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El Estado y la democracia en cuestión.
América Latina después de la transición (primera nota)
Juan Rial
1.
De la conspiración y la culpa a la aceptación de una situación
subordinada y del pragmátismo como guía para la acción.
Las explicaciones e interpretaciones sobre el "atraso" de la
región latinoamericana, respecto al mundo desarrollado, suelen
presentarse en forma polarizada que tienden a aparecer en
forma pendular. La posición que casi siempre ha sido dominante
sitúa la raíz de los problemas fuera de la región y muchas de
esas explicaciones pueden considerarse parte de teorías
"conspirativas". La formulación más corriente apela a la
dominación extranjera como la fuente de los problemas. La
causa del atraso de la región se atribuye al pasado, al
colonialismo, en el caso de América Latina por la acción y por
la omisión de España y de Portugal, y/o por la influencia
británica, vía su política imperial informal en la región en
el siglo XIX. Algunos agregan, o reducen, las explicaciones a
la dominación sobre la región por los EEUU y su acción
neo-imperial en la mayor parte del siglo XX. A veces, se habla
del gobierno de ese país, en otras se agrega la acción de las
corporaciones transnacionales, la de los organismos
multilaterales de auditoría y control, el Fondo Monetario
Internacional, principalmente, y la Organización Internacional
de Comercio, así como el Banco Mundial, pero no suele
incluirse en el lote el Banco Interamericano de Desarrollo .
El argumento se expresa en diferentes formas, desde uno muy
crudo que hablaría de una dominación constante en la que se
seguirían dictados en lo político, económico y hasta en lo
cultural, pasando por argumentos más elaborados que hablan de
los constreñimientos que llevan a una dependencia estructural
de la región, hasta los que señalan que el resultado de la
puja entre poderes contradictorios sea el gobierno, los
sectores económicos financieros, las grandes corporaciones y
aún entidades internacionales, tiene, sin embargo, como
resultado constante, una situación de debilidad para los
países latinoamericanos. Estas narrativas, si bien no pueden
ser admitidas como "la" explicación, tienen, sin embargo,
relevancia y la misma se ha hecho más evidente al comienzo del
siglo XXI, con la creciente conversión, a pesar de todos los
esfuerzos para que eso no ocurra, por parte de importantes
sectores de EEUU, en “el imperio” .
Las diversas teorías de la dependencia señalan diversos
procesos claves para explicar porque se produce esta situación
de subordinación. En el pasado se hablaba de la provisión
barata de materias primas y de la disparidad entre los
términos de intercambio entre el valor de esas exportaciones y
el de los productos importados del primer mundo.
Habiendo cambiado notoriamente el tipo de relaciones
productivas, ahora hay que señalar la dependencia financiera y
tecnológica. Pero, planteado en esta forma, el problema supone
que dentro de cada unidad estatal considerada hay una clara
unidad de intereses y criterios y que como unidades se pueden
oponer dominantes y dominados. Los hechos hacen poco útil esta
consideración. Ninguna unidad esttal es homogénea y la
dependencia es notoriamente mucho más sutil.
Es cierto que gran parte de la región latinoamericana recibe o
ha recibido importantes capitales, sea especulativos o bajo la
forma de inversiones, pero también lo exporta, a través de
complejas relaciones de apropiación del mismo, por sectores
minoritarios residentes en la región. Es cierto que América
Latina, es tomadora de las "decisiones del mercado"
refiriéndose a las orientaciones del mismo en el área
financiera, al manejo especulativo que la economía de casino
presenta día a día. También es cierto que, sea especulativos o
bajo la forma de inversiones, los últimos tiempos, los asaltos
especulativos han sido sufridos no sólo por los llamados
"mercados emergentes", sino que los mismos se han dado tamién
en las economías centrales. Hay numerosos ejemplos recientes
como la derrota sufrida por la libra esterlina a manos de las
decisiones del Quantum Fund de George Soros hace casi una
década, la quiebra de la antiquísima casa bancaria Baring por
sus especulaciones en el sudeste asiático hasta la caída de
Wall Street a partir del 2001, acentuada por las quiebras
fraudulentas de grandes empresas en el año 2002, mostrando que
es un fenómenos general del capaitalismo y su recurrencia más
o menos cíclica. .
