970 Universal – Fuentes Confiables
El análisis de Oscar A. Bottinelli sobre la polémica entre la no alternancia en el Gobierno y su comparación con una dictadura. “La palabra ‘dictadura’ se usa más como calificativo que como descriptivo. Esa es la realidad”. Además, aborda la problemática de la inmigración, un tema que merece una discusión profunda, fuera de la campaña electoral.
A.S.: Tenemos que hablar de temas vinculados a la escena política, y la propuesta es profundizar en ciertos conceptos que se han manejado. Días atrás, el doctor Luis Lacalle Pou hablaba de que la democracia se sostiene sobre la alternancia, sobre el cambio de partidos políticos, y que lo otro es dictadura. Eso ha desencadenado una suerte de debate entre candidatos. ¿Qué opinión te merecen estos conceptos?
O.B.: Hay dos cosas. Primero: algún día, capaz que de aquí a las elecciones no da para dedicar eso, pero habría que hablar del tema democracia y dictadura, porque se habla como si el mundo se pudiera pintar de blanco o de negro, como se hacía, sobre todo en los comienzos de la Guerra Fría. Democracias puras no hay muchas. El cálculo optimista es 18, y ahí yo le saco cerca de la mitad. ¿A qué le llamamos dictadura? En realidad, la palabra “dictadura” es muy imprecisa, muy linda para manejar como calificativo, pero define muy poco. En general, lo que se define son autoritarismos. Y la gama de autoritarismos es inmensa. Desde partido único con masacre de gente a donde hay un partido demasiado hegemónico, donde hay libertades restringidas, pero hay un mínimo de competitividad electoral. Dejemos de lado lo de dictadura. Para ser una dictadura, en el concepto más simple de la palabra, no hay elecciones. No es que no hay alternancia; no hay elecciones. Punto.
La alternancia se considera como un elemento que ayuda a las democracias, porque permite la renovación de los elencos políticos, con la idea de que, siempre, los gobiernos suponen desgaste. De ideas, de propuestas, de elencos. Lo estamos viendo con el Frente Amplio en su tercer periodo. Pero prestemos atención: el Partido Colorado dominó la jefatura de Gobierno del Uruguay durante 93 años consecutivos. Se puede discutir cuán democrático era el Uruguay antes de, más o menos, 1916, 1918. Obviamente, no es que no lo era hasta ese momento, pero ya los niveles de pureza del voto eran discutibles. Si partimos desde 1916, el PC estuvo 42 años consecutivos. ¡Otra que no rotación! Lo que ocurre es que hubo rotación dentro del PC. Estuvo el predominio absoluto de José Batlle y Ordóñez hasta fines de los años 20, principios de los 30, luego el antibatllismo hasta comienzos de los 40, y luego el batllismo hasta el 58, cuando pierde el PC. Pero la rotación sirvió para que el PC tuviera renovaciones internas. El país estuvo esos 42 años en una democracia plena, quizás en el medio de los 30 se puede discutir lo de plena, con el mismo partido. Pero además el partido venía de medio siglo antes en el ejercicio del poder. Nadie decía que era una dictadura, aunque se podía discutir mucha cosa.
Lo que determina que haya alternancia o no es, primero, que las reglas de juego, no solo las escritas, formales, sino el contexto, el fair play, permita la alternancia. Yo, como ciudadano, no quiero votar al partido que venía votando, puedo votarlo y puedo producir la rotación. Y segundo, que la gente quiera esa rotación. Si la gente quiso votar al mismo partido tres veces seguidas, es porque quiso, y no puede haber un tribunal que diga “no puede seguir repitiendo”. Lo que sí se considera sano es que no se repitan personas en cargos ejecutivos. La no reelección presidencial, o la elección muy poco limitada de los intendentes. Pero, que se considere, que se haga un discurso, una teoría, sobre lo positivo de la renovación de partidos, es correcto, todo el mundo tiene derecho a hacerlo, como otros tienen derecho a decir que es sana la estabilidad, que siga el mismo partido. De ahí a calificar de dictadura, es algo que hace perder un examen.
