05 Ago. 2022

Una lección de refinamiento político

Oscar A. Bottinelli

Exclusivo Portal Factum

Hace 20 años, sin cálculos electorales ni juegos pequeños, el sistema político uruguayo arribó a un gran consenso que posibilitó la salida de la crisis financiera y evitó se transformase en una crisis político-social

Hace veinte años (del 30 de julio al 4 de agosto de 2002) Uruguay vivió una formidable crisis financiera, económica y social, que pudo ser una grave crisis política. No lo fue por la forma en que actuó el sistema político, una verdadera obra de refinamiento político y de elevación de miras, en que ninguno de los actores actuantes evaluó cálculos electorales. Cada uno buscó el entendimiento llegando al máximo a que podía llegar, en base a sus principios y a los intereses que cada uno representaba. Así actuó también dos décadas antes el sistema político en la transición de la dictadura a la restauración democrática, a través de sucesivos pasos. Esos dos movimientos en cuarenta años marcan los momentos cumbre de los partidos y los elencos políticos uruguayos.

Para situar el 2002, primero conviene ver la arquitectura de gobierno. El presidente de la República lo es Jorge Batlle Ibáñez, del Partido Colorado, elegido en noviembre de 1999 por una coalición entre su partido y el Partido Nacional, en el estreno del nuevo sistema de elección presidencial a dos vueltas. Con ello el presidente llegó con el apoyo directo de la mayoría absoluta del electorado ; es decir, más de la mitad de los ciudadanos votó por él, por su nombre y con su cara. Lo votó en forma absolutamente directa.

La coalición fue efectivamente la última coalición de gobierno propiamente dicha que tuvo el Uruguay y funcionó casi tres años, hasta noviembre de 2002. A partir de allí, pasó a ser –en un modelo similar al del periodo presente- como una coalición legislativa y de respaldo parlamentario al gobierno. Coalición de gobierno quiere decir que todas las decisiones importantes del gobierno, de política nacional o de política exterior, traducida en leyes o en decretos o resoluciones, toda ellas fueron consensuadas por los dos partidos coaligados. O más exactamente, discutidos, analizados y consensuados por los tres líderes de esa coalición: el presidente de la República y conductor de la mitad del Partido Colorado, el ex presidente Julio Ma. Sanguinetti -conductor de la otra mitad del Partido Colorado- y el conductor del Partido Nacional, el también ex presidente Luis Alberto Lacalle de Herrera.

La calidad de coalición quedó claro, fuera de toda duda, cuando el planteo del Partido Nacional de hacer un recambio del equipo económico, produjo ese resultado. Renunció el ministro de Economía y se consensuó su remplazo por un dirigente político de peso, hábil logrador de consensos, de confianza tanto de los sectores oficialistas como de la oposición: Alejandro Atchugarry. A su vez, un hombre de diálogo con el movimiento sindical, tanto con el PIT-CNT como con AEBU (la Asociación de Empleados Bancarios del Uruguay), que en ese momento reunía la doble condición de ser uno de los sindicatos de más peso y además el involucrado en los efectos de la crisis financiera.

El encare de la crisis vino precedido por los sucesos habidos medio año antes en la Argentina, donde se originó. Allí, además de los efectos económicos, financieros y sociales, se vivió una crisis política y político-social, evidenciada en el desfile de cinco presidentes de la Nación en unas pocas semanas, de dos partidos diferentes; además de movilizaciones callejeras, caceroleos, roturas de vidrieras, pedreas, manifestaciones violentas, asaltos masivos a almacenes y supermercados, cortes de calles y de rutas, enfrentamientos en las calles y, a su consecuencia, algún muerto.

LOS OBJETIVOS DEL SISTEMA POLÍTICO URUGUAYO

La crisis comenzó mucho antes del martes 30 de julio y de alguna manera continuó mucho después de la reapertura de los bancos el lunes 5 de agosto. Lo que ocurrió es que esa semana del martes hasta el domingo siguiente se vivió el punto más acuciante, más difícil, en que estuvo en riesgo la paz social y hasta la credibilidad en las instituciones.

Gobierno y oposición llegan a esa semana crítica con diferencias importantes: sobre si era positivo o no la calidad de plaza financiera internacional, sus costos y beneficios; si fue bien o mal manejado el tipo de cambio, tanto en los gobiernos anteriores como en los casi dos años y medio del gobierno presente; si fue bien o mal manejado el debilitamiento de los bancos, en particular del Banco de Galicia primero y del Banco Comercial después, así como la política bancaria en general. También oficialismo y oposición diferían en las relaciones económicas y financieras con lo Estados Unidos, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Pero había puntos importantes de coincidencia. El primero de todo: aquí no podía pasar lo de Argentina, las cosas debían ser lo opuesto. De donde: lo primordial, mantener la paz social. Además: salir con el menor costo posible para los ahorristas y para los trabajadores.

