El Observador
Aparece un fenómeno muy importante sobre el que es necesario detenerse: el pensamiento del ala mayoritaria del partido mayoritario no representa el pensamiento de la mayoría de la sociedad. Lo interesantes es que esto no es novedoso. Con meridiana claridad el fenómeno se dio más o menos igual en el segundo y en el cuarto gobierno anteriores al actual, es decir, en las administraciones Batlle Ibáñez y Lacalle de Herrera.
Desde hace seis meses se impulsa la implementación de medidas de gobierno en un enfoque que puede considerarse más acentuadamente de izquierda. En cierto modo esta acentuación corresponde a la voluntad de imprimirle al gobierno la impronta del ala mayoritaria y más izquierdista del Frente Amplio, a la que representa el propio presidente Mujica y que integran los espacios 609 (Movimiento de Participación Popular y aliados) y 1001 (Comunistas y aliados); y en cierto modo, con el giro tenido por cada uno de ellos en el último año, también los socialistas y la Vertiente Artiguista. A su vez, difiere de la concepción del ala minoritaria frenteamplista representada por el Frente Liber Seregni (Asamblea Uruguay, Nuevo Espacio, Alianza Progresista), con una concepción más centrista. Esta ala está en el mismo meridiano central de la sociedad uruguaya, más socialdemócrata, en la que coinciden o se superponen otras corrientes políticas, en las que cabe incluir a Alianza Nacional del Partido Nacional, el Partido Independiente y parte de Propuesta Batllista del Partido Colorado (no todo; la que proviene del Foro Batllista).
Aparece pues un fenómeno muy importante sobre el que es necesario detenerse: el pensamiento del ala mayoritaria del partido mayoritario no representa el pensamiento de la mayoría de la sociedad. Lo interesantes es que esto no es novedoso. Con meridiana claridad el fenómeno se dio más o menos igual en el segundo y en el cuarto gobierno anteriores al actual, es decir, en las administraciones Batlle Ibáñez y Lacalle de Herrera.Tanto ahora como en 1999, pese a toda la teoría que sustenta el concepto del balotaje, resultó elegido un presidente cuyas ideas fundamentales no coinciden con el pensamiento instintivo de la mayoría de los uruguayos. Lo mismo ocurrió en 1989, aunque sin balotaje sino por una doble mayoría relativa en la competencia interlema y en la competencia intralema del lema mayor. En la elección de 1989 los dos principales competidores coincidieron en proponer una revolución neoliberal, al calor de los fuertes vientos desatados por Ronald Reagan en los Estados Unidos de América y Margaret Thatcher en el Reino Unido. Por ese carril corrieron tanto Luis Alberto Lacalle en el Partido Nacional como Jorge Batlle en el Partido Colorado. Sin esa sonora proclama de la revolución económicamente liberal, en forma más asordinada, también por esos lados decantó el pachequismo puro, el que continuó bajo el liderazgo de Jorge Pacheco Areco luego de la ruptura con el segmento más estatista encabezado por Pablo Millor (Cruzada 94).
Pero la propuesta de Lacalle no fue la de todo el Partido Nacional, sino la de su ala más fuerte, cuya dimensión electoral y parlamentaria estuvo en el torno de los dos tercios del partido, apenas un poco más. Pero el otro casi tercio nacionalista fue ocupado por el Movimiento Nacional de Rocha, sector de fuerte adhesión al welfare state, al papel dominante del Estado y poco afecto de la apertura indiscriminada de la economía. En más o menos una línea similar en los puntos recién planteados cabe situar a medio Partido Colorado, compuesto por el Foro Batllista liderado por Julio Ma. Sanguinetti y la ya mencionada Cruzada 94. El cuadro político se completa con dos fuerzas políticas de similar encuadre en esta dimensión: el Frente Amplio (21% del electorado) y el viejo Nuevo Espacio liderado por Hugo Batalla (9%). Cabe recordar que el Partido Nacional estuvo en las cuatro décimas del electorado y el coloradismo en las tres décimas.
Así resultó un complejo panorama que dividió trasversalmente a ambos partidos tradicionales. La línea de la revolución neoliberal contó con los dos tercios del Partido Nacional (aproximadamente el 27% del país) más la mitad del Partido Colorado (otro 15%), lo que arroja un apoyo del 42%. La línea tradicional del Uruguay contó con el apoyo de un tercio del nacionalismo (circa 13%), la otra mitad del coloradismo (15%), el Frente Amplio (21%) y el viejo Nuevo Espacio (9%); total: 58%. Es decir, cuando termina de decantar el proceso programático, la línea ideológica del presidente de la República estaba en franca minoría parlamentaria. Ello nada tiene que ver con que el partido de gobierno estuviese en minoría en el Parlamento, ya que ese es otro tema., El entendimiento bipartidario precisamente dotó al gobierno de las mayorías necesarias. Lo que no hubo fue acuerdo programático. Así fue que al año y medio de gobierno salió del mismo la mitad del coloradismo y al cumplirse tres años se va la minoría del propio Partido Nacional. Previo a ello, cuando se estaba a tres meses del tercer cumpleaños, un referendo popular dejó la cosas más nítidas todavía en contra del gobierno: ese 58% pro estatista trepó al 70%, y la revolución neoliberal contó no con el 42% sino con el 30%.
Muy dura fue la experiencia del Movimiento Nacional de Rocha. Tironeada entre su concepción reacia a esa revolución del neo librecambismo y su lealtad partidaria, no logró resolver esa contradicción y pagó con prácticamente su extinción: en las elecciones siguientes pasó de 3 senadores a 1 y de 11 diputados a 1.
El gobierno de Jorge Batlle, una década posterior al de Lacalle, planteó similar cuadro. El referéndum sobre Ancap de 2003 fue el equivalente algo más moderado del referéndum sobre la Ley de Empresas Públicas de 1992: el gobierno perdió por una relación de 6 a 4. Sin embargo, la impronta revolucionaria del librecambismo se amortiguó mucho, lo que permitió un soporte parlamentario mayoritario al gobierno. Pero ese soporte le significó importantes frenos a los deseos de cambios fuertes, ya que el sector económicamente liberal computaba poco más del tercio del Parlamento. El pensamiento fuerte del presidente no comulgaba con la mayoría del país. www.factum.uy
NOTA: El domingo pasado se afirmó que los fenómenos de judicialización política y politización judicial han cobrado vida en las últimas tres décadas. Se debió decir: en los últimos tres lustros.