El Observador
Una cosa es la realidad, si es que hay manera de saber exactamente cuál es, y otra es la percepción que cada quien tiene sobre la realidad. En definitiva lo que importa, cuando se analiza algo o a alguien, es cuál es la realidad para ese algo o ese alguien. La realidad que parece ser real es que el país en materia de gobierno y oposición quedó dividido en dos mitades más o menos equilibradas […]
Una cosa es la realidad, si es que hay manera de saber exactamente cuál es, y otra es la percepción que cada quien tiene sobre la realidad. En definitiva lo que importa, cuando se analiza algo o a alguien, es cuál es la realidad para ese algo o ese alguien. La realidad que parece ser real es que el país en materia de gobierno y oposición quedó dividido en dos mitades más o menos equilibradas; el oficialismo no es la mayoría del país, sino la minoría más importante, representativa del 48%. Un resultado electoral de estas características supondría un gobierno con muchas debilidades, dispuesto a caminar tanteando el terreno y abriendo los brazos a los mayores entendimientos posibles. El Frente Amplio cuenta con mayoría absoluta en la Cámara de Diputados por tan solo 4.706 votos, algo absolutamente exiguo; y en el Senado obtuvo esa mayoría en forma manufacturada en función de la disposición constitucional que integra al cuerpo al vicepresidente de la República, con voz y voto. Aritméticamente el oficialismo cuenta con una debilidad extrema.
La percepción de la realidad por los actores políticos es otra. El oficialismo habla, siente y trasmite como que ganó de manera apabullante. Y la oposición tradicional ilusionada con lograr que el Frente Amplio no obtuviese mayoría absoluta (deseo de mínima) o inclusive con lograr la Presidencia de la República para el Partido Nacional (aspiración de máxima), cuando no ocurrió ni lo uno ni lo otro, literalmente se desinfló. Y eso fue claro en la noche del 26 de octubre, cuando todavía no estaba claro que el Frente Amplio obtuviese mayoría absoluta. Hay un aspecto de la aritmética que apuntala la visión optimista del oficialismo y depresiva de la oposición tradicional, que lo es el resultado del balotaje: Vázquez gana a Lacalle Pou por la mayor diferencia habida en las tres oportunidades en que jugó este instituto. De paso, como siempre es tentador sacar conejos de la galera, este resultado le ha ha servido a Vázquez y los suyos para potenciar su victoria personal y minusvalorizar el impacto que significa que el mujiquismo controle una gran mayoría de la bancada oficialista.
La oposición se encuentra ahora en una encrucijada. La última vez que un mismo partido ganó tres veces consecutivas la titularidad del Ejecutivo fue en las elecciones de 1954, por el Partido Colorado y no hubo en las tres mayoría parlamentaria del lema victorioso (en realidad no fueron solo tres veces, sino 9 elecciones consecutivas para Poder Ejecutivo desde su última derrota en 1924). En el Estado moderno el Partido Nacional ganó solamente 4 veces, y en forma consecutiva solo 2. Que el Frente Amplio alcanzase el gobierno y lo mantuviese en reiteración real, siempre con mayoría absoluta, marca la importancia del tema. El primer triunfo fue recibido con resignación y alivio, ante el fenomenal desgaste de los partidos tradicionales y la magnitud del impacto de la crisis de 2002; el segundo triunfo se creyó que podría evitarse, pero a la postre tuvo un nivel de aceptación en tanto se consideraba que era el último. Fue el penúltimo, como esa penúltima vuelta de grappa que se sirve en los boliches, que normalmente es la primera de muchísimas penúltimas. Que en 2014 el Frente Amplio conservase gobierno y mayoría parlamentaria produjo la depresión, y surgió la pregunta que se oye a cada rato: “... y a estos ¿cómo se les saca?”
Entonces, lo primero, es que la oposición hoy tiene mucho menos credibilidad como alternativa de recambio, que lo que tuvo en 2005-2010 y aún en 2010-2015. Cabe repetirlo, no por la lógica cartesiana que surge de las matemáticas, sino por las razones que surgen de las profundidades de la psiquis colectiva. Posicionarse así sería un gesto de pragmatismo. A la oposición tradicional no le basta con pregonar “estos se van”, porque no se han ido.
Lo segundo es que el Frente Amplio en sus dos gobiernos ha dejado un número significativo de descontentos, desilusionados, descreídos. Ese número le hubiese bastado para perder la mayoría parlamentaria. Aún con la ventaja que sigue teniendo de un recambio biológico a su favor. Porque de las elecciones de 2009 a 2014, el Frente Amplio perdió alrededor del 2% del electorado entre los que ya habían votado anteriormente. Pero descontó esa pérdida y la redujo a tan solo 0,2%, gracias a dos expedientes: la ventaja que saca en la diferencia de tasas de defunción (muere el doble de votantes de los partidos tradicionales que de frenteamplistas) y la ventaja que saca en los nuevos votantes. Aún así, los desilusionados y desafectos son muchos más que los que dejaron de votar al Frente Amplio. La pregunta que deberían hacerse los partidos tradicionales es por qué no captan a esos desilusionados. Por qué en 2010 en Montevideo todos los desafectos se fueron al voto en blanco. Un dato nada menor en 2014 es que toda la caída del Frente Amplio fue hacia Unidad Popular, el Partido Ecologista, algo al Partido Independiente y hacia el voto en blanco y anulado. Entonces, a la oposición tradicional no le basta con encontrar o difundir lo que el Frente Amplio hace mal, sino en lograr un puente que le permita ser una alternativa.
Lo tercero es que ni el Partido Nacional ni el Partido Colorado han logrado en 30 años captar por dónde se le hace oposición al Frente Amplio. No lo lograron en Montevideo, donde el Frente Amplio lleva anotadas cinco victorias consecutivas y una sexta con muchas probabilidades; no lo lograron en el plano nacional en dos periodos consecutivos. Entonces, un ejercicio a desentrañar es cuáles son los caminos, las formas, los contenidos que debe tener una acción opositora para que resulte eficaz en término de votos o de creación de hechos políticos. Tan solo el caso de Pluna derivó en consecuencias políticas significativas, como concurrencia de una eficiente accionar parlamentario conjuntado con un fuerte accionar judicial. No hay ninguna otra victoria, ni siquiera efímera, a ser contabilizada.
Por aquí andan los desafíos de fondo que debe tomar y desentrañar la oposición tradicional.