Gobernabilidad,
coalición y cambio
institucional
Oscar
A. Bottinelli
En primer lugar corresponde que
hagamos algún tipo de
definición con criterio operativo,
funcional, en el sentido de qué
queremos decir cuando hablamos de
gobernabilidad y de coalición. No
pretendemos hacer un glosario, pero
sí saber de qué estamos
hablando. Sobre coalición prefiero
tomar una muy vieja definición de
Duverger en su "Sociología
Política", obra pecursora de su
célebre "Los Partidos
Polítocs", donde diferencia la
coalición de la alianza. Define la
coalición como pacto o
entendimiento entre agentes
políticos diferenciados, con una
finalidad específica y un horizonte
temporal, para cumplir un objetivo
determinado. Podría tratarse de un
objetivo gubernativo, es decir realizar
una coalición de gobierno, o un
objetivo electoral. Obviamente, se puede
combinar uno con otro. Hay un tercer tipo
de coalición
parlamentario-legislativa que tiene
más relevancia para un
régimen parlamentario que para un
régimen presidencial o
semipresidencial, una de cuyas facetas se
incluye en el concepto de
gobernabilidad.
Vamos a definir la gobernabilidad
con critrerio operativo como aquella la
relación entre los partidos
políticos en la que los que se
autocalifican y se ubican como
oposición tienen una
relación con el gobierno, con el
partido e inclusive con la
coalición de gobierno que permite
llevar adelante determinado tipo de
políticas, como por ejemplo las
políticas de Estado. La
gobernabiliad es el ámbito donde se
pueden desarrollar esas
políticas.
Hay que tener en cuenta que
coalición y gobernabilidad no son
la continuidad de un mismo eje. Si
analizamos la política comparada
--y en Europa y alrededores hay muchos
ejemplos--, puede haber lo uno sin lo
otro. Israel debe ser uno de los casos
más paradigmáticos de un
país que ha tenido permanentemente
coaliciones desde su creación, y
sin embargo no ha tenido gobernabilidad. A
lo sumo llegó a tener, cuando la
alternancia Shamir-Peres, una gran
coalición, que no es lo mismo que
gobernabilidad. Italia ha pasado por las
dos fases: desde la ruptura del arco
constitucional del 48 hasta el "compromiso
histórico" del 75-76, siempre fue
gobernada por una coalición en una
situación relativamente polarizante
con la oposición, más fuerte
o más débil según el
momento. Desde la instauración de
la Segunda República volvemos a
esquemas de coalición en un
régimen bastante polarizado.
Solamente bajo el "compromiso
histórico" hubo coalición
más gobernabilidad, dos elementos a
nuestro juicio distintos.
El caso uruguayo tiene una
característica que no se puede
confundir en los análisis: una
larguísima tradición de
políticas de entendimiento que no
necesariamente conforman coaliciones, con
distintas formas, énfasis y
denominaciones, y escasos antecdedentes de
coaliciones . La más común
ha sido la coparticipación.
También hubo otras formas con
denominaciones diversas como:
entendimiento, coincidencia nacional,
acuerdo nacional y otras condenominaciones
peyorativas como "pacto del
chinchulín" o "pacto chico". En las
coaliciones propiamente dichas los actores
políticos se comprometen por igual
en la gestión de gobierno, con
independencia de la figura presidencial,.
No es la oposición que le da un
apoyo al gobierno sino que es un
co-obierno.
Tenemos dos antecedentes de
coalicionesDe alguna manera, hubo un
co-gobierno institucionalizado durantela
Constitución del 34, mientras
ésta funcionó plenamente,
desde su implantación hasta el
retiro de los Ministros herreristas del
gobierno de Baldomir, alrededor de
1940.
Luego tenemos una coalición
pactada a nivel de partidos, más
allá de que uno de ellos era
jurídicamente un partido y
sociológicamente una
fracción, bajo el gobierno de
Amézaga. Allí el Partido
Nacional Independiente coparticipó
en el gabinete con sus primeras figuras.
Incluso, un caso particular de
coalición acrecienta la
responsabilidad política en el
último año de gobierno --un
caso bastante atípico de
coalición--, cuando las dos figuras
estelares que se proyectan al liderazgo
partidario, Eduardo Gallinal y Eduardo
Rodríguez Larreta, asumen la
Cancillería y el Ministerio de
Ganadería.
Como coalición plena, en la
que ambos partidos asumen la calidad de
cogobierno, tenemos el ejemplo actual.
