
Aunque muchas veces los historiadores gustan de
elegir una fecha precisa para datar las etapas, no
es fácil encontrar el momento exacto en que llegó el
militarismo, es decir, las fuerzas armadas o los
militares como factor político al margen de
dependencia de liderazgos políticos[i].
Hay una serie de ellos que tienta elegir como
mojones de esa llegada:
Uno. El
discurso del brigadier José P. Jaume el 19 de junio
de 1972 en Plaza Independencia, en que sienta la
doctrina de que el combate de las fuerzas armadas
continuará hasta extirpar “las causas de la
violencia” y advierte contra la “opresión de falsos
ideólogos”.
Dos. La
detención de Jorge Batlle. Es el primer líder
político tradicional detenido, miembro del partido
de gobierno y cabeza de la segunda fracción de ese
partido que cuenta con tres ministros en el
gabinete. La misma es considerada como un operativo
de desprestigio, no solo del líder de la Lista 15
sino de los políticos en general; no hay ninguna
acusación concreta, pero sí una difusa
culpabilización de corrupción por vía de rumores y
sobreentendidos
Tres. Las
negociaciones entre mandos medios del Ejército y
dirigentes tupamaros en una búsqueda, más o menos
desprolija, de un acuerdo guerrillero-militar que
pasase por la rendición tupamara contra la
aceptación militar de un plan de gobierno
izquierdizante. Esas negociaciones, conocidas como
“La Tregua”, fracasaron. Pero quedó clara la
existencia de líneas de acción y de pensamiento
militar al margen del poder civil. Y además comenzó
una línea militar de indagación de los delitos
económicos (muchas de esas investigaciones
realizadas a partir de información aportada por el
movimiento tupamaro o divulgado en el Parlamento o
la prensa por la izquierda legal).
Cuatro. Los
sucesos de febrero de 1973, el “Febrero amargo” que
relata Amílcar Vasconcellos en su libro-denuncia
desde un ángulo democrático-liberal radical.
En ese “Febrero amargo” ocurre el primero de los
dos actos materiales en que se gesta el golpe de
Estado. De él cabe destacar varios elementos
significativos:
Uno. El
desconocimiento del ministro de Defensa Nacional por
los mandos del Ejército y de la Fuerza Aérea
Dos. La
ocupación por parte del Ejército de parte de
Montevideo y de las emisoras oficiales
Tres. Ante
la renuncia del comandante en jefe del Ejército, la
asunción de la comandancia en Jefe “en operaciones”
por parte del general de la derecha, sin
intervención alguna del poder civil
Cuatro. El
relevo de los mandos de la Armada contrarios al
alzamiento militar, luego de que esta fuerza ocupase
la Ciudad Vieja, se dividiese y la facción alzada
lograse imponerse.
Cinco. La
emisión de dos comunicados que definen una clara
doctrina política de las fuerzas armadas (el número
4 especialmente): la reivindicación del derecho y
deber de esas fuerzas de intervenir en los temas
políticos, la exigencia de participación en tanto
fuerzas armadas en la conducción de organismos
públicos y su voluntad de
mantenerse margen de los problemas sindicales y
estudiantiles salvo que lleguen por su intensidad a
poner en peligro la seguridad. Por otro lado, frase
que la mayoría de la izquierda relativiza, proclama
la incompatibilidad del marxismo leninismo con
“nuestro tradicional estilo de vida”. Luego
vendrá con el comunicado 7 un mayor énfasis
patriótico y “orientalista”. Una parte de la
izquierda toma esos dos comunicados como una
plataforma política a apoyar, o al menos para
demostrar la existencia dentro del estamento militar
de un ala “peruanista” (en el lenguaje de la época,
vale decir entre izquierdista y populista).
