Más
dudas sobre la
reforma constitucional
Oscar
A. Bottinelli - diálogo con
Emiliano Cotelo
EMILIANO COTELO:
A seis días del plebiscito, se
percibe un grado de falta de
información y confusión
importante en la opinión
pública acerca de lo que se va a
votar, lo que se refleja en un elevado
porcentaje de indecisos.
El viernes ya dedicamos este espacio a
aclarar algunas dudas, concretamente,
sobre cuatro aspectos importantes de la
reforma: la llamada ley de lemas, si el
balotaje es o no una super ley de lemas,
si se prohíben o no las coaliciones
y si se suprimen o no las cooperativas
electorales.
Pero quedan más dudas y hoy vamos a
buscar respuestas a otras interrogantes de
la mano del politólogo Oscar
Bottinelli, director de Factum quien,
además, como ustedes saben, ejerce
la titularidad del Programa de Estudios
Electorales del Instituto de Ciencia
Política de la Universidad de la
República.
Oscar, ¿qué otras dudas
quedan?
OSCAR BOTTINELLI:
El tema es el siguiente, y es de las cosas
que nos tienen un poco perplejos a los
analistas. Uno ha descubierto, por
comentarios, que para alguna gente
describir la reforma es algo así
como hacer propaganda por el SI. ¿Por
qué se ha llegado a esta
situación? Porque ha aparecido, en
las últimas semanas, una
campaña por el NO que en lugar de
controvertir los elementos centrales de la
reforma y manejar si son buenos o malos,
si está a favor o en contra, se ha
centrado en aspectos muy laterales,
maximizando su importancia, o en buscar
cosas que, efectivamente, no están
en la reforma.
En un análisis académico, es
importante decir dos o tres cosas. La
primera de todas, es que a veces las
discusiones se confunden porque se le
atribuyen malas palabras a algunas cosas.
Por ejemplo, cuando uno dice que la
opción es entre la
Constitución del 67 y la nueva,
alguien pretende interpretar que eso es
decir que el proyecto es bueno porque
cualquier cosa es mejor que la
Constitución del 67. Nadie dice
eso; por lo menos, a nivel
analítico no se dice eso. Porque
unos pueden considerar que la
Constitución del 67 es muy mala,
otros que es muy buena, otros que
funciona, y otros que funciona menos. Pero
bajo esta Constitución hay que
tener en cuenta que se hizo toda la
restauración institucional, que se
ha restaurado íntegramente esta
Constitución y que ha funcionado,
al punto de que hoy tenemos en el sistema
político un funcionamiento fluido
de una coalición de gobierno que
fue construida con esta
Constitución.
Es decir que el tema no es ni tanto, ni
tan poco, desde el punto de vista
analítico, sino que algunos pueden
considerar que esto es bueno -en ese
sentido se ha pronunciado el
constitucionalista Horacio Cassinelli
Muñoz, que dice que él
considera que es mejor la
Constitución del 67- y otros
consideran que no, que hay que superarla y
que hay que ir a otro tipo de
modificaciones.
Pero lo importante es que esta reforma, en
los aspectos centrales, apunta a reformas
de tipo electoral. Las más
importantes son: candidato único y
elecciones internas. En el país
casi hay consenso sobre que estas dos
cosas son buenas; la gente está de
acuerdo con el candidato único y
con que esos candidatos se elijan en
elecciones internas.
También, esta reforma propone
reducción de los candidatos a
intendente, que pueden ser uno o dos por
partido. En esto también hay
acuerdo de la opinión
pública, con la diferencia de que,
también, la opinión
pública en general hubiera
preferido candidato único, pero
prefiere que haya dos candidatos al
régimen actual de un número
ilimitado.
Las cooperativas electorales constituyen
un tema que muy buena parte de la gente no
entiende qué es. Quienes sí
lo entienden están de acuerdo en
que se limiten o supriman.
