El
impacto de la reforma constitucional
sobre el funcionamiento del sistema
político y la gestión
gubernativa
Oscar
A. Bottinelli
RESUMEN
La nueva constitución
supone una reforma al sistema
político, al sistema electoral y al
funcionamiento político, de
magnitud al menos similar a la
Constitución de 1918.
Los siete tipos de efectos
más significativos sobre el
funcionamiento del sistema político
y la gestion gubernativa, son:
Uno. El impacto de la candidatura
única sobre los liderazgos
partidarios. El candidato único de
cada partido obtiene un vínculo
directo con sus electores y se
sitúa en un nivel de liderazgo
partidario global, por encima de los
liderazgos sectoriales. Ello contribuye
paralelamente a resaltrar el papel del
partido por encima del de las fracciones.
Y apunta a que el sistema político
opere mediante el relacionamiento de los
partidos entre sí, y no mediante el
relacionamiento
intersectorial.
Dos. La complejización del
juego político de las agrupaciones
departamentales y la posibilidad de un
corte trasversal entre los actores
políticos departamentales que
actúen en el plano nacional
(diputados) y quienes actúen en el
plano municipal (intendentes). A la vez
puede apuntar a autonomizar la operativa
política de quienes jueguen en el
plano municipal.
Tres. Los quinquenios presentan
dos períodos bien diferenciados: un
tiempo de gobierno de tres años y
medio, y un tiempo electoral de un
año y medio. Además, se
retrasa la puesta en marcha del nuevo
gobierno, ya que su instalación
coincide con la campaña electoral
municipal.
Cuatro. Un ciclo de cuatro
elecciones independientes, con reglas y
lógicas diferentes, y una de ellas
con tan sólo dos partidos y al
menos otros dos excluidos, puede apuntar
al debilitamiento de las pertenencias
partidarias.
Quinto. Son imprevisibles los
efectos que puede generar el balotaje, ya
que juegan efectos contrapuestos:
debilitamiento de las pertenencias con
reaseguros contra las escisiones
partidarias; favorecimiento de la
fragmentación de las elecciones a
dos vueltas (según estudios
comparados) y persistencia del
múltiple voto simultáneo
como elemento contenedor de la
fragmentación.
Sexto. Disminución de las
opciones para que el gobierno arme
coaliciones y posibilidad de mayor
fortaleza de las mismas
Séptimo. Posibilidad de
impacto desestabilizador sobre el gobierno
nacional de las demandas de los gobiernos
departamentales por mayor
participación en los recursos
nacionales y ampliación de las
fuentes de recursos
departamentales.
La nueva constitución supone
una reforma al sistema político, al
sistema electoral y al funcionamiento
político, de magnitud al menos
similar a la Constitución de 1918.
Pero ésta genera efectos
previsibles, en tanto recoge y continenta
el tránsito de un país a
otro, del país que dirime el
disenso por medio de la violencia al
país que apuesta a las elecciones y
a construir el Estado moderno. En cambio,
la Constitución de 1997 apunta a
generar efectos múltiples cuya
dirección y magnitud no son
cabalmente previsibles.
Hoy ,pues, apuntaremos a siete tipos
de efectos sobre el funcionamiento del
sistema político y la
gestión gubernativa, lo que
requiere de algunas advertencias
preliminares:
Una. Sólo se pretende medir o
predecir los efectos de las diferentes
reformas, sin introducir valoraciones de
tipo personal. No se considera que
ningún efecto es en sí mismo
bueno o malo, sino que produce efectos en
un sentido o en otro.
Dos. No analizaremos los efectos de
la reforma sobre la competencia electoral,
salvo en lo que ello afecta la estructura
y el funcionamiento del sistema de
partidos y la gestión de
gobierno.
Tres. Se considera que la
producción política,
entendida como el producto de la actividad
política volcada a la acción
gubernativa, no es un efecto lineal y
necesario de reformas de carácter
normativo o estructural, las que pueden
inducir a una mayor o menor productividad;
pero en definitiva la misma es resultado
de otras variables, como la capacidad de
diagnóstico, propuesta y
ejecución de la dirigencia
política, así como del nivel
de satisfacción de las demandas
ciudadanas.
Cuatro. Se entiende que las reformas
pueden apuntan o inducir a determinados
efectos del sistema, pero los mismos se
producirán o no según opere
un cambio paralelo en las conductas
políticas.
