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El Estado y la democracia en cuestión.
América Latina después de la transición (sexta nota)
Juan Rial
Quinta nota
6.
El impacto de los cambios sociales recientes.
Si bien hay un número muy alto de escritos sobre el impacto
político de los cambios sociales que se han producido en las
últimas décadas en la región, algunos temas casi no tienen
consideración pública. Muchos de ellos aunque muy conocidos
quedan restringios a los informes técnicos opara
especialistas, pero no son parte de la agenda pública de
debate.
El primero y más relevante es el cambio en la distribución de
la población. La población rural dispersa ha bajado
dramáticamente en los ultimos veinte años en buena parte de
los países de la región. La densificación de los centros
urbanos ha sido el resultado del abandono del agro.
Especialmente las capitales. La totalidad de los países de
América Latina (incluyendo a Cuba, Dominicana y Haiti)
alcanzaban en la década del noventa a tener una población
total de unos 427 millones de habitantes, de acuerdo con los
diversos censos nacionales de la década. El 73% vivía en
centros habitados de más de 2000 habitantes, totalizando 312
millones. Las capitales sumadas a las ciudades de más de un
millón de habitantes de los veinte países considerados,
cuarenta y cuatro centros urbanos concentraban el 54% del
total de los habitantes urbanos de la región (un 40% del total
de la población de América Latina), alcanzando a 170 millones
de personas. Los países de América Central todavía son
predominantemente países de campesinos, incluyendo a Costa
Rica. Guatemala es el caso extremo, donde sólo unos tres
millones, de un total de 8 millones largos de población, viven
en habitats urbanos.
América del Sur esta fuertemente urbanizada. En Brasil hay
trece ciudades de más de un millón de habitantes, concentrando
unos 67 millones de habitantes, incluyendo los treinta del
Gran São Paulo y los casi trece del Gran Rio de Janeiro. De un
total de 157 millones de habitantes, 123 millones viven en
habitats de más de 2000 habitantes en el país más grande de
América del Sur. El país menos urbanizado es Bolivia, con el
56% de sus habitantes viviendo en centros más de 2000
habitantes. México tiene un 74% de su población de 81 millones
de personas viviendo en zonas urbanas, de los cuales treinta
millones en cuatro centros urbanos de más de un millón de
habitantes, comenzando por el Gran México metropolitano de
casi 24 millones.
El Caribe está también cambiando llegando a los casi doce
millones de habitantes viviendo en centros de más de 2000
personas sobre un total de casi 22 millones.
Los nuevos habitantes de las ciudades y centros urbanos, sin
embargo, pasan a engrosar las filas de la pobreza, la
marginalidad, desempeñándose en el mercado subterráneo,
informal. De acuerdo con la CEPAL, hacia 1997 un 47% de la
población de dieciocho países de la región (no incluye a Cuba
ni a Haiti) está bajo la línea de pobreza. En el ámbito urbano
es el 37%, en el rural el 63%. Estas cifras indican el porque
los factores de atracción urbanos y expulsión rurales con tan
altos. La indigencia, la pobreza extrema, alcanzaba al 19% de
los pobladores de 18 países, afectando al 38% de los
pobladores rurales y al 12% de la población urbana .
Una buena parte de quienes emigran, de hecho, son refugiados
de la indigencia o la pobreza rural a los que les cuesta mucho
ser absorbidos por el tejido social citadino. En el pasado
había presumiblemente, mejores oportunidades de ingresar en la
cultura y la economía urbana, o mejor dicho la brecha era más
baja entre la forma de vida rural y la urbana. Obviamente la
pobreza rural es más dura, pero menos visible. La
concentración urbana muestra rapidamente el modo de vida de la
población en pobreza extrema que vive a escasos kilómetros de
donde residen los sectores de mejor nivel económico.
Desarrollar una cultura ciudadana de apoyo a instituciones
democráticas cuyo sentido escapa a pobladores afectados por la
pobreza no es tarea sencilla. Por el contrario, puede llegar a
verse al Estado como una institución poco amigable, que no
provee servicios y que a su vez reprime, al enviar policías o
cercar por la fuerza de seguridad sus precarios habitats, dado
que se supone que una buena parte de la delincuencia vive en
los nuevos barrios creados por la migración reciente.
