Las
tres finalidades de la
reforma
Oscar A. Bottinelli - diálogo con
Jorge García
Ramón
JORGE GARCIA:
La reforma constitucional ha vuelto
fuertemente a los primeros planos de la
información. Hubo noticias sobre
las dificultades internas en el Partido
Nacional, intentos de reabrir la
discusión, declaración de
asunto político (para que los
diputados blancos voten el proyecto tal
como fue aprobado en el Senado) y ahora
una iniciativa de último momento
para obtener el apoyo del Frente Amplio.
Esta mañana hemos tenido varias
notas informativas al respecto, pero ahora
ha llegado el momento del análisis
político. Para eso contamos, como
todo los viernes a media mañana,
con el politólogo Oscar Bottinelli,
director de Factum.
OSCAR BOTTINELLI:
La reforma constitucional es un tema del
que hemos hablado bastante. Puede decirse
que en Uruguay está en el tapete de
dos maneras: desde 1870 o de desde 1985; o
en la última etapa, desde las
últimas elecciones. Vamos a ver
este último período.
El puntapié inicial de esta reforma
fue muy fuerte. Lo dio el propio
presidente de la República,
comprometiendo toda la fuerza y el
prestigio presidencial y llevándolo
a nivel de reunión de los
máximos líderes de los
sectores y partidos políticos, de
los cuatro lemas con representación
parlamentaria.
En este período, la reforma se ha
jugado sobre una base muy complicada. Es
la reforma más importante en
materia constitucional, desde la de 1918.
Es decir: es un cambio revolucionario en
materia de sistema político, como
lo veremos un poco después. Sobre
este trasfondo, es una reforma que no
concitó los primeros planos de la
atención de la opinión
pública. Lo hemos visto en varios
programas a lo largo del año pasado
y de éste: si bien la gente le
otorga importancia al tema, cuando lo
ubica en un conjunto, no es uno de
aquellos a los que les da la mayor
importancia. Por el contrario, es uno de
los que se le da la menor importancia o
sobre el que se tiene la menor
expectativa.
Otro elemento del contexto, es que a
priori la gente está a favor de una
reforma constitucional. Digo a priori,
porque es sin proyectos definidos
aprobados, sin alineaciones
políticas claras y definidas. Este
es un tema nada menor.
Por otro lado, ¿cuál ha sido
el procedimiento? La negociación
del año pasado fue muy larga, muy
lenta, con bastantes idas y venidas.
Culminó a fines de diciembre,
prácticamente el último
día hábil del año, en
un acuerdo en el que participaron todos
los líderes políticos. El
mismo generó grandes problemas al
Frente Amplio; una primera decisión
no respaldó los acuerdos y eso
llevó a una actitud muy fuerte, que
fue la renuncia del general Seregni. En
ese momento, esa actitud de reticencia a
mantener los acuerdos, fue
acompañada por el doctor
Tabaré Vázquez, que
asumió una línea muy dura en
relación a la reforma y a la
posibilidad de acuerdos con la
reforma.
La renuncia de Seregni produjo un fuerte
vuelco en el Frente Amplio, encabezado por
Asamblea Uruguay, por Danilo Astori,
acompañado por el Partido
Socialista y la Vertiente. Esto
logró una resolución del
Frente Amplio, que aceptó
formalmente los acuerdos celebrados en
diciembre e introdujo dos condiciones que
a priori parecían menores: la
electividad de las juntas locales y un
esquema respecto a una relación
entre candidaturas, Intendencia y
separación de elecciones
municipales. El Frente dio dos opciones:
candidatura única y elección
conjunta, o más de una candidatura
y elección separada.
Yo diría que ese fue el
último gran momento de fuerza de
Seregni, o efecto de fuerza provocado por
su renuncia. Esa reacción del
Frente fue inmediatamente rechazada por
los otros partidos. El mismo día en
que se produjo la resolución del
Frente, el Partido Colorado y el Partido
Nacional (pero en primer lugar el Partido
Colorado) la rechazaron a través de
sus voceros. Con lo cual, si bien la
negociación siguió un poco
más, ya se había
agotado.
