El Observador
El Partido Nacional está afectado por un síndrome que le dificulta la colaboración con el gobierno. Todo parte de la fuerte caída sufrida por Alberto Volonté entre 1998 y 1999, y la subsiguiente derrota del nacionalismo, cuando registró la peor votación en su historia. La percepción de buena parte de la dirigencia blanca es que el entonces presidente del Directorio se desplomó -y con él, el partido- como consecuencia directa de la intensa coalición de gobierno con el Partido Colorado y la actitud de co-presidente de la República asumida por Volonté. Ello lleva a que apenas a alguien en el nacionalismo se le ocurra tener una actitud comprensiva, colaboracionista o de cierto entendimiento con un gobierno –no importa cuál- para que corra un escalofrío en las dirigencias medias y no tan medias.
Ese síndrome a su vez complica la discusión del tema al interno del partido, pues dificulta un análisis sereno y desapasionado sobre la relación entre el partido (o un sector del partido) y un gobierno. En general un análisis de este tipo se realiza en base a tres grandes variables: la conveniencia o no para el país de ese entendimiento, la cercanía o lejanía en políticas a aplicar (es decir, la posibilidad o no de acuerdos programáticos) y la conveniencia o no para el partido o sector acordante. Esta conveniencia particular puede medirse en lo inmediato (en término de cargos políticos, de participación en la administración con el consiguiente peso en el manejo de la administración) o puede medirse en lo mediato (en términos de ganancias o pérdidas electorales, con vista a las futuras elecciones). Estos análisis son difíciles de realizar, porque siempre hay un alto grado de incertidumbre sobre la certeza de las prospectivas, especialmente cuando se pretende determinar cuánto se gana o cuánto se pierde en votos contantes y sonantes. Pero si a eso se suma un temor inconsciente a todo acuerdo en base a lo que en algún momento se llamó “el síndrome Volonté”, la cosa se complica ad infinitum.
Conviene observar cuánto hay de cierto y cuánto de falso en esa percepción dominante sobre lo ocurrido en 1998-1999. En cuanto a la popularidad de Volonté medida en términos de intención de voto, cabe visualizar dos periodos con anterioridad a su fuerte caída. El primer periodo va desde que se aquietaron las aguas de las elecciones de 1994 hasta los inicios de 1997, en el cual se presentó un escenario casi binario, con por un lado un Volonté dominante (muy por encima del 30% de la intención de voto al interior del nacionalismo, y en ocasiones por encima del 45%), y por otro lado como oponente un Lacalle muy golpeado por la oleada de ataques a su persona y su gobierno (lo que el herrerismo llamó “la ofensiva baguala”); en ese tiempo la candidatura Ramírez todavía no había despegado. Un segundo periodo va desde inicios de 1997 a la primavera de 1998, y se caracteriza por la triangulación de la competencia Lacalle-Ramírez-Volonté -donde cada uno registra poco más o poco menos del 25%- en base a la recuperación de Lacalle, un primer desgaste de Volonté y el despegue de Ramírez. Hacia la primavera se produce la ruptura de Manos a la Obra (sector guiado por Volonté), el lanzamiento de una cuarta candidatura presidencial (de Alvaro Ramos, conductor del sector asociado a Volonté llamado “Propuesta Nacional”) y con ello la cuadrangulización de la competencia, con la consecuencia natural de que una competencia entre cuatro difícilmente se sostiene y la mar de las veces conduce a una disputa binaria entre los dos que aparezcan con más fuerza. Lo cierto es que a poco de andar la disputa nacionalista se polarizó entre Lacalle y Ramírez, una polarización además en términos de alta belicosidad. En ese entonces las críticas a Volonté de todos quienes se fueron, tanto para abrir camino propio como para pasarse al herrerismo, estuvo basado en lo que consideraban errores de conducción interna, mal manejo del sector, dificultades de relación con buena parte de los dirigentes intermedios
Si se observa el comportamiento de la opinión pública en su intención de voto al Partido Nacional, se encuentra que a fines de enero de 1999, ya generada la competencia binaria Lacalle-Ramírez, los tres partidos principales se encontraban en pie de igualdad en torno al 28%, es decir, la repetición del escenario de triple empate de las elecciones anteriores de 1994. El Partido Nacional cae, y de manera fuerte, entre febrero y las elecciones de abril, ya fuere porque algunos consideraban ciertas las acusaciones contra Lacalle, porque otros rechazaban el estilo acusatorio de Ramírez, ya fuere porque consideraban que en ese momento los blancos no tenían el mínimo afecto societatis que les permitiese gobernar. Esa caída se acentuó, además, cuando el partido queda rengo, prácticamente con un ala en pie y la mitad de la otra.
La observación de ambas tendencias (la de Volonté y la del nacionalismo) permiten concluir que ambos fenómenos son independientes, que uno no arrastró al otro y hasta permite sostener que nada tuvo que ver lo actuado por Volonté en la caída del Partido Nacional. Son hechos posteriores los que hacen que el nacionalismo pierda competitividad.
Otro dato no menor es que la única vez en que la aprobación del gobierno estuvo sustancialmente por encima de la aprobación del presidente fue en ese segundo mandato de Sanguinetti. Lo normal es lo contrario, ya fuere en cuanto a gobierno nacional o departamental: el jefe de gobierno, con nombre y rostro, es más popular que el colectivo gris del gobierno. ¿Por qué se dio ese fenómeno a la inversa? Precisamente por el apoyo de buena parte del electorado nacionalista a un gobierno de coalición blanqui-.colorado, apoyo no trasladable al presidente de la República, colorado. Gusten o no, estos son los datos. Sirva esto para que el debate, complicado, se haga sin síndromes del pasado.