
El advenimiento del militarismo en Uruguay –es
decir, de los militares como factor político
autónomo- constituyó un grave problema para el
Frente Amplio, especialmente porque sectores
influyentes de la fuerza política percibieron la
existencia de un ala militar progresista y
potencialmente revolucionaria[i].
El militarismo progresista, populista,
izquierdizante o revolucionario (o la creencia de
que algunos fenómenos militaristas presentaban dicho
contenido) tiene algunas experiencias emblemáticas,
de las que como impacto dentro del país cabe
rescatar dos: el “nasserismo” en Egipto[ii]
y el “peruanismo”[iii].
Cuando el Frente Amplio se constituye en 1971, en
sus Bases Programáticas lo único que establece sobre
las Fuerzas Armadas, capítulo I, punto 7, literal
e), es: “Se atribuye especial importancia a:e) la
concentración de las Fuerzas armadas en sus
cometidos específicos de defensa de la soberanía,
integridad territorial, independencia y honor de la
República. Se propenderá al más alto grado de
perfeccionamiento profesional y ético de la
institución, basado en una concepción nacional del
cumplimiento de los cometidos precedentes”. Le
lectura atenta a la frase y al contexto del
documento permite concluir que en ese momento se
asignaba a las fuerzas militares una función
tradicional, completamente alejada de su
participación en actividades políticas, per se o a
impulso gubernamental.
Sin embargo, entre el otoño y el invierno de
1972, más o menos entre la declaración del Estado de
Guerra Interno y la fijación de la doctrina política
de las Fuerzas Armadas por el Brigadier Jaume[iv],
comienzan a percibirse dos líneas divergentes dentro
de la izquierda, que adquirirá la características de
posturas contradictorias e incompatibles (salvo la
proverbial virtud del Frente Amplio de lograr
consensos manuscritos, vale decir textos redactados
de tal manera que dan una apariencia de unidad, y a
partir del cual cada uno puede seguir sosteniendo lo
que sostenía anteriormente).
La línea predominante, a la que adhieren los
sectores de mayor apoyo electoral y hegemónicos
desde el punto de vista militante, es la que se
puede denominar “cuatrosietista”, por basarse en los
Comunicados 4 y 7 de las Fuerzas Armadas[v].
Esta línea se basa en la convicción de que existe
una fuerte ala peruanista, fundamentalmente en el
Ejército, cuyos principales referentes serían el
general Gregorio Alvarez (jefe del Estado Mayor
Conjunto) y el coronel Ramón Trabal (jefe de la
inteligencia militar). Está basada por un lado en
los precedentes de Egipto y Perú, y en los sectores
marxistas en dos consignas relevantes: “la lucha de
clases no se detiene en la puerta de los cuarteles”
y la divisoria de aguas en Latinoamericana no es
“entre castristas y castrenses”. Sostienen esta
línea el Partido Comunista, el Partido Socialista
(bajo la guía ideológica del diputado Vivian Trías),
el Partido Demócrata Cristiano (cuyo principal
exponente en esta materia fue el diputado Daniel
Sosa Díaz y el diario “Ahora”), la Lista 99 (Zelmar
Michelini) y el Movimiento 26 de Marzo (afín al
Movimiento de Liberación Nacional “Tupamaros”), al
que hay que sumar, por su fuerte influencia, no
integrante de la Mesa Ejecutiva, a los Grupos de
Acción Unificadora (GAU, Héctor Rodríguez)[vi].
La postura tanto de la Lista 99 como de los GAU gira
180 grados con el golpe de Estado final del 27 de
junio. El Partido Comunista sostendrá esperanzas en
la línea “cuatrosietista” hasta después de la
asunción de Alvarez como presidente (aunque cada vez
con más reservas y sin menguar su fuerte combate a
la dictadura en el exterior y en la clandestinidad)
La línea opuesta, que puede calificarse de
antimilitarista pero con un fuerte tinte
antimilitar, la encarnan dirigentes de prestigio
pero bajo peso electoral y militante: Juan José
Crottogini (vicepresidente del FA), el Movimiento
Blanco Popular y Progresista (Rodríguez Camusso),
Agrupación Batllista Pregón (Alba Roballo) y Patria
Grande (Enrique Erro; alianza de Unión Popular,
Movimiento de Acción Nacionalista, Patria y Pueblo,
Integración y Movimiento Revolucionario Oriental).