Los partidos reformistas iniciaron un
camino que anunciaba este problema, porque
iniciaban un proceso de reforma
constitucional con algunos malestares
interiores. Había diputados blancos
y colorados del interior muy suspicaces a
la reforma y particularmente a todo lo que
tuviera que ver con la supresión de
sublemas o cambio de reglas de juego en la
elección de diputados. El
Movimiento Nacional de Rocha, que desde el
principio estuvo muy reticente a la
reforma, no estaba satisfecho con la
línea de reforma constitucional y
electoral impulsada.
En este clima se hacía un proyecto
por el Partido Colorado, el Partido
Nacional y el Nuevo Espacio, que
prácticamente le daba el
número justo de votos en cada
cámara. Porque una ley
constitucional requiere dos tercios de
cada cámara, 21 votos en el Senado
(tenían 22) y 66 votos en Diputados
(y los tres partidos sumados, cuentan con
68). Es decir que la posibilidad de tres
defecciones en 68, impedía la
aprobación de la reforma o llevaba
a situaciones duras y forzadas, lo que
efectivamente se dio.
En aquel momento, llamó la
atención que no se tuviera claro
que se conducía a este camino. Que
entonces la posibilidad de acuerdo con el
Frente era fácil, porque sus
sectores más antirreformistas
tuvieron que pegar un viraje ante el
impacto de la renuncia de Seregni.
El tema de la Intendencia era un problema
muy menor en relación a lo que ya
se había aprobado de la reforma y
la electividad de las juntas locales no
parecía un tema tan importante como
para trabar toda la reforma. Sin embargo,
la aceptación de esas dos
condiciones que no cambiaban en esencia,
lo que hubiera dado un envión,
visto hoy y confirmado, parece una
táctica no del todo eficaz.
Y ahora se abre el tema otra vez, en una
situación muy difícil.
Porque si no se logra una salida en la
próxima semana, a lo sumo en los
próximos 15 días, lo que
habilitaría un plebiscito para el
primero o el ocho de diciembre, ya casi se
estaría reabriendo la
discusión. Y una tercera reapertura
de la discusión llevaría el
tema a un desgaste muy grande.
La reforma tiene tres grandes aspectos.
Uno tiene que ver con la elección
presidencial; otro, con la elección
parlamentaria; y un tercero, con la
elección municipal. Tiene otras
disposiciones, pero yo estoy hablando de
lo que tiene mayor efecto sobre el sistema
político.
En cuanto a la elección
presidencial, hay dos cambios muy fuertes.
Repasemos: no hay que olvidar que Uruguay
ha oscilado entre tener un presidente, un
presidente más un Consejo de nueve
miembros y luego un Consejo de nueve
miembros. Es decir que no tenemos un
presidente único a lo largo de toda
nuestra historia. Ese presidente de la
República o ese Consejo Nacional
son elegidos por primera vez por la
ciudadanía en el Consejo Nacional
en 1920, y el presidente en 1922. Antes no
había habido elección
directa.
Desde entonces, la elección del
Poder Ejecutivo, Consejo Nacional o
presidente, se hizo siempre sobre las
mismas reglas, que eran dos. Primero, el
doble voto simultáneo, es decir, la
posibilidad de más de una
candidatura por partido, el voto de la
gente por partido y luego por un
candidato. Y por lo tanto, la competencia,
primero entre partidos y luego, dentro de
los partidos, entre candidatos.
JG - Lo que llaman "Ley de Lemas".
OB - Lo que mal llaman "Ley de Lemas",
porque aprovechemos para decir que la
misma no tiene absolutamente nada que ver
con la reforma constitucional. Hay cuatro
leyes de lemas; son las que tienen que ver
con uso y propiedad de lemas, que ni se
tocan en esta reforma.
