Chile: la
continuidad de la Concertación o la
superación del pasado
Oscar
A. Bottinelli.
DIEGO BARNABE:
El domingo se realizó la segunda vuelta de
las elecciones presidenciales chilenas, en las
cuales triunfó Ricardo Lagos, líder
del socialdemócrata Partido por la
Democracia y candidato de la oficialista
Concertación por la Democracia.
Derrotó a Joaquín Lavin, candidato de
la coalición de centro-derecha conformada
por la Unión Democrática
Independiente y Renovación Nacional. Lagos
obtuvo el 51.3% de los votos válidos contra
el 48.7% de Lavín. Chile. La continuidad de
la Concertación y la superación del
pasado es el tema de análisis
político para hoy del politólogo
Oscar Bottinelli, director de Factum.
OSCAR A. BOTTINELLI:
Las elecciones chilenas marcan el fin de 15 meses
de renovaciones o ratificaciones presidenciales en
la zona del Mercosur ampliado. Hace 15 meses fue
Brasil, hace 10 se produjo la renovación por
métodos "algo heterodoxos" en Paraguay, hace
tres meses en Argentina, hace dos en Uruguay, y
cierra Chile con un triunfo que -al igual que el de
Brasil y Uruguay- es el del oficialismo, a
diferencia de Argentina en que se impone la
oposición. Al igual que Brasil y Argentina
es el triunfo del candidato respaldado por la
Internacional Socialista, y aquí la
diferencia es Uruguay en que perdió el
candidato respaldado por la IS.
Para iniciar algunos apuntes, más que
un análisis (que sería pretencioso)
sobre la elección chilena, de pronto
conviene por lo que no es, a raíz de algunas
notas publicadas en la prensa rioplatense. Lo
primero, la diferencia entre Lagos y
Allende.
En primer lugar, hay una muy obvia diferencia
de tiempo histórico. El mundo,
América latina y el Cono Sur en los
años 90 y 2000 no es el de los 60 y 70.
Allende era el candidato de una coalición de
izquierdas en que predominaban definiciones de tipo
marxista, empezando por el viejo Partido Socialista
de Chile (que hoy estaría representado por
un par de partidos), y que en aquel momento
tenía una muy fuerte definición
marxista y, en algún momento, de tinte
leninista. Incluso organizaciones cristianas que
integraban la Unidad Popular también
tenían una definición marxista. En
cambio, el Partido por la Democracia de Ricardo
Lagos tiene una definición
socialdemócrata, que integra la
Internacional Socialista, igual que otro aliado de
la Concertación, el Partido Radical
Socialdemócrata, que en aquel momento
integraba la Unidad Popular. Y además la
Concertación está integrada ni
más o que por la Democracia Cristiana, que
obviamente estaba muy, muy lejos de la Unidad
Popular, más allá de que en el
Parlamento le dio los votos a Allende.
Es decir que hay una diferencia muy grande de
lo uno y de lo otro, pero alguna prensa tomaba este
resultado (a favor o en contra: para celebrar el
triunfo de Lagos o para levantar alarmas) como la
repetición de la elección de Allende:
"Por segunda vez Chile elige a un socialista", "El
sucesor de Allende..." No tiene nada que ver; no
son comparables.
Lo segundo era la lectura del resultado como
"La derrota de Pinochet". Si algo fue muy claro en
esta elección fue el intento de
separación, de distancia, que tomó
Joaquín Lavín respecto a Pinochet, al
pinochetismo y al pasado, sin perjuicio de que
recogió el voto de todo ese sector. Pero
trató de desmarcarse lo más posible,
y de señalar que Pinochet y el pinochetismo
correspondían a una etapa histórica
de Chile y que él, hombre de 45 años,
representa a una nueva etapa totalmente distinta,
independientemente de su pasado como asesor de
Pinochet. Al punto de que el sobrino de Pinochet da
la impresión de que prefería el
triunfo de Lagos: festejó la derrota de
Lavín manifestando que la tiene bien
merecida por separarse de Pinochet y haberlo
traicionado.
Entonces, parecen un poco simplistas esos
análisis que ven el resultado de esta
elección en términos de
pasado.