A.S.: Me parece interesante esa diferencia de conceptos entre dictadura y autoritarismo.
O.B.: Esto da para desarrollarlo muy largo. La palabra “dictadura” se usa más como calificativo que como descriptivo. Esa es la realidad. Yo quiero considerar que algo está mal, digo que es una dictadura. Hay que tener mucho cuidado y, clasificatoriamente, uno, por lo menos, en una clasificación gruesa, establece cinco categorías. Si no es gruesa va a diez categorías. Tenemos países donde la violación masiva de Derechos Humanos, y sobre todo, por persecución política. Cuando es para afirmar un régimen. Y hay países donde la persecución política es total. Todo el que disienta es masacrado. No hay una sola voz disidente. Y hay países donde hay una hegemonía política, pero con voces relativamente libres, hasta determinado límite. Y después, cada vez más, hasta llegar hasta regímenes de democracia plena, donde está Uruguay. Aun así, yo puedo estar 20 minutos haciendo un catálogo de todas las falencias que tiene Uruguay como democracia plena. Esto da para seguir muy largo.
A.S.: Hay otro tema que me gustaría que tocaras, que genera rispideces, y es el de la inmigración. Se está hablando mucho, y hay una situación compleja ante la ola de inmigración tan grande que estamos teniendo.
O.B.: El tema de la inmigración entre dentro de los que mejor no hablar, y hay un discurso que es políticamente correcto. Yo estoy por la bondad, y en contra de la maldad. Perfecto. En eso podemos estar de acuerdo. El tema migratorio es muy complejo. En primer lugar, porque, vistos los problemas migratorios que hay en el mundo, y el crecimiento de la xenofobia en países altamente civilizados, es como que hablar de la inmigración donde pudiera tener alguna traba o restricción es estar del lado de lo políticamente incorrecto, a favor del mal, de la violación más grosera de los Derechos Humanos. Entonces, de esos temas no se habla.
Hay algunos estudios, sobre todo uno de la Facultad de Ciencias Sociales, pero no hay estudios completos sobre el tema. Grosso modo, lo que uno empieza a ver es que los dadores de empleo, los empleadores, son grandes aplaudidores de los inmigrantes, porque dicen, no importa si es cierto o no, que trabajan más, se comprometen más, tienen polenta, están dispuestos a hacer horas extra, a trabajar los fines de semana, y los uruguayos no. A esto se agrega una cosa que no se dice en voz alta, pero sí en voz baja, que los inmigrantes no se afilian a los sindicatos. Eso termina construyendo una plataforma muy clara pro-inmigrante. Y no son más baratos. Son más baratos si hay trabajo “en negro”, pero, en general, no hay gente trabajando “en negro” masivamente. Y mucho menos diciendo que todo esto se hace con mano de obra inmigrante. No es más barato, pero sí es más favorable por el rendimiento. A igual retribución que el uruguayo, cumpliendo con todos los laudos y todas las normas, rinde más y tiene más espíritu de trabajo. Eso es lo que dicen muchos empleadores.
Del otro lado encontramos que, por ejemplo, en el cinturón de Montevideo, y particularmente en el noreste, se está generando el clima más duro contra los inmigrantes. Porque es donde hay más desocupación, o más problemas de empleo. Ahí sienten que el inmigrante les está sacando el trabajo. A veces sienten que, en un lugar de trabajo, despiden a dos, y los inmigrantes quedan. Probablemente porque rindan menos, pero la primera respuesta es “a los inmigrantes no los echan, y a los uruguayos sí”. Este discurso no es otra cosa que la repetición de lo que uno puede encontrar en todos los manuales de cómo surgió la xenofobia, particularmente en Europa. Si uno mira en Italia, o en Francia, dónde tiene más apego el discurso más antiinmigrante, es en los sectores medio bajos y bajos. No es en los barrios medio altos, ni cultos. Es la población que siente que es un competidor. Sí en clase media, aunque en Uruguay ese fenómeno no se da, que aparece un tipo de inmigrante que pone alfombras en la calle, llenándola de mercadería, toda ilegal, de contrabando, sin impuestos, y el comerciante que está enfrente recibe la inspección, en términos uruguayos, de la DGI, el BPS, el Ministerio de Trabajo, la Intendencia, Bromatología, y entonces cierra, y el de enfrente lo único que hace es juntar las cuatro puntas de la alfombra y salir corriendo. Eso yo lo vi en Madrid. Ahí es cuando afecta a la clase media, y en Uruguay no está. Lo otro es que en Uruguay no tenemos esa mano de obra inmigrante masiva, trabajando en negro, y muchas veces en forma esclavizada. Se da de barcos chinos, en el Mediterráneo, con gente trabajando en confección de prendas, en régimen de plena esclavitud. Acá estamos muy lejos de eso, pero sí de la inmigración que compite con lo legal.
