A
poco
de
producido
el
golpe
de
Estado
y
desatada
la
huelga
general
en
su
contra,
surgió
en
el
seno
de
la
izquierda
una
contradicción
sobre
la
conducción
de
la
lucha:
dónde
se
situaba
el
centro
de
conducción.
En
la
primera
reunión
del
Comando
Político
del
Frente
Amplio
–recién
formado
como
estructura
reducida
de
conducción
para
tiempos
de
resistencia-
el
general
Liber
Seregni
planteó:
“Esta
es
una
lucha
política.
Una
lucha
política
requiere
un
comando
político.
Y es
éste”.
El
planteo
lo
formula
en
términos
claros,
enérgicos
y
sin
apelación
ante
José
Luis
Massera
(Coalición
1001
y
uno
de
los
5
conductores
del
Partido
Comunista),
José
Pedro
Cardoso
(Partido
Socialista),
Juan
Pablo
Terra
(Coalición
808
y
Partido
Demócrata
Cristiano)
y
Hugo
Batalla
(99
y
representante
de
toda
“La
Corriente”).
Obtiene
el
apoyo
de
la
totalidad
del
Frente
Amplio,
inclusive
del
Partido
Comunista
que
hegemonizaba
la
conducción
sindical,
la
Convención
Nacional
de
Trabajadores.
Un
apoyo
al
menos
en
el
plano
de
lo
formal
(aunque
en
la
realidad
no
fue
un
acatamiento
pleno,
pero
mucho
más
allá
que
lo
meramente
formal).
Puede
ubicarse
aquí
la
primera
vez
que
en
el
Frente
Amplio
se
plantea
la
dicotomía
entre
la
primacía
de
lo
político
o la
primacía
de
lo
sindical.
En
el
año
1985
surgen
diferencias
en
la
forma
de
plantarse
en
relación
al
nuevo
gobierno
de
restauración
institucional:
el
Frente
Amplio
en
una
línea
de
fuerte
concertación
y el
movimiento
sindical,
ya
PIT-CNT
–con
un
Partido
Comunista
en
proceso
de
reconquista
de
su
hegemonía-
en
una
línea
más
confrontatoria.
Seregni
combatía
lo
que
llamó
la
“gimnasia
sindical”,
es
decir,
las
fuertes
movilizaciones,
paros
y
huelgas
desatados
contra
el
gobierno
Sanguinetti,
que
consideraba
que
su
principal
objetivo
era
el
proselitismo
político
(la
necesidad
de
la
permanente
movilización
de
las
masas
como
acción
concientizadora,
en
la
versión
de
Rodney
Arismendi).
Esta
diferencia
se
traducía
además
en
el
plano
del
papel
de
los
Comités
de
Base
y de
las
movilizaciones
frenteamplistas,
donde
varios
sectores
impulsaban
el
papel
de
los
Comités
como
apoyo
de
las
movilizaciones
sociales,
y
además
sostenía
que
la
movilización
frenteamplista
debía
ser
derivada
de
las
movilizaciones
resueltas
en
el
campo
social,
especialmente
en
el
movimiento
sindical.
No
solo
había
una
diferencia
en
cuánto
a
dónde
debía
estar
el
centro
de
las
decisiones
políticas,
sino
una
diferencia
de
fondo
sobre
el
apostar
a la
concertación
o
apostar
a
una
mayor
confrontación,
diferencia
que
se
expresó
en
posiciones
divergentes
entre
el
líder
frenteamplista
y el
líder
sindical
José
D’Elía
(que
no
afectó
nunca
la
profunda
estima
entre
ambos).
Cuando
la
etapa
final
de
la
dictadura,
el
Frente
Amplio
estaba
excluido
de
la
Interpartidaria
(partidos
Colorado,
Nacional
y
Unión
Cívica),
pero
estaba
asociado
con
el
Partido
Nacional
en
la
Intersectorial
(ambos
junto
al
PIT,
FUCVAM,
los
estudiantes
en
ASCEEP
y el
Servicio
de
Paz
y
Justicia).
Hasta
la
liberación
de
Seregni
fue
imposible
integrar
el
Frente
Amplio
a la
Interpartidaria,
dada
la
exigencia
de
frenteamplista
integración
en
la
misma
de
las
mencionadas
fuerzas
sociales,
rechazada
fundamentalmente
por
el
Partido
Colorado
(pero
en
menor
grado
también
por
los
otros
dos
partidos).
Seregni,
una
vez
liberado,
tiró
por
tierra
la
exigencia
de
participación
de
las
fuerzas
sociales
y
llamó
con
éxito
a la
constitución
de
la
Multipartidaria
con
la
sola
presencia
de
los
cuatro
partidos
políticos.
