El Observador
Hay un ritornelo de preocupación en torno a la situación demográfica del país, basado en general en lugares comunes, y no hay un verdadero debate sobre cuál es el diagnóstico de la demografía nacional y cuál o cuáles deben ser las políticas demográficas a seguir. [...] cabe la necesidad de abrir un profundo debate sobre la realidad demográfica: qué población necesita el país, qué tipo de población le falta, de qué edades, para hacer qué, para vivir dónde. Esta es una discusión necesaria. [...] Pero hay otra discusión esencialmente política, que tiene que ver con qué sociedad se quiere.
Hay un ritornelo de preocupación en torno a la situación demográfica del país, basado en general en lugares comunes, y no hay un verdadero debate sobre cuál es el diagnóstico de la demografía nacional y cuál o cuáles deben ser las políticas demográficas a seguir. Puede haber varias, con sentido diverso, que supongan diferentes visiones del país que se quiere tener. Pero debe haber al menos visiones presentadas, contrastadas y debate al respecto. Hacia fines del siglo XIX emergió en el país un claro proyecto demográfico: la europeización, la captación de las oleadas de migrantes que abandonaban Europa en busca de pan, o de libertad, o de paz, o de todo ello junto. En forma quizás racista se tomaron diversas medidas, entre ellas la controversial ley de 1897 (derogada a fines de 2010), que promovió la inmigración europea (y aquí lo más cuestionado en los últimos tiempos, frenó la inmigración africana, asiática y de sangre indígena). Fue un modelo que tuvo importantes consecuencias para el desarrollo demográfico, social, cultural y económico del país. Tan importante, como que 7 de cada 10 uruguayos provienen en todo o en parte, en forma mayoritaria o minoritaria, de dichas oleadas. Luego, no hubo más políticas al respecto.
Los lugares comunes son varios. El primero de todos es que Uruguay no puede crecer dado su escaso tamaño poblacional: poco más de 3 millones. Lo que no se dice es cuál es el tamaño ideal al que llegar. Porque en Portugal, con 11 millones de habitantes, se dice lo mismo: sin la Unión Europea el tamaño del país es insuficiente para sostenerse. Pero eso mismo se oye en parte en Argentina: que el país no puede desenvolverse con un mercado de 40 millones (aunque el actual oficialismo piensa lo contrario, que es posible retornar a una economía cerrada). En realidad el debate requiere algunas precisiones. Una es que todo país es sustentable, depende de qué nivel de vida se quiera tener; Uruguay logró una alta sustentabilidad con economía cerrada y sustitución de importaciones, que fue funcional en su época, al costo de que una pareja al casarse, con buen pasar y amistades de similar nivel, podía aspirar a una heladera –la heladera, para toda la vida- como producto del regalo colectivo de todos sus parientes y amigos.
Entonces, lo primero que cabe es desechar el lugar común y empezar a discutir qué tipo de país se quiere y ahí se verá si es mucha o poca la población que se tiene. Si se piensa en un país que se sostenga con una economía cerrada y alto nivel económico, con un gran mercado interior, entonces hay que apostar a multiplicar por 30 la población, porque más o menos se requieren 100 millones de habitantes. Si no, entonces, es probable que con 3 millones basten, porque entonces el desarrollo debe hacerse hacia afuera y no hacia adentro. Depende todo de qué hacinamiento demográfico se prefiera.
Lo que a veces se dice y muchas veces se olvida, es que el problema mayor del país no es el tamaño demográfico sino la estructura demográfica. No es cuánta gente hay en total sino cuál es la proporción entre personas en edad de actividad (trabajar o estudiar) y personas en edad de inactividad. Y aquí sí aparecen datos dramáticos, pero también muchas oportunidades de crecimiento. Pero lo más dramático no es la estructura nominal (la división matemática del número de personas en uno u otro tramo de edad), sino la estructura real: la cantidad de personas que efectivamente trabajan y estudian teniendo edad para hacerlo, y cuál es la edad que se considera que comienza la inactividad. Por lo pronto se sigue hablando de edades necesarias de retiro como si la expectativa de vida no variase. Por ejemplo, la Facultad de Medicina hace más de seis décadas que tiene fijado en 65 años la edad de retiro obligatorio de los docentes, pese a que en ese periodo la expectativa de vida a esa edad aumentó mucho más que una década. A la inversa, todavía es bajo el porcentaje de personas en edad de trabajar que trabajan (o estudian), lo cual presenta varios problemas culturales. Entonces, por aquí la sustentabilidad tiene que ver con el aprovechamiento de las capacidades potenciales de la gente. Sin migración Uruguay tiene mucho por delante para mejorar la estructura real de la correlación etárea. Pero además, sí necesita en todo caso impulsar políticas de mejoramiento de la pirámide.
Un segundo lugar común apunta a la necesidad de políticas de promoción de la natalidad. Plantear el tema es ir a contracorriente. La natalidad baja inexorablemente –guste o no guste- ligada a un conjunto de variables: mayor urbanización, aumento del nivel educativo y cultural, modernización de los estilos de vida, incorporación de la mujer al mundo del trabajo y del desarrollo profesional. Hay mucho de pueril en creer que con primas económicas se aumenta la natalidad en donde ella más disminuye, que es en los niveles socioculturales medios y medio altos.
Un tercer lugar común, que da para un análisis especial sobre las añoranzas bucólicas que han aflorado en los últimos años, especialmente a nivel gobernante, es la creencia de que la caída poblacional del campo va en contra del crecimiento económico. El país no conoció anteriormente un salto económico siquiera parecido al habido en el agro en la última década; sin embargo, la población rural siguió en caída.
Si se dejan los lugares comunes a donde corresponden, cabe la necesidad de abrir un profundo debate sobre la realidad demográfica: qué población necesita el país, qué tipo de población le falta, de qué edades, para hacer qué, para vivir dónde. Esta es una discusión necesaria.
Pero hay otra discusión esencialmente política, que tiene que ver con qué sociedad se quiere. Porque obviar temas étnicos y culturales al promover una inmigración es asumir falsos pudores y dejar que los temas se resuelvan por otras vías. Una sociedad madura debe tener claro qué tipo de cultura quiere y apostar a ella. Si es de un color o de otro es una decisión política, donde seguramente no habrá consensos y deberá necesariamente haber una confrontación en el debate.