El complejo
tránsito hacia la sucesión de
Sanguinetti
Primera parte
Oscar
A. Bottinelli
Desde hace un
tiempo, uno de los centros de atención de la
información política es la
complicación que viene atravesando el Foro
Batllista a la hora de designar su precandidato
presidencial, de elegir la figura que representa la
sucesión de Sanguinetti para la
próxima competencia presidencial.
El tema es más genérico que la
sucesión de Sanguinetti. Es un tema que ha
devenido en algo muy complejo en el Uruguay, que
desde la restauración institucional es la
tercera vez que se ve con la misma complejidad: la
dificultad de la fracción del presidente de
la República para definir un candidato
presidencial que suceda al presidente en forma
pacífica en el aspecto interno, que no
genere traumas, sino que sea como si fuera el
propio presidente el que se presentara a la
elección, ya que no hay
reelección.
Analizando históricamente encontramos
que este tema es relativamente nuevo en la historia
del país. No se tiene demasiado claro que en
Uruguay este tipo de esquema político -un
presidente de la República con todos los
poderes de cabeza del Poder Ejecutivo y elegido
directamente por el pueblo- es una figura
relativamente reciente en el país. De 1830 a
1918 inclusive, el presidente de la
República fue elegido de manera indirecta,
lo elegía el Parlamento, la Asamblea
General. Entre 1921 y 1930, si bien fue elegido
directamente por el pueblo en elecciones era un
cargo muy limitado que se encargaba de las
Relaciones Exteriores, la seguridad pública,
la Defensa Nacional y punto porque todo el resto
del gobierno recaía en el Consejo Nacional
de Administración, fue el primer Colegiado,
lo que se llamó el Ejecutivo
bicéfalo, de dos cabezas. En 1934 tenemos
otra vez un presidente de la República con
todas las potestades de jefe de Estado, de
gobierno, pero que no es elegido directamente por
el pueblo. Es una reelección de Gabriel
Terra que opera a partir de una reforma
constitucional. De 1938 hasta 1950 tenemos
elección directa del presidente de la
República como jefe de Estado y de gobierno,
en las condiciones actuales, y es cuando empieza a
verse el tema de la sucesión
presidencial.
Gabriel Terra, gobernante fuerte, dirigente
político de gran envergadura en un
régimen institucional que surge luego de un
golpe de Estado, define la sucesión
presidencial a través de dos candidatos:
Alfredo Baldomir y Eduardo Blanco Acevedo.
Según la crónica histórica, su
candidato íntimo era Eduardo Blanco Acevedo,
pero Baldomir también era un sucesor suyo.
El apoyo del Batllismo a Baldomir determina que no
se cumplan en una totalidad los sueños del
presidente de la República. Lo cierto es que
la forma de sucesión tuvo como consecuencia
que un movimiento tan fuerte como el Terrismo
desapareciera en el Uruguay y fuera el predecesor
de por lo menos dos movimientos: el Baldomirismo y
el Blancoacevedismo, con lo cual la sucesión
presidencial determinó el fin de una
corriente política y de un
liderazgo.
Hacia delante no hay demasiado problema en el
42 y en el 46, ya que el Batllismo impulsa como
sucesión de Baldomir una figura no
política, Amézaga, y recién
después viene un liderazgo como el de Luis
Batlle. En el caso de éste o del Batllismo
bajo el liderazgo de Luis Batlle, compartido con
otras figuras y con el diario El Día, la
sucesión termina de manera
traumática, ya que el Batllismo termina
rompiéndose en dos candidaturas. El sector
de Luis Batlle, la naciente 15, como grupo nacional
elige un candidato a presidente de la
República que es elegido presidente, que ya
en el cargo se aparta del grupo e impulsa, por
ejemplo, la reforma constitucional que elimina la
Presidencia de la República.
En ese período, entonces, tenemos o
sucesiones que no son de liderazgo y no aportan
nada, o sucesiones que devienen traumáticas,
una porque liquidó al grupo político
-como en el Terrismo- y la otra porque la
sucesión implica la ruptura del grupo
político mayoritario y a su vez la figura
elegida termina no siguiendo los pasos del grupo
político que la eligió.
Tenemos que esperar hasta 1971, porque viene
la reforma del 66 y vuelve la Presidencia de la
República. Es entonces cuando el Pachequismo
debe elegir su sucesor. La sucesión fue muy
simple, fue una decisión del líder,
del presidente de la República, y desde el
punto de vista electoral no ocasionó
ningún trauma, fue exitosa, ganó la
Presidencia de la República. Otra cosa es si
fue exitosa a posteriori, porque el presidente
electo, el sucesor de Pacheco -Bordaberry-, lo
primero que hace es asumir por sí la
conducción, y Pacheco queda relativamente
desplazado de los acontecimientos.
