colectividades tradicionales en
su conjunto, con una firme adhesión de más del 83%
del electorado nacional.
Los datos mencionados son los que
explican, desde el ángulo cuantitativo (se requieren
otras explicaciones cualitativas) las apelaciones al
voto cruzado. Hacia la primera de las tres rondas
electorales de 2009 (las mal llamadas “elecciones
internas”, de junio), hubo un explícito llamado de
Lacalle a la captación del voto colorado (más al
principio que al final) y tempranamente a la
búsqueda de incorporación de dirigentes colorados
(este último fenómeno es más bien de 2008 y se
silencia en 2009). Luego hubo señales implícitas de
Vamos Uruguay (la corriente colorada liderada por
Pedro Bordaberry), y alguna explícita, de búsqueda
del voto blanco o más exactamente de búsqueda de
gente que había votado al Partido Nacional. El
candidato vicepresidencial Hugo de León precisó más
que no apelaba al voto extrapartidario (en cuanto a
cruce de pertenencias) sino a lo que llamó el
retorno de los colorados a su partido. En aquél
entonces, ciclo electoral 2009, hubo fuertes
rechazos a esa apelación cruzada desde dos
importantes corrientes tradicionales: Alianza
Nacional en el Partido Nacional (sector liderado por
Larrañaga) y en Propuesta Batllista (federación de
los dos viejos sectores hegemónicos del Partido
Colorado, la Lista 15y el Foro Batllista). Ese
rechazo adquirió inclusive tonos duros.
Sin embargo, en estas elecciones
de gobiernos departamentales aparecen explícitas
búsqueda de voto extrapartidario, sin duda la más
notoria la de Alianza Nacional en las elecciones de
Montevideo, a contrapelo de lo sostenido en 2009.
Pero por otro lado la apelación de Vamos Uruguay al
voto blanco en Salto. A ello hay que sumar que
muchas elecciones de gobiernos departamentales no
son competitivas en el plano interpartidario, sino
que devienen en elecciones internas del partido
hegemónico (caso el Partido Nacional en Colonia, San
José, Durazno o Tacuarembó; o a esta altura
parecería que va por el mismo camino el Frente
Amplio en Maldonado). En estos casos el que se
dirima la Intendencia dentro de un solo partido,
entre candidatos generalmente muy potentes, lleva
inexorablemente al cruce de fronteras y a la
apelación extrapartidaria (como la persistente
adhesión del colorado Zunino al nacionalista
Chiruchi en San José, que ocurre por tercera
elección consecutiva). Pero quizás aquí el derribo
de las fronteras, aunque esté relacionado con el
fenómeno nacional y no pudiera ocurrir sin el mismo,
se acentúa por elementos propios de la arquitectura
de la competencia departamental.