Este nuevo empuje hacia una alta inestabilidad del mercado de
capitales se debe a los procesos de desrregulación, de
liberalización de las transaciones financieras, que si bien
alentó la creación y acumulación de capítales y se convirtió
en un formidable motor de cambio económico, al mismo tiempo,
puso en marcha mecanismos de destrucción de lo creado. Desde
los años ohenta y acelerándose especialmente en la post guerra
fría se favoreció al especulador por sobre el inversor en
empresas productivas o de servicios. Los poderes públicos
aceptaron esa nueva situación y la favorecieron con la
desrregulación que llevó a “fabricar” capitales y fabulosas
ganancias. Mientras duró el tiempo de la esperanza en
consolidar las ganancias prometidas por la nueva economía la
burbuja especulativo siguió expandiéndose, pero apenas
comenzaron a acumularse informes negativos acerca de las
ganancias reales la misma se derrubó. La nueva tecnología
llegó para quedarse, pero la burbuja especulativa que la
acompañó no pudo transformarse en un proceso consolidado y la
crisis está en pleno proceso.
Tecnológicamente, si bien la nueva sociedad de la información
parece cancelar la geografía, esto no es más que una ilusión.
Los principales desarrollos siguen teniendo por escenario un
número limitado de regiones del planeta. Una hansa de ciudades
y regiones es la que provee las decisiones financieras y las
innovaciones tecnológicas relevantes. Prácticamente, todas
ellas están fuera de los países en desarrollo. Si bien muchas
de las personas que trabajan y hasta toman las decisiones en
área financieras y tecnológicas claves provienen de ese
“antiguo” tercer mundo, lo hacen en tanto miembros integrados
de los establishments dominantes, y no como miembros de la
sociedad y el poder de los países emergentes,
independinetemente de su lugar de residencia o trabajo.
La nueva crisis capitalista en proceso en el momento de
escribir hace que la teorpía “conspirativa”, que sostiene que
la culpa del atrasxo está fuera d ela región latinoamericana
vuelve a resurgir, fundamentalmente no en versiones
académicas, sino enla prédica de los sectores que rechazan la
idea de la liberalización económica, popularmentre conocidos
como “neo-liberales”.
Ante esas “teorías conspirativas” se alza la versión que
indica que la responsabilidad del atraso es propia, la teoría
de la "culpa". La versión más corriente en el pasado aún
reciente, de cuño culturalista, indicaba que el atraso se debe
a problemas domésticos de estas sociedades. La existencia de
élites oligárquicas, que descansan en el dominio de la
propiedad de la tierra, en el control del comercio exportador
e importador, ha sido la rémora que impidió el desarrollo de
estos países. Esta explicación, sin embargo no deja de tener
en cuenta la influencia externa, indicando que el colonialismo
ha dejado herencias señoriales, que hacen que la motivación
para el cambio por parte de las élites sea muy baja.
Anteriormente se agregaba como argumento el peso de una
tradición fatalista, de origen indígena, que no ayuda al
cambio, pero que se ha olvidado ante el uso de “mitos”
indigenistas para movilizar a sectores populares. El
"endiosamiento" del indigenismo ha convertido a la tradición
en virtud, a pesar de toda su carga de discriminaciones y
autoritarismo y el evidente atraso de la mayoría de las
estructuras de los pueblos que sigue ese antiguo patrón.
Versiones modernas de la teoría de la culpa refirieron al
papel perverso que habrían tenido los políticos y los partidos
políticos al promover un estado muy acrecido, parasitario,
clientelista, que habría ahogado la iniciativa privada, por lo
general olvidando que la protección estatal siempre fue
reclamada por el empresariado local. A ello se ha agregado
como argumento la influencia destructora de la corrupción.
