
La política es por definición la lucha por el poder.
Esta lucha puede ser más civilizada o salvaje según
la cultura de la sociedad sobre la cual opere, puede
ser también una lucha de grupos que compiten por el
poder con fines primordialmente personales o por
grupos que compiten en función de los intereses y
finalidades de segmentos determinados de la
sociedad. Por eso, en esa lucha por el poder, una
elección o un ciclo electoral es una etapa de una
contienda infinita; es el final de un tiempo y el
comienzo de otro. Por eso es paralelo el proceso de
instalación de un gobierno con el correlativo
proceso de definición de las estrategias hacia la
siguiente competición, que en este caso es el ciclo
electoral 2014.
Las estrategias que se tracen con cuatro años de
anticipación muchas veces resultan prematuras, como
que la arquitectura final de la competencia puede no
coincidir con la previsualización inicial. En
diciembre de 1994 los uruguayos esperaban para la
siguiente elección una competición centrada entre
Tabaré Vázquez, Volonté y un delfín de Sanguinetti;
la competencia resultó ser entre Vázquez, Lacalle y
Batlle. En diciembre de 1999 lo esperado para 2004
era una competencia Vázquez-Sanguinetti-Lacalle;
resultó una disputa binaria Vázquez-Larrañaga, con
un Partido Colorado fuera de probabilidades
efectivas. En diciembre de 2004 lo esperado para la
elección siguiente era la dualidad Astori-Larrañaga,
y vino a ser Mujica-Lacalle. Por tanto, lo que
comience a delinearse hoy no asegura que sea lo que
llegue a las urnas el 26 de octubre de 2014.
Un dato relevante es que esta va a ser la segunda
vez de la época posdictadura, en que el partido de
gobierno llega a la elección con la sombra del
presidente anterior en condiciones de competir. La
vez anterior fue en 2004, cuando el dos veces primer
mandatario Julio Ma. Sanguinetti declinó la
posibilidad. Diez años después, Tabaré Vázquez
tendrá ante sí la obligación de decidir qué hace.
Seguramente lo hará en función del contexto, de la
gestión de gobierno, de cuánto crezca o se desgaste
el actual presidente, cuánto crezca o se debilite en
la sombra su propia figura. Cómo va a jugar todo
este periodo el anterior presidente es un tema en sí
mismo.
Lo realmente significativo – más allá de lo que
efectivamente haga el anterior mandatario - es que
la oposición parte del supuesto de que Vázquez va a
ser el candidato del oficialismo, y por tanto, su
seguro competidor. Pero está esa coincidencia y
aparecen las divergencias: parte de la oposición
cree que es inexorable el retorno del oncólogo a la
primera magistratura y que por tanto su propia
competencia se centraliza o limita en lograr el
liderazgo de la oposición; otra parte en cambio cree
que el Frente Amplio va a ser vulnerable tras dos
periodos de gobierno, y que por tanto lo que está en
juego es el premio mayor. Este es uno de los
primeros desafíos estratégicos: optar por cuál será
el escenario hipotético.
El otro, es el juego de figuras en pos del
liderazgo de la oposición. A esta altura, sujeto a
todos los avatares que pueden ocurrir a lo largo de
48 meses, el supuesto es que el Partido Colorado
tiene un liderazgo incontestable. Por tanto, el tema
se reduce a uno solo, o nada menos que a uno
sustantivo: cómo posicionarse para disputarle la
primacía de la oposición al nacionalismo. Para ello
Bordaberry presenta un menú claro:
Uno. Rechazar la percepción de la existencia de dos
grandes bloques en el país (FA de un lado, partidos
tradicionales del otro) y luchar por presentar un
escenario tripartidista. De donde, bajo ningún
concepto aceptar ninguna posibilidad de fusión ni de
alianza de ambos partidos históricos.
Dos. Como forma de debilitar esa percepción bipolar,
confrontar alternativamente con la izquierda y con
el nacionalismo, pero especialmente con éste, como
forma de generar la imagen de tres actores
equidistantes entre sí
Tres. No dar por sentado que el Partido Nacional
está consolidado como el principal contrincante del
Frente Amplio y disputar el imaginario del liderazgo
de la oposición
Por eso, como etapa inicial, Bordaberry va por la
contraposición constante y en toda oportunidad con
el nacionalismo.
El Partido Nacional tiene un tema adicional. No
tiene un liderazgo por encima de toda contestación,
por lo que la lucha por el liderazgo partidario y la
candidatura presidencial es un primer tema o una
primera etapa. Paralelo al otro, la lucha por
mantener el liderazgo opositor. De donde surge tres
tipos actorales: Larrañaga, Lacalle y el conjunto
dispar de nuevos pretendientes.
Jorge Larrañaga ha desplegado sus cartas con
absoluta claridad. Juega como si ya hubiese sido
designado candidato presidencial único y sucesor en
el liderazgo partidario. A su vez sus mensajes dejan
un supuesto inequívoco: la competencia es entre un
oficialismo que va a estar representado por Tabaré
Vázquez y una oposición que toda ella no tendrá otro
camino que ir detrás de sí. Con ello busca
deslegitimar las aspiraciones de Bordaberry al
liderazgo opositor, dar por supuesto el retiro de
Lacalle y dejar sin espacio a nuevos pretendientes.
A la vez, al dar por válida su primacía, asfixiar
toda posible rebelión o escisión en sus propias
filas. Y así como en la segunda mitad del año pasado
los opositores elevaron la figura de Vázquez como
forma de contraponerlo a la de Mujica, hoy es muy
claro como Larrañaga juega a un apoyo al nuevo
presidente en todo aquello en que éste difiere o
borra lo hecho por su antecesor. Es que apoyar a
Mujica no produce costos, siempre y cuando el precio
lo tenga que pagar Vázquez. El combate de Larrañaga
es en realidad a muchas puntas, pero todas ellas
quedan subsumidas en una sola, si el objetivo
estratégico se logra: que los uruguayos consideren
ineluctable optar entre Vázquez y Larrañaga.
Luis Alberto Lacalle es el líder de la oposición,
presidente del nacionalismo, cuyo retiro se daba
como un hecho. Pero la forma de proceder del ex
presidente, su dinamismo en el Senado, la impronta
fuerte de sus planteos, hace pensar más en un líder
en actividad que en un Fraga Iribarne, un hombre
todavía en lucha y no camino al retiro.
Como el futuro de Lacalle es una incógnita, hay una
larga fila de aspirantes a la sucesión, o a abrir un
camino propio y diferente, a disputar el liderazgo
no solo con el líder sino con quien se siente el
sucesor ungido, es decir, con Larrañaga. Nombres hay
muchos, desde los que ya aspiraron a la candidatura
presidencial del entonces herrerismo hasta 2007 ó
2008 (Heber, Chiruchi, VIdalín) pasando por figuras
entonces vistas en reserva para un recambio futuro
(como Penadés) o líderes sectoriales que
transitoriamente resignaron su postulación (como
Gallinal) hasta nuevos desafiantes (como Analía
Piñeyrúa o el propio Luis Alberto Lacalle Pou)
Como dicen los relatores de fútbol: los equipos
están en la cancha.