Entonces, ¿qué es lo que queda
polémico de los elementos centrales
de la reforma? Cuando digo
"polémico" me refiero a que en la
opinión pública hay
porcentajes más o menos
equivalentes de gente que dice "estoy de
acuerdo" y "estoy en desacuerdo", que no
es lo mismo que decir "voto por SI" o
"voto por NO". Estos temas son dos: la
separación de las elecciones
municipales respecto a las nacionales y la
elección de presidente a dos
vueltas o balotaje.
Estos son los dos temas centrales de la
reforma, sobre los cuales la propia
opinión pública tiene
opiniones divididas, unas a favor y otras
en contra, de manera más o menos
equivalente.
E. C. - Si te parece, vemos cada uno de
ellos ahora. Vayamos a la
separación de las elecciones
municipales, ¿qué efectos
provoca?
O. B. - El tema es el siguiente. En
Uruguay, los cargos municipales fueron
electivos directamente por la
ciudadanía, desde principios de
siglo hasta el 32 y durante un breve
período fueron simultáneas
con las elecciones nacionales, pero con
voto separado, entre el 46 y el 50. Es
decir que antes de eso (38 y 42) y desde
el 52, las elecciones municipales y las
nacionales son juntas y vinculadas.
¿Qué quiere decir
"vinculadas"? (Algunos las llaman
"atadas"). Que en este país no se
puede votar por un partido para presidente
y para el Parlamento y por otro para
intendente. Pongo un ejemplo que fue
medido en las elecciones. Había una
intención de voto muy grande para
la reelección de Domingo
Burgueño, en Maldonado. Se
veía en gente de distintos partidos
y esa gente tuvo que optar por votar a
Burgueño, y de repente votar en
blanco en lo nacional, o por votar a su
partido a presidente, y no votar
intendente. Y algunos otros muy leales a
su partido, dijeron: "Yo hubiera preferido
que siguiera Burgueño, pero voto a
mi partido para todo". Es decir que un
voto arrastra al otro.
Una de las posibilidades era lo que se
llamaba el voto cruzado, es decir, desatar
la elección aunque se hicieran
juntas. Uno podía votar un partido
para presidente y otro para intendente,
pero el mismo día. El proyecto
propone otra solución, que es la
más habitual en el mundo: que se
haga en fecha distintas. Esto fue un largo
reclamo, sobre todo del Frente Amplio.
E. C. - Y la separación que se
plantea en la reforma, ¿es usual en
el mundo?
O. B. - Lo más usual es que se haga
separado. Lo que no es tan usual es el
lapso que esta reforma plantea. Lo
común en el mundo es que se haga
uno o dos años después. Esto
de que se haga cinco o seis meses
después no es tan habitual; sobre
todo, que quede tan comprimido el
calendario.
Entonces, uno de los argumentos a favor es
que se puede votar por partidos distintos,
si se quiere. Son dos elecciones donde uno
piensa con lógicas distintas. Yo
pienso en el pavimento, los pozos, el
alumbrado cuando elijo intendente; pienso
en la inflación, la
desocupación, la educación,
la seguridad social cuando estoy pensando
en la elección de presidente y
Parlamento.
La segunda virtud es que una
campaña electoral no influye en la
otra, porque se hizo una primero y otra
después.
¿Cuáles son las contras que se
le señala? La primera es que,
además, le agregamos que hay una
elección interna antes de las
elecciones nacionales, que se entra en una
campaña electoral continua de mucho
más de un año. Que al ser
continua, no queda del todo separada la
elección de intendente y
presidente, porque cuando termina una,
viene ese interregno del verano, que es la
transición presidencial. El primero
de marzo asume el presidente y en ese
momento, casi, está arrancando la
campaña electoral de la
elección de intendente. Y que se
señala que esa separación de
efectos no es tan cortante, porque cuando
se va a discutir los temas municipales,
está la instauración del
nuevo gobierno.
Este, realmente, es un tema que a uno le
provoca una inquietud académica muy
interesante, porque a mi no me resulta
claro cuál va a ser el efecto de
que se haga una elección municipal
dos meses y medio después que asuma
el presidente de la República. Unos
-que son los críticos de la
reforma- dicen que esto beneficia al
gobierno, porque está el presidente
instalándose y eso va a influir
sobre la elección municipal.