La institución de integración por excelencia, la escuela
pública, por lo general no está en el centro de las nuevas
zonas de residencias, sin fuera de ellas. La escuela es vista
en forma ambivalente. Para algunos sigue siendo el lugar donde
sus hijos quizas consigan alguna herramienta para el ascenso
social, pero también el lugar para disputar y presentar los
pequeños odios y resentimientos de la estrecha vida de esas
comunidades. Algunos de los docentes tratan de acercarse y
superar problemas, pero la mayoría trata de eludirlos, de
volverse "invisibles", tratando de evitar contactos,
responsabilidades, y concentrándose en atender,
tradicionalmente, sus clases, como si sus alumnos fueran
chicos de la clase media o los hijos de los migrantes del
pasado, y algunos llegan más lejos refugiándose en actividades
internas, puramente administrativas. La segregación espacial
creciente, que implica una clara diferenciación entre zonas
residenciales y aquellas donde habitan los excluídos, aunada a
una fragmentación educativa, también creciente, que supone una
notoria diferencia entre la educación pública a la que pueden
acceder los sectores situados más abajo de la escala social
frente a la que reciben las clases medias y altas es un
fenómeno claramente percibido por los sectores de bajos
ingresos y en situación de pobreza que, de este modo,
comprueban que el estado los ha casi abandonado.
La medida de integración es el mercado y como normalmente no
puede accederse a él en el circuito formal, se hace en sus
márgenes, a traves del "otro sendero", de un circuito que
abarca desde la escala marginal más baja, que es el reciclado
de basura, a la "alta" del sector, el comercio informal en
"ferias" en las calles de las ciudades, o en ventas casa por
casa o por lugares de trabajo. Esta útima forma de economía
subterránea se liga con la economía formal al punto que es
común observar el uso de tarjetas de crédito para pagar los
bienes provistos por el mercado informal. Los estudios
disponibles no permiten llegar más que a estimaciones gruesas
acerca de cuanto puede ser el grado de informalidad en el
mercado laboral de la región. Pero no hay duda que es alta, y
seguirá incrementándose. Además hay que contar la alternativa
de la delincuencia, una forma perversa de acceder al mercado
que implica una vida riesgosa, pero para muchos más
interesante que la mera subrevivencia diaria.
La intersección entre acción legal e ilegal, entre formalidad
e informalidad, entre cultura "rurbana" que pervive en ámbitos
densificados por el aporte de poblaciones de cultural rural
que tiene en en su inmediata vecindad culturas urbanas,
conforma la nueva base social de la acción política. Los
partidos políticos y el propio estado no están estructurados
para lidiar con esta nueva situación.
Las respuestas pasan por proyectos focalizados, no por
propuestas universales, considerando que se trata de una
situación de emergencia, puramente transitoria, que
desaparecería si los proyectos de asistencia que tienen como
objetivo actores especificos, tienen éxito. Pero,
precisamente, no se trata de actores "precarios" en referencia
a temporalidad. Los problemas, sea falta de empleo,
informalidad en el mercado laboral, pobreza, carencias en
ámbito de salud, educación pública y vivienda tienen
permanencia y, para enfrentarlos, las medidas deben ser
"universales", abarcando a todos los sectores sociales que
tienen demandas en esas áreas y con una perspectiva de tiempo
larga.
La resistencia ante el estado y sus ineficiencias asume varias
formas. Para los sectores altos y medios altos se trata de
"evitarlo". Consideran que el estado es una "molestia", que
sólo debe atender lo referido a ciertos aspectos de la
seguridad y estabilidad política general. Como no confían en
las fuerzas policiales estatales se apoyan en fuerzas privadas
de seguridad. Con ello se refuerza la tendencia a tener una
fuerza pública de mala calidad y el círculo vicioso de un
estado que pierde el monopolio de la fuerza pública se
acentúa. Los sectores altos también tratan de llegar a
arreglos extrajudiciales toda vez que es posible, evitando
recurrir a la Justicia. El consumismo y la posibilidad de
eludir el pago de impuestos es parte de la cultura política de
esos sectores. Sólo grupos de élite son conscientes que ese
camino no puede mantenerse y tratan de alentar la acción de
grupos de técnicos para que manejen el aparato estatal.
En el otro extremo de la escala social las respuestas en lugar
de ser organizadas, como en el pasado, cuando se acusaba al
estado de ser el defensor de los sectores altos y el statu
quo, pasan a tener un caracter anárquico, y en más de una
oportunidad asumen formas violentas. En ese caldo de cultivo
se obtiene "mano de obra" por parte de grupos de agitadores
que buscan "coordinar", de modo de "organizar" la protesta.
