El Observador
Si como cantaba Gardel en la vida “veinte años no es nada”, en política es mucho.[...] Algunos cambios tienen que ver con el hecho de que la gente cambió, es decir, que la misma gente cambió de parecer[...] Pero hay otro hecho nada menor y de mayor impacto cuantitativo: cambió la gente, es decir, hay otra gente con otra manera de pensar. En dos décadas variaron los dos quintos del electorado[...] El cambio político operado tiene explicaciones en el cambio de los comportamientos y de las expectativas políticas de la vieja ciudadanía, pero tiene explicaciones estructurales en un recambio biológico de la sociedad basado en un fuerte cambio en la estructuración social de esos segmentos poblacionales.
Si como cantaba Gardel en la vida “veinte años no es nada”, en política es mucho. Veinte años antes del golpe de Estado (23 para manejar ciclos electorales, es decir, 1950) no era imaginable un golpe de Estado militar, menos con la crudeza que tuvo, ni el surgimiento de una guerrilla, ni el nacimiento de un tercer gran partido y apenas imaginable –dentro de lo poco probable- la llegada al gobierno del Partido Nacional. Veinte años antes de que despuntara El Observador (23 para manejar ciclos electorales, es decir, 1988) tampoco eran imaginables muchas cosas: que Uruguay tuviese un presidente tupamaro (más los ministros del Interior y de Defensa), que surgiese un caudillo populista en la izquierda y que dentro de la izquierda pasase a ser dominante la cultura libertaria por sobre la entonces hegemónica cultura comunista-socialdemócrata-socialcristiana (con muchos puntos en común en cuanto a arquitectura y funcionamiento político).
Algunos cambios tienen que ver con el hecho de que la gente cambió, es decir, que la misma gente cambió de parecer. En ese sentido es clave le destrucción del modelo industrial fordiano y con él la merma sustantiva del proletariado industrial, el agotamiento del papel clientelar del Estado y de las formas de hacer política ligadas a ello, el surgimiento de un caudillismo paternal-populista en la izquierda y su desaparición en la derecha, el incremento exponencial de la marginalidad o de la informalidad (laboral, habitacional, cultural). Un segmento importante abandonó los partidos tradicionales por el Frente Amplio y continuó la ruptura de la reproducción intrafamiliar del voto (que los hijos mantuviesen la adscripción política de la familia).
Pero hay otro hecho nada menor y de mayor impacto cuantitativo: cambió la gente, es decir, hay otra gente con otra manera de pensar. En dos décadas variaron los dos quintos del electorado. Y ese nuevo electorado no solo se formó en nuevos valores desde el punto de vista generacional y tuvo como modelo otro tipo de educación, sino que además una parte considerable de ese nuevo electorado se socializó en la informalidad laboral, cultural, educativa o habitacional. Es otro tipo de gente. Por tanto, con otro discurso de vida y dispuesta a identificarse con otro discurso político
En estas dos décadas Uruguay no solo vivió el fin de la hegemonía de los partidos tradicionales y el surgimiento del predominio de la izquierda, sino que al interior de la izquierda vivió el fin de la hegemonía de los modelos políticos provenientes de los albores del siglo XX –encarnados en la estructuración comunista, socialista, socialdemócrata, socialcristiana- y al menos el equilibrio si no el predomino de otras culturales, donde aparecen por un lado el populismo y por otro la concepción libertaria.
El cambio político operado tiene explicaciones en el cambio de los comportamientos y de las expectativas políticas de la vieja ciudadanía, pero tiene explicaciones estructurales en un recambio biológico de la sociedad basado en un fuerte cambio en la estructuración social de esos segmentos poblacionales.