Hay otra visión. Si analizamos los
últimos gobiernos, las medidas
más impopulares, normalmente los
gobiernos las toman apenas asumen y el
segundo domingo de mayo es el momento en
que generan efectos esas medidas
impopulares. No es el mejor momento para
una elección para el partido de
gobierno. Claro, pero alguien puede decir:
"El gobierno puede postergar esas medidas
impopulares hasta después de la
elección municipal". Genera toda
una duda, porque acá sí, no
cabe duda, hay nuevos comportamientos
políticos que van a cambiar las
reglas de juego. Pero, realmente, estas
dudas -a favor y en contra- son las que
cada uno va a tener que procesar para
pronunciarse sobre si esta
separación de las elecciones
municipales le parece bien o mal.
Nosotros, lo que hacemos, es aportarle los
elementos a favor y en contra que
tiene.
E. C. - Hablemos de los pros y los contras
del balotaje, Oscar. ¿Otorga o no
mayoría de votos al presidente que
se elige?
O. B. - El balotaje, sin duda, es el tema
más importante de esta reforma. Es
el que produce más efectos sobre el
sistema electoral, sobre el sistema de
partidos y sobre el sistema
político en general hacia el
futuro.
Yo creo que esto es lo que hay que tener
en cuenta y que es clave. Esta es, me
parece, una definición, un punto de
partida para pronunciarse a favor o en
contra de la reforma.
Cada vez que se discutió el
balotaje en el mundo (esta
discusión ya tiene un siglo),
siempre se partió de la base de que
el que es elegido tiene una mayoría
absoluta detrás. Es
originalísima esta discusión
que empezó en Uruguay de que el
presidente va a ser elegido con el 34%. Y
voy a decir por qué. Primero,
porque va a ser mayoría absoluta de
votos, es decir que puede haber gente que
vote en blanco, gente a la que se le anule
el voto, ahora habiendo voto obligatorio.
Y otro aspecto que se discute es si
está bien que haya o no voto
obligatorio. Yo diría que suponer
que en Uruguay va a haber 35% de votos en
blanco no entra en ninguna lógica
de lo que ha sido el comportamiento
electoral de los uruguayos a lo largo de
la historia.
Cuando una fuerza política por
única vez convocó al voto en
blanco, en 1982, fue la izquierda en uno
de los momentos de mayor
estructuración y militancia en que
luchaba contra una proscripción de
un régimen de facto y obtuvo el 6%
de votos en blanco. Esa fuerza
había obtenido en la
elección anterior el 18% y en la
elección siguiente el 21%. Es
decir, no parece que el uruguayo sea
votador en blanco. Además, en
algunos debates he escuchado a algunas
personas decir: "Es imposible pronunciarse
entre dos candidatos malos".
Yo diría que este es un tema de la
vida: siempre nos resulta difícil
optar entre dos cosas muy buenas u optar
entre dos cosas muy malas. ¿A
cuántos nos ha pasado que en un
concurso tengamos que elegir entre dos
estudiantes, ambos brillantes, para un
único cargo? Uno diría que
quiere los dos, pero tiene que elegir uno
y siempre encuentra un argumento por el
cual uno es mejor que otro. O cuando uno
tiene que elegir para sí mismo
entre dos cosas muy feas, siempre
encuentra cuál es la menos
impotable de las dos. Y esto es así
en el mundo entero, la gente siempre
termina votando. Si nosotros imaginamos el
balotaje en Uruguay, Wilson
Ferreira-Bordaberry,
Zumarán-Sanguinetti,
Lacalle-Batlle,
Volonté-Sanguinetti, que son los
que se podrían haber planteado,
presumimos qué grupos
políticos se habrían
pronunciado por uno y por otro. Nos
resulta muy difícil imaginar, para
el 89-94, incluso con encuestas a la
vista, que la gente hubiera dicho: "Voto
en blanco porque no puedo aceptar a
ninguno de los dos". Hubiera habido un
porcentaje muy bajo de votos en
blanco.