También hay otros ensayos que
podríamos calificar de coaliciones
débiles o aproximaciones. Wilson
siempre hablaba de la oposición del
Partido Nacional, que le daba
gobernabilidad al Partido Colorado y
tenía figuras simbólicas en
el gobierno en la medida en que no
representaban un compromiso
político de su partido. En el
segundo período de gobierno, el
compromiso de algunas fracciones del
Partido Colorado es algo mayor. Inclusive
hay matices entre las fracciones en el
nivel de compromiso. En éste
observamos ya un cambio en el que los dos
candidatos a Vicepresidente de la
República del Partido Nacional, que
sumados tienen más del 90 % de los
votos, integran el gabinete desde el
comienzo de la gestión y lo siguen
haciendo. Quiere decir que los niveles de
compromiso y responsabilidad
política de los partidos ha
aumentado. El compromiso del segundo
partido con el involucramiento del
gobierno también ha sido
correlativo a ese tercer partido que ha
ido adquiriendo un papel cada vez
mayor.
En cuanto a coaliciones electorales,
tenemos que ver que Uruguay tuvo un
sistema que las permitió poco. Aun
así, siempre hubo una
búsqueda de ingenio para hacerlas.
Quiero aclarar que entiendo que el Frente
Amplio nunca fue una coalición
electoral, ni siquiera en el comienzo. La
existencia de autoridades comunes por un
lado y mandato imperativo por otro excede
un poco el concepto de coalición y,
además, no tenía un
horizonte temporal por lo menos de corto
plazo. Podemos hablar de federación
de partidos y de alianza, más que
de coalición, por lo menos en
términos operativos.
Queda por nombrar la
coalición electoral del Partido
Comunista y el Partido Socialista de 1938,
con la fórmula Frugoni-Riestra,
Partido por las Libertades
Públicas. También es una
coalición el anterior Nuevo
Espacio, porque así se define. No
pretende constituir una nueva alianza
política ni tener autoridades
comunes, sino que son tres partidos con
perfiles diferentes. Luego tenemos media
docena de coaliciones electorales en el
plano municipal, habilitados entre la
Constitución y la
interpretación de la Corte, en el
46 y el 50. No hemos tenido otras
experiencias de coaliciones
electorales.
El balotaje inaugura la etapa en que
la coalición electoral es casi
inevitable. Si alguien no va con la
coalición electoral es porque
fracasó en el intento. El juego va
a ser complicado, porque se va a armar una
coalición electoral, seguramente
con acuerdos programáticos. Yo creo
que todas las coaliciones son, a la vez,
fisiológicas y
programáticas. No hay coaliciones
fisiológicas puras, sino medidas de
gobierno, ni programáticas puras.
En lo programático siempre tiene
que estar acordada la corresponsabilidad
de los partidos, lo que va atado a la
representación que tengan en la
administración. Eso se va a tener
que negociar entre el 1º de noviembre
y no más allá del 15 de
noviembre.
El segundo problema que hay es el
tercer y el cuarto partido, en el sentido
de qué grado de obediencia o
seguimiento tienen de sus electores. Es
una prueba de fuego sobre la cual no me
atrevo a aventurar opinión, porque
no tenemos experiencias anteriores y va a
haber un juego de tensiones entre
pertenencias partidarias, proximidades al
partido con el cual coaliga su partido y
otro tipo de rechazos. Para citar algunos
datos de opinión pública, en
el Partido Nacional, por ejemplo, se
detectan algunos bolsones no muy
importantes, pero que pueden ser
significativos, de rechazo al Partido
Colorado. Generalmente es gente de
más de sesenta años, del
interior, sobre todo de zonas del
país donde el Frente Amplio tiene
una escasa presencia, por lo que la
cultura política local queda muy
asociada la bipartidismo.
Puede darse el caso de coaliciones
que fracasen pese a que hayan sido
prolijamente hechas, porque el
desempeño electoral del candidato
no estuvo acorde a la base electoral que
suponía ese acuerdo conforme al
resultado del 31 de octubre. El acuerdo
puede ser hecho con un capital del 60 % y
tener un resultado del 51% o del
49%.
Uruguay tiene una larga experiencia
en materia de gobernabilidad, si se
entiende como tal todo ese juego que ha
habido en el país de
entendimientos, de coparticipaciones y de
flexibilidades que habilitaron, por
comisión o por omisión,
políticas de Estado. Incluso,
entiendo que hubo una gobernabilidad muy
clara en el período de Pacheco.
Más allá de la figura, que
le convenía a él y a la
oposición, de gobernante solitario
que arrasaba con el resto, siempre tuvo
una mayoría parlamentaria, que fue
la que aprobó las medidas prontas
de seguridad. Bordaberry, en 1972, tuvo la
gobernabilidad del Partido Nacional, que
le votó los instrumentos claves de
ese momento, la suspensión de la
seguridad individual, el estado de guerra
interna y la ley de seguridad
ciudadana.
