Los
nostalgia del bipartidismo
Oscar
A. Bottinelli
Uruguay ha sido un país
notoriamente bipartidista, en
términos de dos grandes bloques o
partidos políticos -el blanco y el
colorado- a lo largo de su historia, pero
como un país moderno, funcionando
con elecciones a lo largo de todo el siglo
XX, hasta que empieza a debilitarse este
bipartidismo en 1971.
Pero de ahí hasta llegar a
las elecciones del 94, teníamos una
especie de camino hacia el tripartidismo,
donde había tres actores
políticos; no es lo mismo un juego
de dos que uno de tres. Por ejemplo, para
la transición institucional, para
el logro de acuerdos, fue muy importante
que hubiera tres actores y no dos, porque
permitió un juego mayor a los
respectivos actores a la hora de formular
acuerdos. Pero hasta las elecciones de
1989 inclusive, la competencia
presidencial, la competencia por la
titularidad del gobierno, se veía
como un tema a dirimir entre los dos
partidos tradicionales. Desde ese punto de
vista, el país seguía siendo
bipartidista. Entonces estamos en un
régimen de transición,
porque tenemos por un lado que sólo
dos compiten por el gobierno, pero luego
para el ejercicio del gobierno, la
búsqueda de apoyaturas o las
aprobaciones parlamentarias, juegan
tres.
Esto cambia en 1994, cuando llegamos
a un tripartidismo perfecto, incluso
matemáticamente perfecto, ya que
hubo un 1,7% entre el primero y el
tercero, un fenómeno casi
único en el mundo de tres tercios
verdaderamente matemáticos.
Este no es sólo un tema
electoral, de que todos tengan las mismas
posibilidades de ganar el gobierno. Es
también un tema de cultura
política; esto quiere decir que el
hecho de que haya tres partidos en
condiciones de obtener el gobierno y tres
partidos con fuerzas equivalentes en el
plano electoral y en el plano
parlamentario, está condicionando
una nueva forma de hacer política,
una nueva forma de
relacionamiento.
Lo que ocurre siempre que hay un
cambio profundo en las culturas
políticas es que se produce lo que
podemos llamar un cruce de culturas. Es
decir, por un lado la mayoría de
los actores políticos uruguayos,
los más relevantes, se formaron en
un esquema bipartidista, y ahora hay un
nuevo esquema que hay que asumir.
¿Cuáles son las
diferencias fundamentales? En un esquema
bipartidista, particularmente, en Uruguay,
donde el bipartidismo se conjugaba con una
fuerte fraccionalización, con la
existencia de sectores o fracciones con
perfil e identidad propios, ambas
competencias se dilucidaban el mismo
día, ya que en la elección
mediante el sistema de doble voto
simultáneo se decidía la
lucha interna y la lucha externa.
En definitiva, había un juego
en que yo podía jugar mi lucha
interna siempre mirando exclusivamente
qué tenía enfrente, si
perjudicaba o beneficiaba a las
posibilidades de mi partido en
relación al partido que está
enfrente. Y en definitiva, si veo que el
otro partido se comporta de la misma
manera, no tengo costos, o ambos tenemos
costos pero son equivalentes. Y en la
medida en que la lucha es entre dos,
ninguno gana o pierde en particular. Si yo
logro llevar mi lucha interna mejor que la
del otro, aunque pueda yo tener un
deterioro, el deterioro del otro es mayor
y el saldo me es favorable. Digo de una
forma muy gruesa, muy esquemática,
lo que puede ser una lógica
bipartidista.
Pero la lógica tripartidista
es diferente, porque además, al
haber tres partidos, la lucha interna de
cada uno de los partidos ya no va a ser
tan en espejo, tan paralela a lo que fue
anteriormente. Alguno de los partidos
puede presentar luchas mayores, otro
luchas mucho menores y otro luchas
intermedias.
Entonces, ¿cómo se juega
en un juego tripartidista? Esta
interrogante la atamos ahora con hechos de
actualidad. En las últimas semanas
se fueron procesando hechos al interior de
la coalición de gobierno, entre el
Partido Nacional y el Partido Colorado por
un lado, y dentro del Partido Colorado
entre un candidato presidencial ya
instalado y posibles o emergentes
precandidatos, con juegos muy duros entre
ellos. Y al interior del Partido Nacional
también, el juego de
precandidaturas tuvo como epicentro la
torre de Antel. Pero de la forma en que se
jugó, dio -y acá voy al
título- la idea de la nostalgia de
un bipartidismo.
Quienes veía actuar a todos
esos actores tenía la
impresión de que se olvidaban de
que se estaba en un juego tripartidista,
que se había vuelto a la nostalgia
del bipartidismo y la creencia de que
había dos partidos en competencia
interior de uno y del otro, entre
sí, que las seducciones
podían ser exclusivamente
recíprocas y que no existía
un tercer actor.