La segunda regla que se aplica
invariablemente, es la decisión de
la elección por mayoría
simple, lo que técnicamente se le
llama pluralidad. El más votado
gana, para decirlo en términos
deportivos. El partido político
más votado es el que obtiene el o
los cargos. Y dentro del partido
político más votado, el
candidato, la fórmula o la lista
más votados.
Ahora hay dos cambios sustanciales en este
proyecto. El primero es la
eliminación del doble voto
simultáneo, de la posibilidad de
que haya más de un candidato por
partido, de la implantación del
candidato único, lo que supone la
necesidad de plantearse cómo se
resuelve el tema. Porque si hay pluralidad
de candidatos, todo aquel que se sienta
con fuerza se presenta como candidato.
Así, hemos tenido partidos que han
llegado con dos candidatos "cabeza a
cabeza" hasta el último día,
como pasó con
Volonté-Ramírez o
pasó (no tan "cabeza a cabeza" pero
muy peleados) con Gestido-Batlle o en
cierto modo Martínez Trueba-Mayo
Gutiérrez, o candidatos como la
lista al Consejo de Gobierno, encabezada
por Antonio Fadol, que obtuvo 33 votos y
en la elección siguiente 27, o sea
que dio para todos los gustos. En cambio
acá no, tiene que ser uno solo, lo
cual implica mecanismos que sean resueltos
con una combinación, por un lado de
una elección primaria abierta, con
participación de toda la
ciudadanía, simultánea para
todos los partidos y si no se cumplen
determinadas condiciones, en cuanto a
superar el 40% de los votos y una
diferencia de 10 puntos entre los
candidatos, las convenciones
pasarían a elegir el candidato
único.
Y la segunda modificación
importante en la elección
presidencial -yo diría que tan
importante como la anterior, que no es
menor-, es lo que se llama ballotage. Es
decir, el establecimiento del principio de
la elección por mayoría
absoluta: el candidato y partido
más votado tiene que tener
más de la mitad de los votos
detrás.
En el esquema uruguayo es
excepcionalísimo que alguien
obtenga el triunfo en la primera vuelta,
porque sólo un partido obtuvo
mayoría absoluta en los
últimos 50 años, en tres
oportunidades, o en dos y una tercera que
estaba muy en el borde. Y en época
de bipartidismo, imaginemos. Esto implica
que, si de primera no se obtiene,
necesariamente hay una segunda vuelta.
El otro tema es la elección de
diputados, la supresión de los
sublemas. Esto quiere decir que, en este
momento, la competencia es primero entre
partidos, segundo entre sublemas y tercero
entre candidatos. En Montevideo y
Canelones, donde se eligen muchas bancas,
el tema es menor. Queremos enfatizar este
tema porque a veces la gente no percibe
este cambio que hubo en el Uruguay. Cuando
digo "la gente" estoy hablando de los
propios dirigentes. En los últimos
40 años se produce un
fenómeno muy claro desde el punto
de vista demográfico, que conoce
todo el mundo: se despuebla el interior y
se puebla la costa, digamos (Montevideo,
Canelones, Maldonado o las fronteras).
Esto lleva a que en 16 de los 19
departamentos se eligen dos o tres
diputados, lo que trae como consecuencia
que se elige un solo diputado por partido
por departamento.
Yo diría que a nadie le interesa la
competencia entre los partidos para la
elección de diputados, porque si no
cambian mucho las reglas de juego, lo que
importa es que hay un diputado blanco y
uno colorado, y en otros lados, uno
blanco, uno colorado y uno del Frente.
Entonces, si hay una única banca,
es una elección de las que se
llaman "uninominales", uno diría de
las de tipo británico o
norteamericano. Hay un montón de
candidatos, que compiten por un solo
cargo: la banca blanca de San José
o la banca colorada de San José o
la banca frenteamplista de San
José.
