El Observador
Un partido estructurado como cimiento de una democracia de partidos requiere básicamente tres elementos: una estructura de funcionamiento permanente y extendida en el territorio, una base de miembros y disciplina partidaria [...] Hay variantes de concepción, hay diferencias cuantitativas en la base de soberanía, hay diferencias cualitativas en el grado de adhesión de esos elementos base (...), pero el principio organizacional de todos los partidos uruguayos es el mismo
A lo largo del siglo XIX se evoluciona, en el mundo y en Uruguay, primero de la concepción negativa de los partidos (concebidos como facción o bando en términos bélicos) a la concepción positiva (basamento de la democracia), y también se pasa de verlos como exclusivas herramientas de canalización del voto a ser estructuras permanentes que contienen y canalizan la voluntad de participación política. El partido político moderno y participativo surge de dos vertientes: la marxista y la socialcristiana. De la vertiente marxista emergen dos variantes que con el tiempo diferirán notablemente: la socialista o socialdemócrata y la comunista (vale la pena recordar que el primer partido comunista del mundo, el ruso, surge como transformación de la fracción mayoritaria del partido socialdemócrata; en Uruguay, el Partido Comunista es el cambio de nombre del originario Partido Socialista, del que se escinde la fracción minoritaria, la que constituye un nuevo partido, con el viejo nombre). La concepción socialdemócrata es tomada como modelo por José Batlle y Ordóñez, que, con adaptaciones, estructura el Partido Colorado “Batllismo” a comienzos de los años veinte. La vertiente socialcristiana tiene como elemento matriz el Partido Social Cristiano Belga y en Uruguay impactará tardíamente sobre la vieja Unión Cívica y moldeará a su sucesor, el Partido Demócrata Cristiano.
Un partido estructurado como cimiento de una democracia de partidos requiere básicamente tres elementos: una estructura de funcionamiento permanente y extendida en el territorio, una base de miembros y disciplina partidaria. Al menos en el ideal, no siempre en la praxis, todos los partidos políticos uruguayos de relevancia adhieren a estos conceptos. La diferencia mayor surge en el concepto de base partidaria. La izquierda sigue la tradición europea, donde la base es el afiliado: lo es el adherente en el Frente Amplio, lo son los afiliados en los antiguos partidos Comunista, Socialista y Demócrata Cristiano (que hoy ya no son partidos en tanto tales, sino fracciones partidarias del Partido Frente Amplio). El Batllismo -que nunca fue un partido sino un sector partidario, pero estuvo organizado como partido, con principios organizativos propios, estructura, sede, finanzas y disciplina propias- se rigió también por la concepción europea, aunque fue muy laxo en el concepto de afiliación (se trató más bien de adherentes y posteriormente de personas comprometidas a votar en las elecciones nacionales y departamentales por el Batllismo). En sustancia, no hay diferencias fuertes entre la actual categoría de adherentes del Frente Amplio y la del Batllismo entre 1922 y 1955. El nacionalismo, en cambio basó su soberanía en el segmento del Cuerpo Electoral nacional que en cada elección adhirió al partido; la base fueron las elecciones nacionales de 1934 a 1999 (excepto 1982-85) y desde 1999 la base de soberanía es el subsegmento de votantes al Partido Nacional del segmento del Cuerpo Electoral que vota en las mal llamadas “elecciones internas”, es decir, las elecciones generales que constituyen la primera de las tres vueltas de las elecciones nacionales y la primera de las dos vueltas de las elecciones departamentales. El Partido Colorado en 1985 adopta la concepción nacionalista y desde 1999 aplica el mismo principio que el nacionalismo.
Hay variantes de concepción, hay diferencias cuantitativas en la base de soberanía, hay diferencias cualitativas en el grado de adhesión de esos elementos base (más firme en los afiliados, más volátil en los electores puntuales), pero el principio organizacional de todos los partidos uruguayos es el mismo.
En los demás principios estructurales no hay diferencias. Y no lo hay en lo polémico en estos días, el mandato imperativo. La disciplina partidaria es un desideratum de todos los partidos uruguayos, sin excepción. Todos ellos registran en sus cartas orgánicas el instituto del mandato imperativo y todos ellos en algún momento de su historia moderna lo han aplicado. En los partidos tradicionales se le llama “declaración de asunto político”, en el Frente Amplio “mandato imperativo”. Es lo mismo. El Partido Nacional aplicó este mandato en noviembre de 2002 cuando su Convención decide romper la coalición de gobierno con el Partido Colorado y en virtud de un mandato partidario renuncian los cinco ministros nacionalistas. Es el partido el que mandata a los ministros y decide la composición del Poder Ejecutivo. En 2008 es el Directorio que declara asunto político votar en contra de la Ley de Despenalización del Aborto y mandata a sus legisladores a sostener el veto impuesto por el presidente Vázquez. La concepción de partido de José Batlle y Ordóñez -para cuya funcionalidad fue esencial la Constitución de 1918 y más aún la concepción colegialista- es la concepción socialdemócrata europea: el partido manda a sus representantes, el partido en el gobierno manda al gobierno; no en el plano institucional, sino en el político, el partido está por encima de los gobernantes.
A poco de restaurada la democracia, en los finales de la década de los ochenta y comienzos de los noventa, el Partido Colorado expresó su fuerte preocupación por la necesidad de establecer mecanismos de rígida disciplina partidaria, expresada en varios proyectos de ley, algunos de los cuales propiciaban el derecho del partido a remover de la banca a los legisladores que incumpliesen la disciplina partidaria. Y esto fue defendido con mucho ardor por los dirigentes colorados impulsores de la medida. En ningún momento consideró antidemocrático ni contrario a la institucionalidad que el partido mandase sobre sus legisladores y sus gobernantes y llevó al máximo teórico posible el concepto de democracia de partidos: el derecho del partido a cambiar -o al menos destituir- a los representantes electos.
Esta es la historia del principio de la disciplina partidaria y del mandato imperativo en el Uruguay, donde no hay fisuras conceptuales en ninguno de los partidos que tienen o han tenido representación parlamentaria en el último siglo.
Segunda nota de una serie de tres