También
por
estas
épocas,
cuando
la
campaña
electoral
de
1984,
el
Frente
Amplio
siente
que
tiene
a su
alcance
el
gobierno
departamental
de
Montevideo
(que
perderá
por
la
exigua
diferencia
del
1,5%
de
los
votos
válidos
y
obtendrá
cinco
años
más
tarde).
La
redacción
del
programa
de
gobierno
departamental
se
hace
desde
la
óptica
de
quien
siente
que
debe
aplicar
lo
que
propone.
Y
estalla
una
fuerte
discusión
en
torno
al
precio
del
boleto.
En
ese
entonces
en
Montevideo
existía
un
sistema
de
precios
diferenciales
por
distancia,
rechazados
por
la
mayoría
de
la
población.
Los
partidos
Colorado
y
Nacional
levantan
la
bandera
de
precio
único
del
boleto
(que
aplicará
el
gobierno
colorado
de
Aquiles
Lanza
apenas
asuma),
en
consonancia
con
la
reivindicación
de
la
ciudadanía
capitalina.
El
Frente
Amplio,
en
cambio,
no
logra
consenso
en
ese
camino,
ante
la
presión
de
los
cooperativistas
del
transporte
(y
en
menor
grado,
también
de
los
sindicatos
del
transporte)
partidarios
del
precio
diferenciado
por
distancia
(cuanto
más
lejos,
boleto
más
caro,
que
se
traducía
–desde
la
óptica
contraria-
en
que
quienes
habitan
en
barrios
más
alejados
y
más
populares
debían
pagar
un
boleto
más
caro).
Estos
antecedentes
son
válidos
para
observar
que
la
dicotomía
campo
político
versus
campo
social
no
es
nueva
en
la
izquierda
uruguaya,
y
ocurrió
cuando
se
estaba
lejos
de
responsabilidades
propias
de
gobierno,
aunque
sí
con
responsabilidades
trascendentes
para
el
país,
como
el
enfrentamiento
a
una
dictadura
naciente,
la
búsqueda
de
salida
de
esa
dictadura
o el
funcionamiento
político
normal
en
una
etapa
de
restauración
institucional.
Es
necesario
no
olvidar
que
además
de
confrontaciones
de
tipo
teórico,
hay
también
diferencias
que
surge
del
propio
juego
de
poder.
La
autonomización
de
la
decisión
del
movimiento
social
o la
prevalencia
de
la
decisión
tomada
en
el
campo
social
es
funcional
a
los
grupos
que
hegemonizan
o su
fuerza
está
sobre
representada
en
el
campo
social,
mientras
que
lo
opuesto
es
válido
para
quienes
están
sub
representados
en
el
campo
social.
Inclusive
se
observó
en
algunas
etapas
del
Frente
Amplio
(caso
de
la
huelga
general
de
1973,
caso
del
periodo
1985-86),
es
la
inversión
de
posiciones
fácticas
en
relación
a
las
posturas
teóricas:
el
Partido
Comunista,
partidario
de
la
centralización
política
de
las
decisiones
y de
la
acción
social
como
derivado
de
la
estrategia
y la
tácticas
políticas,
apareció
como
el
mayor
defensor
del
poder
de
decisión
en
el
campo
social,
que
hegemonizaba;
grupos
más
combativos,
cuya
teoría
es
la
autonomía
del
movimiento
social,
impulsaban
la
discusión
y
definición
en
el
campo
político,
para
compensar
su
debilidad
en
el
campo
social.
Es
decir,
hay
por
un
lado
una
discusión
teórica
y
por
otro
lado
una
discusión
que
es
efecto
de
los
juegos
de
poder
y
las
correlaciones
de
fuerzas.
Además,
la
primacía
del
poder
de
decisión
social
tuvo
como
ventaja
un
tema
de
imagen:
lo
social
es
visto
por
la
gente
como
más
puro
que
lo
político,
como
más
auténtico.
EL
SINDICALISMO
CLASISTA
Y EL
SINDICALISMO
ECONOMICISTA
Por
otro
lado,
paralelo
a la
dicotomía
político-social,
existió
una
más
que
centenaria
confrontación
de
tesis
entre
la
concepción
del
sindicalismo
clasista
y la
del
sindicalismo
economicista,
es
decir,
el
concebir
el
sindicalismo
como
la
expresión
del
movimiento
de
los
trabajadores
organizados
en
lucha
por
sus
reivindicaciones
de
clase,
en
el
marco
de
una
lucha
de
clases;
o la
expresión
del
sindicalismo
como
un
movimiento
de
lucha
por
reivindicaciones
económicas
puntuales,
ya
fuere
del
conjunto
de
los
asalariados
o de
un
segmento
de
asalariados,
inclusive
aún
en
contra
de
otro
conjunto
de
asalariados.
