JOSÉ IRAZÁBAL:
La competencia
política no es solo
una lucha de ideas o
de programas, sino
también una
confrontación de
estilos políticos,
de formas de hacer
política. El
politólogo Oscar A.
Bottinelli, director
de Factum, nos
propone analizar
este punto en
particular y su
impacto en las
elecciones: "Las
formas de hacer
política".
***
OSCAR A. BOTTINELLI:
Vamos a tomar un
pequeñísimo ángulo
de un tema
vastísimo, muy
amplio, y que
podemos llamar de
larga duración.
Desde 1966 a las
últimas elecciones,
o sea en un período
de 40 años, los
partidos
tradicionales
tuvieron una caída
sostenida,
sistemática y sin
excepciones. Pasaron
de ser en conjunto
el 90% del país
(porcentaje del que
en cifras gruesas
nunca bajaron desde
que Uruguay tiene un
régimen competitivo,
de elecciones
limpias y
absolutamente
incuestionables), a
caer a la mitad de
esa cifra, el 45%.
Esa caída se dio
elección tras
elección, en forma
permanente,
sistemática, no es
un fenómeno de una
elección atípica.
Cuando se analizan
las explicaciones
que han dado los
propios dirigentes
políticos, se
encuentran dos
cosas. Uno, la
búsqueda de algún
elemento
circunstancial o de
algunos culpables
individuales: el
candidato del
momento, el
presidente del
gobierno o el
gobierno en su
conjunto, pero nunca
una causa individual
puede explicar un
proceso de 40 años.
Y las segunda, es
que en estas subas y
bajas el que cayó
sistemáticamente,
sin ninguna
excepción, fue el
Partido Colorado. En
cambio el Partido
Nacional tuvo
grandes revolcones y
grandes subidas, y
sobre todo cuando
repuntaba, no tendió
a verlo como un
fenómeno que lo
afectara. Por lo
tanto, cuando caía
reflexionaba sobre
esa elección
puntual, y al
recuperarse no había
reflexión.
No hay una reflexión
profunda sobre
cuáles han sido las
causas de esta caída
sistemática. En
términos objetivos,
cuando un conjunto
de fuerzas políticas
cae en forma
sistemática a lo
largo de 40 años hay
una pérdida de
sintonía con una
parte o con el
grueso de la
sociedad. Sintonía
que fue recogida por
otra fuerza política
o conjunto de
fuerzas, que pasó
del 10% en 1966 a
más del 50% en la
elección de 2004,
con un crecimiento
absolutamente
sistemático,
sostenido y sin
excepciones.
Una de las causas de
este largo fenómeno
–no la única, no la
principal, pero sí
una importante– son
la formas de hacer
política,
particularmente
hacia la población
de características
metropolitanas (no
nos referimos solo a
Montevideo, sino a
todo ese país donde
hay conjuntos con
características
urbanas en su
funcionamiento).
También se observa
una diferencia
importante entre la
izquierda y los
partidos
tradicionales en su
discurso. La
izquierda ha logrado
un discurso central
(que ya tenía con
Seregni, pero sobre
todo con Tabaré
Vázquez terminó de
lograrlo) que llega
directamente a la
gente, que obtiene
seguidores directos
a ese discurso y a
ese liderazgo, con
todo un gran abanico
de posturas de las
distintas corrientes
políticas, que, más
allá de las
contradicciones
entre sí, tienden a
converger en ese
discurso central.
Lo cierto es que en
este doble juego, la
izquierda presenta,
por un lado, un
discurso del tipo:
"nosotros abarcamos
todo este
pensamiento para
medio país", y
dentro de él, a su
vez, hay una lucha
de ideas en la que
se exponen distintas
corrientes. En
cambio, en los
partidos
tradicionales ha
ocurrido que en
general nunca hubo
una figura con
representación
globalizadora de
todo el espacio, ni
una figura que se
pudiera decir que
fuera el líder de
todo el Partido
Nacional o de todo
el Partido Colorado.
El último caso fue
el de Wilson
Ferreira en
determinado período.
Wilson en un momento
y Sanguinetti
después tuvieron
posturas dominantes
en sus partidos (Sanguinetti
llegó a tener el
80%). Pero siempre
ha habido
confrontaciones que
han tenido una base
ideológica
significativa.