En el año 84 hubo una
restauración institucional, no
sucedía nada. El problema reaparece en el 89
con la sucesión de Sanguinetti, en el 94 con
la de Lacalle y nuevamente en el 99 con la de
Sanguinetti.
En el caso de la primera
administración de Sanguinetti hubo un
intento muy claro del presidente y de sus
seguidores directos de considerar como sucesor
natural al vicepresidente de la República,
el doctor Tarigo. Ahí surge el grupo que
apoya al doctor Batlle. Batlle era el líder
histórico de la 15, sector al que
pertenecía Sanguinetti. Batlle había
sido candidato presidencial por la 15 desde el
año 66. No quedaba muy claro quién
era el líder en ese momento, si era
Sanguinetti o Batlle. A su vez, la 15 más el
grupo de Tarigo conformaban otra fuerza llamada
Batllismo Unido. Sanguinetti era un líder
con una figura no demasiado más grande que
la que podían tener sus sucesores. El camino
trazado por Sanguinetti falla, no puede designar
él o el conjunto del grupo al sucesor;
Batlle logra imponer elecciones abiertas, las
llamadas elecciones primarias o internas del
Batllismo Unido, que se hacen el 28 de mayo del 89.
Fue el primer ensayo de una elección
primaria abierta en el Uruguay, y una advertencia
para lo que pueden ser las elecciones de abril del
99. El grado de dureza, de confrontación que
tuvieron, fue un elemento muy destructor para el
Batllismo Unido.
Batlle es elegido en esas elecciones como el
sucesor de la candidatura del Batllismo Unido y el
resultado es conocido: el Partido Colorado pierde
el gobierno, el Batllismo Unido queda con el 75%
del partido. Apenas gana, queda
prácticamente mitad y mitad con Pacheco. Y a
su vez, el Batllismo Unido no resiste los efectos
de esa elección primaria e inmediatamente
después de ésta se rompe.
Lacalle eligió otro camino: la
elección por sí mismo o por el grupo
pero con una influencia fuerte suya. Pero quiso
jugar una especie de competencia previa y varios
meses antes oficializó tres nombres: los de
Ramírez -que parecía claramente el de
su preferencia-, Volonté -que concitaba la
preferencia de importantes figuras, entre otras del
primer senador del Herrerismo, Walter Santoro- y
los de un conjunto de diputados, entre los que
aparece la figura de Raffo, un hombre que se
venía mencionando desde el año 90.
Los precandidatos, sobre todo en el caso de
Volonté, fueron adquiriendo perfil propio.
Se fue armando una expectativa y una estructura en
torno a Volonté y cuando llegó el
momento de elegir Lacalle se encontró con
que Volonté ya era un candidato con
personalidad propia, que no era el sucesor suyo
100%, y si elegía a Ramírez
podía pasar lo que terminó pasando:
generó la ruptura. Eran los dos
precandidatos posibles de una de las dos fracciones
del Partido Nacional. Hubo una ruptura entre el
Lacallismo y Volonté que, sumados,
prácticamente concitaron la adhesión
de la totalidad del partido.
Ahora se intenta un nuevo camino que procura
no repetir los errores de Lacalle y, sobre todo, no
repetir los de la primera administración de
Sanguinetti. Empezó a aparecer un
número muy importante de candidatos -en este
momento la lista más o menos oficial es de
seis candidatos-, pero con distintas formas. Dos de
ellos fueron de alguna manera alentados a una
precampaña presidencial propia, a buscar sus
propias apoyaturas en la opinión
pública, en los aparatos partidarios, en la
estructura del Foro y del Partido Colorado, y otros
que no son candidatos o candidatos en busca de un
consenso o de una designación con alguna
influencia directriz.
Esto ha llevado al Foro a dos grandes
problemas. Uno es la dificultad para designar,
establecer métodos y procedimientos, que sea
el grupo como tal y no el presidente Sanguinetti
quien haga la designación. El segundo
problema es que o se imponen los candidatos que han
hecho campaña electoral -y en ese caso se
estarían imponiendo por sí mismos, no
por una designación colectiva del Foro, sino
porque fueron demostrando a través de la
conquista de aparatos y de la opinión
pública méritos propios y ajenos al
presidente de la República- o el grupo
escoge a alguien que no salió a captar
opinión pública. Una
designación de esta manera sería
tratar de ir contra los candidatos que han ganado
espacios de opinión y de aparato.
Esta situación deja un conjunto de
interrogantes sobre lo correcto o incorrecto, las
ventajas o desventajas que para el propio Foro
Batllista genera el camino elegido.
|