La diferencia frente a una elección
así, de varios candidatos con una
única banca, es que además
está el sublema. Y el sublema para
diputado, cada vez más, opera ya no
tanto sobre cómo agrupar en un
mismo sublema a todos los de una misma
fracción (a todos los Herreristas,
a todos los de Manos a la Obra, a todos
los de un mismo grupo), sino que tienden a
formarse sublemas en función de la
presunta potencialidad de los distintos
candidatos, y muchas veces sublemas no
conocidos. De alguna manera, esto altera
las reglas de juego, en el sentido de que
candidatos muy fuertes empiezan a ver que
un conjunto de candidatos se agrupa. Y se
llega a extremos, como lo que le
pasó a Villanueva Saravia en la
elección del 89. El hoy intendente
de Cerro Largo fue el candidato a diputado
más votado individualmente de todo
Cerro Largo y no salió electo,
porque se habían formado dos
constelaciones de sublemas en su contra.
El Partido Nacional excepcionalmente
obtuvo las dos bancas de Cerro Largo,
porque le duplicó al Partido
Colorado y Villanueva Saravia no fue
elegido por esa constelación de
sublemas, que no respondían,
además, a decir: "Bueno, lo que
pasa es que él era de la
fracción más chica y los
otros de las fracciones más
grandes". No, en uno de los sublemas
había de todos los grupos habidos y
por haber del Partido Nacional,
había de Rocha, de Por la Patria,
Herreristas. Entonces, el sublema
está operando de manera fuerte y
muchos consideran que distorsiona el
concepto de la elección.
JG - Se ha dicho, incluso, que en cada
elección ya se sabe quién es
el que no va a ganar en la próxima,
porque ya se sabe que el que ganó
en ésta va a enfrentar a todos los
demás candidatos derrotados en un
sublema, que van a hacer justamente para
derrotarlo. Y después, entre ellos,
se verá quién gana.
OB - Es un poco una caricatura, porque no
es la norma y además es muy
difícil que se junten todos en un
sublema. Esa es una de las ventajas que
todavía tiene el más fuerte.
No es fácil que se junten todos y
el más fuerte a veces termina
siendo tan fuerte que logra mantenerse
aún en las peores situaciones. En
el departamento de Soriano han ocurrido
dos casos bastante legendarios, de
diputados que han mantenido la banca a lo
largo de muchísimas legislaturas,
campeando los peores temporales. En las
últimas cuatro décadas, Luis
Bernardo Pozzolo del Partido Colorado, y
en las décadas del 50 y del 60 y a
comienzos del 70, Franciso Mario Ubillos
en el Partido Nacional, pero tienden a ser
la excepción.
¿Qué efectos tenemos? Primero,
por un lado, tenemos un cierto efecto de
fortalecimiento de los partidos. ¿A
qué nos referimos? Los partidos se
pueden debilitar de muchas maneras, pero
uno de los debilitamientos fuertes que
opera en nuestro sistema, es que las
fracciones, los sectores, adquieren tal
estructura, tal organicidad, con
liderazgos tan claros, que la
mayoría de las veces los partidos
operan más como una
federación de sectores y de
liderazgos, que como partidos. Este es un
elemento de debilitamiento que hay en
nuestro sistema político.
El Partido Nacional intenta actuar como
partido y eso es visto como una cosa casi
traumática, que obliga a todos sus
representantes a votar un proyecto
determinado.
Se está viendo que la candidatura
presidencial es un gran lugar de resumen
de los liderazgos. En un esquema como el
del Partido Nacional, con una candidatura
de Ramírez (en ese momento como
hombre del presidente Lacalle), otra de
Volonté y otra de Pereyra, estamos
viendo la fraccionalización del
Partido Nacional.