1. EL IMPACTO
SOBRE LA FRACCIONALIZACION Y LOS
LIDERAZGOS PARTIDARIOS
Una de las modificaciones más
trascendentes de la reforma
política es el establecimiento de
la candidatura única, pero no
solamente por su efecto electoral, es
decir, por la simplificación de la
oferta electoral, sino además por
el papel de los candidatos presidenciales
en el juego de liderazgos partidarios. La
elección presidencial no
sólo es un acto para proveer el
cargo de presidente de la
República, sino además una
competencia de liderazgos
políticos. O más bien, un
juego de varias competencias: de
medición de fuerza entre los
partidos, de disputa de liderazgos al
interior de los partidos, de
medición de fuerza entre las
fracciones partidarias.
En el sistema político
anterior, el que enmarcó las
elecciones gubernativas desde 1920 a 1994,
rara vez se dieron liderazgos reconocidos
como tales por la totalidad de un partido
político, entre los partidos de
alta magnitud electoral (Colorado,
Nacional y Frente Amplio). Hubo liderazgos
sectoriales de muy fuerte predominio
partidario, con apoyo claramente
mayoritario en su partido, como los casos
de Batlle y Ordóñez, Herrera
o Luis Batlle; pero sus liderazgos no
sólo no fueron aceptados por las
minorías partidarias, sino que
fueron fuertemente combatidos.
Lo más significativo, es que
nunca se presentaron ante la
ciudadanía como la opción
exclusiva y excluyente de su colectividad
política. No todos los votantes de
un partido establecen con el candidato
más votado esa relación
directa de votante-votado, base
mínima para sentirse representado y
representante. Nunca el presidente de la
República llegó al cargo con
el apoyo directo de la totalidad de los
electores de su partido. Sin magnificar ni
sacralizar los instrumentos formales, es
importante resaltar que la candidatura
única introduce en esto un cambio
sustancial.
El lento y consistente
descaecimiento de las fracciones con
sentido de permanencia e identidad propia,
ha determinado que los sectores se
constituyan, escindan y reagrupen en torno
a candidaturas presidenciales, o al menos
se coaliguen detrás de
fórmulas presidenciales; y de forma
tan volátil como que en las
últimas tres elecciones los tres
grandes partidos nunca repitieron el mismo
esquema fraccional. Cada candidato
presidencial es pues necesariamente un
líder fraccional, que establece un
vínculo directo con la
ciudadanía en general (a la cual se
dirige y cuyo voto solicita) y con sus
propios electores.
De este vínculo directo surge
la representación que luego
invisten en el juego político del
período gubernativo. Porque el
sistema político es muy complejo:
hay agentes políticos de primer
nivel, llamémosle partidos, que
electoralmente se expresan como lemas, y
agentes políticos de segundo nivel,
los sectores, las fracciones, que
electoralmente se expresan más o
menos como sublemas. Pero en la
acción de gobierno el primer nivel
tiende a debilitarse, aunque sin
desaparecer, y adquieren más
relevancia las fracciones. El sistema
opera no como el juego de cuatro partidos,
de cuatro agentes, sino de más de
una decena de agentes
políticos.
Si hay alguna duda, basta ver
cuántos líderes se
reúnen con el presidente de la
República, cuando éste
convoca a todo el sistema político.
Lo normal: diez, doce, trece. Rara vez han
sido cuatro, uno por partido, y ello en el
excepcionalísimo tiempo de la
restauración institucional. No
negocian el Partido Colorado y el Partido
Nacional, sino que lo hacen el Foro
Batllista, la 15, la 94, el PGP, Manos a
la Obra, el herrerismo, Desafío
Nacional, Movimiento de Rocha,
Renovación y Victoria. El Frente
Amplio es el que ha logrado mantener
relaciones extrapartidarias como tal,
aunque con cierto debilitamiento en dos
momentos diferentes.
La candidatura única apunta a
una diferenciación de rangos entre
liderazgos sectoriales y
representación partidaria central.
Habrá, como la distinción
medieval, señores y señor de
señores, souverain y souzerain.
Todos los líderes sectoriales
serán precandidatos presidenciales.
Pero luego sólo uno de ellos
representará a todo el partido,
deberá recibir la adhesión
de los demás y en nombre de todo su
partido competirá contra los otros
partidos.