A partir de esas coincidencias se realizaron múltiples y cruzadas negociaciones entre gobierno y oposición, entre gobierno y sindicatos (PIT-AEBU). El pivot lo fue Alejandro Atchugarry, apuntalado a nivel parlamentario por el presidente de la Asamblea General Luis Hierro López (y vicepresidente de la República). Con la decisión en manos del trío de conducción de la coalición de gobierno, Batlle Ibáñez, Sanguinetti, Lacalle Herrera. Y el Frente Amplio expresado esencialmente a través de Danilo Astori, Alberto Couriel y Reinaldo Gargano. Además de las cabezas del PIT.CNT y AEBU.

No participó Tabaré Vázquez que emitió señales diferentes a la consensualidad y en particular, en medio de esa semana negra, pronunciar algunas frases que algunos entendieron como de justificación a los asaltos a los mercaditos de barrio, opinión no compartida por la dirigencia frenteamplista. A partir de allí hizo un largo mutis de seis meses y repareció ya en campañla opositor camino a las elecciones de 2004.

Paralelo al juego de consenso dentro del país, hubo una sofisticada negociación con los Estados Unidos, cuyo apoyo permitió primero un crédito puente para poder abrir los bancos y luego la concesión del crédito final por el Fondo Monetario Internacional. Ahí jugaron los distintos equipos uruguayso en Washington (Embajada, representación ante los organismos internacionales), el peso de una figura internacional como Enrique Iglesias y la amistad personal de Jorge Batlle con el presidente norteamericano George Bush Jr.

EL SENTIDO DEL CONSENSO

Mucho creen que consenso es unanimidad. Y niegan que hubo consenso, porque el Frente Amplio votó en contra (y argumentó en contra de) la Ley de Fortalecimiento del Sistema Bancario, y además unos cuantos chisporroteos. La historia muestra -desde hace al menos un par de milenios- juegos muy sutiles que ocurren inclusive en medio de una guerra o de disputas nada pacíficas por el poder. Y la historia enseña mucho. Como botones de muestra, basta leer los análisis y consejos de Niccolò dei Machiavelli (especialmente su Discorso sulla Prima Deca di Tito Livio), la profundidad de la concepción estratégica y las filigranas de manejo del poder y de alianzas de Jean Armand du Plessis Cardenal de Richelieu, los juegos de Metternich o Palmerston, o ese impresionante ballet bailado entre Churchill, Roosevelt y Stalin durante la Segunda Guerra Mundial.

El consenso supuso que cada cual llevó al límite la búsqueda de acercamiento, a sabiendas de la imposibilidad de acordar una solución compartida. Pero el límite significó que el Frente Amplio logró quitar todo lo que consideraba absolutamente inaceptable y el gobierno aceptó quitarlo, para que el gobierno pudiese aprobar una salida, de acuerdo a su propia manera de concebirla, pero sin que significase afrenta o cosas intolerables para el otro, ni para la oposición, ni para el movimiento sindical.

Así se logró que desde la mañana del sábado hasta la tarde del domingo se debatiese y votase la Ley en una y otra cámara, en tiempo para ser promulgada antes de la finalización del domingo. Para que llegasen los fondos y se abriesen los bancos. Fue una ley de verdadera urgencia, que no necesitó ninguna declaración de urgente consideración. Y el consenso fue que el Frente Amplio expuso largamente todas sus discrepancias y propuestas alternativas, pero no hizo filibusterismo parlamentario y permitió que la mayoría oficialista aprobase esa ley en tiempo y forma.

En todas esas extensas jornadas y largas horas, este analista da fe que no oyó a un solo dirigente político pensar cuánto lo beneficiaba o perjudicada en términos electorales lo que hacía o dejaba de hacer. Nadie jugó por lo bajo, no hubo chiquiteces. Todos jugaron con la mayor altura.

Una salida de ese refinamiento requiere que cada uno, sin mengua alguna del objetivo estratégico por el poder, valore la importancia de las treguas y los entendimientos. Uno duda mucho si hoy el sistema político pudiese actuar como lo hizo hace veinte años. O a la inversa, si una crisis de esta magnitud lleva a que en el sistema político aparezcan los estadistas y queden de costado los que juegan el juego chico.