Gobernabilidad en el Uruguay ha
habido mucha. Hay elementos
institucionales que apuntan a que en este
país no pueda gobernarse
sólo con la mayoría. La
reforma de la seguridad social tiene
algunos elementos claves que
requerían los dos tercios. Sin esos
dos tercios, que son aportados por el
Partido Colorado, el Partido Nacional y el
Nuevo Espacio, no habría reforma de
la seguridad social. Lo que parece claro
es que en Uruguay se da una necesidad de
coalición y gobernabilidad por lo
menos para un primer período de
gobierno, que es cuando se impulsan las
modificaciones fundamentales o las leyes
básicas del proyecto. Me refiero al
Presupuesto, que siempre es una
definición clave de la
política de un gobierno, así
como en este caso la reforma de la
seguridad social.
Todo gobierno va a tener una o dos
leyes --y si fuera el Frente Amplio alguna
más-- que requieren esa
mayoría, para el primer año
y eventualmente para el segundo. La
experiencia está demostrando que
los Presidentes --el próximo va a
tener una legitimidad electoral mucho
más fuerte que todos los
anteriores-- pueden gobernar en soledad
después de que una coalición
les dio los instrumentos claves.
Los escenarios posibles son dos: una
coalición electoral formada por
ambos partidos tradicionales, que se
transforme en una coalición de
gobierno, o un resultado en el que los
partidos tradicionales obtengan la
mayoría parlamentaria --todo indica
que así va a ser-- y un Frente
Amplio que, por el juego de la
independencia de los electores, pueda
ganar la segunda vuelta. En este caso
tenemos una coalición electoral
mayoritaria en octubre que, por este
fenómeno, es derrotada en
noviembre. Esta es una situación
extremadamente compleja porque requiere de
parte de todos los actores mucha
delicadeza en el funcionamiento, puesto
que cualquiera de ellos puede llegar a
bloqueos políticos reales,
situaciones explosivas en el sistema
político que, incluso, pueden
traducirse en choque de legitimidades. Por
un lado desde la Presidencia de la
República se aduciría la
legitimidad de la mayoría absoluta
del electorado detrás y, por otro,
tendríamos un Parlamento que
reivindicaría la legitimidad de
tener la representatividad de la
mayoría absoluta del
país.
Este puede ser un choque
peligrosísimo. Es de los problemas
complicados que generó este
sistema. A propósito, quiero marcar
una discrepancia con lo expresado por el
amigo Zumarán. No creo que
ésta sea una anomalía
uruguaya. De los regímenes en que
el Presidente de la República es
elegido en dos vueltas, en absolutamente
ninguno se elige el Parlamento en la misma
fecha y por el mismo sistema. En cuanto a
Francia, que siempre se cita, no es en la
misma fecha y tampoco por el mismo
sistema. Son dos vueltas, pero una
requiere mayoría absoluta
invariable y la otra mayoría
románica. En la última
elección fue 3.2 el nivel de
candidatos por distrito. Los miembros de
la Asamblea Nacional se eligen por
mayoría simple, y casi la mitad no
obtuvieron la mayoría absoluta.
Además, en la medida en que la
elección es por distritos, la
distribución geográfica del
voto tampoco asegura al Presidente de la
República, aunque la
elección fuera simultánea y
los electores votaran exactamente lo
mismo, la mayoría absoluta.
Por otra parte, la Asamblea Nacional
se ha elegido dos y hasta tres años
después que el Presidente. Ha
habido dos períodos en los que no
ha obtenido la mayoría: la
cohabitación que tuvo Mitterrand
con Chirac como Primer Ministro y la
actual de Chirac con Jospin. Son los
problemas del balotaje. No olvidemos que
el primer balotaje presidencial
significativo convivió con una
proporcionalidad, que fue el de la
Alemania de Weimar y el de Austria, con la
Constitución de Preust.
No le daría tanta importancia
a los dos tercios para los órganos
de contralor, porque ahí sí
que es mucho más
"fisiológica" --usando el
término de De Sierra-- la
posibilidad de acuerdo. Importa más
cuando los dos tercios tienen que ver con
leyes. En este momento, por ejemplo,
Israel está modificando el
número de Ministerios --entre otras
cosas por razones políticas--, y lo
hace la coalición de gobierno por
sí. En Francia, en el primer
gobierno de Mitterrand se modificó
toda la ley electoral en beneficio de la
coalición de izquierda por
mayoría absoluta del Parlamento. En
Uruguay tenemos un catálogo de
disposiciones: no se puede cambiar el
número de Ministerios, modificar la
Carta Orgánica de los Entes
Autónomos --salvo los Bancos-- o
establecer sociedades de economía
mixta sin los dos tercios.