Buscando algunos elementos relevantes,
digamos en primer lugar que, desde el punto de
vista electoral, el resultado es
prácticamente el del 12 de diciembre,
sumando a Lagos el tres y algo por ciento de los
votos de los partidos Comunista y Humanista (el
Partido Humanista es un partido de izquierda, con
énfasis ecologista), y sumando a
Lavín los votos de los otros dos partidos,
en especial el de Arturo Frei, un partido de
características conservadoras. Por supuesto,
puede haber trasvasamiento de votantes de un polo
al otro, pero en grandes números fue una
elección congelada: a los resultados del 12
de diciembre se suman el 4,5% que votaron a los
partidos alternativos, distribuyéndose los
de izquierda para Lagos y los derecha a
Lavín. Y eso marca un escenario distinto al
que se esperaba, con un mayor trasvasamiento de
votos.
El otro aspecto es el peso decisivo del
electorado comunista, que representaba más
de tres puntos de ese 4,5% de los votos
alternativos. El grueso de los votantes que el 12
de diciembre no apoyaron a Lagos ni a Lavín
habían ido a Gladys Marín. Lo curioso
es que esto desautoriza a una dirección
comunista que no se supo posicionar, no tuvo
protagonismo, y concibió a Lagos
prácticamente igual que a
Lavín.
En tercer lugar, importa también la
ratificación de la baja captación de
la Democracia Cristiana en relación a
sectores díscolos, sectores conservadores,
que rechazaron votar a un socialdemócrata y
apoyaron a Lavín. Eso, que ya había
ocurrido el 12 de diciembre, se ratificó
este domingo, en que hubo una baja
recuperación de estos electores
díscolos por la Democracia
Cristiana.
En cuarto lugar, que el regreso de Pinochet
puede haber oficiado como un elemento que despeja
las dudas sobre todos entre los electores de
izquierda ajenos a la Concertación, en
especial los comunistas. Ante la opción de
votar por un colaborador de Pinochet, seguramente
consideraron preferible que siguiera la
Concertación. Da la impresión de que
esto jugó con alguna fuerza en este
electorado.
En quinto término, la
Concertación logró continuar.
Recordemos que se formó como un bloque
opositor a la continuidad de Pinochet para el
plebiscito de 1988, triunfó por 55 a 45%,
luego se constituyó en Concertación
por la Democracia para disputar el gobierno, lo
obtuvo en 1989 con Patricio Aylwin, lo retuvo en
1994 con Eduardo Frei, y ahora vuelve a retenerlo
con Lagos. La diferencia está en que las dos
primeras veces fue con un candidato de la
Democracia Cristiana, y ahora con un candidato
socialdemócrata. Pero -mientras en las
elecciones anteriores obtuvo porcentajes superiores
o cercanos al 60%- en esta oportunidad apenas
supera el 50% en una segunda vuelta. Lo cual lo
deja en un esquema político totalmente
distinto. Aylwin gobernó con el 60% de los
votos y una oposición dividida en dos: con
un partido defensor del pinochetismo como la
Unión Demócrata Independiente, y con
un sector que se había independizado del
pinochetismo -Renovación Nacional- y
tendió muchos puentes hacia la
Concertación. Hoy tiene una oposición
unida detrás de un líder fuerte,
joven, carismático como es Joaquín
Lavín, y cuyo discurso además es la
superación del pasado, la superación
de la división de los chilenos entre
pinochetistas y antipinochetistas, que apuesta al
futuro, que va a ejercer un liderazgo muy fuerte,
que la misma noche de la elección dio un par
de gestos que lo marcaron como un líder
fuerte ya de cara a las próximas elecciones
presidenciales, y que va a tener una
relación muy fuerte de diálogo y
confrontación con la
Concertación.
Ese es un cambio muy fuerte de escenario, y
precisamente, como sexto punto, las
recíprocas actitudes de Lagos y
Lavín. Lagos, electo presidente con un
líder de un bloque casi equivalente
enfrente, busca una mayor cercanía con la
oposición que la que demostraron los
gobiernos anteriores. Hay una necesidad de ello.