Constantemente se ha dicho que los países emergentes no pueden
salir del atraso debido a la rapacidad de sus elites que
saquean a sus sociedades. Sin duda en buena parte del tercer
mundo hay una fuerte corrupción, pero en toda sociedad siempre
ha existido y seguramente existirá, mientras la misma este
organizada sobre una base jerárquica que supone poder. No hay
ninguna asociaciónprecisa entre falta de desarrollo y
corrupción, sino que hay evidencia en contrario, como lo
prueba el Japón de los años setenta o los EEUU del tiempo de
los robber barons. El poder siempre supone corrupción, pero la
diferencia fuerte esta entre la posibilidad de controlarla o
no. Así como el poder absoluto lleva a desastres políticos
sociales, la corrupción absoluta hace imposible el
funcionamiento de la economía y un sistema financiero
aceptable.
Estas explicaciones, un tanto mecánicas, fueron adoptadas y
aceptadas por los conductores políticos a lo largo del tiempo.
A veces en forma secuencial, pasando de un argumento polar a
otro. Pero no ayudaron mucho a superar la situación. Por lo
tanto se prefirió el pragmatismo, sin detenerse en la
explicación, faltando precisar un horizonte que permitiera
perseguir metas y marcar un "sueño" a los ciudadanos.
El liderazgo político se refugió en la conducción pragmática
que hacen los técnicos, tarea muy necesaria, pero al no tener
una guía de largo alcance, no permite encontar un camino, sólo
perpetua el statu quo. La desersión del liderazgo político,
abrumado por el manejo del día a día, por la necesidad de
sobrevivir en la competencia entre partidos, movimientos o
simples seguidores de nuevos caudillos, hace que no se
vislumbren salidas a la situación de atraso, que no acorten
las distancia con los países líderes.
Por supuesto que tras esta aparecente falta de referencia
ideológica y de posiciones que favorecen la “apolítica” hay
una real orientación ideológica: promoción de un laissez faire
extendido, rechazo a todo tipo de regulación estatal, una
suerte de “anarquismo” pro empresarial que no se busca
explicitar teóricamente, ni justificar, sino simplemente
implantar en la práctica.
La asimetría entre países en desarrollo y países centrales se
asume como un dato incambiable, una forma tardía de
reivindicar la teoría de la “dependencia”. En circunstancias
favorables, el plan de las élites locales es crecer
económicamente, y alcanzar una situación relativamente
aceptable en lo social, o al menos mejorarla, pero admitiendo,
por supuesto sin expresarlo verbalmente, que no se puede
cerrar la brecha con los países avanzados. En los momentos de
problemas, ni siquiera se habla de crecer, sino sólo de tratar
de mantener la situación sin que se agrave y la distancia con
los países avanzados, sirve, como siempre, como argumento
exculpador.
Ante la falta de un horizonte temporal amplio, hacia el cual
tender, se toma una actitud defensiva, que busca mantener las
estructuras existentes incorporando los cambios necesarios
para ser parte del proceso globalizador en lo financiero y
comercial. Se argumenta que, en la práctica, no es posible
rechazar dictados de ortodoxia económica, acorde con las
tendencias del mercado internacional, por lo que no se
experimenta para buscar otros caminos de salida.
La realidad ha sido dura y ha mostrado que quienes se
atrevieron a salir de esa vía fracasaron. El margen de
maniobra de los políticos de la región para zafar de este
marco internacional, que presupone una política de ajuste
estructural constante, con sus consecuencias, el creciente
deterioro del tejido social, es prácticamente nulo .