Un partido de oposición que
llegue al tercio del Parlamento lleva a la
confrontación o a la
gobernabilidad; obliga a un pacto de
entendimiento o a la ruptura. De lo
contrario, habrá un bloqueo a
cierta parte de la política de
gobierno. Así como Moreira
decía que las coaliciones se hacen
dentro de cierto contiguo
ideológico programático, las
gobernabilidades requieren por lo menos
cierta continuidad actitudinal.
Quizás en términos
estrictamente ideológicos la
distancia del Partido Nacional o del
Partido Colorado con el Frente Amplio en
el 84 fuera mayor que la de hoy, en un
mundo distinto. Sin embargo,
actitudinalmente el Frente Amplio fue
parte de esa gobernabilidad. Hoy, el
discurso del Frente Amplio y el de los
partidos tradicionales tienen un nivel de
distancia y de confrontación
sensiblemente mayor que en aquel momento.
Inclusive, los diagnósticos de
país, por lo menos del Partido
Colorado y del Frente Amplio, que
observamos a través de los
candidatos presidenciales hacen acordar a
aquella visión de Brasil cuando se
la llamaba "Belindia", porque era la
mezcla de Bélgica y la India. Si
alguien en Bután está
tratando de ver qué país es
Uruguay, por un lado puede creer que es
como Suiza y por otro que es como
Níger. La distancia es lo
suficientemente grande como para que si no
se empieza a caminar se tarde mucho en
acercarse a puntos de encuentro.
Construir gobernabilidad y
coaliciones implica no sólo tener
cierta proximidad sino que,
independientemente de la proximidad, es un
problema de actitud, de entender que es
conveniente, necesario o imprescindible
que exista eso o ser parte de eso. Si no
se cree en eso no hay gobernabilidad o no
se es parte de esa gobernabilidad. Lo
mismo ocurre con la construcción de
coaliciones, que requiere no sólo
de la oposición o del partido que
no es del Presidente, sino también
del propio gobierno, sentir que le es
útil. Si un partido de gobierno
siente que no está dispuesto a
rebajar en nada su programa en aras de una
coalición no va a hacer
ningún esfuerzo realista para que
la coalición exista sino que va a
plantear condiciones que la van a hacer
naufragar.
Aquí hay un problema de
cultura política global en cuanto
al cambio que ha habido en el Uruguay a
partir de la restauración
institucional, pero además tiene
que haber apuestas a cuál puede ser
el país con coaliciones y
gobernabilidad y cuál con
polarizaciones. Casi todo el sistema
político, en el 71, apostó a
la polarización. En el 84, todo el
mundo apostó a la gobernabilidad.
Hoy las apuestas no son exactamente las
mismas.
Para terminar quiero hacer dos o
tres puntualizaciones. En primer lugar,
creo que el tema de las políticas
de Estado es muy delicado. De Sierra
decía que, en definitiva,
política de Estado puede ser
cualquier tema que se defina como tal. En
general, es difícil comenzar a
construir políticas de Estado si la
agenda que se pone es demasiado grande. Si
las pretensiones son demasiadas, es
más fácil que naufraguen. En
el balance de la Concertación hay
etapas exitosas que muchas veces se
olvidan. Si no hubiera habido el consenso
que hubo, no hubiera sido posible la
transición en la enseñanza
global y en la universitaria en
particular, por ejemplo. Lo mismo hubiera
ocurrido con el tema de alquileres,
destituidos, amnistías,
etcétera. Sin embargo, quizá
la CONAPRO pecó de exceso de
pretensiones. Fue más un pacto de
coalición de gobierno que de
gobernabilidad o de concertación.
Apuntó mucho más a un pacto
social, y ésa es una causa del
fracaso de una gran parte de la
Concertación. Era algo demasiado
omnicomprensivo de las fuerzas que
contenía como para ser un plan de
coalición de gobierno.
Un último punto tiene que ver
con una mención que aparece en el
documento al tema de la sociedad civil.
Allí veo algunos elementos que
puede ser contradictorios. El tema de las
empresas del Estado y los Entes
Autónomos merecería toda una
discusión. Uruguay no sabe
adónde va con los Entes
Autónomos en cuanto a la naturaleza
de su Dirección; no sabe si quiere
organismos políticos u organismos
autónomos que se administren fuera
de la política, si quiere que sean
órganos de la coalición de
gobierno o del sistema político. La
última reforma constitucional
apuntó a que fueran ingredientes de
la coalición de gobierno, al punto
que están previstos como fusibles,
en el mismo plano que los Ministerios. La
reforma constitucional que se
votará en octubre apunta a lo
contrario: a la prohibición de sus
integrantes de ser candidatos, lo que va
en el sentido opuesto de la reforma del
66.
