El
dilema de Frente Amplio o Encuentro Progresista
Oscar
A. Bottinelli
En momentos en que alcance los veintiocho
años de vida, el Frente Amplio se
verá en la encrucijada de definir su propia
existencia: si sigue siendo la fuerza identificada
con la bandera tricolor, las clásicas efe y
a diseñadas por Espínola Gómez
y se apega a ser esa tercera gran identidad
política del Uruguay, o si por el contrario,
más temprano o más tarde, ese
río se diluye en un río quizás
más grande, denominado Encuentro
Progresista. La palabra posfrentismo es de esas que
apenas nace queda desterrado del lenguaje
analítico, pues del pique adquirió un
sentido descalificante: nadie puede ser
posfrentista a riesgo de ser mala persona. Por lo
tanto, no es aplicable. Además, antes de
llegar a ello, conviene empezar por el principio,
como rezaba el viejo profesor de
lógica.
La decisión tiene que ver con dos
elementos, bastante interrelacionados: la
opción del lema y la definición del
centro de toma de decisiones, de la estructura
central. En las cuatro elecciones generales a que
concurrió lo hizo siempre con decisiones
diferentes: Uno: En 1971 comenzó a regir la
nueva disposición constitucional sobre lemas
permanentes, que restringió el derecho al
uso del múltiple voto simultáneo
exclusivamente a los lemas que en la
elección anterior obtuvieron
representación parlamentaria, por lo que se
presentó bajo el lema Partido
Demócrata Cristiano (el otro lema
disponible, inviable políticamente, lo era
Frente Izquierda de Liberación (el Frente no
tenía viabilidad política sin apelar
al múltiple voto simultáneo). Dos: en
1984, en función de una propia
interpretación restrictiva del acto
institucional 18, optó por mantener el lema
Partido Demócrata Cristiana. Tres: en 1989,
al abandonar el PDC al Frente Amplio por segunda
vez, el Frente gestionó y obtuvo una ley que
le reconociese un lema permanente con su propia
denominación, Partido Frente Amplio. Cuatro:
en 1994, constituido el Encuentro Progresista, se
repitió en sentido inverso la
situación del año 71, ya que el lema
permanente utilizable pasó a ser Partido
Frente Amplio. Esta es la historia: salvo en el 89,
nunca la elección del lema fue enteramente
libre. Ahora, en virtud de la entrada en vigencia
de la Constitución de 1997, la
elección del lema no tiene limitación
alguna y, por tanto, es una decisión
inequívocamente política. No hay pues
posibilidad alguna que una decisión
política se postergue o enmascare en
limitaciones jurídicas. Este es una primera
clave en la decisión.
Una segunda clave es visualizar en este
segmento del electorado la existencia de en
principio tres grandes visiones, que se ordenan en
función de su facilidad expositiva. La
primera visión, a la que denominaremos
tabarecista, comprende al conjunto de personas que
se siente esencialmente interpretado por el
lidezrago de Tabaré Vázquez, en una
relación inmediata y no intermediada, cuya
adhesión partidaria es un derivado de la
adhesión personal (si el partido de
Tabaré es el Frente, soy frentista; si el
partido de Tabaré es el encuentro, soy
encuentrista). Una segunda visión la
calificaremos de frenteamplista tradicional, como
forma de acentuar la tradicionalización
partidaria del Frente Amplio; significa una
adhesión en términos de
adquisición de identidad (así como se
es colorado o blanco, se es frenteamplista), que
como toda identidad es el producto de una
combinación de elementos simbólicos,
de trayectoria histórica y con los vaivenes
de los cambios del mundo, una cierta
definición de principios y postulados. Una
tercera visión la podemos denominar como
frentista de izquierda, es decir, en la
búsqueda de un frente (no necesaria y
exclusivamente el Frente Amplio) que unifique todas
las fuerzas de izquierda o que se califiquen de
progresistas; en esa visión, el Frente
Amplio es una etapa de varias etapas en la
construcción de ese gran bloque de fuerzas
progresistas o de ese gran bloque alternativo, para
utilizar dos términos empleados por los
propios sostenedores de estas tesis. De ser
así, hubo una etapa previa de éxitos
parciales y también fracasos, como el Frente
Izquierda de Liberación y la Unión
Popular, ambos nacidos en 1962; una segunda etapa
existosa, el Frente Amplio; y se estaría en
las puertas de una tercera etapa, el Encuentro
Progresista, como abarcador de todo lo que
significó el Frente Amplio y además
como sucesor del mismo. Conceptualmente es un post
frenteamplismo, aunque un reafirmador del frentismo
en la teoría de los frentes
acumulativos.
Como es connatural en política, en
toda definición además operan
factores de poder. Las discusiones nunca son
enteramente teóricas, y apuntan a
cómo queden las distintas fuerzas
correlacionadas en una u otra opción. A la
estrategia de un liderazgo personal de
Tabaré Vázquez conviene el
fortalecimiento del Encuentro Progresista, tesis
que se podría unir con una concepción
de sucesivas etapas de construcción de
frenteas y alianzas de izquierda. Para una
estrategia opuesta a ese liderazgo parece natural
fortalecer el frenteamplismo, como también
(y no necesariamente son lo mismo) a quienes tienen
con el Frente Amplio una relación de
identidad
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