Cultura
de partido y cultura de
fracción
Tres cuartos de siglo de historia y el
desafío de un nuevo sistema
electoral
Oscar
A. Bottinelli
El jueves pasado habíamos
tomado como elemento detonante del
análisis la renuncia de Gonzalo
Aguirre al Directorio del Partido
Nacional, que tiene a su vez elementos de
explicación propia fundamentalmente
en lo que puede concebirse como una
estrategia de grupo o conjunto de grupos
que respaldan a Juan Andrés
Ramírez, como la búsqueda de
una legitimación del papel
político del Directorio del Partido
Nacional y particularmente -o como
consecuencia de lo mismo- una rebaja del
papel del presidente del Directorio en la
disputa entre Ramírez y
Volonté.
Esto es una acción
política que uno puede considerar
bastante normal y que tiene muchos
antecedentes en la vida del país.
¿Cuál es la historia moderna
del Uruguay, de los partidos
políticos funcionando en
relación a elecciones, en
relación al Estado? A lo largo de
prácticamente todo el siglo uno
puede ubicar -sobre todo en la
década de los años 10- el
comienzo del funcionamiento del Estado
moderno y de los partidos políticos
modernos en el país.
Encontramos elementos muy claros que
definen a ambos partidos tradicionales
como partidos. A esta altura ya la gran
mayoría de los cientistas sociales
uruguayos y extranjeros se están
poniendo de acuerdo en que no son meras
coaliciones, que son partidos, que hay
elementos de identidad, elementos de
pertenencia que los identifican como
partidos políticos, pero en su
forma de toma de decisiones y en sus
estructuras de funcionamiento rara vez
funcionaron como una estructura
única; funcionaron como fracciones.
Y la cultura de fracción tuvo una
importancia tan grande que incluso Uruguay
exhibe un nivel muy alto de disciplina
partidaria, si entendemos por eso la forma
disciplinada de actuar los miembros de una
fracción respecto a ella, lo mismo
que de un sector respecto a ese
sector.
Uruguay más que un problema
de indisciplina lo que ha tenido es un
problema de fraccionalización, pero
las fracciones en general han actuado con
alto nivel de disciplina. En la
relación entre fracciones han
tenido por un lado el continente de
sentirse partes de un partido
político. En primer lugar, ni
más ni menos que el continente
electoral. Nunca ninguna fracción
política votó asociada a
fracción de otro partido
político. En segundo lugar, porque
existe una obligación a priori de
integrar y apoyar el gobierno de su propio
partido y la ruptura con el gobierno de su
partido siempre ha sido vista como un tema
patológico.
Esto determina que el juego de
fracciones tenga límites en el
marco del partido al que pertenece. Pero
luego la relación entre fracciones
aparece siempre como una relación
pactada, negociada y conversada, que lleva
entonces a que el partido termina formando
un acuerdo y un entendimiento de
fracciones, independientemente de su peso.
Puede ser una fracción de peso
relativamente pequeño pero se
sienta de igual a igual con las fracciones
más grandes porque se requiere el
consenso de todos para que el partido
actúe como tal y sin
disidencias.
A esta historia del Partido Colorado
y del Partido Nacional, esencialmente de
tres cuartos de siglo, podría
hacérsele algunas anotaciones: que
el Partido Nacional durante mucho tiempo
tuvo autoridades únicas, por
ejemplo en vida de Herrera. Sí,
hasta 1954 el Partido Nacional tuvo
autoridades únicas, pero no nos
olvidemos que durante mucho tiempo el
Partido Nacional no representaba a todo lo
blanco porque tuvo una disidencia que se
llamó Partido Nacional
Independiente.
El Frente Amplio tiene la siguiente
peculiaridad. Nace como una alianza, lo
que se llamó coalición. Pero
¿una alianza de qué? ¿Una
coalición típica de partidos
al mejor estilo europeo? No, como una
alianza por un lado de partidos, que
actuaban como partidos si se presentaban
electoralmente como partidos (Comunista,
Socialista, Demócrata Cristiano) y
por otro lado de sectores que se
independizaban de sus propios partidos
(como la 99, el Movimiento Blanco Popular
y Progresista, la agrupación
Pregón de Alba Roballo). Es una
alianza de partidos pequeños
electoralmente y sectores de partidos
tradicionales; cada uno actúa como
entidad política independiente a
los efectos de las alianzas.
Pero no es una mera alianza, una
mera coordinación, desde el momento
en que ya nace con autoridades comunes que
con una serie de mecanismos complicados de
decisión y estableciendo mecanismos
de veto dispone que ese órgano
central de una alianza tome decisiones que
son obligatorias para todos los miembros.
Proyecta una candidatura común y
luego hace una transformación desde
aquel concepto de alianza hasta hoy en que
actúa prácticamente como un
partido político.
A lo largo de estos casi 30
años o cuarto de siglo largo, el
Frente Amplio ha vivido permanentemente
una tensión entre ese
carácter de partido y ese
carácter de alianza, que en el
Frente adquirió el lenguaje
particular con las palabras de
coalición y movimiento. En esencia
no es diferente esta discusión de
la que existe a nivel de los partidos
tradicionales entre la cultura de sector,
la cultura de parte de un todo, la cultura
de fracción versus la cultura de
partido o de gran movimiento, como se le
quiera llamar. Pero esa tensión
entre la macro-organización
política que se expresa como lema
en las elecciones y las partes componentes
de esa organización,
llamémosles sectores o fracciones,
la tensión entre esos dos niveles
también permea al Frente Amplio
igual que a los partidos
tradicionales.
Pero el tripartidismo hacen que se
tornen más difíciles los
juegos fraccionales. Es más
fácil en el bipartidismo, donde los
dos grandes agrupamientos generalmente con
dos grandes alas y dos grandes tendencias,
forman un juego de cuatro. En un
tripartidismo, con un cuarto partido en
ascenso -como hay en Uruguay-, ya hay un
juego de cuatro actores. Si sumamos las
fracciones se hace demasiado complicado.
La necesidad de simplificación que
tiene todo sistema político lleva a
que uno de los objetivos de la reforma
constitucional sea privilegiar los
partidos sobre las fracciones, disminuir
el peso de las fracciones a través
de disminuir algunos mecanismos
electorales como los sublemas en la
Cámara de Diputados, la
realización de elecciones internas
como un elemento que dirime con cierta
legitimidad el peso político dentro
del partido para que luego el partido se
presente a las elecciones como tal y
actúe como tal, y fundamentalmente
la candidatura única.
El tema es que estos nuevos
elementos a los que apunta el nuevo
sistema entran en tensión muy
fuerte con una cultura que tiene tres
cuartos de siglo. Y por lo menos de
aquí al año 2000, hasta el
próximo gobierno y los resultados
de las próximas elecciones, vamos a
ver agudizada esta tensión entre el
concepto de partido y el concepto de
sector. Después de las elecciones
de abril del 99 es cuando vamos a ver
cómo se recibe ese candidato
único, qué elemento genera
este concepto de partido representado
únicamente por una persona, por un
candidato y por una autoridad, y
cómo juega en el juego de
fracciones. Luego viene la otra
interrogante: si en el 2000 empezaremos a
ver el cambio de esta cultura de
fracciones que todavía predomina en
el país hacia un cambio de cultura
de partido. De no darse este cambio
entonces sí estaríamos
viendo un sistema político
atomizado. Si se da el cambio, entonces
Uruguay seguiría con un juego de
cuatro grandes actores políticos
que en ese momento ya no serían las
fracciones sino los partidos
políticos.
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