Por supuesto que un candidato único
no va a disminuir los liderazgos
sectoriales, pero va a crear dos
escalones. Uno, de los líderes del
sector. Y por encima de ellos, el ganador
de esa interna, que va a ser el candidato
de todo el partido, porque desde la
elección primaria en mayo hasta la
elección nacional, que sería
el último domingo de octubre, todo
el partido va a tener que estar
detrás de ese candidato. Por
supuesto que si gana, refuerza su
posición por ser presidente de la
República. Y si pierde, en Uruguay
todavía no tenemos experiencia
acumulada para saber en qué
condiciones una derrota le permite
mantener esa primacía dentro del
partido y en qué condiciones se
vuelve a la situación actual, de
líderes en pie de igualdad.
Lo otro que reforzaría a los
partidos, es que en la elección de
diputados, o las fracciones tienen que
unirse buscando un único candidato
o la competencia ya es mucho más
abierta dentro del partido, en que las
fracciones se debilitan un poco. Pero no
este embudo de fracciones y diputados como
dos escalones distintos. Las dos cosas, es
decir, en última instancia todo
aquello que debilita el peso sustantivo de
las fracciones de los sectores, contribuye
a fortalecer a los partidos.
El otro elemento que tiene la reforma, es
de debilitamiento de los partidos. Parece
curioso y contradictorio.
¿Cuál es? El ballotage, porque
Uruguay es un país de fuertes
pertenencias partidarias, de identidades
políticas. En Factum, nosotros
estamos desarrollando un estudio hace
muchos años sobre este tema. Eso se
observa en lo estable que es el voto en
Uruguay; los cambios se van produciendo
con mucha lentitud, se tarda 40
años en pasar de un sistema a otro.
Miremos hacia Brasil; hubo un vuelco
fenomenal de la elección
presidencial del 94 a la elección
municipal de ayer. Ni hablar de
Argentina.
Por otro lado, es tal el peso
político (hace poco lo citaba el
profesor Germán Rama en una
discusión) que nosotros y los que
siguen La Gente, La Opinión
Pública lo percibíamos.
Hablamos de muchos temas del Estado,
muchos temas públicos, muchos
sociales y a veces hasta de costumbres. Se
dice qué piensan sobre eso blancos,
colorados, frenteamplistas,
nuevoespacistas. En otros países es
impensable que, cuando la gente
está opinando sobre el Mercosur o
sobre cómo debe combatirse la droga
o sobre el tabaquismo, se piense en
función de corrientes
políticas. Se dice que en Uruguay
los partidos cumplen el papel que en otras
sociedades cumple la religión, como
un elemento fuerte de pertenencia.
Con esta reforma, por primera vez se
daría que, en la segunda vuelta,
los pertenecientes por lo menos a uno de
los tres partidos fuertes más los
partidos menores, tendrían que
aconsejar el voto por otro partido o dejar
a la gente en libertad de votar a otro
partido. Y la gente tendría que,
sintiéndose blanca, colorada,
frenteamplista, votar a un partido
distinto al suyo. Este puede ser un
elemento en un plazo no inmediato, pero
tampoco muy largo tampoco, erosionante de
esas fuertes pertenencias partidarias que
existen en Uruguay.
Un tema de estos da para muchísimas
conclusiones, pero hoy preferimos
centrarnos en una, que es la siguiente.
Hay una disparidad muy fuerte entre una
forma confusa, señales
contradictorias para la opinión
pública y desprolijidades de
trámite que ha tenido todo este
proceso de reforma en el 95 y en el 96,
prácticamente a nivel del
relacionamiento entre todos los partidos,
y la importancia o el impacto de esta
reforma sobre el sistema político.
Es la reforma más importante que
tiene el país, desde que es un
Estado moderno.
Así como entre el año 10 y
el año 25 se construyó este
Estado moderno y se estableció todo
un sistema político con reglas de
juego muy claras, esta reforma es tan
importante como esa. Más
aún, nosotros afirmamos que, con
todo lo fuerte que es la reforma del
Estado en Uruguay (la de la seguridad
social, la apertura en la economía,
los cambios importantes en cuanto a
modelos de país), la reforma del
sistema político es mucho
más fuerte que cualquiera de las
otras.
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