Esto induce a fortalecer a los
partidos en detrimento de las fracciones.
O para ser más exactos, apuntan a
que las fracciones sean lo que su nombre
indica: partes de un todo. Obviamente no
conduce a la eliminación de los
sectores (lo que implicaría un
cambio en la naturaleza de los partidos),
pero sí a un funcionamiento
más acorde con la de los partidos
europeos: las fracciones operan al
interior de los partidos, hacia afuera
opera el partido como tal.
Pero no hay que esperar un efecto
mecánico. Los cambios de reglas
producen mayores o menores efectos
según los cambios que se produzcan
en la cultura política. En Uruguay,
particularmente en los partidos
tradicionales, existe una muy arraigada
cultura del juego fraccional y baja
cultura de juego partidario. El cambio se
visualizará el día que un
sector discuta no qué conducta va a
asumir en relación al gobierno,
sino qué va a impulsar como
conducta de su partido; el día en
que se reconozca que el papel de los
sectores es influir en la conducta del
partido, y no para operar como un partido,
en lugar del partido. La reforma apunta a
este cambio, pero por sí misma no
lo determina.
2 -
FRACCIONALIZACION, DISCIPLINA Y
DESCENTRALIZACION ELECTORAL
Un segundo enfoque del tema
fraccionalización, más
relacionado con la disciplina partidaria,
es el de los agentes políticos de
tercer nivel, es decir, de las
agrupaciones departamentales. A este
respecto, la reforma genera efectos en dos
campos: en el de la competencia
parlamentaria (por bancas de diputado y su
equivalencia de convencional nacional) y
en la separación de las elecciones
municipales (y la consiguiente competencia
por los cargos de convencional
departamental).
La competencia entre agrupaciones
departamentales se realiza en tres
instancias, con tres lógicas
diferentes:
a) en las elecciones internas de
abril, en que la agrupación debe
por un lado necesariamente concurrir
vinculada a una precandidatura
presidencial, posiblemente con posibilidad
de acumulación con otras
agrupaciones y en el marco de una
convocatoria con voto voluntario (para
convencional nacional), y por otro lado
desvinculada del plano nacional (para
convencional departamental);
b) en las elecciones nacionales de
octubre, en que la agrupación se
desvincula de su líder fraccional
(ya que su vinculación es con el
candidato único presidencial del
partido), sin posibilidad de
acumulación con otras agrupaciones
y en el marco de una elección con
voto obligatorio;
c) en las elecciones municipales de
mayo, en competencia desvinculada
plenamente de las elecciones nacionales,
en tiempo y contexto
diferenciados.
Este cambio de marco y de reglas de
cada una de las tres elecciones genera un
juego muy complejo de las agrupaciones
departamentales, con posibilidad de
resultados electorales diferentes en cada
una de las instancias. Lo más
resaltable es la potencialidad de
autonomización de su accionar
respecto a la operativa de las fracciones
nacionales. En otras palabras, que se
disocie fuertemente el plano
político nacional del plano
político departamental,
particularmente en el interior del
país, pero no necesariamente
sólo en el interior.
Contra la opinión dominante
entre los actores políticos, no se
registra en Uruguay un fenómeno
significativo de indisciplina
política. Más bien lo
contrario, los agentes políticos
uruguayos exhiben un alto nivel de
disciplina. El fenómeno que se
observa es otro: no la indisciplina sino
la autonomización del accionar
sectorial. Y, además, una creciente
plasticidad en la reorganización de
las fracciones, y en el trasvasamiento de
actores departamentales de un sector
nacional a otro.
En principio, este cambio en las
reglas de juego apunta a dificultar a cada
líder en particular el ejercicio de
su poder, pero como contrapartida, en
tanto fortalece a los partidos en
detrimento de las fracciones, tiende
consecuentemente a fortalecer los centros
partidarios: Y en este aspecto ello quiere
decir fortalecer las dirigencias
nacionales en detrimento de las
departamentales.