Planteada así la cosa, el
presidente va a tener no sólo la
mayoría absoluta de los votos
válidos, porque obviamente uno
siempre le gana al otro, sino que va a
estar muy cerca del 50% de los votos. No
será el 50 sino el 48, pero la
conducta de los uruguayos y lo que ha sido
la experiencia en América Latina y
en el mundo, lleva a suponer que el
presidente va a tener una mayoría
absoluta detrás.
Y acá sí, esto se liga a
otro tema que es si esto se ve como bueno
o como malo. Para unos es bueno que el
presidente tenga el voto directo, no
importa si fue por un sucesivo proceso de
eliminatorias donde quedaron sólo
dos, pero de los dos uno obtuvo más
de la mitad de los votos con su nombre, el
ciudadano directamente lo votó a
él y eso implica una
mayoría. Para otros hay dos
defectos: uno de ellos es que esto sea una
mayoría artificial. Algunos dicen:
"Sí, fenómeno, pero no fue
voluntariamente que la gente, de una
canasta, le dio la mayoría a uno;
lo obligaron a dar una mayoría a
uno o a otro". Ese es uno de los
argumentos más fuertes que hay en
contra.
Y el segundo argumento en contra se ata
con el famoso tema de si el presidente
tiene o no superpoderes.
E. C. - ¿Y qué es lo que pasa
con la reforma, con lo que se propone de
cambios a la Constitución? ¿Le
otorga efectivamente más poderes al
presidente? ¿Pasa a ser un super
presidente?
O. B. - En síntesis, yo
diría lo siguiente: partamos de
que, hablando de presidentes que son jefes
de Estado y de gobierno, este es un tema
muy largo para explicar. Alguna gente
maneja este tema; es decir, no los
presidentes como el de Italia o el de
Israel, que son una especie de monarcas,
sino los presidentes que tienen poder. El
presidente uruguayo es de los que tienen
menos poderes en el mundo y en
América.
Segundo, la reforma le da algunas
facultades más, pero
escasísimas. No cambia, en
sustancia, las potestades jurídicas
del presidente.
Tercero, lo que sí cambia, y por
eso ha sido muy rara la campaña del
NO, porque al argumentar que el presidente
no tiene mayoría absoluta
destruyó el argumento más
fuerte que tiene en esta materia, que es
el ser elegido por mayoría
absoluta, aunque no tenga más
poderes jurídicos. Sin duda, el
presidente tiene más peso
político. No es lo mismo un
presidente con el 32, con el 38%, que un
presidente con el 50% detrás. No es
que un artículo de la
Constitución le diga que puede
firmar decretos más fuertes ni que
tiene más potestades, ni que puede
destituir o nombrar más. Es que
tiene otro peso de convocatoria, cuando se
relaciona o se enfrenta al Parlamento,
cuando se dirige a la opinión
pública. Esto daría mucho
para hablar. Quienes analizaron todo el
período de la llamada
Constitución de Weimar, de
Alemania, la primera República que
hubo entre 1918 y 1933, nadie duda que el
hecho de que el presidente de la
República tuviera detrás
suyo la mayoría absoluta fue uno de
los elementos que le dio a ese presidente
un poder, un peso político muy
alto.
Ahí está el tema: no es que
sea un super presidente porque va a seguir
siendo muy débil en relación
a otros regímenes presidenciales,
pero sí que va a tener un peso
político mucho mayor al que ha
tenido en los últimos tiempos en
Uruguay.
Sobre esto, sin duda, algunos dirán
que es mejor que el presidente tenga
más peso, porque eso le permite
mandar más, otros dirán que
prefieren que tenga menos peso y otros
dirán: "Tiene más peso pero
no tiene más facultades
jurídicas; no me importa".
En el balance de esto, unos se
pronunciarán por el SI y otros por
el NO.
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