Entre
la obsesión y la inteligencia
Oscar
A. Bottinelli
En treinta y tres años, el conjunto de
partidos tradicionales pasó del 90% al 53%
del electorado activo, es decir, a quienes emiten
votos válidos por un agente político.
Y esa caída fue constante, sostenida y sin
excepciones: 1966, noventa por ciento; 1971,
ochenta y algo por ciento; 1984, setenta y cinco;
1989, setenta; 1994, sesenta y cinco por ciento;
octubre de 1999, cincuenta y cinco y veintiocho
días después otro par de puntos
menos
Esto quiere decir que hay causas profundas
que expliquen esta profunda asintonía de las
dirigencias blanca y colorada con una nada
despreciable parte del país, y como esa
asintonía ha sido lo suficientemente
importante como para producir dos tipos de
divorcio: con los jóvenes, que se incorporan
al electorado con un fuerte sesgo hacia la
izquierda, y con las edades medias y maduras que a
mitad de la vida abandonan pertenencias largamente
sentidas para abrazar el frenteamplismo.
Antes de proseguir algunas precisiones. Las
afirmaciones anteriores nada tienen que ver con la
profecía del triunfo ineluctable del Frente
Amplio en el 2004, en primer lugar porque esa
afirmación supone o una expresión de
deseos o la adhesión a alguna teoría
de determinismo histórico o alguna
vocación profética (además: ya
en julio de 1996 los mismos profetas habían
augurado el triunfo de Vázquez en 1999).
Tampoco nuestras afirmaciones iniciales suponen
adherir a un determinismo biológico
electoral, que por un azar genético los
uruguayos nacen frenteamplistas. Las nuevas
generaciones son frenteamplistas, coloradas,
blancas y nuevoespacistas; ocurre que en general
son más frenteamplistas y nuevoespacistas
que el promedio de la sociedad, igual de coloradas
que el promedio y mucho menos (muchísimo
menos) blancas.
¿Cuáles son las causas de la
asintonía de los partidos tradicionales con
una parte sustancial de la sociedad? Sin duda
múltiples. Algunas que tienen que ver con
que esos partidos dejaron de ser los paradigmas del
imaginario del Estado omniprotector, del
país de Maracaná, y no supieron
construir una utopía sustitutiva. Otras
causas tienen que ver con el creciente
descreimiento en la actividad política, en
el profesionalismo político y en el sistema
político; descreimiento que no tiene en
exclusividad a los partidos tradicionales como
objeto único pero sí
principal.
Lo curioso es que las propias dirigencias
blanca y colorada adhieren a esa concepción
pesimista de su propio futuro. Porque lejos de
buscar un diagnóstico de su asintonía
creciente con partes también crecientes de
la sociedad, han optado por el camino de modificar
las reglas de juego para volcar el resultado a su
favor. Pero lo interesante es observar que cada
paso que modifica una regla de juego, asegura un
resultado a favor de los partidos tradicionales
pero a su vez potencia el soporte societal y
electoral del Frente Amplio y debilita el mismo
soporte de uno de los partidos
tradicionales.
La reforma constitucional de 1997 introdujo
el balotaje y la candidatura única. El
balotaje despejó la posibilidad de que el
Frente Amplio obtuviese la Presidencia de la
República y aseguró que la misma
quedase en manos del partido tradicional que ganase
la disputa lateral entre blancos y colorados, esa
especie de elección interna en el conjunto
político tradicional. Pero la candidatura
única sin duda alguna debilitó de
manera extraordinaria al Partido Nacional, que
perdió la cuarta parte del electorado del
94. Y la suma de balotaje y debilitamiento del
Partido Nacional contribuyeron a que el soporte
societal de Vázquez creciese en la friolera
del cincuenta por ciento, tasa de crecimiento
político inédita en el Uruguay,
más digna de países de alta
volatilidad electoral y baja estructuración
del sistema político. Y todavía
está pendiente de verse, porque
recién podrá comprobarse hacia el
2003, qué efectos producirá la
ruptura de la frontera entre los blanco y lo
colorada, que cual Muro de Berlín se
demolió en el correr del mes pasado.
Ahora comienza hablarse de un nuevo cambio en
las reglas de juego: la modificación del
literal G de la disposición transitoria W, a
fin de que en algunos departamentos blancos y
colorados pudiesen concurrir bajo el mismo lema
para poder enfrentar con éxito al Frente
Amplio, Paysandú y Canelones a la
vista.
La idea aparece como harto peligrosa para los
intereses de los propios partidos tradicionales. El
mero lanzamiento de la iniciativa supondría
una extraordinaria señal de debilidad,
significaría el reconocimiento que los
partidos tradicionales carecerían de
capacidad de lucha en el plano de la
captación de voluntades y deben recurrir una
vez más a la modificación de las
reglas de juego para retener gobiernos y
administraciones.
Pero la otra señal que una iniciativa
de éstas supone es más peligrosa
aún para sus propios intereses. El ciclo
para las elecciones municipales comenzó el
25 de abril, oportunidad en que se eligieron las
convenciones departamentales y, literal G de la
disposición W mediante, supuso una especia
de empadronamiento partidario que marca
inflexiblemente el camino de cada individuo como
posible candidato. Modificar ahora las reglas de
juego, a punto de iniciarse la cuarta etapa
electoral y segunda municipal, supone algo
así como que en un partido de fútbol,
con un resultado parcial que percibe como
desfavorable e imposible de remontar, un equipo
lograse cambiar la ley del off-side para ganar el
partido. Una iniciativa de esta magnitud
podría contribuir a acelerar el
descreimiento en el sistema político y en
los partidos tradicionales, y también
podría significar un nuevo empuje de
electores hacia el Frente Amplio, y tal vez ni
siquiera sirviese para impedir todo lo que se
quiere impedir. El costo de una iniciativa
así puede ser mucho mayor que el costo que
se quiere evitar. Y además deja planteada
una interrogante: ¿cuál es el
límite al cambio de reglas de juego para
impedir el triunfo del Frente Amplio?
Esta idea parece ser más fruto de la
obsesión que de la inteligencia, y no
olvidemos que la obsesión es un fuerte
limitante de la inteligencia.
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