El
concepto
de
sindicalismo
economicista
es
asimilable
al
concepto
de
corporativismo,
aunque
el
corporativismo
–que
puede
definirse
como
la
tendencia
extrema
a la
solidaridad
interna
y a
la
defensa
de
los
intereses
de
cuerpo-
no
es
solo
tema
de
asalariados,
sino
que
puede
serlo
de
grupos
profesionales
(incluidos
allí
los
militares),
de
empresarios
o de
determinados
agrupamientos
sociales
de
los
individuos.
La
concepción
del
sindicalismo
economicista
o
corporativista
constituyó
una
corriente
extremadamente
minoritaria
en
el
movimiento
sindical
uruguayo
desde
su
origen
hasta
un
momento
que
no
es
fácil
de
determinar,
pero
claramente
hasta
finales
de
los
altos
ochenta
o
comienzos
de
los
noventa
del
siglo
pasado.
El
corporativismo
en
los
diferentes
órdenes
-empresarios,
de
asalariados,
profesionales-
despunta
con
claridad
con
los
años
noventa,
en
gran
medida
a
consecuencia
del
avance
en
el
país
de
las
ideas
del
libre
mercado,
la
competencia
y la
competencia
individual;
y
sin
duda
adquiere
gran
fuerza
en
los
últimos
años.
Quizás
se
viva
ahora
el
momento
más
alto
conocido
en
el
país
de
concepción
corporativista
en
los
distintos
campos
y
niveles.
A
nivel
sindical
parecería
claro
que
el
corporativismo
pionero,
con
mucha
fuerza
y
gran
éxito,
ha
sido
el
bancario.
Cabe
recordar
que
algunos
elementos
de
corporativismo
presentes
en
la
ingeniería
política
del
Uruguay
son
ajenos
a la
izquierda:
el
gobierno
de
la
enseñanza
media
por
partes
de
los
docentes
(así
se
gobernó
la
llamada
Enseñanza
Secundaria
desde
1935
a
1989),
la
presencia
de
sectores
corporativos
en
el
Directorio
del
Banco
de
Previsión
Social
(asalariados,
pasivos,
empleadores;
establecido
en
la
reforma
constitucional
de
1966
a
impulsos
del
Batllismo
Lista
15),
la
COPRIN
(Comisión
de
Productividad,
Precios
e
Ingresos,
creada
durante
el
pachequismo,
con
la
finalidad
de
regular
todos
y
cada
uno
de
los
precios
y
los
salarios
del
país,
con
integración
estatal,
empresarial
y
sindical),
la
creación
constitucional
de
un
Consejo
de
la
Economía
Nacional
plenamente
corporativista
(de
inspiración
en
los
nacional
corporativismos
dominantes
en
Europa
en
los
años
treinta,
creado
por
Gabriel
Terra
y
Luis
Alberto
de
Herrera
en
la
Constitución
de
1934,
nunca
aplicado:
que
Tabaré
Vázquez
intentó
desempolvar
y
finalmente
no
lo
hizo).
A
ello
cabe
sumar,
a
impulsos
multipolíticos
–blancos,
colorados
e
izquierda
incluida-
del
gobierno
corporativo
de
la
Universidad
de
la
República
(estudiantes,
docentes,
egresados)
El
sindicalismo
clasista
tiene
un
pariente
en
el
sindicalismo
no
necesariamente
clasista
(en
el
sentido
de
lucha
de
clases),
pero
sí
de
pretensiones
colectivas,
es
decir,
que
las
reivindicaciones
parciales
deben
armonizarse
con
-e
incluso
subsumirse
en-
los
objetivos
colectivos,
ya
sea
del
conjunto
de
los
trabajadores
(asalariados)
ya
sea
del
país.
Este
tipo
de
sindicalismo
es
más
compatibilizable
con
los
gobiernos
y
los
partidos
políticos,
en
tanto
los
gobiernos
y
los
partidos
políticos
en
general
tienen
visiones
más
omnicomprensivas
que
las
corporaciones
LA
ETAPA
DE
LA
IZQUIERDA
GOBERNANTE
El
periodo
anterior
reveló
juegos
contenidos
del
corporativismo,
con
bajos
niveles
de
confrontación,
en
gran
medida
porque
al
ser
el
primer
gobierno
de
izquierda
las
distintas
fuerzas
sentían
una
particular
necesidad
de
cuidar
la
experiencia,
de
evitar
un
fracaso
por
culpa.
Las
reivindicaciones
colectivas
en
general
fueron
contenidas
o
autocontenidas.
A
ello
contribuyó
además
que
fue
un
gobierno
fuertemente
verticalista,
y
ese
verticalismo
presidencial,
jugado
en
dosis
homeopáticas,
con
una
precisa
elección
del
momento
y la
circunstancia,
diluyó
toda
posible
disidencia
o
todo
posible
cuestionamiento,
al
punto
que
el
único
gran
desafío
que
sufrió
el
presidente
de
la
República
como
gobernante
lo
constituyó
el
tema
del
aborto.
