En
juego: la credibilidad de un modelo
Oscar
A. Bottinelli
No todos los individuos en una sociedad
piensan igual. Mucho más si se trata, como a
uruguaya, de una sociedad de alto nivel educativo y
significativos niveles de tolerancia y
valoración de la pluralidad. Sin embargo,
siempre hay un conjunto de ideas y valores
dominantes que permiten caracterizar a una sociedad
en un tiempo y lugar; valores que sintetizan esas
ideas diferentes, y establecen algunos elementos en
que casi todos se reconocen. Así es como
durante más de medio siglo el país
conforma los valores e ideas del welfare state, a
las que poco a poco adhieren casi todos los grupos
políticos en forma natural; el papel
asistencial del Estado, su gran tamaño, el
crecimiento de sus funciones, son puntos
apriorísticos en el razonamiento
político; están más
allá de controversias. Si alguien analiza la
campaña electoral de 1971 verá que
entre el pachequismo, el wilsonismo y el naciente
Frente Amplio, pese a la duerza del momento y de
los enfrentamientos, no existían diferencias
sustanciales sobre el papel del Estado ni sobre un
modelo relativamente autárquico conocido
como de sustitución de importaciones. Ello
no supone ignorar ni las diferencias entre las
distintas fuerzas políticas sobre otros
aspectos medulares, ni tampoco la existencia de
individuos o grupos con líneas de
pensamiento diferentes a las dominantes. Pero el a
priori de la discusión política es un
Estado fuerte, intervencionista y un país
con altos aranceles, protectivos de la industria
nacional mediante fuertes barreras a la competencia
extranjera; las diferencias comienzan en
políticas para fortalecer a cuáles,
impuestos pagos por quiénes, como asignar el
gasto y distribuir o concentrar el ingreso.
En los últimos tres lustros se
verifica una rotación en el eje
ideológico. El papel del mercado y de la
competencia, la reducción de funciones y
actividades del Estado, las privatizaciones y
tercerizaciones como instrumento, la apertura de la
economía, van poco a poco logrando
aceptación. Al punto que con los matices y
diferenciaciones, la síntesis de valores e
ideas de la sociedad uruguaya, en relación a
los elementos aludidos, apuntan en dirección
contraria que tres décadas atrás. En
los últimos diez años los cambios de
pensamiento han sido notorios: en los discursos de
los partidos y candidatos, en los hechos de
gobiernos y administraciones, en el nivel de
privatizaciones y tercerizaciones de la Intendencia
Municipal de Montevideo. Este cambio corresponde al
predominio de un modelo o de un par de modelos;
desde la izquierda se considera que hay un solo
modelo aplicado con escasas variantes en el
gobierno anterior y en el actual. La frase que el
ex-ministro Ignacio de Posadas atribuye al
presidente Sanguinetti supone más o menos lo
mismo; que no hay diferencias de modelo, sino de
instrumentación: "lo que importa no es el
ritmo sino la dirección". En cambio, otras
frases en ámbito público del
presidente Sanguinetti, particularmente sus
discursos en el exterior, a la par de ubicarse en
el espacio socialdemócrata, apuntan a la
exigencia de dos modelos diferentes en cada
gobierno: uno fuertemente liberal, privatizador,
centrado en el mercado; y otro situado en la
tercera vía, que combina mercado y Estado.
Desde este ángulo, las diferencias entre
ambas administriones pueden reflejar lo que va de
Aznar a Felipe González en España, de
Berlusconi a D'Alema en Italia.
Pero pese a la distancia que puede ir de los
planteos del Frente Amplio al de los dos candidatos
de los partidos tradicionales, independientemente
que haya un modelo liberal y otro de tercera
vía, o que sea un solo modelo con ritmos
diferentes, la sociedad en su conjunto ha asumido
cambios importantes en ideas fundamentales;
repitamos, en el papel del Estado y el papel del
mercado, en el cierre o apertura de la
economía, hasta en que los recursos pueden
tener limitaciones más allá de
intenciones y propósitos. Pero ese cambio de
valores es un cambio no consolidado, en la medida
que como trasfondo aparece la nostalgia de un
Estado protector y benefactor, la nostalgia por un
pensamiento que atribuye logros y fracasos de los
gobiernos a lo voluntad política de los
gobernantes.
La presente recesión, las dificultades
del agro expresadas en varias formas de fuerte
protesta, las quejas de la industria, las altas
tasas de desocupación van conformando un
clima de fuerte malestar, atribuido por buena parte
de la sociedad o a la gestión de un gobierno
en particular o más genéricamente a
los resultados de un modelo. Y a las dificultades
se suman las incertidumbres, una de las cuales y
nada menor es la incertidumbre cambiaria. Para
decirlo con todas las palabras en algo que se dice
en voz baja, hay un fuerte temor a la
devaluación, la cual sería visto por
una parte sustancial de la sociedad como el quiebre
de un modelo, la comprobación de su fracaso.
En los meses próximos pues aparece en juego
la credibilidad de una parte sustancial de la
sociedad en los cambios ideológicos y
valorativos habidos en el Uruguay, como en el resto
del mundo occidental, en los últimos
lustros.
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