29 Ene. 2022

De la libertad sin restricciones

Oscar Bottinelli1

El Observador

El modelo libertario puro se describe como que toda idea tiene derecho a ser verbalizada, sea cual sea, sostenga lo que sostenga, agreda a quien agreda, aunque inferiorice, peyorativice o menosprecie a quien fuere. Puede decirse que es el enunciado del liberalismo norteamericano, el que defiende el derecho a agraviar al presidente, quemar la bandera, defender el racismo, pregonar la guerra, proclamar la desobediencia civil, denostar la homosexualidad, exaltar o demonizar la religión, o el ateísmo.

Cuando a la “democracia dominante” se opone el libertarismo puro

Hay un punto sustancial: cuánto una sociedad con diversidad tolera la pluralidad de ideas y valores y cuánto no lo tolera , cuánto la mayoría de la sociedad (la abrumadora mayoría inclusive) o sus élites formadores de pensamiento entienden que hay un conjunto de principios que debe regir al conjunto de la sociedad y debe imponerse por encima de los demás en forma excluyente.

Este modelo –que puede denominarse “democrático dominante”- parte de la base que en una sociedad deben predominar e imponerse un conjunto de principios y valores, que se consideran los más loables para el desenvolvimiento de esa sociedad y de sus integrantes, y que esos valores pueden ser excluyentes de valores opuestos, o al menos de valores diferentes. Este tipo de democracia guste o no es una democracia limitada.

En contraposición al modelo democrático dominante, en una visión dicotómica y sin matices, aparece el modelo libertario puro. Quizás es más simple describirlo: toda idea tiene derecho a ser verbalizada, sea cual sea, sostenga lo que sostenga, agreda a quien agreda, aunque inferiorice, peyorativice o menosprecie a quien fuere. Puede decirse que es el enunciado del liberalismo norteamericano, el que defiende el derecho a agraviar al presidente, quemar la bandera, defender el racismo, pregonar la guerra, proclamar la desobediencia civil, impulsar la negativa al alistamiento militar, negarse a combatir en guerra, denostar la homosexualidad, exaltar o demonizar la religión, o el ateísmo. Todo vale en materia verbal, de lenguaje, de expresión de ideas.

Cabe repetir que como este análisis se limita a lo verbal, no se incursiona en la fase siguiente, cuando las palabras salen del corral del lenguaje y pasan a la vía de los hechos. Este es uno de los frágiles límites de la libertad ilimitada de palabra, el momento en que la libertad puede implicar la incitación a la acción y sobrevenir la acción. La verbalización de la discriminación puede conducir a la discriminación fáctica, la verbalización de la violencia puede conducir a la violencia fáctica.

Los partidarios del modelo libertario puro consideran que si la democracia plena se basa en la pluralidad de ideas y en la libertad, si se limita cualquier idea se limita la libertad y la democracia ya no es plena. En términos uruguayos este modelo aparece recogido en la célebre frase de José Batlle y Ordóñez (expresada en otros términos por otros autores, inclusive anteriores): discrepo plenamente con lo que tú dices, dedicaré todos mis esfuerzos a combatir lo que predicas, pero estoy dispuesto a dar mi vida por tu derecho a pensarlo y decirlo.

La libertad absoluta necesita de un sustrato de tolerancia recíproca, porque de no existir esa tolerancia, sin que nadie proscriba nada, directamente la contraposición de intolerancias destruye la sociedad.

Si en la academia vale el manejo dicotómico para explicar mejor los modelos, en la vida los matices son infinitos. Pero en tren de matizar corresponde ver cuatro variantes:

Uno. La discriminación verbal simple o inferiorizante, sin distinción entre sí, son criminalizables; no pueden ser verbalizadas.

Dos. La discriminación inferiorizante es criminalizable, pero no así la simple

Tres. Ninguna discriminación es criminalizable, pero el Estado se reserva el derecho de pregonar, defender y enseñar un conjunto de ideas y valores, y sostener que hay ideas y valores que pueden expresarse con plena libertad pero que son contradictorios con las bases de la sociedad. Y también el Estado se reserva el derecho a combatir, mediante el lenguaje y no mediante actos, las ideas (y no las personas o entidades) que sustenten esas ideas.

Cuatro. No hay criminalización alguna ni acción estatal verbal en defensa de ideas y valores, pero se entiende que todo individuo o grupo tiene el más pleno derecho a combatir en el tono y la forma que le plaza, siempre dentro del lenguaje y sin pasar a los hechos, las ideas y valores que considere peligrosos para el modelo de sociedad que defiende.

El modelo democrático dominante lleva de la mano a la idea de que en una democracia hay ideas prohibidas (prohibidas de ser expresadas, ya que no se puede prohibir el pensar) que son las ideas que podrían llamarse antidemocráticas o contrarias a los valores en que se construye la democracia en una sociedad determinada en un momento histórico preciso. El modelo libertario puro lleva a la concepción de la libertad absoluta que queda limitada por la delgada hoja que separa la expresión del pensamiento de la acción, el momento en que se pasa de la expresión pura del pensamiento intolerante al acto de intolerancia. El primero conlleva el riesgo de una democracia con excluidos y además al riesgo de una democracia tutelada, porque debe haber alguien en algún lugar que establezca los límites entre lo prohibido y lo permitido. El segundo conlleva el riesgo de que la tolerancia frente a la exposición sostenida de ideas intolerantes, más tarde o más temprano conduzcan a actos de intolerancia, y a veces ese más tarde supone que no hay forma de evitar que la intolerancia se transforme en confrontación abierta, en ausencia de convivencia.

Ambas visiones tienen dos momentos en común. Uno, algo utópico (factible en cortos periodos de sociedades cerradas) que es cuando no hay ninguna manifestación de intolerancia, porque toda la sociedad se mueve dentro de las mismas ideas, valores y parámetros de conducta. El otro, cuando las diversas ideas intolerantes, a su vez intolerantes recíprocamente, pasan al campo de la acción y además son mayoritarias, como ocurriera en las postrimerías de la Alemania de Weimer. Una minoría que se considere democrática no puede imponer la democracia, y si lo hiciere por la fuerza, ya no sería democrática. Una tolerancia absoluta en una sociedad mayoritariamente intolerante implica el fin de la tolerancia.


1 Profesor Titular Grado 5 de Sistema Electoral y Régimen Electoral Nacional de la Universidad de la República, en calidad de Docente Libre

2 Última nota de una serie de cuatro sobre “Libertad y tolerancia”. Ver “De la discriminación y sus formas”, “Diversidad y valores dominantes” y “Tolerancia y democracia limitada”, El Observador, enero 8, 15 y 22 de 2022