Quizás el mayor peso de esta línea lo da la postura
concurrente -fuera de las estructuras de la fuerza
política- de Carlos Quijano (director del semanario
“Marcha”)
En cuanto al general Liber Seregni hay que hacer
una distinción importante. Una cosa es el Seregni
público, el de los discursos, que exponen la
síntesis a la que arriba el Frente Amplio como
posición oficial. Es una postura intermedia entre
ambas líneas, con ciertas aproximaciones a la línea
mayoritaria. Otro es el Seregni privado, el que
habla a título personal y discute en las reuniones
privadas de líderes frenteamplistas y en la Mesa
Ejecutiva. Es una postura ecléctica. No es
obviamente antimilitar, por su formación. Es
antimilitarista y rechaza que las Fuerzas Armadas se
constituyan en factor político. Pero considera que
la misión militar de proteger la seguridad nacional
excede la estricta defensa territorial e involucra
aspectos económicos y sociales. Mucho antes, como
coronel, elabora un trabajo en tal sentido en el
marco de los estudios estratégicos militares. En
esto, en cuanto a concepción estratégica de las
Fuerzas Armadas, tiene puntos significativos de
coincidencia con la línea mayoritaria. En cambio,
no cree en la existencia de un ala progresista, al
menos con fuerza significativa.
Entre mediados de 1972 y mediados de 1973 hubo
muchos contactos de oficiales superiores con
dirigentes frenteamplistas, especialmente
comunistas, democristianos y de origen batllista. El
coronel Ramón Trabal fue uno de los mayores
protagonistas de esas conversaciones y visitó en
múltiples ocasiones el Palacio Legislativo. Esos
contactos sirvieron mucho para reforzar la
convicción de la existencia de pensamientos
convergentes entre la izquierda y esa ala militar.
Aquí es donde aparece una visión de Seregni
divergente de la línea mayoritaria:
[vii]atribuyó
la finalidad de esos contactos y los mensajes
trasmitidos como operativos de contrainformación. En
término militares, contrainformación es la emisión
de información deliberadamente falsa o distorsionada
con la finalidad de confundir al enemigo.
Donde el Frente Amplio
encontró coincidencias fue en la total pérdida de
confianza en Juan María Bordaberry y en sostener que
no existía otro camino que la renuncia del
presidente y su sustitución por el camino
constitucional de sucesión, es decir, con la
asunción del vicepresidente de la República Jorge
Sapelli. La renuncia de Bordaberry fue reclamada
públicamente por el Frente Amplio en un acto en La
Unión, el 9 de febrero, y la “opción Sapelli” fue
sostenida por el FA desde entonces hasta que,
concluida la huelga general de resistencia al golpe
de Estado, la dictadura quedó consolidada. Tras los
sucesos del 27 de junio, el FA reitera la “opción
Sapelli” al propio vicepresidente de la República y
al Partido Nacional, aunque ya con el aditamento de
la necesidad de convocatoria a elecciones de una
Convención Nacional Constituyente.
[i]
Ver como antecedentes: “El debate que
el país se debe a sí mismo”, “Las causas de
credibilidad en la democracia”, “El
descaecimiento de la fe en la democracia”,
“Militares, política y militarismo”, “1973:
la llegada del militarismo” y “Las
‘vacaciones parlamentarias’ (?) del 73”. El
Observador, domingos 19 y 26 de setiembre y
3, 10, 17 y 24 de octubre de 2010. El
presente artículo es el último de una serie
de siete
[ii]
Golpe militar de 1952, que bajo el
liderazgo de Gamal Abdel Nasser entre 1953 y
1956 lleva al país a un liderazgo mundial de
países de “Tercera Posición”, en conjunto
con Ghana, India y Yugoslavía
[iii]
Golpe militar en Perú, 1968, que crea el
“Gobierno Revolucionario de las Fuerzas
Armadas” con una fuerte impronta
izquierdista y antinorteamericana. Esta
orientación desaparece en 1975. El
imaginario de fuerzas armadas
tradicionales que devienen en
revolucionarias adquirirá nuevo impulso con
la “Revolución de los Claveles” en Portugal,
1974)
[iv]
19 de junio. Plaza Independencia
[v]
Emitidos el 9 de febrero de 1973, al
producirse el alzamiento militar que
constituye el primer acto del golpe de
Estado
[vi]
Dos documentos significativos que
exponen esta postura, en marzo de 1973, son
un discurso de Michelini en la Asamblea
General y un artículo de Héctor Rodríguez en
“Marcha”, cuestionado por Quijano.
[vii]
Esta fue una línea constante de su
pensamiento expresadas en las diarias
conversaciones con este autor tanto en
1972-73 como en 1974-76.