Obviamente, esta cultura es
esencialmente en ambos partidos
tradicionales, ya que el tercer actor, el
Frente Amplio, por ser un nuevo actor,
desde el punto de vista de las
posibilidades presidenciales no
está atado a esa nostalgia, a esa
cultura anterior. Debuta con una nueva
forma de hacer política y ya
inserto en una regla
tripartidista.
Otra cosa es que a ese actor le
puede interesar en determinado momento,
cosa que hace con alguna frecuencia y fue
muy claro en el caso del plebiscito,
tratar de que la gente maneje un escenario
de dos polos, aunque haya tres partidos,
diciendo que en el fondo son dos: yo por
un lado y todos los otros por el otro, o
yo y mis aliados y ambos partidos
tradicionales por el otro. Una forma de
diluir una visión de tres opciones,
para plantearla en dos, partiendo del
supuesto de que una lógica binaria,
de dos opciones, de dos posibilidades, a
uno lo beneficia. Y ésa es la
lógica que muchas veces plantea el
Frente Amplio. Pero puede plantearla
así o de otra manera porque
está en un juego de tres. En
definitiva son estrategias
políticas las que llevan a
plantearlo de una u otra manera.
Los partidos tradicionales
también podrían jugar a una
lógica de dos, pero lo que les
interesa es hacer ese juego desde el punto
de vista de las llamadas familias
ideológicas, estar hablando de que
acá hay un conglomerado que piensa
de una manera y allá un adversario
que piensa de una manera radicalmente
distinta. Pero aunque se quisiera plantear
de esta manera, no hay que olvidarse de
que lo que no existe es el anterior
bipartidismo, exclusivamente Partido
Nacional-Partido Colorado.
Y esto se ata con otro tema
más: el de la coalición de
gobierno. En el Partido Nacional vemos que
aparecen tres visiones sobre este tema.
Estoy hablando de la relación
coalición de gobierno con partido
coaligado y con tiempos electorales. En
Uruguay no existió nunca una
coalición de esta naturaleza, que
dos grandes partidos, en su totalidad, de
forma íntegra y con compromiso
pleno, integraran el gobierno, y sobre
todo que el segundo partido integrara un
gobierno con presidente de la
República del otro. Hubo de parte
de un partido con parte del otro, no de
todos. Además, tampoco hubo este
tipo de escenario donde dos están
en el gobierno y un tercer partido, que es
tan fuerte como cualquiera de los dos,
está en la
oposición.
Acá vemos tres escenarios
posibles. Uno que de alguna manera es el
que defiende Volonté, que se parece
más a los escenarios europeos: la
coalición se mantiene, subsiste,
independientemente de que lleguen los
tiempos electorales, porque llegado el
tiempo electoral todos los
partícipes de la coalición
van a recibir los costos y van a obtener
los beneficios de esa coalición, de
haber actuado de esa manera, y nadie los
va a confundir porque tienen perfiles
propios, incluso énfasis propios en
este gobierno y en lo que plantean para el
futuro.
Una segunda variante es la que ha
manejado explícitamente el ex
presidente Lacalle: "no sé hasta
cuándo va a durar la
coalición". Por supuesto que no
durante las elecciones, por supuesto que
no cuando estemos en las elecciones
internas. Lo que está manejando es
que una coalición no puede
sobrevivir cuando se acercan los tiempos
electorales, que llegados los tiempos
electorales hay un partido de gobierno y
hay otro partido que estuvo en el gobierno
y pasa a dejar de estarlo.
Y hay una tercera postura, que
está apareciendo a través de
fuerzas emergentes en el propio Partido
Nacional, que desde este momento ya
están asumiendo actitudes de tipo
opositor o semiopositor o alentando
actitudes de fuerte protesta contra el
gobierno, en lo cual aparece ya el buscar
el desligue de esta
coalición.
Como resumen, tenemos que este juego
de dos o de tres partidos también
afecta, porque no es ocioso definir la
relación con la coalición en
función de la existencia de tres
actores. Guste o no, el juego es entre
tres. Como en octubre además hay
una elección que predominantemente
es parlamentaria y una especie de ronda
clasificatoria hacia la Presidencia, en
determinado momento el juego
todavía se complica y se vuelve de
cuatro. Quien olvide todo esto puede
descubrir en algún momento que,
lejos de jugar para sí o para su
partido, está jugando para un
tercero.
Como sea, puede intentarse ya una
regla de conducta. El partido
político que llegue al ciclo
electoral, a toda esta sucesión de
elecciones, con menor disputa interna,
entrará al escenario en mejores
condiciones; el partido cuya disputa
interna alcance los máximos
decibeles, la máxima sonoridad,
puede estar caminando hacia un indisputado
tercer lugar.
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