16 Oct. 2011

Y Tabaré apeló a la raison d’Etat

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Tabaré Vázquez reveló lo que debía permanecer en secreto, lo hizo en el momento inoportuno, improvisó las palabras y no fue cuidadoso en su uso, y explicó mal [...]Cuando ocurren esas situaciones se trabaja sobre lo posible y no sobre lo deseable. La mar de las veces hay que elegir entre lo que desde un punto de vista son dos males, y la elección no solo es hacia el mal menor, sino hacia el mal que en ese momento puede ser su aliado.[...]En política no se eligen las alianzas por valoraciones morales o ideológicas, sino por conveniencia, por la raison d’Etat.[...]Esto no es entendible por las militancias ideologizadas, se demostró –lo que no es buena señal sobre el nivel del sistema político- que tampoco es entendible por parlamentarios y varios actores políticos de primera línea.

La conducción de un estado, aún de uno pequeño y que no decide en los grandes acontecimientos mundiales, es una tarea delicada. Hay reglas milenarias, o al menos varias veces centenarias, que se deben respetar íntegramente; y que ese respeto crece y se complejiza a medida que crece la facilidad de comunicación y de divulgación de noticias. El debate tanto parlamentario como en redes sociales a raíz de los dichos de Tabaré Vázquez en relación al conflicto con Argentina por Botnia, las declaraciones de casi todos los líderes políticos (no todos, hubo al menos una nítida excepción en sus dichos y otras excepciones en sus silencios) demostraron que no todos los temas son debatibles públicamente, y menos cuando es un debate actual sobre un hecho histórico reciente.

Al comienzo de la guerra civil española grupos milicianos creyeron llegado el momento de aplicar la democracia popular y participativa a la lucha armada, donde los planes de batalla se debatían en asamblea de todos los milicianos y las decisiones se tomaban por votación. Todos los estudios de esa guerra –excepto los correspondientes a la veta anarquista y a la trotskista- coinciden en que el restablecimiento de la verticalidad y la transformación de las milicias en un verdadero ejército regular permitieron a la República continuar la lucha un par de años más. La democracia tiene sus ámbitos y lugares de acción, y la participación también tiene sus lugares, ámbitos y momentos.

Tabaré Vázquez reveló lo que debía permanecer en secreto, lo hizo en el momento inoportuno, improvisó las palabras y no fue cuidadoso en su uso, y explicó mal. Todo ello facilitó el fuego graneado que se desató. Lo que explicó –esas cosas que solo se encuentran a veces en las memorias de los protagonistas y otras veces en las memorias de los colaboradores de los protagonistas- es cómo se siente un jefe de Estado cuando está frente a escenarios imprevisibles, con probabilidades de ocurrencia difíciles de calcular y con estrecho margen de maniobra.

Cuando ocurren esas situaciones se trabaja sobre lo posible y no sobre lo deseable. La mar de las veces hay que elegir entre lo que desde un punto de vista son dos males, y la elección no solo es hacia el mal menor, sino hacia el mal que en ese momento puede ser su aliado. Stalin en 1939 intentó desesperadamente un entendimiento con el Imperio Británico y Francia, que no llegó a buen puerto por la dilatoria de ambos gobiernos, que nadaban entre la desconfianza a la Unión Soviética y la confianza en las intenciones pacíficas de Hitler. Cuando Stalin llegó a la conclusión de la imposibilidad del entendimiento con las dos potencias europeo occidentales, lisa y llanamente hizo un pacto de no agresión con la Alemania Nazi, para al menos ganar el tiempo necesario para rearmar a su país. Al cabo de tres años, Francia no existía como país independiente, mientras Stalin y Churchill salen presurosos a realizar la alianza inicialmente fracasada. Las opciones no son éticas ni de preferencias ideológicas, son pragmáticas y tienen que ver con lo posible. Los cristales ideológicas o las antipatías viscerales llevaron a que más de un gobernante sudamericano mantuviera tan firme el principio del antiimperialismo, entendido como antinorteamericanismo, que cada uno terminó como simpatizante del Eje nazi-fascista y en los hechos, colaborador de Hitler.

La situación en 2006 y 2007, visto de este lado del río (porque cada uno toma decisiones en función de cómo ve las cosas, en el error o en el acierto) eran: creciente agresividad de Argentina, respaldo del gobierno argentino a la actitud combativa contra Uruguay (el presidente Kirchner definió el conflicto como “una causa nacional”), incidentes en el río Uruguay, intentos de impedir la salida de Buquebús, ataques a oficiales de la Prefectura Naval, amenazas de ataques o atentados a la planta de Botnia, amenazas de generación de incidentes en territorio uruguayo, probabilidad que Argentina cortase el suministro de gas a Uruguay. La potencia que en forma natural debía poner paños tibios lo era Brasil, y en su actitud de creciente abandono de toda posibilidad de liderazgo en la región se lavó las manos. España, que debió ser aliado de Uruguay porque el conflicto que termina con Botnia comienza por la inversión española de Ence, de la mano de Rodríguez Zapatero decanta del lado argentino. Ese es el panorama que lleva a Vázquez a buscar el apoyo de Estados Unidos, para lo que fuera, para defender al Uruguay de lo que pudiese ocurrir. ¿Podría recurrir a algún otra potencia? No parece posible. Con el gobierno norteamericano de George W. Bush se había establecido una estrecha relación iniciada por el presidente Jorge Batlle, que tuvo como primer hito significativo el préstamo puente que salvó al sistema financiero uruguayo en agosto de 2002; y este fue el segundo hito significativo de esa relación.

En política no se eligen las alianzas por valoraciones morales o ideológicas, sino por conveniencia, por la raison d’Etat. Eso lo enseñó hace 500 años el maestro de maestros Niccolò dei Machiavelli, lo practicó hace 400 años el gran maestro de ajedrez de la diplomacia que fue Armand Jean du Plessis, cardenal de Richelieu, y lo reformuló hace 200 años otro gran maestro de la diplomacia Klemens von Metternich. En estos juegos nada tiene que ver el eje derecha-izquierda, ni la mayor simpatía o antipatía ni por Estados Unidos ni por Bush Jr., ni lo que éste haya hecho en Irak, ni el progresismo o populismo de Néstor Kirchner. Lo único que valía era la raison d’Etat del estado uruguayo.

Esto no es entendible por las militancias ideologizadas, se demostró –lo que no es buena señal sobre el nivel del sistema político- que tampoco es entendible por parlamentarios y varios actores políticos de primera línea. El mayor error de Vázquez fue hacer una divulgación de algo que debe necesariamente ser reservado y hacerlo en el contexto histórico inadecuado, sin necesidad alguna, o en busca de ganancias muy pequeñas, insignificantes.