Experiencia
o
renovación
Oscar
A. Bottinelli
Cuando no se habían terminado de
acallar los ecos de la elección, ya estaban
lanzados los nombres de los tres principales
candidatos presidenciales para el ciclo electoral
del 2004, cuyas tres etapas (de no haber ninguna
enmienda constitucional) ocurrirán los
mismos días que en este fin de siglo: 25 de
abril, 31 de octubre y 28 de noviembre. Y estos
tres nombres son sin duda lo que se acostumbra a
denominar tres de los cuatro pesos pesados de la
política uruguaya: Tabaré
Vázquez en el Frente Amplio, Julio Ma.
Sanguinetti en el Partido Colorado y Luis Alberto
Lacalle en el Partido Nacional; el cuarto, Jorge
Batlle, está fuera de competencia por
acceder a la primera magistratura y no tener
reelección posible (además de su
anuncio de poner fin a su dilatada carrera
política). Las dos elecciones anteriores
jugaron siempre con tres de estos cuatro nombres
(Sanguinetti, Batlle y Vázquez, con Lacalle
en la Presidencia; Batlle, Lacalle y
Vázquez, con Sanguinetti en la Presidencia)
y ahora es la primera vez que se enfrentan
Sanguinetti, Lacalle y Vázquez. Curiosamente
los tres enfrentarían su tercer
desafío presidencial, aunque Sanguinetti con
dos victorias en sus dos presentaciones previas,
Lacalle con una victoria y una derrota, y
Vázquez con dos derrotas aunque en
permanente ascenso electoral.
Cuatro años, que es lo que resta de
hoy a estar en plena campaña electoral para
las elecciones llamadas internas, son demasiado
tiempo. En el ínterin hay toda una
gestión de gobierno que puede arrojar por un
lado nuevos nombres y por otro producir enormes
desgastes. Con esa reserva, desde hoy no se ven
desafiantes significativos en ninguno de los tres
partidos, con capacidad de desbancar del liderazgo
a ninguno de los tres pesos pesados. Sin embargo,
todos afrontan desafíos importantes y cada
uno estrena una situación nueva: Sanguinetti
nunca jugó como líder partidario en
convivencia con un presidente de la
República de su mismo partido; Lacalle no
jugó hasta ahora el papel de presidente del
Partido Nacional en el juego de cogobierno con el
Partido Colorado; y Vázquez nunca
afrontó un periodo entero como cabeza de la
estructura y el accionar cotidiano de su fuerza
política (además, como primera fuerza
del país, tenedora de los dos quintos de la
representación parlamentaria, y pieza
imprescindible en las políticas de
Estado).
Esta tríada refleja un país
estable, con una dirigencia política
sólida y experiente. Sin duda para muchos es
un signo positivo y de madurez. Sin embargo, el
diálogo con los jóvenes y en
particular con los adolescentes aporta otra
visión. Se les presentan los personajes con
la eternidad y la confusión de "Cien
años de soledad". Los mismos nombres en
tríadas diferentes, oídos esos
nombres desde niños hasta su primera
votación, y su segunda y hasta su tercera,
provoca a muchos una sensación de asfixia,
de estar sumergidos en un país muy viejo,
con tiempos generacionales mucho más largos
de los acostumbrados en otras latitudes,
particularmente en los vecinos, en los ejemplos al
alcance de la mano. Es interesante observar que esa
sensación de tiempo detenido va más
allá de partidos y corrientes
ideológicas, y la visión
crítica en definitiva alcanza a todos por
igual, es abarcativa de la totalidad el sistema
político.
Parecería que este es otro tema de los
que el país debe entrar a debatir:
cómo debe conjugar el sistema
político una necesaria estabilidad de las
dirigencias, el mantenimiento de hombres probados y
con representatividad varias veces ratificada,
cómo conjugar ello con la renovación
deseada por los estratos jóvenes, o al menos
con cierto refrescar del sistema político. O
como hacer que los jóvenes adquieran una
visión nueva y fresca sobre dirigencias
estables.
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