La
(in) cultura de partido
Oscar
A. Bottinelli
Los episodios de las dos
últimas semanas en relación
a la coalición de gobierno
confirmar un hecho: va a pasar mucha agua
bajo los puentes antes que las dirigencias
políticas tradicionales comiencen a
caminar en la misma dirección que
la reforma constitucional. La nueva Carta
Magna apunta aun fortalecimiento de la
institución partidos
políticos y en particular a un
privilegiamiento del papel de los partidos
en relación al papel de los grupos,
fracciones o sectores. Los hechos
políticos ocurridos en estos ocho
meses de nueva Constitución van en
sentido opuesto: la inercia de tres
cuartos de siglo de vida moderna, y
más de siglo y medio de existencia
general, implican que la dirección
del movimiento siga siendo hacia la
política de fracción. No
sólo no ha cambiado el rumbo, sino
que siquiera se ha reducido la
velocidad.
Es posible que el cambio de rumbo
empiece a operar, en forma más
pacífica o más
traumática, a partir de las
elecciones internas y de los reacomodos
necesarios entre abril y octubre.
De estos días hay algunos
episodios que conviene remarcar:
Uno. El diputado Pacheco Klein
señala en un reportaje, al
despuntar el problema, no estar
representado en la coalición de
gobierno. El razonamiento es interesante a
partir de dos datos: el presidente de
Ancap es casualmente el candidato
vicepresidencial de su sector y la cabeza
de lista senatorial de su sub-sector; pero
además (salvo información en
contrario) el presidente es Sanguinetti,
no sólo electo por el lema Partido
Colorado (al igual que Pacheco Klein),
sino con los votos decisivos de la
Unión Colorada y Batllista.
Dos. Los diputados García
Pintos y Rodino fueron electos no
sólo por el lema Partido Colorado,
sino además por el sublema Acuerdo
y por la lista de la agrupación
Cruzada 94. Y actuaron al margen de las
tres entidades.
Tres. En un procedimiento muy
original el Partido Nacional declara que
tres diputados de su socio han dejan de
integrar la coalición de gobierno.
El Partido Colorado nada dice, de hecho
avala el planteo nacionalista, pero no
excluye de sus cuadros a los tres
legisladores, los cuales continúan
habilitados para ser candidatos por el
coloradismo en el próximo ciclo
electoral.
Cuatro. En medio de estos episodios,
el presidente Sanguinetti no sólo
conversa con el presidente del Partido
Nacional, sino también con el
líder del herrerismo. Algo
así como si en las tratativas del
Mercosur, el presidente negociara con el
presidente argentino y con el gobernador
de la Provincia de Buenos Aires.
Cinco. El sector mayoritario del
Partido Nacional y su propio presidente
actúan alternativamente en dos
roles: uno como Partido, otro como
fracción.
Seis. El Partido Colorado sufre el
problema que el diez por ciento de su
representación parlamentaria
interpela a un ministro del presidente de
su partido. Y la máxima autoridad
partidaria cotidiana, el Comité
Ejecutivo Nacional, virtualmente no toma
cartas en el asunto.
Ante esta enumeración se
podrá decir algo muy obvio:
qué tiene de novedad. La respuesta
es que nada ha cambiado, que subyace la
falta de cultura de partido. Y el problema
es de cultura, no de derecho. De nada vale
una reforma constitucional, ni una ley de
partidos, si no existe una cultura de
partido, una búsqueda de
prevalencia del partido sobre los
sectores; y también despunta un
problema de disciplina (porque los dos
diputados de la 94 ni siquiera actuaron
acorde a su fracción).
Otros episodios recientes avalan
esta tesis. Gonzalo Aguirre renuncia al
Directorio en base a no tener incidencia
en el mismo y considerar las reuniones del
Honorable una especie de pérdida de
tiempo. Tiempo atrás por razones
algo parecidas se fue Carlos Julio
Pereyra. Aunque su incidencia fuese nula,
el nivel de sus colegas resultase
espantoso, y el órgano fuese
inoperante, a ninguno se le pasa por la
cabeza renunciar al Senado o, de no
integrarlo, no postularse al
mismo.
Está claro que una cosa es
estar en el Senado y otro en el Directorio
o en el Comité Ejecutivo Nacional.
Nadie deslegitima al Parlamento por
renunciar al mismo, por el contrario, el
que se va puede llegar a perder peso
político. En cambio, sí es
posible deslegitimar una autoridad
partidaria por bajar la
representación (en cuanto al nivel
de la misma) o reducir su
representatividad (en cuanto a los
sectores presentes). En el PSOE, los
guerristas pelearon hasta último
momento, sin éxito, por evitar la
exclusión de su líder de la
máxima autoridad partidaria. En
Uruguay, los grupos ajenos a Volonte y el
herrerismo apuntan con su ausencia a
rebajar el peso de la autoridad
partidaria. Otra vez lo obvio: las
conductas apuntan a la lógica
fraccional subsistente.
|