Seis. El
pacto ‘suscrito en la base aérea de Boiso Lanza-
entre el presidente de la República con los
comandantes en jefe de las tres fuerzas, con lo que
se institucionaliza el cogobierno entre las
autoridades elegidas y los mandos militares
Siete. Como
consecuencia de ese pacto, la participación de
militares en la dirección de empresas del Estado,
entes autónomos, servicios descentralizados y otras
dependencias oficiales. Y como otro detalle
significativo del nuevo poder militar, es que el
presidente con su nuevo ministro de Defensa proceden
a designar como comandantes en jefe del Ejército y
la Armada a las mismas personas ya en ejercicio del
cargo por decisión de las respectivas oficialidades
superiores.
Octavo. Como
elemento sustancial, la creación del Consejo de
Seguridad Nacional, con integración del presidente,
ministros y los comandantes, verdadero cogobierno
colegiado cívico-militar.
A partir de febrero de 1973 la presencia política
de las fuerzas armadas en la conducción del país son
un hecho real, donde la discusión a nivel político
transcurrirá entre si es positiva o negativa, si los
actores políticos y sociales pueden o no incidir en
esas fuerzas y en el rumbo de los acontecimientos.
También en la nueva etapa aparece con más claridad
otro enemigo para las fuerzas armadas, sutilmente
señalado cuando la prisión de Jorge Batlle: los
políticos, a quienes hacia fines de marzo en una
presentación televisiva se los presenta como
corruptos y aprovechadores.
Después viene una estocada final o casi final con
el pedido primero de desafuero del senador
frenteamplista Enrique Erro por considerarlo
relacionado con el Movimiento de Liberación
Nacional-Tupamaros y, ante el rechazo del Senado, la
promoción de un juicio político para destituir al
parlamentario. Cabe recordar que el último acto
parlamentario fue la votación negativa del pedido de
juicio político a Erro, por un voto de diferencia,
en la Cámara de Representantes. Sectores
nacionalistas con representación en el gabinete
(como la Unidad Nacional Blanca liderada por
Washington Beltrán y la mayoría del movimiento
Herrera-Heber liderado por Mario Heber se opusieron
al juicio político). Esa votación fue un jueves, en
la noche del martes al miércoles (ya entrada la
madrugada del miércoles) se consuma la disolución
del Parlamento, el último acto del golpe de Estado.
Si cabe, ya como manejo filigranático, caben dos
pasos más hacia el militarismo puro. El primero es
la destitución del presidente elegido
constitucionalmente y devenido en gobernante de
facto tras el autogolpe de Estado (junio de 1976).
Curiosamente, Bordaberry es destituido por los
militares acusado de sostener un pensamiento
esencialmente antidemocrático. En realidad el tema
es el siguiente: En ciencia política se distingue
entre los golpes fundacionales (que pretenden
formular un nuevo orden) y los golpes quirúrgicos,
cuyo objetivo es defender la esencia de un sistema
al que consideran enfermo y salvable mediante una
profunda intervención quirúrgica. A diferencia de
sus colegas argentinos y chilenos, los militares
uruguayos no se definieron como opuestos a la
democracia, sino que se consideraban demócratas
dispuestos a corregir una democracia descompuesta
por la corrupción, la guerrilla y la acción del
marxismo internacional. Para los militares el futuro
implicaba un régimen basado en elecciones, con
partidos políticos (no todos, los tradicionales y
alguno más, sin partidos marxistas ni
internacionales) y bajo tutela militar. Pero
Bordaberry impulsaba soluciones de tipo corporativo
a semejanza de la España franquista y propiciaba la
disolución definitiva de todo partido político.A
Bordaberry lo sucede un civil adepto al régimen en
esencia designado por los propios militares.
El último paso, el 1° de
setiembre de 1981, es cuando pasa a ser un militar
quien asuma la Presidencia de la República, el
teniente general Gregorio Alvarez, en lugar de
continuar con presidentes civiles bajo manejo
militar.
[i]
Ver como antecedentes: “El debate que
el país se debe a sí mismo”, “Las causas de
credibilidad en la democracia”, “El
descaecimiento de la fe en la democracia” y
“Militares, política y militarismo”,
El Observador, domingos 19 y 26 de setiembre
y 3 y 10 de octubre de 2010. El presente
artículo es el quinto de una serie de siete