El Observador
Se pueden considerar cuatro modelos de transición: por desplome o caída, por ruptura interior del poder, por salida otorgada y por salida pactada o consociada […] Uno es apostar a la salida por desplome o caída (en la variante de desplome económico y/o desobediencia social ) y concomitantemente a la salida por ruptura interior […] El otro camino es apostar a una salida negociada … por dos vías paralelas: El Mecanismo de Montevideo y el Grupo Internacional de Contacto (ambos copresididos por Uruguay)
Dos tipos diferentes confrontan en el caso Venezuela: desplome o pacto.
La transición “del autoritarismo a la democracia”, como se denominó, tuvo mucho auge en los años ochenta y noventa en la Ciencia Política, en una especialización que entonces algunos llamaron “transitología”. El epicentro de los estudios fueron los procesos habidos en la Europa del Sur (España, Grecia, Portugal), el Cono Sur de América (Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, Uruguay), la Europa del Este (los países aliados de la Unión Soviética, la disgregación de ésta y la de Yugoslavia) y África Meridional (como eje, Sudáfrica). En esencia consistió en analizar las formas y contenidos de las transiciones del autoritarismo a la democracia, que más exactamente corresponde definirlas como pasajes desde regímenes de baja o nula competitividad por el poder, hacia regímenes de mayor competitividad por el poder. No en todos los casos se partió estrictamente de autoritarismos puros y solo en tres casos el destino fue una democracia plena o poliarquía plena. En realidad la tipología sirve para estudiar cualquier transición que deba hacerse por procedimientos extraordinarios, sin calificar ni de dónde se parte ni hacia dónde se va. Los matices siempre importan, mucho más cuando se respira un aire de maniqueísmo, en estas latitudes y en el mundo, como no se vivía desde la restauración institucional por aquí y desde el fin de la (anterior) Guerra Fría en el resto de Occidente.
Se pueden considerar cuatro modelos de transición: por desplome o caída, por ruptura interior del poder, por salida otorgada y por salida pactada o consociada. La salida por desplome o caída admite cuatro variantes: Uno, cuando un gobierno militar pierde una guerra externa y con ello la base de su prestigio en tanto fuerza, como ocurrió en Grecia (1974, Guerra de Chipre) y después en Argentina (1982-83, Guerra del Atlántico Sur). Dos, cuando la autoridad que ejerce el gobierno es derrotada en el plano militar por fuerzas insurrectas, como los casos de Cuba (1959) o Nicaragua (1979). Tres, cuando el desplazamiento de la autoridad se produce por una intervención militar extranjera como en República Dominicana (1965). Y cuatro, cuando un gobierno de cualquier tipo se encuentra en un colapso económico o en desobediencia social que le impide el ejercicio efectivo del poder.
La salida por ruptura interior es cuando el gobierno autoritario o semiautoritario es desplazado desde el interior del propio sistema, especialmente por un acto de fuerza de tipo militar o policial. Es el caso paradigmático de la “Revolución de los Claveles” en Portugal (1974), protagonizada por mandos medios de las Fuerzas Armadas. La salida otorgada es esencialmente cuando un gobierno que no tiene cuestionamiento a su ejercicio del poder, siente la necesidad de un cambio, de una apertura. El caso paradigmático es el de España. En el tardofranquismo, las corrientes más modernas (tecnócratas, demócrata cristianos, algún ala monárquica e inclusive algunos “azules”) sentían la incongruencia entre la modernización de la economía española y el atraso en su estructura política y de funcionamiento social; además de la conveniencia de insertarse en Europa, para la cual un régimen sobreviviente de los años treinta resultaba inaceptable. Así desde el interior del régimen -bajo la guía de un rey y la conducción de un “azul”- se hace la salida otorgada, desde adentro. Cuando hay una salida otorgada no deben subestimarse los condicionamientos externos: la movilización política clandestina al interior, los sindicatos clandestinos capaces de paralizar sectores clave de la economía, la actividad política militante del exilio, el creciente aislamiento regional o global. En esta modalidad entra la salida uruguaya de 1942, operada desde el terrismo hacia la Constitución de 1942, donde una de las figuras centrales de “La Revolución de Marzo” o “Revolución del Machete” comandó la transición: el general arquitecto Alfredo Baldomir. No hubo un Baldomir -ni un conjunto de baldomires- para la salida del régimen militarista instaurado en 1973, por lo que quedó cerrada la posibilidad de salida otorgada.
El último tipo es el de la salida pactada o salida consociada, cuyos dos casos paradigmáticos son los de Uruguay (1984) y Polonia (1989). En un pacto cada parte concede lo que a la otra le es más importante; en general: para los que se van, la clausura del pasado; para los que vienen, la propiedad del futuro. O a veces, para ambos,dar vuelta la página y consociar el futuro o las reglas de juego hacia el futuro.
En la situación presente de Venezuela se observa la presentación de dos grandes caminos. Uno es apostar a la salida por desplome o caída (en la variante de desplome económico y/o desobediencia social ) y concomitantemente a la salida por ruptura interior, mediante el desplazamiento de la autoridad que ejerce el poder por un acto interno de fuerza de naturaleza militar. En este camino, algunos -no todos y quizás no la mayoría- no descartan como variante una opción de intervención militar externa. Este primer camino es impulsado por los Estados Unidos, el Grupo de Lima (encabezado en tanto potencias por Canadá, Argentina, Brasil, Chile, Colombia) y el secretario general de la OEA, así como también por la oposición nucleada en el Movimiento de Unidad Democrática (MUD), todos los cuales reconocen como presidente encargado de la República al presidente de la Asamblea Nacional Juan Guaidó.
El otro camino es apostar a una salida negociada o consociada, que es impulsado por Uruguay, México y la Unión Europea con el explícito apoyo de Alemania, España, Francia, Italia, Países Bajos, Portugal, Reino Unido y Suecia del lado europeo y de Bolivia, Costa Rica y Ecuador del lado latinoamericano, más el respaldo del secretario general de las Naciones Unidas. Este camino en realidad se transita por dos vías paralelas: El Mecanismo de Montevideo (presidido por Uruguay y México) que no pone condiciones previas y el Grupo Internacional de Contacto (presidido por Uruguay y la Unión Europea),que sí pone condiciones previas. En principio, China, Rusia y Turquía también apoyarian la salida negociada, aunque no han sido convidados a ninguna de las dos mesas.
En cuanto a la autoridad que ejerce el poder en el territorio de Venezuela, presidida por Nicolás Maduro, las señales son de apuesta a la negociación pero sin quedar claro cuáles son los límites de hasta dónde llegar y hasta dónde conceder.