Las elecciones municipales separadas
pueden apuntan en sentido opuesto:
autonomizar la acción de los
actores políticos que juegan en el
plano municipal. En abril esto se
vería favorecido si se consagra la
hoja separada para la elección de
convencionales departamentales; en octubre
y noviembre podrían optar por un
rol discreto, a cambio de una relativa
despartidización de la
presentación electoral para las
municipales del siguiente mayo. Y si bien
este no es un camino obligatorio, el actor
político departamental tiene la
opción de este camino o de
transitar por la vía tradicional de
apoyar y apoyarse en su partido.
Aparece entonces la posibilidad de
otro corte trasversal, ya no entre el
plano nacional y el departamental, sino
entre los actores políticos
departamentales que actúan en la
política nacional (candidatura
parlamentaria y consiguientes escalones
hacia la administración nacional) y
los actores que actúan en la
política municipal.
3 - TIEMPO DE
GOBIERNO Y TIEMPO DE
ELECCIONES
Un tercer tipo de impacto de la
reforma constitucional lo genera la nueva
relación en cada quinquenio entre
el tiempo de gobierno y el tiempo
electoral, o al menos entre el
período de gobierno sin presiones
de tipo electoral, y el período en
que la acción de gobierno es
concomitante con el ciclo electoral. En
los últimos sesenta años
Uruguay vivió un régimen de
elección única y fija, que
primero fue cuatrienal y luego quinquenal.
El período de gobierno pues puede
estimarse inicialmente en tres años
y medio, y luego en cuatro años y
medio.
Ahora aparecen dos cambios
significativos:
uno, un largo ciclo electoral, de
cincuenta y cuatro semanas entre la
primera y última elección,
el que, campaña electoral mediante,
puede extenderse a cerca de año y
cuarto.
dos, que el gobierno nacional se
instala en el mismo momento en que
comienza la campaña electoral para
las elecciones municipales.
Parece bastante obvio entonces que
el nuevo gobierno va a tomar sus primeras
medidas no a partir del 1° de marzo,
sino después del segundo domingo de
mayo. Prácticamente todos los
últimos gobiernos se han iniciado
con la adopción de medidas duras e
impopulares, llámense Ley de
Emergencia con Gestido, fin de la
congelación con Bordaberry, ajuste
fiscal con Lacalle o el largo nombre que
nadie recuerda y todos llaman segundo
ajuste fiscal con este gobierno; y no
sólo en Uruguay, sino
también en Italia, España,
Francia, Argentina, Brasil o Ecuador. Si
esto es así, a nadie se le ocurre
pensar que un gobierno va siquiera a
anunciar un paquete de medidas impopulares
antes de las elecciones municipales.
Más bien lo contrario, con el
riesgo de dar señales
equívocas a los agentes
económicos. Como fuere, la
instalación real del gobierno se
retrasa en casi tres meses.
Si a una punta se posterga la
iniciación del tiempo de gobierno y
por la otra punta se adelanta su
finalización, parafraseando a un
ministro, va a ser muy corto el plazo para
hacer calzar los tiempos económicos
con los tiempos electorales: de punta a
punta apenas tres años y medio.
Puede decirse que se desanduvo lo
reformado en el '66, al extenderse en un
año el período de gobierno.
Con una diferencia, que desde el '34 se
podían contabilizar diecisiete
años y medio de tiempo de gobierno
cada veinte años, y ahora se
contabilizarían catorce.
Tampoco implica el retorno al
régimen de 1918 a 1933, cuando hubo
cuatro elecciones cada seis años,
además con renovación
parcial de gobierno y parlamento. Porque
allí directamente no podía
distinguirse un tiempo de gobierno de un
tiempo electoral.
4 - LA
AFECTACION DE LAS PERTENENCIAS
PARTIDARIAS
En los últimos cuarenta
años, en cada instancia electoral,
una vez cada cuatrienio o quinquenio, el
elector debió realizar una
única macro opción
política, orientar sus preferencias
hacia un sólo partido
político, para todo: Poder
Ejecutivo, Senado, Diputados, gobierno
departamental. Este hecho, ligado a otros
elementos que determinan fronteras
precisas y rígidas entre los
partidos, ayudó a fortalecer las
pertenencias. Aclaremos que estamos muy
lejos de sobrevalorar al sistema electoral
en materia de pertenencias partidarias. En
Uruguay las adhesiones políticas
son previas a la existencia misma del
Estado moderno; la adhesión
partidaria es anterior inclusive al
sentimiento de pertenencia a un
país. Y estas pertenencias se han
visto robustecidas por el trasvasamiento
generacional. Inclusive la ruptura del
bipartidismo, lejos de quebrar las
pertenencias, generó el
fortalecimiento de las mismas a
través del nacimiento de una
tercera pertenencia, tan fuerte como las
dos tradicionales. Pero tan cierto como
ello son dos cosas: que dichas
pertenencias están en un lento
proceso de debilitamiento, y que el
sistema electoral ayuda a su
conservación.