La resistencia que ensayan algunos gobiernos, sin embargo, ha
permitido perdurar modos de vida protegidos por el estado,
pero seguir por esa vía también ha llevado a deteriorar más
los estilos de vida de los que están más lejos de los círculos
de poder, ante la falta de capacidad de financiamiento de
políticas de bienestar social. La pérdida de la característica
de universalidad de la protección estatal que tuvo la región
en las décadas anteriores a los años ochenta ha dejado a un
buen número de sectores en el desamparo.
Adoptando una posición pragmática queda fuera de agenda
elucidar cual es la explicación del atraso. Las dos
argumentaciones clásicas siguen teniendo relevancia, pero lo
importante es el resultado, que indica que la región sigue
siendo parte de una estructura de poder en la cual tiene un
papel subordinado. Siendo parte del mundo capitalista y siendo
este regido por capital, tecnología y conocimiento expresado
en la capacidad de las personas, la región no tiene el dominio
de esos instrumentos claves, aunque una buena parte de sus
elites estén integradas a él o sean parte de él. América
Latina no ha sido ni es protagonista de la sociedad del
conocimiento.
Las monedas de los países de la región dependen de las divisas
exteriores o sencillamente han dejado de emitirse, como ocurre
en Ecuador y El Salvador que se agregaron a Panamá en ese
modelo. Estos países no tienen un prestamista de "última
instancia" , renunciando a un instrumento importante de
política económica. No son el centro de ningún mercado de
valores comparable al de los países avanzados. Las bolsas de
San Pablo, Buenos Aires y México son mercados secundarios. La
capacidad en tecnología de la región no es innovativa . La
región adopta y adapta tecnologías, pero su capacidad de
creación es muy limitada. Produce bienes industrializados,
pero los más importantes o relevantes, aquellos que suponen
avances notorios, saltos, procesos que cambian la forma de
vida de la sociedad, raramente ocurren en la región. La misma
no está a la cabeza en la construcción de medios de transporte
físico, de medios de telecomunicación, quedando a cargo de
bienes de consumo que siguen los patrones ya existentes. La
región tienen estándares de trasmisión de conocimiento más
bajos que en los países avanzados a pesar de ser proveedora de
personas con una excelente formación, cuyo costo pagaron los
países de la región y cuyo beneficio, en más de una caso,
toman las economías avanzadas.
La región es proveedora neta de migrantes, a pesar de los
movimientos intra e interpaíses que se registran en la misma.
Fundamentalmente se trata de emigrantes de dos tipos: las
personas con conocimientos especializados y los que sólo
pueden proveer de su fuerza de trabajo para las tareas
rutinarias, que muchas veces no quieren realizar los locales
por su baja remuneración o prestigio, que suelen dirigirse,
principalmente a los EEUU. Los primeros transfieron su capital
humano al capital social del país avanzado que los recibió sin
efectivizarse compensaciones para el país que los formó. Los
otros llenan necesidades de países más ricos y aportan, vía
remesas, importantes ingresos a sus países de origen. Es
paradigmático el caso de los inmigrantes dominicanos,
salvadoreños, ecuatorianos, para sólo citar los casos más
conocidos, cuyo dinero es uno de los principales aportes al
producto bruto interno de sus países. Otros miembros de las
elites de los países latinoamericanos no emigran, pero también
están integrados a ese mundo avanzado y los lazos económicos
que proyectan en la propia región son limitados.
Es el plano cultural donde la región ha logrado mayores
éxitos. La música y otras formas de expresión estética han
sido impuestas con éxito en el mundo avanzado, pero su
trasformación en bienes de consumo ha favorecido también a las
empresas trasnacionales de residencia en los países avanzados
y sólo residualmente a posibles emprendimientos locales o
regionales.