Sin
embargo,
durante
el
gobierno
anterior
el
Frente
Amplio
caminó
hacia
el
fortalecimiento
de
los
corporativismos.
Por
un
lado
en
la
enseñanza,
al
introducir
un
representante
de
los
docentes
en
el
Consejo
Directivo
Central
de
la
Administración
Nacional
de
la
Enseñanza
Pública
y
los
consejos
derivados
de
Primaria,
Secundaria
y
UTU).
Por
otro,
en
la
creación
de
la
Administración
de
los
Servicios
Sociales
del
Estado,
al
incluir
un
directorio
en
representación
del
sindicato
de
funcionarios
de
la
salud
pública
y
por
otro
a un
representante
de
una
organización
de
“usuarios
de
Salud
Pública”,
de
escasísima
representatividad
En
cambio,
la
dicotomía
campo
político-campo
social
estalló
en
plenitud
en
este
gobierno,
particularmente
en
relación
a
los
funcionarios
públicos,
al
punto
de
desafiar
los
lineamientos
del
gobierno
y
dividir
a la
bancada
oficialista
entre
el
apoyo
a
los
postulados
del
gobierno
y el
apoyo
a
los
postulados
sindicales.
Pero
estalló
no
solo
en
el
campo
más
habitual
de
las
remuneraciones,
sino
que
se
extiende
al
propósito
del
movimiento
sindical
del
funcionariado
público,
de
tener
derecho
de
veto
sobre
la
reforma
del
Estado.
A
cuenta
de
mayor
cantidad,
puede
observarse:
Uno.
Todo
lo
señalado
anteriormente
en
lo
teórico,
en
la
praxis
y en
los
juegos
de
poder.
Dos.
El
crecimiento
de
la
visión
corporativa,
que
incluso
supera
a
los
sindicatos
que
se
ven
desbordados
por
corporativismos
al
interior
de
los
propios
grupos
de
trabajo,
de
pequeños
grupos
que
defienden
sus
intereses
en
asintonía
y
hasta
oposición
con
el
resto
de
sus
compañeros.
Tres.
El
surgimiento
de
un
derecho
de
veto
corporativo
que
limita
el
poder
del
gobierno
en
la
administración
del
Estado
e
inclusive
se
llega
en
algunos
lugares,
como
ASSE,
a
sostener
que
los
cargos
de
particular
confianza
deben
ser
de
particular
confianza
no
solo
de
la
fuerza
política
–o
no
de
la
fuerza
política-
sino
de
la
organización
sindical
Cuatro.
La
dicotomía
entre
dos
visiones
de
las
decisiones
presupuestales,
salarios
incluido.
Uno,
que
el
presupuesto
es
uno
de
los
más
importantes
actos
de
gobierno,
que
debe
decir
el
conjunto
del
a
institución
gubernativa
(Poder
Ejecutivo,
Poder
Legislativo)
a
través
de
las
personas
elegidas
por
la
ciudadanía
para
que
actúe
en
su
representación;
vale
decir,
es
un
acto
de
ejercicio
de
la
democracia
a
través
de
los
representantes
de
la
soberanía.
La
otra
visión
es
que
el
presupuesto
es
el
producto
de
una
negociación
entre
un
empleador
(muy
grande,
como
lo
es
el
Estado)
y
sus
asalariados,
como
lo
son
los
funcionarios
públicos;
y
que
esta
negociación
no
tiene
diferenciación
alguna
con
la
negociación
de
cualquier
empresa,
o
megaempresa,
con
sus
dependientes.
Cinco.
Que
todo
esto
se
potencia
en
el
marco
de
una
relación
no
definida
en
el
seno
de
la
izquierda
entre
el
papel
del
gobierno,
el
papel
de
la
fuerza
política
y de
su
estructura,
y el
papel
de
su
bancada
legislativa.
Seis.
La
propia
dicotomía
que
surge
en
el
movimiento
sindical
entre
un
compromiso
con
el
gobierno,
de
coincidencia
estratégica
con
la
fuerza
política
que
gobierna,
y
quienes
postulan
la
defensa
de
intereses
propios
aún
en
contra
del
gobierno
y de
la
fuerza
política
Siete.
La
otra
dicotomía
que
aparece
en
el
campo
sindical,
en
gran
parte
superponible
a la
anterior,
pero
no
plenamente,
entre
apostar
a un
sindicalismo
economista
o
corporativo
(aunque
se
rechacen
estos
términos)
o
apostar
a un
sindicalismo
político
donde
se
privilegia
lo
global
y lo
colectivo
sobre
lo
sectorial.