Respecto a la sociedad civil, hay
muchos documentos que tienen cierta
visión nostálgica o
imaginaria de un deseo de mayor
participación. El problema es que
esa sociedad civil, para que tenga una
mayor participación, debe contar
con agentes que la representen.
Sería un buen tema de estudio si la
sociedad civil de hoy, en relación
al sistema de partidos, es más
fuerte o más débil que
antes. A veces se tiene la ilusión
de que el surgimiento de las ONG ha
fortalecido a la sociedad civil,
así como esta acción
movilizatoria del agro o de los
trasportistas, de tipo empresarial. Sin
embargo, los elementos clásicos de
la sociedad civil, como el movimiento
estudiantil y los sindicatos, están
en los puntos más bajos de
participación de las últimas
décadas.
Es muy difícil que en un
país haya un equilibrio entre un
sistema de partidos fuertes y agentes de
la sociedad civil fuertes, y ambos sean
autónomos e independientes. En
general, cuando los agentes de la sociedad
civil son muy fuertes tienden a estar
interdependiendo con los partidos
políticos, o hay una tendencia de
unos a desplazar a los otros.
ACOTACIONES ANTE PREGUNTAS
FORMULADAS
UNA. El problema es que Uruguay crea
un sistema con un Presidente fuerte que
cuenta con una legitimación social
muy fuerte y, por otro lado, la
posibilidad de una legitimación
fuerte de un Parlamento, sin que haya
ningún mecanismo intermedio.
Tampoco lo tienen Francia ni Portugal,
donde las cohabitaciones se han hecho con
mucho pragmatismo político.
En general, los regímenes
donde el Presidente se elige por balotaje
no han resuelto el asunto. La
práctica política lo ha
resuelto acotando las potestades del
Presidente o yendo a formas más
parlamentarias. De alguna manera, el
problema también lo tiene Israel,
con la originalidad de un Primer Ministro
electo.
Coincido con el doctor
Zumarán en que no es una
Constitución que esté a
salvo de grandes riesgos de choques
institucionales, sino que éstos son
mayores que en la Constitución
anterior.
DOS. El doctor Zumarán
hacía referencia a algo que me
parece muy importante. La reforma
constitucional ha producido un fuerte
impacto sobre la estructura real de los
dos partidos tradicionales. Sin duda la
reforma apuntó a eso.
¿Qué pasa después de
las elecciones, sobre todo al partido que
cumplió el papel de tercero? El
tema es que se puede salir tercero muy
bien o tercero muy mal. Ese tercero puede
hacer un pacto con otro partido para ganar
la Presidencia, pero tener poco
disciplinamiento de sus electores.
Incluso, ¿qué pasa con el
partido que va al balotaje y
pierde?
Estos partidos, que pueden tener
distintos tipos de impactos entre octubre
y noviembre, ¿cómo
actúan después?
¿Mantienen esa cohesión de
partido o vuelven a un juego entre
fraccional e indisciplinado? Este es un
tema no menor. En la hipótesis de
un Presidente de la República que
gane sin una coalición
detrás, ¿qué pasa con
estos actores políticos? ¿Se
puede sustituir la no formación de
coaliciones por la caña de pescar,
es decir por la búsqueda de
mayorías puntuales al estilo
habitual del Presidente
norteamericano?
TRES. Creo que todo el mundo es
consciente de que si no hay una actitud de
coalición no hay coalición.
El tema es que en la campaña
electoral se puede trazar un panorama,
pero luego las elecciones crean un nuevo
hecho. Esos hechos generan nuevas
actitudes que pueden ser impredecibles,
desde aumentar las actitudes
coalicionistas o gubernabilistas hasta la
actitud triunfalista de no querer pactar
con nadie. Quiere decir que hasta que no
estén las cartas sobre la mesa no
es fácil predecir qué va a
pasar.
En cuanto a los desajustes de los
tiempos políticos y
económicos, eso ocurre siempre. El
tema es que esta Constitución los
agravó, porque salvo una
situación catastrófica se
empezará a gobernar el 15 de mayo,
después de las elecciones
municipales. Ningún gobierno va a
tomar medidas duras en los treinta
primeros días. Quiere decir que
estamos un año y medio sin tiempo
útil de gobierno.
|