Los procesos de transición a la democracia que coexistieron
con las fases finales de conflictos muy duros, como el
centroamericano, se presentó como una salida a la constante
inestabilidad política de la región. La región fue asolada por
dictaduras militares represivas, que respondieron al esquema
estratégico de aproximación indirecta , del combate por
intermedio de terceros, que llevaban a cabo EEUU y la URSS en
el marco de la guerra fría, utilizando aliados diversos en
cada país y circunstancia. La prédica en favor de la
democracia, de los derechos humanos, de la vigencia del
liberalismo político fue asumida por todos los moderados como
forma de salir del marco violento. Pero también fue aceptada
por buena parte de los movimientos revolucionarios derrotados
por la dura represión. Aun antes de desaparecer los imperios
exterior e interior soviético comenzaron a procesarse estos
cambios, pues esa prédica también fue parte de la estrategia
para erosionar a la, finalmente, desaparecida URSS.
La democracia, entendida sustancialmente como la implantación
de un marco de estado de derecho con libertades y garantías,
siguiendo el modelo de las revoluciones nordatlánticas de
fines del siglo XVIII y la realización de elecciones entre
fuerzas políticas competitivas, fue el centro del cambio. Poco
a poco todos los países de la región adoptaron ese patrón. Se
consideró, además que actuando en el campo puramente
institucional de la política, entendida como un juego de
elites, que obtienen legitimidad a través de un proceso
electoral, se llegaría por etapas a un proceso consolidado,
que no admitiría posibilidades de revertir a una situación
autoritaria. Posibles requisitos o pre-requisitos de
desarrollo económicos, o de conformación de una estructura
social más avanzada con una cultura sociopolítica urbana y
secular, así como la necesidad de fortalecer la institución
estatal fueron dejadas de lado.
En el 2002, en la región latinoamericana sólo Cuba, apegada a
la defensa de una revolución que impuso el socialismo, y
Venezuela, que no fue parte de los procesos dictatoriales de
los años sesenta y setenta, y que intenta experimentar una
nueva fórmula política y social, bajo el mismo manto liberal y
democrático, escapan a este cambio. Perú que conoció un largo
interludio autoritario entre 1992 y el 2000 está buscando un
acomodamiento a este esquema democrático liberal.
Pero la estabilidad política no ha sido lograda y menos aún la
social. No hay propuestas de modelos alternativos al
capitalista, y excepto por el verbalismo radical, que no va
más alla de las palabras, no hay ningún gobierno que no acepte
la hegemonía de los EEUU, a pesar que las posturas en cuanto
al manejo de las relaciones con ese país difieran. Tampoco hay
grandes diferencias en cuanto al modelo macroeconómico a
llevar adelante. Con distinto énfasis se sigue con las
políticas de ajuste estructural, aunque a esta altura, en el
segundo año del siglo XXI ya algunos de los procesos claves
están terminados, o sólo queda implantarlos en países
marginales, como las privatizaciones de las empresas
estatales, o la creación de fondos privados de pensión. Los
ajustes siguen por abatimiento constante del gasto del estado
lo que ha llevado a constantes enfrentamientos sociales.
Estos procesos han llevado a fracasos notorios de los cuales
el más resonante es el argentino. A fines del 2001 un
“default” terminó con la política de convertibilidad que hacía
que el peso argentino fuera equivalente a un dólar desde 1991.
Los impagables intereses de una deuda de ciento cuarenta y dos
mil millones de dólares, deuda acumulada durante un decenio
para apuntar esa política de convertibilidad, que favoreció
notoriamente a especuladores internacionales y locales,
terminaron hundiendo un esquema de falsa prosperidad. El
proceso ha arrastrado a Uruguay y Paraguay, mientras que
Brasil sufre también el embate de la pérdida de confianza de
los especuladores.
El llamado “consenso de Washington” parece llegado a su fin.
No hay más márgen de maniobra para seguir imponiendo fuertes
ajustes sin provocar estallidos sociales que pueden volverse
incontrolables. Sin embargo, por el momento no hay ningún
cambio relevante en las políticas y tácticas empleados por los
organismos multilaterales de crédito, ni tampoco por parte d
ela tesorería de los EEUU, que es la que maneja las relaciones
económico-financiero internacionales de los EEUU.
Segunda nota
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