Pero lo habilita la jugada de Lavín, cuando
la misma noche de la elección, apenas el
resultado anticipaba el triunfo de Lagos, se
traslada junto a su esposa a saludar al candidato
ganador y a su esposa, lo que fue recogido en
fotografías que fueron quizá lo que
Lavín quiso marcar con ese paso: el cambio
de la historia de Chile, la superación del
pasado. Ahí estaban abrazándose los
representantes de la casi totalidad del electorado
chileno, uno demostrando al otro el apoyo que le
dará dentro de las reglas de juego
democrático, y a partir de un liderazgo de
oposición.
DB - Diciéndole al otro "Mire que yo
existo".
OB - Es una manera muy fuerte de decir dos
cosas: primero, "Yo existo". Segundo, a sus
seguidores: "Este señor al que
enfrenté y que me acaba de derrotar no es un
cuco al que hay que ir a matar; es un señor
con el que vamos a discrepar, vamos a exigirle
cosas, vamos a tratar de que recoja nuestro
programa, que es el de la mitad del país":
pero estamos en un sistema civilizado, más
acorde a las democracias clásicas que el que
venía recorriendo un Chile que no ha
finalizado todavía su
transición.
Y de allí vamos al séptimo
punto, que son los dos desafíos pendientes.
En lo político, terminar la
transición, lo que uno llamaría la
superación jurídica del pinochetismo,
donde hay dos aspectos clave: por un lado, Chile
sigue teniendo un número importante de
senadores vitalicios, de los cuales tres son ex
presidentes de la República (Pinochet como
presidente de facto, Aylwin, primer presidente
constitucional subsiguiente, y a partir del 1º
de marzo el actual presidente Frei). Pero hay
además 10 senadores vitalicios que fueron
designados por Pinochet cuando se creó este
andamiaje constitucional, lo que determina que el
Senado tenga una mayoría de centro derecha
cuando en el electorado y en la Cámara de
Diputados hay una mayoría de centro
izquierda. Esto de que haya un grupo de senadores
que cambia las correlaciones, que frene
determinados procesos legislativos con
independencia de la votación popular parece
un elemento de condicionamiento, de
limitación al funcionamiento
democrático. Lagos apuesta a contar en esta
oportunidad con el apoyo de Lavín para una
reforma constitucional. No se sabe si lo va a tener
o no, pero apuesta a que hoy hay mejores
condiciones que hace un par de meses.
El segundo tema es la designación de
los mandos militares: el presidente chileno sigue
estando limitado en esa materia, donde hay una
especie de funcionamiento autónomo, de
autarquía, de cooptación.
Y por supuesto, como un elemento irritante en
lo político en relación al pasado,
está todo esto del juicio a Pinochet, lo que
tiene que ver con Inglaterra y su eventual retorno
y juicio en Chile.
Pero el otro desafío es el gran
problema económico y social. Después
de navegar con mucha calma, con un crecimiento
sostenido de su Producto Bruto Interno, con tasas
de desocupación extraordinariamente bajas
para la región, tuvo un año muy malo.
Después de haber manejado un guarismo de
4,5% la desocupación es alta (en 1999 es
más alta que en Uruguay, por ejemplo), y el
PBI se detiene bruscamente, como una locomotora que
marchaba a alta velocidad y aplica los frenos de
golpe: queda en crecimiento cero o, según
algunos economistas, con algunos decimales
negativos.
Esto genera problemas muy serios para la
Concertación. El primero, el
político, lo acaba de superar: retuvo la
Presidencia en esta situación
difícil. Pero ocurre que Chile, que ya
durante la época de Pinochet aplicó
un modelo de reforma del Estado y
liberalización muy decidido (fue el
más rápido y más fuerte de
América latina), creó algunos
problemas de orden social. La Concertación
intentó resolverlos pero se encuentra ahora
en medio de una situación muy
difícil, y además con medio
país alineado con la centro derecha, lo que
va a dificultar toda medida que tome el gobierno
cuando vaya hacia una mayor apertura de la
economía, un mayor desmantelamiento del
poder del Estado, como el que tradicionalmente ha
impulsado la derecha, más allá de que
Lavín ha impulsado algunas medidas de corte
populista que también importan una fuerte
presencia del Estado.
Básicamente, estos serían los
primeros apuntes sobre lo que no fueron las
elecciones de Chile, y algunas conclusiones
básicas de este resultado sobre el que se
cierra este proceso de cambios y ratificaciones en
el Cono Sur.
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