En general los
dirigentes
tradicionales han
puesto mucho énfasis
en que la gente, en
lugar de percibir
que entre
Sanguinetti y
Batlle, entre
Lacalle y Larrañaga
hay diferencias que
tienen que ver con
cómo se concibe el
país y cómo son las
ideas, percibiera un
juego de rivalidades
y apetencias
personales.
Acá aparece una
primera diferencia
en las formas de
comunicar la
política y el hacer
política entre la
izquierda y los
partidos
tradicionales: la
gente tiende a ver
la política de
izquierda –no digo
que sea así, digo
cómo la comunica y
cómo lo tiende a
percibir la gente–
como una política
esencialmente de
lucha por ideas, por
distintas visiones
de cómo hacer las
cosas, y en los
partidos
tradicionales tiende
a verla como una
competencia pura y
exclusivamente de
ambiciones de tipo
personal. Incluso el
periodismo hace
mucho más énfasis en
las diferencias
personales entre uno
y otro que en las
ideas diferentes que
uno y otro encarnan.
Esto, visto así,
termina siendo un
elemento desgastante
para los partidos
tradicionales y
fortalecedor para la
izquierda, porque la
gente simplifica
diciendo: "Los
políticos blancos y
colorados solo
luchan por su
ambición personal".
JI - ¿Qué nos puedes
dejar como
conclusiones?
OAB - Esto que hemos
planteado como el
gran mensaje, tiene
una traducción mayor
cuando se va a la
política del
contacto personal,
la recorrida que
hacen muchos
dirigentes políticos
por los barrios y
los pueblos, no solo
los presidenciales,
sino también los de
segundo y tercer
nivel. Ahí se
observa que, en esa
recorrida en la que
sí se exhiben las
diferencias
sectoriales, la
izquierda tiende a
hablar de sus
propuestas o a
demonizar lo que
llama "la derecha" o
a hablar de las
virtudes del Frente
Amplio y del
respectivo sector o
su líder, de Mujica,
de Astori, de la
Vertiente, de los
socialistas, de los
comunistas.
Mientras, en los
partidos
tradicionales, sobre
todo desde que han
desaparecido
aquellas grandes
listas en Montevideo
que llevaban cuatro,
cinco, seis, ocho
diputados (como la
vieja 15 de Luis
Batlle, la 504 del
Movimiento de Rocha,
ya sea para las mal
llamadas elecciones
internas de junio
del año que viene
como para las
elecciones
nacionales de
octubre), hay una
multiplicidad de
listas de candidatos
a diputados dentro
de los mismos
sectores. Por lo
menos ahora se hace
esa competencia a la
interna.
Lo cierto es que la
gente ve a una
cantidad muy grande
de dirigentes
blancos y colorados
que recorren los
barrios y los
pueblos, no tanto
para hablar de las
maldades de la
izquierda y de sus
propias bondades, no
tanto para hablar de
sus partidos, sino
de sí mismos,
buscando apoyo para
que esa persona
pueda ir en un lista
en lugar de otra,
que también recorre,
de su mismo sector,
de su mismo partido.
Esto refuerza con
mucha intensidad la
idea de que los
dirigentes blancos y
colorados recorren
para buscar
posiciones de tipo
personal.
Esto está respaldado
por muchos estudios
sobre la percepción
de la gente en este
tema. No quiere
decir que las cosas
sean esencial y
sustantivamente así
–ese sería todo otro
tema a discutir–,
pero esta percepción
existe, y al existir
la idea de que en
general el dirigente
de izquierda tiende
a ir por razones más
genéricas, así sean
de proselitismo
ideológico, y que
blancos y colorados
van para buscar un
apoyo personal para
ser candidatos a
diputado o para ir
en una lista, la
izquierda tiene en
este terreno una
ventaja importante
sobre sus
competidores. Es un
tema sobre el cual
en general del lado
de los partidos
tradicionales no se
ha reflexionado
mucho, ni se le ha
asignado la
importancia que
tiene como uno de
los tantos elementos
que llevan a la
definición electoral
de la gente.