El
largo ciclo electoral es sin duda el elemento más
desgastante que ha producido la reforma electoral de
1996. Antes es necesario tomar como premisa que un
ciclo electoral puede ser largo –como sinónimo de
desgastante- o puede ser aceptable, no solo desde el
punto de vista cronológico sino también en el cruce
con otras variables, esencialmente con el nivel de
afecto o desafecto con el elenco político y con el
nivel de compromiso con la etapa histórica que se
viva en la sociedad.
En Uruguay podemos marcar cuatro
etapas:
-
de alta frecuencia, de tres
elecciones cada cuatro años, durante la vigencia
de la Constitución de 1918 (es decir, entre 1919
y 1933)
-
de baja frecuencia, un único
acto electoral cada cuatro años (desde 1934 a
1966), con un único acto
plebiscitario-referendario en todo ese periodo
(en 1951)
-
de mayor baja frecuencia
eleccionaria combinado con una mayor frecuencia
de actos electorales globalmente considerados
(1967-72 y 1980-1996); en este tiempo la
frecuencia de elecciones fue de una cada cinco
años, pero con la aparición intermedia de actos
referendario-plebiscitarios (cinco: 1980,1989,
1992, 1994 y 1996), más una elección general de
partidos políticos (en su forma, sustitutiva de
elecciones nacionales, 1982) y varios actos
unilaterales de adhesión a referendos.
-
de muy alta frecuencia
eleccionaria concentrada en un breve lapso, más
actos plebiscitario-referendarios; la alta
frecuencia viene determinada por la existencia
de cuatro elecciones consecutivas e
interrelacionadas en un lapso de diez meses y
medio.
¿Cuál es la experiencia
comparada? Para ello conviene mirar países
comparables, que a juicio de este analista son los
que reúnan estas condiciones: igual nivel de cultura
política, poliarquía plena, elecciones íntegramente
competitivas, aceptación societal de largo tiempo de
las elecciones como el medio fundamental para
resolver el disenso político y además aceptación
plena de sus resultados, sólido sistema de partidos,
alta madurez del electorado. Con esta lista de
requisitos, son pocos los países efectivamente
comparables, no más de una docena. Conviene observar
tres casos:
1.
Chile. Cada cuatro años se producen tres
actos electorales: uno presidencial y parlamentario,
seguido eventualmente al mes de otro presidencial
(balotaje9 y a los tres años elecciones municipales.
Visto de otra manera, las elecciones municipales son
separadas y anticipan en un año a las
parlamentario-presidenciales.
2.
España. En un mismo sitio (con algunas
excepciones) hay tres elecciones en cuatro años:
generales (2008), europeas (2009) y autonómicas y
municipales simultáneas (2011). Es decir, cada
cuatrienio hay elecciones en tres y no hay en uno.
3.
Italia. En un mismo sitio (también con
algunas excepciones) hay cuatro elecciones en cinco
años. Ejemplo: provinciales y municipales
simultáneas (2007)[i],
políticas (2008), europeas (2009) y regionales
(2010). Es decir, en cada quinquenio hay elecciones
en cuatro años y no hay en uno.
Ahora bien, este sistema de
elecciones todos los años con un año de descanso
cada cuatro o cinco, que existe en España e Italia,
y fue el régimen uruguayo de la Constitución de
1918, opera con normalidad y sin traumas en momentos
en que ocurre de parte de la gente una alta
valoración de los partidos y de los elencos
políticos, una gran confianza y credibilidad en la
política, y generalmente un tiempo de construcción y
crecimiento nacional. Por eso fue exitoso en Uruguay
el timing en una etapa de construcción del Estado
moderno y de una sociedad moderna y dinámica, al fin
de la primera gran ola migratoria. Lo fue exitoso en
Italia en la reconstrucción del país y la
construcción de la democracia tras el fascismo y la
guerra mundial. Y lo fue exitoso en España tras la
apertura política, el fin del franquismo y la
construcción de la democracia. Pero en todos los
casos se observa un agotamiento de la confianza en
la política, en los partidos y en los elencos
políticos., De ahí el agotamiento, de ahí el
nacimiento de debates en busca de la concentración
de las elecciones en un solo día, la constitución
del “election day”.
Pero además hay una diferencia
fuerte en tener tres o cuatro elecciones
independientes, con periodicidad de un año, que un
largo ciclo electoral de algo más de diez meses,
donde las cuatro elecciones están interrelacionadas.
La primera de todas, que debiera tener el nombre de
Elecciones Primeras o Preliminares (mal llamadas
internas y quizás más correctamente, pero no del
todo, “Primarias”) es donde los actores políticos
individuales se juegan toda su suerte: quedan bien o
mal parados para la Presidencia, para el Parlamento
o para los gobiernos departamentales; algunos quizás
les queda la chance de algún repechaje. Las tres
elecciones subsiguientes son resultado y
consecuencia de estas Elecciones Primeras. La
campaña electoral hacia éstas es muy prolongada. SI
se considera que formalmente empiezan cuando Vázquez
modifica su gabinete para liberar candidatos
presidenciales, o cuando Lacalle entra formalmente
al ruedo, se inician al culminar enero de 2008, 17
meses antes de la votación. En esta campaña miles de
competidores a todos los niveles gastan esfuerzo y
dinero, y gastan esfuerzo en recaudar dinero, y
agotan las arcas y las paciencias de los
contribuyentes a las campañas, y bombardean a toda
la opinión pública. Pero no solo es intensa,
agotadora para los actores políticos y agobiante
para los electores, sino que además es de una
extrema dureza, donde el enemigo no está afuera sino
adentro, y por consiguiente se ventilan todos los
secretos de alcoba, sin la menor discreción, y se
exhibe lo más bajo no solo de la política sino del
ser humano. Al menos, en los términos en que los
pacatos uruguayos conciben el recato.
Una sociedad así saturada es
luego sometida a las reales elecciones, de donde
resulta la composición del Senado, la Cámara de
Diputados y eventualmente la Presidencia de la
República. Y con una frecuencia de dos en tres,
tampoco se agota aquí la etapa, sino que hay un
alargue de cuatro a cinco semanas, para definir
finalmente quién será el presidente y quién el
vicepresidente de la República. Tras un pequeño
interludio, mientras por un lado las luces enfocan
al gran escenario nacional, donde se estrena
gobierno, elencos de gobierno, nuevos planes de
continuidad o de cambio, consensos y disensos
varios, mientras todo ello ocurre en la macro
política, la meso y la micro política vuelven a la
arena a encarar la cuarta y última elección del
ciclo, para elegir 19 intendentes municipales, 589
miembros de juntas departamentales, 89 alcaldes y
otros 356 concejales municipales. Cuando se llega a
esta fecha, se llega al límite de la paciencia de la
gente, de una gente que vive un momento de alto
interés en la política, de mediana confianza en los
partidos, de baja confianza en los actores
políticos. Es este el fenómeno que hay que atender.
Y lo deseable que se hiciera, como se hizo en los
años veinte, con trazado de una perspectiva
histórica, y no a la luz de los activos y pasivos
que cada partido registra en la hora presente y con
la vista puesta solo en las elecciones de 2014. El
acortamiento del calendario electoral parece ser una
necesidad impostergable, y solo es realizable si se
hace con altitud de miras (Tercero de una serie de
análisis sobre la reforma política)
[i]
El ejemplo es el
de la Provincia y del Comune de cómo,
Lombardía. La fecha varía según la provincia
y el comune que se tome de ejemplo.