La
sucesión presidencial
Oscar
A. Bottinelli
Hoy se ensaya un nuevo camino para solucionar
el dilema de cómo definir la sucesión
presidencial, entendida como la propuesta electoral
del sector político liderado por el
presidente de la República. Desde la
restauración institucional, las dos
experiencias anteriores han sido traumáticas
y de resultados negativos. En 1989 el entonces
Batllismo Unido terminó finalmente acordando
la realización de elecciones primarias
abiertas, con adhesión simultánea
(firma de la denominada fe batllista). Así
pretendió decidir la sucesión
electoral del presidente Sanguinetti. La dureza con
que se planteó el camino de las primarias
(cabe recordar las figuras utilizadas por Batlle
del brazo arrancado y de "a dedo no") y en que
recorrió la campaña electoral,
desembocaron en el desmembramiento del Batllismo
Unido, la pérdida de la friolera de cinco de
cada ocho votantes, y sin duda fue uno de los
elementos principales (quizás no el
más importante, pero sí uno de los
gravitantes) en que el Partido Colorado registrase
la peor votación de su historia, apenas por
encima del treinta por ciento.
Cinco años más tarde, Luis
Alberto Lacalle recorrió el camino inverso y
buscó ejercer la autoridad lideral dentro de
un lógica de liderazgo: el líder es
el referente político del sector, el
"dueño de los votos" en un lenguaje usual en
el mundo político, y por tanto, el titular
del derecho a efectuar la designación del
candidato presidencial. Habría que analizar
mucho cuáles fueron las causas de que ello
fallara, curiosamente en un momento estelar de la
vida política de Lacalle. Una de ellas pudo
ser que alimentara cierta ilusión de
competencia abierta, al oficializar tres
pre-candidatos (Ramírez, que en definitiva
fue en quien recayó su elección,
Volonté y Raffo); otras, que pudo no haber
medido demasiado los límites de su poder y
la fuerza de una disidencia interna que, articulada
por Santoro, posibilitó el lanzamiento de la
candidatura Volonté. Fueren cual fueren las
causas, lo cierto es que desembocó en la
pérdida de la mayoría
partidaria.
Con anterioridad a la interrupción
constitucional, las experiencias fueron pocas, como
pocos fueron los tiempos en que Uruguay como estado
moderno tuvo un presidente de la República
con la facultad plena de jefe de Estado y jefe de
Gobierno. Al término de su mandato lo fueron
Terra, Baldomir, Amézaga, Luis Batlle y
Pacheco Areco. Los casos de Baldomir y
Amézaga salen de la lógica
política normal, pues tienen un componente
ligado a la transición desde la etapa
terrista ("marzista" para usar la
terminología de la época); a Baldomir
lo sucede una figura colorada de fuera del sistema
político, y a Amézaga lo
continúa la fórmula que consagra los
liderazgos plenos del batllismo. Las elecciones de
1946, en cuanto a la conformación de la
fórmula triunfante, son asimilables a las de
1984. Terra optó por el juego libre entre
dos fracciones que rescataban la herencia de su
gobierno, encarnados además por dos personas
de afinidad familiar: su consuegro y su
cuñado. La sucesión de Luis Batlle, o
el propio acceso de Luis Batlle a la Presidencia y
la forma de definir la siguiente candidatura
batllista, iniciaron el proceso de ruptura del
segundo batllismo, que concurre a las elecciones de
1950 con dos fórmulas presidenciales
enfrentadas. Finalmente, Pacheco Areco
aplicó con toda fuerza la lógica del
liderazgo y designó por sí a
Bordaberry. Analizado estrictamente desde el punto
de vista electoral, la solución de Pacheco
fue hasta ahora la única exitosa, sin
embargo, la rápida independización de
Bordaberry, la ruptura de lazos con su designador,
permiten también visualizar como un fracaso
el camino transitado por Pacheco.
Ahora Sanguinetti ensayó un nuevo
camino: realizar una elección abierta, pero
no a nivel de ciudadanía sino de estructura
partidaria. Siempre es más fácil
acotar la rispidez de una confrontación
electoral cuando se realiza dentro de un colegio
elector que cuando opera la ciudadanía en su
conjunto. Pero además de servir para dirimir
la candidatura, la elección interna ha
cumplido la función de crear una fuerte
segunda línea en el Foro Batllismo, con tres
figuras que han adquirido nivel presidencial,
independientemente del resultado de hoy, siempre y
cuando todos administren bien el resultado. A
partir de mañana, o del día siguiente
a una segunda vuelta si la hay, vienen los
días decisivos para juzgar el método
y evaluar los resultados para el Foro. Porque todo
el camino funciona si los tres aspirantes
administran el resultado de acuerdo a las reglas
del mismo, con acatamiento a la decisión
electoral y apoyo al triunfador. Si los hechos son
otros, el país vería que se sigue sin
encontrar la fórmula para definir al
candidato presidencial del sector liderado por el
titular de la Presidencia de la
República.
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