El tema es que este fenómeno se va a dar, sobre todo si crece la desocupación y los problemas de empleo, y la sociedad uruguaya, en su conjunto, está haciendo la política del avestruz. Mete la cabeza bajo tierra y cree que la realidad no existe. En algún momento esto va a estallar, si no se empieza a entender que esto es un problema. No quiere decir que hay que echar a los inmigrantes. Uruguay no tiene política inmigratoria. Acá se abrió la puerta para todo el que venga, sobre todo con gran facilidad para países de la Unasur, que tienen la residencia automática. El período grande de la inmigración a Uruguay, de 1870 a 1920, tuvo una política migratoria. Fue una migración alentada explícitamente, con reglas, hay una ley, muy discutible, que se derogó por el 2006, porque pretendía favorecer la migración europea, que excluía las migraciones de origen asiático, africano o indígena.
Lo segundo es que fue una migración a un país relativamente vacío. No olvidemos que, cuando Uruguay se independiza, toda su población era, como mucho, la ciudad de Paysandú. Entonces, viene una inmigración a un país que necesitaba gente para desarrollarse, para ocupar un territorio bastante vacío. Esta es una migración que viene a un país que, si estamos con un 10% de desocupación, y otro 10% con problemas de empleo, las migraciones tienen que ser más bien selectivas. Esto no quiere decir que este, porque es blanco y rubio entra, y este no. Esa es una barrera racista. Pero hay que definir qué tipo de migración, qué cantidad, cuánta gente puede absorber el país, sin que una oleada de inmigrantes le cree un problema, con gente que esté en situación, por ejemplo, de extrema pobreza. Porque ese es otro problema. Una inmigración muy grande puede generar una extrema pobreza que el Uruguay no tiene que favorecer.
A.S.: ¿Hay algún país que pueda ser modelo de respeto a la inmigración al mismo tiempo que respete la situación de los trabajadores?
O.B.: No soy experto en el tema. No hablo de lo que no conozco. Además hay xenofobias que se generan independientemente de los problemas sociales. Me tocó vivir, yendo en un metro en Copenhague, con un matrimonio de uruguayos, en cuya casa yo estaba parando, ambos exiliados, con una estampa física que podemos llamar más típicamente latinoamericana, morochos, que venían con una bebita, y que hubo algo que yo percibí como un insulto, y me lo tradujeron: “Todavía que tenemos que aguantarlos nos llenan de hijos”. La que dijo eso era una señora muy bien vestida; ahí no era porque le generara ningún problema de empleo. Hay que tener cuidado, porque hay xenofobias que tienen que ver con un fenómeno muy humano, que es la resistencia normal a lo diferente. Hay personas que buscan lo diferente como vocación, pero cuando a uno le llega algo muy distinto, primero tiene el shock de frenarse frente a ello. En cualquier cosa. Hasta un cambio en la forma de trabajo. Y sobre todo, con las dificultades frente a culturas diferentes. La migración que estamos teniendo, venezolana y dominicana, tiene elementos culturales distintos a los nuestros. Se ve en el tema de la cultura religiosa, en el deporte. Eso algunos dirán “qué bueno que es, cómo nos enriquece como cultura”, y otros dirán “esto me está agrediendo”. Esto hay que entenderlo: los impactos van a existir, a favor y en contra, que hay razones para los dos lados, y que requiere debates que, para empezar, no son para una campaña electoral”.