El Observador
El Frente Amplio tiene una conformación particular, producto además de la existencia de dos grandes visiones -difícilmente compatibles- en cuanto a arquitectura política. Para los votantes de todos los partidos, para sus propios votantes, es un partido político, a la uruguaya. Por tanto, una fuerza política con identidad propia y diferenciada de la identidad de los otros, con valores sustantivos comunes y con una simbología común; como se sabe, la adhesión a una simbología es un elemento sustancial en la identidad, en el sentido de pertenencia a una identidad. Partido a la uruguaya, porque la arquitectura normal de un partido político uruguayo es el de una entidad política con identidad propia, con valores propios y diferenciados, pero compuesto por corrientes que cubren un abanico muy amplio y hasta contradictorio en cuanto a modelos de sociedad y de país, y en cuanto a concepciones ideológicas. El Partido Colorado ha contenido simultáneamente, en una visión predominantemente laica y filosóficamente liberal, a corrientes católicas; y también ha contenido desde una visión socialdemócrata o de estado benefactor de carácter predominante, a visiones económicamente liberales e inclusive conservadoras (del conservadurismo del siglo XIX). Ninguna de esas diferencias ni de ese amplio abanico determina que el coloradismo haya estado constituido por varios partidos (como lo sostenía el analista sueco Göran Lindhal) sino que ha sido un solo partido.
El Partido Nacional también ha contenido de manera simultánea una visión católica (predominante) y una visión laico-liberal (que en el siglo XX osciló en torno a un tercio del partido); también convivieron visiones de liberalismo político progresista sostenedores del Estado de Bienestar, con visiones predominantes de conservadurismo y posteriormente de liberalismo económico. Tanto en el coloradismo como en el nacionalismo han convivido corrientes firmemente partidarias de la democracia liberal (en el sentido de poliarquía) con otras concepciones de corte más autoritario, con tintes corporativistas
Tampoco la inexistencia de autoridades comunes es una condición para negar la calidad de partido. El Partido Colorado careció de autoridad central a lo largo de todo el siglo XX hasta 1983, cuando se constituyeron la Convención, el Comité Ejecutivo Nacional y las autoridades departamentales como producto de las elecciones generales para autoridades partidarias convocadas por el régimen militar al amparo de las leyes fundamentales números 2 y 4. Hace pues menos de 30 años en más de un siglo que el coloradismo cuenta con autoridad central. El caso del nacionalismo es diferente: primero contó con autoridades únicas (hasta 1930), luego se dividió en hasta cinco partidos, desde la unificación blanca en 1958 hasta 1970 vivió una situación similar al coloradismo (tantas autoridades como corrientes, es decir, dos o tres) y desde 1970 una Convención y un Directorio únicos.
Desde que se constituyó en 1971, el Frente Amplio alberga corrientes diferentes: socialcristianas, socialdemócratas, marxistas, marxistas leninistas, de izquierda libertaria, revolucionarias sin ideología definida. También es muy diversa la relación con la democracia liberal (poliarquía) y con los conceptos de democracia representativa, democracia directa y democracia participativa. Quizás la distancia ideológica pudiera ser mayor que la habida en los partidos tradicionales, pero no necesariamente si se atiene a las incompatibilidades en la década del 30 entre el batllismo y el terrismo o en los años 30 y 40 entre el herrerismo y el nacionalismo independiente.
Pero la llamada “coalición de izquierda” es de izquierda pero no es ni ha sido coalición. Porque no existe coalición en el mundo que cuente con autoridades comunes ni con mandato imperativo, dos elementos matrices del FA. Una coalición, en la definición de Duverger, es esencialmente puntual, para un objeto determinado y un periodo determinado, sin lazos más allá de lo expresamente pactado en el acuerdo de coalición. Lo otro es la alianza, lo que pretende ánimo de permanencia y objetivos de largo plazo. El FA nació como alianza, como una alianza vertebrada muy fuertemente, un cuasi partido, y devino sociológicamente en partido a lo largo de la dictadura y se consolidó al salir de ella. Hoy, con autoridades con decisiones por mayoría y mandato imperativo, elegidas directamente por sus afiliados (ya fuere mediante listas, ya mediante selección individual de nombres en la mal llamada representación de las bases).
Lo que dificulta la reorganización del Frente Amplio es la insistencia de buena parte de su dirigencia, quizás la mayoría de su dirigencia, que pretende mantener al Frente Amplio como coalición o alianza, en contra del sentir de la cuasi totalidad de sus votantes. No hay sector frenteamplista alguno que pudiere resistir un abandono del frenteamplismo; todos, absolutamente todos se irían con dirigentes sin dirigidos, con caciques sin indios. Este es un primer divorcio de la dirigencia con sus bases en materia de arquitectura política.
El otro divorcio radica en que buena parte de la dirigencia cree que las bases son los militantes y que se reúnen en los comités de base. Los frenteamplistas, las personas que se sienten frenteamplistas como elemento permanente o de identidad son entre el 39 y el 40% de la ciudadanía ó 4 de cada 5 votantes del FA. Los afiliados al FA son 1 de cada 4 personas de pertenencia frenteamplista; los que militan en la estructura partidaria o de los sectores –sumados todos- alcanza a 1 de cada 9 frenteamplistas; los que se reúnen en los comités son 1 de cada 30. Las bases, entendida como los que se identifican con el Frente Amplio, están por otro lado, no se encuentran representadas en la dirección y no participan en las elecciones frenteamplistas. Este es el drama estructural que tiene el partido de gobierno.