El nuevo sistema, con cuatro
elecciones en un año, plantea al
elector la posibilidad de optar por
partidos distintos. Porque nada obliga a
escoger al mismo partido en las elecciones
internas (de abril) que en las elecciones
generales (de octubre). Pero además
buena parte del país, que en los
comicios pasados hubiese sido del 36%,
estará necesariamente obligado en
la tercera elección (noviembre,
segunda vuelta presidencial) a optar
sí o sí por un partido
diferente. Y además tiene una
cuarta opción al año
siguiente, en mayo, en los comicios
municipales.
Esto supone un cambio profundo en el
país, que permite avisorar un
formidable impacto sobre las adhesiones y
las pertenencias partidarias. Ocurra lo
que ocurra, uno de los tres partidos
principales quedará excluido de la
elección definitoria. Y el que sus
seguidores deban votar por otros lemas,
por candidatos de otras tiendas, abre sin
duda una brecha importante a la fuerte
adhesión partidaria de los
uruguayos, y a la larga puede contribuir a
un cambio significativo en el sistema de
partidos.
También es necesario destacar
que una afectación de las
pertenencias no supone necesariamente un
debilitamiento del papel central de los
partidos. Más aún, otras
disposiciones de la reforma precisamente
apuntan a fortalecer aún más
el papel de los partidos. El efecto
potencialmente formidable no es sobre el
peso de los partidos, sino sobre la
continuidad del actual sistema de
partidos, de todos y cada uno de los
actuales partidos.
5 -
BALOTAJE
El sistema de balotaje implantado en
el país, en el mismo esquema en que
se ha avanzado en América Latina y
Europa en las últimas
décadas, genera importantes
interrogantes sobre la conducta de actores
políticos y de electores.
En la presentación electoral,
la experiencia indica dos grandes
caminos:
Uno. El agrupamiento de las fuerzas
políticas en dos grandes bloques,
en que los partidos excluidos de la
segunda vuelta aparecen como socios
menores pero imprescindibles de un bloque
dispuesto a ganar el gobierno y ejercerlo
en conjunto.
Dos: La disputa entre los dos
finalistas en competencia abierta del
mercado constituido por los votantes del o
de los partidos excluidos del
balotaje.
El primer camino no reconoce
antecedentes en el país. Uruguay ha
tenido todo tipo de entendimientos
políticos en materia de gobierno,
tanto nacional como municipal, ya fuere
por la naturaleza del acuerdo
(gobernabilidad, coincidencia,
coalición, coparticipación)
o por las fuerzas acordantes (blancos en
gobierno colorado, colorados en gobierno
blanco, frenteamplistas en
administración colorada, blancos en
administración frenteamplista).
Pero lo que nunca tuvo es a un partido
apoyando electoralmente a otro. Y este
camino requiere de cinco requisitos:
Uno, que cada uno de los partidos
esté unido e interiormente fuerte;
Dos, que los acuerdos sean asumidos
como coaliciones electorales y de
gobierno, estos acuerdos se cumplan y
resulten duraderos);
Tres, que dentro de cada uno los
partidos coaligantes todos sus dirigentes
y sectores asuman sin diferencias ni
matices el acuerdo;
Cuatro, que todos los partidos
políticos principales participe de
la política de bloques; y
Cinco, que las dirigencias
partidarias logren políticas
expresas de conservación de las
pertenencias.
Otra variante de este tema es el
efecto a largo plazo del balotaje sobre el
número de partidos. Por un lado se
ha visto cómo el conjunto de
modificaciones electorales puede ser un
factor erosionante de las pertenencias.
Por otro lado, la propia reforma introduce
reaseguros para contener la
fragmentación, particularmente por
la previsión de que quien participe
en las elecciones internas de abril no
puede presentarse por ningún otro
partido en el resto del ciclo electoral.
Lo uno y lo otro constituyen un juego de
fuerzas en sentidos opuestos.
