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El Estado y la democracia en cuestión.
América Latina después de la transición (décima nota)
Juan Rial
Novena
nota
10.
Conclusión. El futuro. ¿Se aprenderá de los errores?
La humanidad no aprende de la historia,
o, al menos, hemos aprendido que no se aprende de la historia
.
La fuerte ideología de la apertura económica y financiera y su
fracaso en casi todo el tercer mundo, por cuanto la misma no
llevó al bienestar a la población, ha determinado que el
modelo económico no cuente con el apoyo de la masa de los
ciudadanos. Los promotores de un estado menos interventor,
apenas regulador, de una mayor iniciativa privada sostienen
que no hay alternativa y que se debe esperar. Pero, para buena
parte de la población la pregunta es ¿hasta cuando? Para
muchos han pasado décadas, los años más relevantes de su vida
sin apreciar cambios un ascenso social, a pesar que los
progresos en la calidad de la vida cotidiana son notorios y
sin ninguna duda la población de la región vive mucho mejor
ahora que en las décadas pasadas. Pero, en el campo político,
el de la regulación de la vida de la sociedad, más que los
hechos, lo que importan son las percepciones. Y estas son
negativas.
La resistencia contra la llamada "globalización" crece
amenazando tirar al "bebe con agua y bañadera incluídas". Las
palabras condenan a la globalización, pero los hechos indican
que se la acepta en todo aquello que tiene de beneficioso. La
tecnología de la información, evidencia esa aceptación, el uso
creciente de nuevos intrumentos por razones de trabajo o
entretenimiento como las computadoras, los teléfonos
celulares, la televisión por vía cable o satelital, se
extiende y es usada por todos en América Latina, aceptantes y
críticos del sistema. Afortunadamente, superado el caso de
"Sendero Luminoso" no han aparecido corrientes que intenten
una resistencia destructora, de tipo luditta, que busque parar
este tipo de crecimiento, cosa que ocurre en otras regiones.
Se acepta buena parte del cambio cultural, que incluye desde
la expansión de los comercios de comidas rápidas y el
supermercadismo, a la industria del "info-entretenimiento". Lo
que se rechaza vivamente son los efectos de estos cambios en
el mercado laboral que, por supuesto, impacta en los niveles
de vida de la población, las bajas remuneraciones de buena
parte de los trabajos más o menos "tradicionales". Se rechaza
la iniquidad y desigualdad extremadamente visible entre los
estratos sociales y la falta de solidaridad.
La creciente distancia entre la economía de casino que
representa el mundo financiero y la economía de producción de
bienes es tan gran de, que aunque pueda mejorarse notoriamente
esta última, todo país depende de los grados de especulación
que se realizan en el mundo de las finanzas. El caso argentino
del 2001 es paradigmático. Los inversores internacionales
hicieron excelentes negocios entre 1991 y 1999 con los papeles
de deuda argentinos. La convertibilidad, la equivalencia del
dólar con el peso argentino, dio a ese mercado emergente la
posibilidad de absorber dinero, que sin embargo, hacia el 2001
no estaba en condiciones de atender los servicios de esa
deuda. La especulación financiera aunada a algunos intereses
locales comenzó un asalto a la moneda argentina, tratando de
romper el esquema de convertibilidad y lograr una fuerte
devaluación. Este asalto especulativo afectó seriamente el
sistema económico productivo, profundizó la recesión, que no
guardaba relación con la situación hasta entonces vivida. Pero
esa dependencia financiera también determinó un agravamiento
de la situación social, al obligar al recorte del gasto
fiscal, que afectó salarios, jubilaciones y tambien puestos de
trabajo. Costará mucho tiempo a la Argentina salir de la
situación y lo hará con una estructura social deteriorada, con
un crecimiento notorio de la marginalidad y la pobreza. Un
país de casi 36 millones de habitantes registra 14 millones de
pobres, una situación muy diferente a la de comienzos del
siglo XX donde en Paris se podía decir “rico como un
argentino”.
En toda América Latina salir de este problema que supone
lidiar con percepciones y con hechos, implica un nuevo pacto
social que obviamente no es una mera construcción intelectual.
Supone devolver un rol relevante a la política y a los
políticos. El punto clave esta en que ya no se puede discutir
el tema exclusivamente a nivel local. Gran parte de las
decisiciones se toman afuera. El caso argentino del 2001
nuevamente es un buen ejemplo. El intento inicial de auxilio
pedido por las autoridades argentinas al Tesoro de los EEUU,
primero y al FMI no funcionó. Finalmente en octubre del 2001,
argumentando que se afectaba la propiedad si los papeles
argentinos caían por devaluación en la insolvencia, se logró
un principio de acuerdo con el FMI para obtener fondos de
rescate. Pero las condiciones afectarían aún más la condición
de deterioro social. La contraparte pedida fue un ajuste en el
gasto estatal que hizo que este desregulara aún más la
economía y redujera más aún el apoyo a los sectores más
desafavorecidos de la población. Ya hace tiempo que el Estado
no es un "escudo de los débiles". Con este tipo de medidas se
trasforma en "enemigo" de ellos. Pero, finalmente la ayuda no
se materializó y tras un vaciamiento de los capitales de los
bancos, finalmente la crisis llevó a la caída del modelo de
convertibilidad sostenido por una deuda externa creciente.
Por consiguiente no es de extrañar que aparezcan nuevas formas
de violencia. Aunque disminuido, el Estado actual todavía
puede controlar los estallidos de protestas, pero a costa de
desgaste de la legitimidad de sus instituciones. La prédica
referida a los convenios internacionales para protección de
los DDHH sigue maniatando a los estados y a sus fuerzas
policiales y militares, frenando su actitud represiva. Pero,
como se sabe, las lecciones de la historia rara vez se
aprenden. Aunque en otras formas y contextos el pasado puede
reaparecer. La promesas de una vida mejor que se supone
vendrian junto con la democracia no se dieron para la masa de
la gente, el descontento que se expresa en la abstención
electoral, en la baja legitimidad que se da a la política y
los políticos, en el descrecimiento en las instituciones,
corroe la estabilidad de la región. No sería de extrañar que
el péndulo de la política exterior de la potencia dominante se
corra nuevamente. En tiempo de “guerra contra el terrorismo”,
la estabilidad puede volver a previligiarse por sobre la
gobernabilidad democrática.
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