El
voto: esa banalidad por la costumbre
Oscar
A. Bottinelli
La sorprendente frase del título
pertenece a Nguyen-Huu Dong, el simpático e
inteligente vietnamita, alto oficial electoral de
Naciones Unidas, dicha a poco de regresar de Timor
Oriental. Donde un pacientemente elaborado
plebiscito desembocó en un baño de
sangre desatado por el perdedor, Indonesia. No hace
mucho, apenas dos décadas, el voto
apareció aquí en Uruguay como el
sueño perdido y a recomponer: el voto a
candidatos, a candidatos de partidos, el voto a
partidos; la confianza en candidatos, en partidos,
en los políticos.
Hace seis meses, cuatro de cada diez
uruguayos adultos residentes en el país,
decidieron que esa banalidad del voto no es motivo
suficiente para incomodarse un domingo, salir de la
casa para ir a un lugar de votación. La
oferta fue de ocho partidos, diecisiete candidatos
presidenciales y no menos de doscientas
nóminas de candidatos a convencional en
Montevideo y no menos de treinta o cuarenta en los
departamentos de menos opciones. La
estantería del supermercado pues estuvo bien
repleta. Pero para estos sofisticados cuatro de
cada diez no fue suficiente. O ya la exquisitez en
el consumo electoral lleva a niveles de exigencia
propia de aburridos y ahítos millonarios,
con todo a su alcance, a quienes nada llena su
vacío interior. Pero resulta que ahora se
detecta otra insatisfacción: hay menos
partidos, menos candidatos, menos listas. La queja
es ahora la falta de opciones.
A veces no se percibe que todas las opciones
que están en octubre son las que la gente
quiso; y las que no están es porque la gente
no quiso que estuvieran y las dejó de lado
en abril. Pero en abril estuvieron todos los que
quisieron estar y los que la gente quiso que
estuvieran. Porque si alguien no estuvo, debe ser
porque no quiso o porque no hubo gente que fuera a
sacarlo de su casa y proyectarlo a la escena
política.
En encuestas y programas periodísticos
interactivos aparece una cantidad significativa de
personas que emiten duros juicios contra los
políticos y su quintaesencia, los
parlamentarios. La frase más común: a
esos que ponen ahí para no hacer nada. Dicho
sin mirarse al espejo. Porque los que están
ahí lo están porque todos, por
omisión o por comisión, así lo
quisieron. Y hacen lo que la gente quiere que haga.
¿Cómo se puede medir la
calificación de un político, su
rendimiento? ¿Qué debe hacer y
qué no debe? La respuesta es muy sencilla:
debe hacer lo que quiere su empleador.
¿Qué condición deben tener un
político? Respuesta: la que requiera su
empleador para darle empleo. Y el empleador es el
ciudadano y da el empleo cuando vota y quita el
empleo cuando no vota. El ciudadano da su
aprobación a lo que hace cuando vota y
sobretodo cuando reelige, y da su
desaprobación cuando no reelige.
En definitiva, lo malo del voto es que no hay
otro a quien echarle la culpa. Uno, todos y cada
uno, somos responsables del país, de su
destino, de los gobernantes y representantes que
elegimos y de los que no elegimos. En otras
palabras: si uno es maduro, asume la
responsabilidad y se mira al espejo y sabe que el
que está enfrente, dibujado en el azogue, es
el responsable de lo que le pase al país, y
nadie más que él. Y como él,
los otros dos millones cada uno con su espejo.
El voto es, Perogrullo dixit, lo que decide
el destino de un país de democracia
clásica. Si lo que decide el destino del
país no es el voto, estamos en otro tipo de
sistema: la gente no vota, no decide, no es
dueña de su destino.
Cuando no se tiene el voto, no se decide. Y
cuando se tuvo y no se tiene, se siente su falta y
su necesidad. Se lo reclama y se lucha por
él. Cuando se lo tiene pero el mismo es o no
acatado según la fuerza de que se dispone,
sucede lo de Timor Oriental. Cuando se tiene y se
acata, se valora su importancia. Cuando se tiene y
se acata una y otra vez, por los años de los
años, pasa a ser un árbol del
paisaje, una costumbre que por costumbre se
transforma en banal. Y esa banalidad hace perder de
vista lo que se tiene, lo que alguna vez se tuvo,
se perdió y se reconquistó (Tema para
meditación de esos cuantos votantes
escépticos)
Addenda: escrito este artículo,
aparece la declaración del gremio de
docentes de Secundaria de resistirse a la
obligación de integrar Comisiones Receptoras
de Votos. Los docentes fueron un gremio muy
golpeado en el régimen de facto y que tuvo
un fuerte protagonismo en la restauración
institucional. Más allá de las
bondades o intolerancias de Rama y el Codicen, su
protesta se expresa contra el electorado y las
garantías básicas del funcionamiento
democrático. Perderse en el bosque por
algún árbol puede ser una forma
peligrosa de amnesia histórico, de olvido de
lo que costó reconquistar.
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