Cuando ocurre esto último aparecen explosiones sociales o
pueden conformarse, poco a poco nuevos movimientos sociales,
como ejemplo puede ser citado los diversos movimientos "Sin"
en el Brasil (el más exitoso los Sin tierra) o el llamado de
los "piqueteros" de Argentina .
Pero, la masa de la población sigue mirando hacia un estado al
que concibe como una entidad con "la suma del poder", pues
tiene funcionarios, recursos en dinero, presencia constante,
aunque no puede ver su ineficiencia, su incapacidad, la
pérdida de monopolios de decisión, que no sólo se dan en el
campo económico y financiero, sino en el de las politicas
sociales y hasta en las funciones primarias de seguridad.
En un estado preeminente también sufre las crisis
instituciones sociales que han tenido una estrecha relación
con él, a veces conflictiva, como las Universidades públicas.
Las mismas, proveedoras de la élite superior, de la aplicación
de conocimiento y tecnología en la gerencia de la maquinaria
estatal, han visto recudido su quasi monopolio en el ámbito de
la educación superior, por lo general compartido por
instituciones católicas, al aparecer nuevas "universidades de
garage", pequeñas instituciones motivadas fundamentalmente por
el lucro, aunque jurídicamente se presenten como ONGs.
Las universidades, antiguo campo de acción de un movimiento
estudiantil contestatario, hoy también se han "despolitizado".
El movimiento estudiantil de principios del siglo XXI tiene
pocos adherentes. Una buena parte de los alumnos de la
educación superior adoptan una posición puramente pragmática.
El curso universitario es un requerimiento para integrarse al
mercado, por medio de la obtención de una "cartón", que por
argumento de autoridad hace suponer la adquisición de
conocimientos y habilidades superiores, de modo de ubicarlos
mejor para la obtención de un empleo. Los hechos suelen
desmentir esa presunción y sólo en las profesiones protegidas,
tradicionales, que requieren un título habilitantes para
ejercerlas, la misma es totalmente cierta.
El joven contestatario suele actuar en movimientos de
estudiantes secundarios o en los nuevos movimientos de
protesta de los sectores marginales.
Los abusos a los derechos humanos en las dictaduras hicieron
surgir en los períodos de transición a los defensores de los
derechos humanos. Producido el retorno a la democracia esas
instituciones trataron de mantenerse permanentemente ampliando
el campo de su acción. Precisamente, la falta de atención
estatal a las demandas de los individuos que deben confrontar
al estado y la administración fue el motivo encontrado para
persistir en su acción, trasformándose en Defensorías del
Pueblo.
Creadas como organizaciones autónomas, a cuyo frente suele
actuar una personaliad independiente elegida por el parlamento
por una mayoría especial, sin embargo, prontamente se han
burocratizado y para la población no han significado
demasiado, sin el auxilio de la prensa. Carentes de
capacidades de investigación, su relevancia está en la
denuncia, no en la acción. De algún modo contribuye a
desacreditar el estado, del que no se siente parte, pese a que
sus funcionarios y su presupuesto es parte de esa estructura,
al criticar sus errores, ineficiencias y abusos. Pero no tiene
capacidad para resolver los problemas, incrementando la
fustración de quienes recurren a la institución. Sólo la
capacidad de descrédito que puede llevar adelante una denuncia
frente a un medio de comunicación puede motivar correcciones
en la acción estatal. Las defensorías, sólo suelen agregar un
estrato muy especializado de burócratas para presentar
"casos". Como, finalmente, los defensores del Pueblo y sus
funcionarios deben dirigirse a los aparatos estatales, no
representa en más de un caso, más que una instancia adicional,
no siempre muy eficiente, en la búsqueda de respuestas y
atención de demandas. En los hechos se acepta la ineficiencia
o la falta de acción del estado. La consecuencia es una
sobreburocratización, y cierto desprestigio y refuerza a las
instancias privadas de denuncia y promoción que ya actúan en
le mismo campo: los medios de comunicación y las Iglesias. Las
Defensorías del Pueblo sin el auxilio de los medios de
comunicación tienen un papel muy limitado y su poder queda muy
recortado.
Séptima nota
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