
Casi al terminar el año, el
gobierno Mujica optó por dar un giro de 180 grados
en la adopción de la norma digital de televisión
abierta: anuló la decisión del gobierno Vázquez a
favor de la norma europea y optó por la norma
japonesa con las adaptaciones realizadas por Brasil.
La mejor oferta económica era la europea, la
resolución Vázquez fue recibida con gran beneplácito
por la Unión Europea y sus países miembros, y era
una resolución formal y en firme del Poder Ejecutivo
y del Uruguay. El cambio de decisión implica dar la
señal de que en Uruguay las decisiones que afectan
lo exterior no tienen continuidad sino que cambian
al compás de los cambios de gobierno, significó
generar explícitas molestias de Europa y por segunda
vez enmendarle la plana a Tabaré Vázquez en política
exterior. Como se sabe, es una decisión personal del
presidente de la República. Un cambio de tal
naturaleza, tal magnitud y con este procedimiento
supone necesariamente costos internos (en el país y
en la izquierda) y externos (con Europa en general,
con Alemania, España, Francia, Italia, Países Bajos,
Portugal y Reino Unido en particular). Entonces, una
medida de tal naturaleza, con todos esos costos, se
explica en tanto es una decisión estratégica en la
política internacional del país y en su
posicionamiento en relación a la región y al mundo.
Es muy claro que se dan señales inequívocas del más
fuerte acercamiento a Brasil y un gran alejamiento
de Europa, o que corrobora que otras medidas de
alejamiento de Europa no fueron casuales. Esto es
corroborado por múltiples voceros gubernamentales,
que afirman que es una decisión geopolítica. Cabe
agregar que es una decisión estratégica en la
definición político-cultural del Uruguay. Para
evitar confusiones, nada tiene que ver Japón en esta
decisión, salvo la calidad de diseñador originario
de la norma que luego adaptó Brasil. La dicotomía en
juego era Europa o Brasil.
En tren de simplificar, con
los riesgos y forzamientos consiguientes, pueden
detectarse cuatro posturas en el país acerca de la
relación de Uruguay con el mundo, construidas a
partir de diversas variables: la valoración de las
diferentes raíces de la sociedad uruguaya; la
valoración que se hace de los distintos modelos
políticos, sociales y culturales; el imaginario de a
dónde se quiere ir y a quiénes se quiere tener por
socios o por iguales. Como toda clasificación, los
límites no son estrictos y hay gente que puede
ubicarse en más de una categoría.
La primera categoría,
dominante a lo largo del siglo XX, puede
considerarse la europeísta. La que hace hincapié en
que la sociedad uruguaya se desarrolló tal cual es
ahora a partir de y como producto de las grandes
olas inmigratorias, a lo que se suma el impacto de
una educación afrancesada y el tener a Europa como
referente. Esta tesis aparece avalada en los
estudios de ciencias sociales (como el Comparative
National Election Project o la Encuesta Mundial de
Valores) que ubican a Uruguay en el promedio de los
comportamientos europeos o en el promedio de los
valores de la Europa occidental centro-meridional, y
en ambos casos como una sociedad esencialmente
diferente a la latinoamericana. A nivel
presidencial, Sanguinetti fue un buen exponente de
esta visión, como también lo fue Vázquez en la
segunda mitad de su mandato (no en la primera)
La segunda corresponde a una
visión que entronca con los orígenes del país, que
puede denominarse hispano-criolla. Entronca con los
orígenes hispánicos y el desarrollo del criollismo,
tiende a estar alejada de lo abrasilerado y en una
de sus versiones (como la del revisionismo
nacionalista) expresa cierta nostalgia del
Virreinato o del proyecto que no fue de una patria
con los límites del Virreinato. En todo caso,
implica una fuerte ancla geopolítica. El herrerismo
expresó cabalmente esta categoría a lo largo del
siglo pasado, en contraposición a la visión
europeísta dominante. A nivel presidencial, Lacalle
es un buen exponente de esta visión hispano-criolla,
con mucho énfasis en la impronta de “lo oriental”.
Una tercera categoría, de gran
empuje a fines del siglo XX y comienzos del actual,
al compás del auge del libremercadismo renovado, con
espíritu rupturista tanto en lo histórico como en lo
geográfico, es la que busca el camino del país en el
Norte, dentro de la constelación política y
económica de los Estados Unidos de América. Ve allí
el faro de la modernidad, de los cambios
tecnológicos, de un mundo sin fronteras y con pocas
reglas. A nivel presidencial, Batlle fue un
exponente nítido.
Finalmente, una cuarta
categoría es la latinoamericanista, con un cierto
enfoque geopolítico y otro enfoque histórico. Siente
que las raíces de la sociedad uruguaya y su destino
se confunden con la América pluriétnica y
pluricultural. Presenta dos variantes: la de la
Patria Grande (una nación que va desde el Río Bravo
hasta Tierra del Fuego, que pasa a ser sinónimo de
Iberoamérica) y la del Sur, que puede ser más o
menos el Mercosur, o el Mercosur más Chile, o la
clásica Sudamérica de lenguas ibéricas. Cuando
apareció en la vida política, Vázquez apuntó por
este camino (cabe recordar el discurso sobre la
Maldición de Malinche en el Palacio Peñarol, ya como
intendente, el 1° de junio de 1990) y volvió a
transitarlo al comenzar su mandato presidencial,
pero lo abandonó a mitad de camino. Mujica aparece
como el referente más claro de esta categoría. Y
precisamente la resolución sobre la norma digital,
con el énfasis en el aspecto geopolítico de la
decisión, es una explicitación de que bajo su
gobierno Uruguay se identificará con el
latinoamericanismo, el sudamericanismo o el
conosurismo. Pero marcó un claro y tajante “¡Adiós a
Europa!”
En la apuesta a Brasil juegan
sin duda también elementos coyunturales y en no
menor grado la afinidad ideológica entre Mujica y
Lula. Pero importa analizar lo profundo, lo que se
inscribe en las líneas históricas de larga duración.