Y otro juego de fuerzas
también en sentidos opuestos lo
constituye, por un lado, la tendencia a la
bipartidización a que induce una
elección binaria, de sólo
dos opciones, y por otro la
comprobación realizada por el
politólogo norteamericano Scott
Mainwaring que todos los países que
pasaron del sistema de mayoría
simple al de balotaje, vieron incrementado
el número de partidos
significativos, es decir, sufrieron un
incremento en la fragmentación
partidaria. Quizás la persistencia
del múltiple voto simultáneo
en las instancias parlamentarias opere
como otro elemento contenedor de la
fragmentación del sistema, como el
elemento contenedor que amortigüe o
impida el efecto detectado por
Mainwaring.
6 -
COALICIONES Y
GOBERNABILIDAD
Aunque en Uruguay exista un discurso
público que visualiza como modelo
ideal el gobierno monopartidario, la
historia nacional registra lo contrario:
rara vez gobernó sólo un
partido y todo un partido; la regla ha
sido el gobierno de más de un
partido o de menos de un partido. Con
formas y nombres diversos, hace al menos
un siglo y cuarto que la cultura del
país se asienta sobre los acuerdos
políticos, y en los últimos
años además en el marco de
una fuerte consensualidad política.
No es ocioso destacar que aún en
los períodos de auge del
bipartidismo lo dominante fue que el
partido más votado no alcanzase la
mayoría parlamentaria.
Salvo que el país camine
hacia una reformulación del
bipartidismo, hay cuatro escenarios
posibles, los cuales de todas maneras son
ineludibles en el corto y mediano
plazo:
Uno es la política de bloques
electorales, conformados como coaliciones
electorales para la segunda vuelta
presidencial, o eventualmente aún
desde las elecciones generales
Un segundo camino es la
conformación de coaliciones a
posteriori de las elecciones, tal cual ha
ocurrido en el presente gobierno
El tercero es la conformación
de una mayoría parlamentaria con el
partido de gobierno y sectores de otro u
otros partidos
Y el cuarto camino es el retorno a
la política de gobierno
minoritarios, con una política de
pactos legislativos más o menos
puntuales.
El balotaje como elemento
simplificador de la competencia electoral,
y la candidatura única como
elemento fortalecedor de los partidos en
detrimento de las fracciones, parecen
obstaculizar la persistencia de los
acuerdos intersectoriales, más
allá que la cultura política
retarde los funcionamientos partidarios y
permita una sobrevida a los
funcionamientos fraccionales. Pero en la
medida en que se fortalezca el accionar de
los partidos y los sectores operen al
interior de los mismos, se facilita el
entendimiento interpartidario y por ende,
la estabilidad de las coaliciones de
gobierno. Pero si para un gobierno es
más fácil lograr
entendimientos duraderos cuando la
negociación se realiza con un
partido como tal, la contrapartida es la
ausencia de caminos alternativos: de
fracasar un acuerdo, se reduce el campo de
maniobras, al menos en relación al
amplio campo que presenta el presente
abanico de sectores. No es de
desdeñar, para la durabilidad de
las coaliciones, el nuevo mecanismo que
posibilita rebarajar todos los cargos de
confianza, incluida la dirección de
las empresas estatales y entes
autónomos y
descentralizados.
Sin embargo, es interesante observar
que la apoyatura que podrá tener un
gobierno la juega el propio partido y el
propio candidato a la hora de definir la
estrategia electoral hacia el balotaje:
una política de mercado abierto es
el mayor obstáculo a una
sólida coalición de
gobierno, al menos es la experiencia en
materia comparada.
7 - ENTRE LA
DESCENTRALIZACION Y LA
DESESTABILIZACION
Un séptimo efecto sobre la
gestión de gobierno que interesa
analizar es el doble impacto de la
separación de las elecciones
municipales y los argumentos
constitucionales que fortalecen el papel
de demandantes de los intendentes.
Estos intendentes, cuya
elección se realiza desvinculada de
los comicios nacionales, reciben de la
reforma constitucional dos posibilidades
de presionar al gobierno nacional: uno en
la participación en el presupuesto
nacional, a través de la
Comisión de
Descentralización, y el otro
mediante la gestión de la ley que
habilite nuevas fuentes de recursos para
los gobiernos
departamentales.
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