La
salida de Pinochet
Oscar
A. Bottinelli
Hace unas semanas se produjo en
Uruguay todo un episodio político
en torno a la venida del presidente Frei,
donde las anteriores actitudes del ex
presidente de la Junta Departamental,
Jorge Zabalza, en relación a otros
jefes de Estado, temores manifestados por
la representación
diplomática y el gobierno chileno,
generaron todo un episodio
político-diplomático,
incluyendo la no presencia en sala de la
casi totalidad de la bancada del Frente
Amplio. Y ocultó algún
trasfondo interesante que había
ahí, que se desliza de parte de los
comentarios que surgen del gobierno
chileno: un temor a reacciones en el
propio Chile que podría generarse
en función de alguna crítica
a las Fuerzas Armadas o al general
Pinochet que surgiera de algún acto
protocolar.
Esto centra en su lugar un tema muy
importante, que es el papel
desempeñado por las Fuerzas
Armadas, simbolizadas en este ya anciano
militar que a fin de año va a pasar
a retiro, después de 24 años
en el Comando en Jefe del Ejército
chileno, 17 de ellos como presidente de
facto.
Pinochet es un general, comanda
una... no recuerdo exactamente si se llama
región o división chilena,
que en marzo de 1973 aparece en distintas
conversaciones como uno de los más
leales al gobierno del presidente Allende,
y en el mes de julio es aclamado en la
plaza pública ante un discurso de
Allende que lo señala como uno de
los grandes defensores de la
constitucionalidad chilena. El 11 de
setiembre es quien, como comandante en
jefe del Ejército, encabeza el
golpe de Estado que derriba el gobierno de
Allende e instaura un régimen
militar que, a diferencia del
régimen uruguayo, es considerado en
las categorías de ciencias
políticas como "golpe fundacional".
Es decir, no como fue el uruguayo, cuyos
propósitos, cuyas declaraciones,
eran apuntar a corregir lo que las Fuerzas
Armadas entendían que eran errores,
desviaciones o malos funcionamientos de un
sistema, pero que no cuestionaban el
sistema, sino que el golpe chileno es de
los que pretenden crear toda una nueva
institucionalidad.
Esa institucionalidad se manifiesta
más adelante en el proyecto de
Constitución que en la primavera de
1980 resulta aprobado. Acá no
interesa demasiado el tema de si esa
Constitución fue aprobada en un
plebiscito con o sin fraude, como
sostienen algunas fuentes entonces
opositoras y hoy gubernamentales, porque
lo importante es que en elecciones o actos
electorales posteriores, como un
plebiscito por el mantenimiento de
Pinochet en la Presidencia de la
República, que preveía la
propia Constitución, y luego ya en
elecciones competitivas pluripartidarias,
en ambos casos, ya con un deterioro muy
fuerte del gobierno chileno, hubo
más de un 40% -en una de ellas fue
el 43%- de apoyo al régimen
militar. Fue un régimen militar
que, más allá de su
actuación, de la forma, tuvo un
apoyo muy importante cuantitativamente en
muchos sectores de la
población.
Y esta Constitución del 80
determina una forma de salida
institucional que deja atado un conjunto
de mecanismos. En primer lugar, esta
Constitución no preveía
específicamente que en el
año 88 hubiera elecciones
presidenciales, sino un plebiscito en el
cual la población se pronunciara
por "sí" o "no" por un nuevo
mandato del general Augusto Pinochet.
Triunfó el "no".
Entonces, recién ahí,
en función de ese "no", se
abrió el paso a elecciones
competitivas que dieron lugar al comienzo
de la transición con la Presidencia
del demócrata-cristiano Patricio
Ailwyn, pero como producto de todo lo que
se llamó en el plebiscito del 88 la
Concertación por el No, y a partir
de las elecciones la Concertación
para la Democracia, que es lo que ha
seguido gobernando hasta hoy, ya con el
mandato de Eduardo Frei.
Quedaron algunas ataduras
importantes desde el punto de vista
jurídico y hay dos muy
significativas. La primera es que el
presidente de la República tiene
muy fuertes limitaciones en materia de
mando de las Fuerzas Armadas y
designación de los mandos de
éstas, que se expresaron entre
otras cosas en la continuidad hasta este
fin de año del general Pinochet en
la Comandancia en Jefe.
La segunda limitación tiene
que ver con la Cámara de Senadores,
compuesta en una proporción muy
alta, prácticamente un quinto del
cuerpo, por lo que se puede llamar
senadores "biónicos", usando una
terminología brasileña,
senadores que son designados por el
presidente de la República, que
fueron designados por el general Pinochet.
Y entre estos senadores va a estar
también el propio general Pinochet,
que al cese de su papel en las Fuerzas
Armadas va a pasar a integrar en
carácter de vitalicio la
Cámara de Senadores.
La salida de Pinochet puede
entenderse como el comienzo de una segunda
etapa en la transición chilena
hacia la democracia institucional. Chile
no es un país que tenga el nivel de
funcionamiento democrático que
tiene Uruguay, por ejemplo, a pesar de
ser, junto con Uruguay, uno de los
países que tuvo a lo largo del
siglo mayor tradición de
funcionamiento democrático, con
mayor legitimidad en las elecciones y un
funcionamiento político muy
sólido, y de que tuvo en todo ese
largo proceso algunas manchas en ese
proceso democrático, como fue el
período de fines de los años
40 en el caso chileno, pero no
restableció esa cultura, esa
tradición y esas instituciones como
lo hizo Uruguay y todavía
está en transición.
La primera larga transición
termina este año, con la salida de
Pinochet. La segunda transición es
el camino a que ya unas Fuerzas Armadas
sin este líder tan fuerte a su
frente vayan pasando a una mayor
subordinación al poder civil en el
cual desaparezcan instituciones que
coartan la potestad del jefe de Estado en
el mando superior de las Fuerzas
Armadas.
Y lo segundo es la reforma
constitucional que, entre otras cosas,
cambie la integración de la
Cámara de Senadores que complica y
fuerte la labor de los partidos
mayoritarios, ya que hay un peso
sobredimensionado de senadores que fueron
designados, que no son electivos y que
representan toda una concepción
política claramente opuesta a la
concepción electoralmente
mayoritaria en Chile, entre los cuales va
a estar el propio general
Pinochet.
Chile tiene, pues, un largo camino
todavía a recorrer, y si ha sido
menos traumático -entre otras
cosas, además de la forma en que ha
sido conducido el proceso chileno desde el
punto de vista político- es porque
en un área muy conflictiva para el
régimen militar, como el
área económica, lo que hizo
la Concertación para la Democracia
en los dos gobiernos ha sido una
continuación de los principios
fundamentales de la misma política
económica pero cambiando en algo
-para unos en mucho, para otros en poco,
pero cambiando- el énfasis social
de esas políticas.
Sigue habiendo, entonces, dos
áreas con un gran desafío
para el sistema político chileno,
para avanzar hacia una democracia plena en
la que el poder político no tenga
este tipo de condicionamientos.
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